El querido artista da detalles del complejo bajón que lo aquejó el último tiempo. Por un periodo perdió la inspiración, las ganas, la música. Y aquí habla de esa oscuridad, de la buena onda, de la mala onda, de la vida.
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Joe Vasconcellos, con toda hombría, reconoce que ha sido víctima de la menopausia. “La verdad”, aclara, melancólico, “me llegó la andropausia, la menopausia del hombre”. O bien, dice, a él, a este músico que desde hace cuarenta y cinco años canta riendo, le vino el otoño del campeón. El macho deja de ser duro y nerviosamente se empieza a tornar compungido. El rey de la manada, el Lomo Plateado, se desfigura, se le alisa la musculatura y se pone sensible. Un día del año 2020, por ejemplo, Joe plantó una flor y se descompuso. Se le nubló la cabeza, se le echó a perder una función biológica. Y de pronto el Sol Luminoso se hizo viejo.
-El hámster que hay en mi interior se empezó a cansar.
Otro día tomó una guitarra y no pudo cantar. Entonces, Joe empezó a llorar aferrado al instrumento.
-Lloré y lloré.
-¿Qué lo tenía triste?
-No sé. Quedé botado un día.
-¿Qué pasó?
-No conseguía tocar. Se me juntaron las emociones.
Y otro día a Joe lo operaron de la próstata. Él pensaba que era vital, un joven de 62 años, el hijo de un brasileño, un mito de carcajada fotogénica por cuyas venas corre samba y tambor: Joe parecía un simpático producto de la playa.
-Hace un año más o menos- y suspira- me llegó el viejazo.
El hámster que hay en mi interior se empezó a cansar.
-¿Envejeció bruscamente?
-Sí, por la chucha.
Historia de la buena onda
El papá de Joe era un diplomático que incluso sonreía a solas, un carismático profesional. Parte de la jornada laboral, según parece, la dedicaba a estrechar manos, a dar palmotazos en la espalda para fingir una convivencia.
-Entonces yo, lógicamente, aprendí a buscar la buena onda- enfatiza Joe.
En ocasiones, cuando niño, Joe recalca que se debía morder la lengua para no ser imprudente y no verbalizar una granada en la discreta casa de los Vasconcellos. “Para no decir cagadas”, resume el músico. Joe dice que fue rebelde, sí, un justiciero de pancartas, de esos que gritaron por la paz, pero a la vez tuvo una elegante instrucción internacional. Le enseñaron maniobras de salón y a gozar lo que tenía. Así lo suyo, a fin de cuentas, siempre fue adorar la vida e inventar canciones con mensajes.
-Y, en líneas generales, Joe ¿dónde está la buena onda?
-Adentro.
-Usted, más allá de estos últimos meses, permanentemente parece feliz… ¿A qué se debe su actitud plácida?
-Soy un ser humano como cualquiera, amigo.
-Joe, en el ambiente se sabe que usted es muy buena onda…
-¿Sabes? – Joe mira la lejanía, se ajusta un gorro, los anteojos.
-Qué…
Y desde su casa, en calle Isabel La Católica, es decir, instalado sobre una reina triste y mirando hacia la cordillera, Joe Vasconcellos resume su famosa actitud de paz, y desenreda el motivo de su risa legendaria.
-Me pongo en el lugar del otro.
-¿Eso es todo?
-Existe el lado amable de las cosas.
-¿Pero qué busca?
-El entendimiento, amigo, el entendimiento.
Soy un ser humano como cualquiera, amigo
Hace un tiempo, recuerda, él estaba en su terraza, mirando el paisaje, y de pronto vio a un hombre que tenía un camión paralizado en la calle. El camión había fallado y producía un taco: ese hombre estaba afligido. Joe es un músico con una función social, por ende, lo miró con compasión desde la distancia. Joe, como si fuera un superhéroe, tal vez el Super Buena Onda Man, se activó de inmediato y corrió hacia él y le llevó bebidas y galletas. Tuvo un diálogo escueto con el conductor.
–Bebidas y galletas para usted, amigo- ofreció.
-¿Eh? – el hombre del camión se asombró: la empatía es inusual.
-¡Disfrute estos regalos! ¡Hasta luego!
Y Super Buena Onda Man, el Joe de la gente, sin cámaras de testigos para difundir su bondad, se hizo humo. Porque así es Joe, caramba. No es sólo el músico, el ex Congreso, el hito del Festival del año 2000, el talento con las cuerdas. De manera que Joe informa, sin poses, que la amabilidad le corre por las venas. Es su actitud de vida. Se empeña en dar una frase a la señora del puesto de verduras. En saludar con el brazo al guardia. Eso se cultiva en Brasil, insinúa, ese país que es famoso por ser el primer productor mundial de risotadas. Allí hay respeto a toda expresión. Allí hay luz.
-Pero ahora mira este mundo- exclama de pronto.
-¿Qué hay?
-Uf, mala onda. Fíjate.
Existe el lado amable de las cosas
-¿Qué más hay en el mundo?
-Estamos todos un poquito calientes. La gente anda caliente. La Tierra está caliente. El planeta se calentó.
La andropausia, suponemos, lo lleva a estados de hundimiento. Es el farol que se apaga. Pero hay mucho más: es el mundo, es el egoísmo, es Chile. Todas esas cosas le han afectado.
-Todo partió el 2019…- y Joe mira el cielo.
El lado oscuro
Vio, recuerda, a los milicos posar los bototos en la calle, el fúsil adherido al hombro, la mirada fijándose sobre cualquier bohemio. Vio batallas campales, palos, golpes, sangre, la obligación del confinamiento, la cesantía, la suspensión de la música.
A Joe le ocurrió esto:
-Me desmoroné.
-¿Cómo?
-Quedé inutilizado.
Sin música, sin vitalidad, el entorno militarizado, el cuerpo crujiendo al agacharse: Joe estaba frente a un conjunto de tristezas. Todo lo que hacía, digamos, la invención de un verso, o de un coro, la proyección de un punteo, le parecía artificial.
-No podía hacer música, compadre.
-¿Aún lloraba?
-Sí. Lloraba. Estaba ad portas de la depresión. Mira, al hámster -esta metáfora del corazón, es decir, del perpetuo ejercicio- hay que respetarlo o te vas a la cresta. La salud mental te puede tirar al suelo.
-¿Qué hizo, Joe?
-Afortunadamente está el whisky, jajaja.
-¿Se amparó en algún vicio?
-¡Puta, compadre, pasé un año entero sin fumar un cuete!
Estamos todos un poquito calientes. La gente anda caliente. La Tierra está caliente. El planeta se calentó.
-¿Cómo ha sido estar un año sin cuetes?
-Uno busca alternativas…
-¿Se metió a las drogas duras?
-No, no. Qué sé yo, tabaco, otras cosas. Empecé a cocinar. Pero, en todo caso, mi relación con los cuetes siempre ha sido bien relajada, como un regalo que uno recibe. No sé si para todos los días. A mí me encanta la selva negra, pero no comería selva negra todos los días.
Y agrega:
-Y, en fin, estaba todo gris, sin sentido. Mis hijos me empezaron a ayudar, mi pareja también. Me sentí inútil, vacío.
-No se caiga, Joe.
-No me caí.
-¿Está seguro? – algo se ilumina en la cara de Joe.
-Es que un día, un músico amigo me pidió tres canciones para un trabajo que estaba haciendo. Y, puta, empecé.
Joe hizo una canción y notó que era mágica. Luego hizo las otras dos y notó que lo conmovían. Ya era evidente: Joe no podía hacer música, pero, paradojalmente, apareció la música y lo salvó.
Mi relación con los cuetes siempre ha sido bien relajada, como un regalo que uno recibe. No sé si para todos los días. A mí me encanta la selva negra, pero no comería selva negra todos los días.
Ha vuelto
Y Joe lo afirma tajante:
-Cuando yo hago una canción, me tiene que parar los pelos.
-¿Y si no se le paran los pelos?
-Si no se me paran los pelos, eso no es una canción.
A Joe se le erizó el pelo en tres oportunidades.
Joe ya ha aprendido a vivir con la andropausia.
Joe Vasconcellos ya atravesó la tormenta.
-¿Y ahora cuál es la gracia de la vida?
-El amor. El amor al chocolate. Abrazar a tus hijos. Agradecer por tener a tu madre.
Y luego Joe se enciende y empieza a hablar del poderío de la meditación Daimoku. Y relata sus jornadas de respiración y luego especifica que ama la naturaleza, las flores; incluso parece que en ciertos momentos, con los cuidados pertinentes dado que ha perdido flexibilidad, se agacha y acaricia con admiración las plantas. Y también habla del cambio climático, de ponerse las pilas, y habla del mundo artístico, de viajes, y de pronto dice lo siguiente: “Bob Dylan es antipático”. Y el reportero, que ha sido criado con Bob Dylan pegado a su muralla, le reclama y Joe cuenta que lo conoció y, en efecto, era un norteamericano lánguido, sin expresión. Y lo describe como un hombre con cara de fome. Joe, como sea, parece activado, lúcido, de vuelta a la chispa. Y, envuelto en la conversación, empieza a compartir sus definiciones:
Cuando yo hago una canción, me tiene que parar los pelos.
-¿Qué le pide a la Tierra?
-Quiero que mi Tierra sea buena para los que vivimos acá.
-¿Qué es la música?
-La música es matemáticas con alma.
Y agrega: “Aunque me iba como las huevas en matemáticas. Pero no importa. Yo no sé leer las notas musicales, viejo. Yo sólo las toco”.
-¿Qué es, en términos metafóricos, un árbol?
-Algo más viejo que nosotros. Algo que nos da sombra y oxígeno.
-¿Usted es de esos artistas que están en las nubes, Joe?
-El músico no está en las nubes. El músico hace que la gente suba a las nubes. El músico necesita el barro. Necesita estar en la tierra.
-¿Y qué es la gloria?
-Un compadre que se saca la chucha para lograr las cosas.
-¿Cuál es el músico del momento?
–Ernesto Pascual… ¿Lo conoces?
Yo no sé leer las notas musicales, viejo. Yo sólo las toco.
-Me encanta- improvisa el reportero.
Y Joe tararea.
-¿Y el estallido, Joe?
-Hay que estar allí. Hay que despertar. Pero hay que tener cuidado. Es un enfrentamiento con tipos uniformados que todos los días se entrenan para sacarte la cresta.
Y Joe dice que le diría a Piñera: “Renuncie”. Y al presidente de China le diría: “Conciencia”. Y exige que amemos el planeta. Y confiesa que el verso que más destaca de su producción artística es, simplemente, la frase NO SE VENDA, HERMANO MÍO.
Y hace una pausa.
Y sonríe.
Tal vez no es la sonrisa ancha de su juventud. Es la nueva risa de un hombre grande. La risa de Joe, el buena onda que ha estado sufriendo. Hubo oscuridad. Murieron varios amigos. Ya no está Cuturrufo, con quien habría querido hacer más música. Y Joe ha tenido que llorar, tuvo un bloqueo en la inspiración, lo atropelló la andropausia. Pero volvió. Igual que antes, sólo que mucho más viejo.
-Sí. Ya me di cuenta que el tiempo corre. Ya entendí que tengo 62 años, huevón. Y que estoy andropáusico…
-Pero sigue siendo buena onda, Joe…
-Yo sólo soy un agradecido de la vida, compadre.
El músico no está en las nubes. El músico hace que la gente suba a las nubes. El músico necesita el barro. Necesita estar en la tierra.
-¿Y qué es la vida?
-La vida es estar aquí conversando. La vida es discutir con un hijo. La vida es amar a los hijos. La vida son los olores que hay allá afuera. Es el olor a ligustrina. La vida, compadre, es comer una cazuela.
Silencio.
-¿Cuál es su mensaje final?
-Sí a la vida, hermano.
Y Joe mira para otra parte.
-¿Qué está mirando, Joe?
-El sol.
Y El Hijo del Sol Luminoso ya ha pasado por el año más duro de su vida. Y el Hijo del Sol Luminoso en este preciso momento parece inmortal.