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Opinión

15 de Octubre de 2021

Columna de Joaquín Leiva: Al maestro y maestra, con amor

Agencia Uno

¿Cuánto poder tienen sobre las personas? Son capaces de cambiar la vida de un niño, de una niña, de una persona, a través de una palabra, un abrazo, una sonrisa. Entregando más de lo que pueden dar.

Joaquín Leiva Cordero
Joaquín Leiva Cordero
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Aún recuerdo aquel primer día de clases. Mi madre tomó mi mano y  nos fuimos desplazando lentamente, nerviosos por aquel lugar. Había muchos niños y niñas, junto a  su familia. Todos formados en columna, esperando la llegada de su profesor. A lo lejos, inesperadamente, entre  la inmensa multitud, de la nada apareció su silueta, danzando al ritmo del toque de la campana. Venía  con un caminar  raudo, volando sobre nuestras miradas. Un mar de  emociones fluyó en  nuestros  pequeños y sutiles  cuerpos. Al pasar entre nosotros, expreso una sonrisa y un cerrar de ojos. En ese instante, comprendimos que seríamos parte de una misma historia.

En varias ocasiones llegaba por las mañanas, cargando en uno de sus hombros, un bolso lleno de libros y otras cosas. Y en una de sus manos, un tazón con café, que era parte de su rutina. Una de las formas para aminorar el frío, que envolvía la sala de clases. En algún instante, nuestras miradas, se escapaban  a través  de las  ventanas.  Buscando   las hojas que se desprendían  de los árboles en otoño. Como también, la danza de algunos pajaritos, al compás de hermosas y sutiles melodías, que entonaban a través de los finos rayos de sol, que besaban nuestros abrigados cuerpos y se esparcían por aquel lugar. Donde la belleza de la creación nos llevaba a un estado de asombro y placer.

Tuvimos muchas conversaciones, sobre diferentes temas. Siempre sabía cómo aminorar el dolor, de nuestra  historia  personal. En ocasiones, utilizaba su magia, para conectarnos con nuestra verdadera esencia, llevarnos al mundo de los sueños, de las alegrías y volver a volar como blancas nubes. Desplazándose  por el cielo y  dibujando bellas figuras de luz y esperanza. También, comprendía  nuestras bromas  y travesuras. Participando de  los diferentes juegos de patio; corría, saltaba y se reía. Era uno más del grupo, disfrazado en aquel traje de señor grande, donde escondía su candidez de niño ya adulto.

Al pasar entre nosotros, expreso una sonrisa y un cerrar de ojos. En ese instante, comprendimos que seríamos parte de una misma historia.

 La vida siguió su ritmo, pasando por la escuela y llevándose nuestros mejores recuerdos y momentos. Muchos dibujos y palabras quedaron plasmadas en aquel lugar, dando testimonio de una misma aventura. Ya no éramos los mismos, que, con sus travesuras y juegos, habíamos llegado el primer día de clases. El tiempo había hecho lo suyo.

La adolescencia se había apoderado de nuestros cuerpos y mentes. Éramos  seres flemáticos,  deambulando  en un universo de interrogantes y emociones. Como siempre, a nuestro lado. Una vez en clases, sacó de su bolso un libro y nos leyó las siguientes palabras: “Cuando tenía cinco años, mi madre me decía que la felicidad era la clave de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando grande. Yo respondí “feliz”. Me dijeron que yo no entendía la pregunta y yo les respondí, ‘ustedes no entienden la vida’”.

Los años pasaron frente a mis ojos, como la brisa del mar, cantando y despertando al sol del horizonte. Muchas veces,  solíamos encontrarnos  en  la universidad e intercambiar algunos  saludos. En otras, lo  podía observar a lo lejos, deambulando por aquel lugar, bebiendo un café  y fumando un cigarrillo. Su caminar era más lento y su voz pausada. A veces me preguntaba: ¿Cuántas generaciones habían pasado por sus  aulas? ¿Quiénes habían sabido de sus  penas y dolores?  Con los años, pude dar respuesta de aquello, comprendiendo la esencia de la vida.

Ser educador o educadora es una actividad muy noble, donde se entrega mucho amor, tiempo y dedicación.  Es la base de toda sociedad. Todas las profesiones y oficios pasan por ellos(as). Son quienes ayudan a construir un mundo mejor. ¿Cuánto poder tienen sobre las personas? Son capaces de cambiar la vida de un niño, de una niña, de una persona, a través de una palabra, un abrazo, una sonrisa. Entregando más de lo que pueden dar. ¿Qué gesto de amor más sublime y noble,  puede ser aquel, de una persona a otra?  No muchos reconocen y entienden eso.

Han pasado muchos años, no recuerdo tu mirada, tu cabello, tu forma física, pero estás aquí, siempre junto a mí.  Siento tu energía que fluye y  que  ilumina mi corazón. Te siento  en las conversaciones que tengo a diario, con  niños y niñas. También, te veo en cada rincón de la escuela. Y corro junto a ti, salto y río, como lo hacíamos cuando era pequeño. Te tomo de la mano y junto a ti, entramos a clases. Somos los dos nuevamente, construyendo una nueva historia, de amor.

Una vez en clases, sacó de su bolso un libro y nos leyó las siguientes palabras: “Cuando tenía cinco años, mi madre me decía que la felicidad era la clave de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando grande. Yo respondí “feliz”. Me dijeron que yo no entendía la pregunta y yo les respondí, ‘ustedes no entienden la vida’”.

Soy hoy, en parte gracias a ti, un Profesor. En la senda de la Maestría, expresando una sonrisa y un cerrar de ojos, a otros niños y niñas. Te agradezco, porque me entregaste amor y viste en mí a un niño como tú.  Y este niño recuerda siempre, aquella frase que era parte de tu esencia, que repetías de vez en cuando: “He aquí mi secreto, no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

¡Feliz día, a todos los Profesores y Profesoras de Chile, quienes, en estos momentos de crisis, han entregado lo mejor de sus corazones”

*Joaquín Leiva es profesor de Educación General Básica, con mención en Matemática. En la actualidad, realiza capacitaciones y asesorías en Otec, de cursos en el área de la Construcción y programas del Sence. También es terapeuta holístico.

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