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Cultura & Pop

10 de Noviembre de 2021

Camila Sosa, autora de “Las malas”: “Las disidencias no se bancan a las travestis, nos miran con piedad”

La escritora detrás de la exitosa novela “Las malas”, invitada al Festival Puerto de Ideas Valparaíso, dice que no se le pasa la rabia. Tampoco la nostalgia. Todo eso ocurre cuando recuerda su vida -el niño silencioso que fue, la adolescente que se travestía, la prostituta de la noche cordobesa-, desde la cual parten sus libros. Critica con artillería pesada al feminismo y a los que califica de falsos disidentes.

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“Ahora estoy más aburguesada; he pelechado, como se dice aquí en lunfardo cuando se te suben los humos a la cabeza. Durante toda mi vida tomé hormonas, entonces tenía unas tetitas muy chiquitas, muy divinas; y entonces en un momento dije: con las ganancias de ‘Las malas’ me voy a poner unas lindas tetas. Hablé con muchas travestis para saber quién las habían operado, cómo se las pusieron. Una de ellas, la Lola, una trava que hizo muchísimo dinero, me dijo: ‘Te vas a recuperar rapidísimo, yo al tercer día estaba cogiendo’. Cuando me operé, lo único que pensaba era cómo hizo ella para coger en este estado… Yo estaba como una momia, vendada, imposibilitada de moverme”.

Camila Sosa (39) termina la historia y lanza una carcajada.

Es asombrosa la velocidad con que ella se mueve de una emoción a otra. Puede estar furiosa, inundada de rabia, y al segundo siguiente puede ensombrecerse por la tristeza. Puede estar en medio de un alegato lleno de provocación, metida en terrenos espinudos, y rápidamente mutar al más exquisito humor. Camila Sosa es un camaleón total, porque lo es de cuerpo y de alma.

Escritora y actriz trans, empezó a hacerse conocida hace más de una década por sus obras de teatro; a lo que siguió su participación en películas y en series de TV. El gran batatazo vino en 2019, con la publicación de su novela “Las malas”, donde se inspira en las zonas más duras de su biografía: cuando era un niño temeroso y solitario en un pueblito interior de Argentina, que se sabía equivocado en su cuerpo, que sólo quería ser una chica; cuando empezó a travestirse a los 15 años y conoció en su propia carne las bajezas del ser humano; cuando a principios de siglo se mudó a estudiar a la universidad en Córdoba y en las noches se prostituía en el Parque Sarmiento.

Camila Sosa ya había escrito libros antes (“La novia de Sandro”, en 2015; “El viaje inútil”, en 2018), pero su despegue definitivo fue con “Las malas”, que es un torbellino de pasiones, una mezcla de no ficción y de fantasía, un mundo donde cabe con naturalidad hasta el realismo mágico: desde mujeres que se convierte en pájaros o en lobas hasta otras que, de tristeza, llenan una pileta con sus lágrimas.

A pocos días de participar en el Festival Puerto de Ideas Valparaíso -su charla “Lo femenino desde el margen” será el 13 de noviembre-, se conecta por Zoom desde Córdoba para conversar. Se fuma un cigarro, mientras en su ciudad se deja caer una tormenta con sonoros truenos.

Te vi en una charla hace siete años y en entrevistas recientes: cuando hablas de la experiencia con las travestis del Parque Sarmiento no puedes disimular la rabia, pero tampoco cierta tristeza. ¿Cómo te mueves entre esos sentimientos?

-Me muevo como pez en el agua. El enojo es natural y legítimo por la injusticia a la que fui sometida siendo adolescente, viviendo las cosas que viví. Por eso, no tengo rollo en atravesarlo. Siempre cito a Claudia Rodríguez, una escritora travesti chilena, que habla mucho del resentimiento. Fui a buscar al diccionario lo que significaba, porque siempre a esa palabra se le da una connotación de algo que vos fuiste incapaz de superar, que te quedaste en el rencor, que es un sentimiento impotente… Pero no es verdad: es un sentimiento absolutamente potente. “Las Malas” estuvo escrito con resentimiento, “La Novia de Sandro” fue escrito con resentimiento, también muchas de las obras de teatro que yo hago. Porque no se puede negar el empobrecimiento a que nos sometieron a las travestis; la manera en que nos quitaron el pan de la boca, la escuela, la posibilidad de salir al mundo tranquilas.

-Eso es lo que te enoja. ¿Y qué te apena?

-Siento tristeza de cierta autenticidad, de cierto salvajismo. Es más bien nostalgia, no tristeza. De cierto salvajismo de la juventud, de mis 20 años. Reconozco que soy una persona emocional. Me rigen las emociones antes que el pensamiento. Si hay algo que nunca me falla es la intuición. Y eso es porque soy una persona emocional, que deja que las cosas le pasen; es decir, nunca me reprimo ante el amor, la amistad, el enojo. Y todos esos sentimientos, como está pasando con “Las Malas”, se cuelan en la vida de los demás.

-¿Tú buscaste ese libro o el libro te buscó a ti?

-(Risas). Yo lo que busqué fue escribir la historia de la tía Encarna. Estaba haciendo una obra de teatro acá, “El cabaret de la Difunta Correa”, y el personaje final era el de la tía Encarna hablando de los milagros. Mientras la hacía, pensaba: esto tiene que crecer… Cuando después Juan Forn leyó ese manuscrito que le envié, unas 30 ó 40 páginas con la historia de la tía Encarna, él buscó que ese libro se escribiera y se publicara. Él estaba muy fascinado. Me dijo: “Esta novela la va a romper”.

“Las Malas” estuvo escrito con resentimiento, “La Novia de Sandro” fue escrito con resentimiento, también muchas de las obras de teatro que yo hago. Porque no se puede negar el empobrecimiento a que nos sometieron a las travestis; la manera en que nos quitaron el pan de la boca, la escuela, la posibilidad de salir al mundo tranquilas.

“SÍ, FUE UNA FIESTA”

-¿Por qué incluir ficción -realismo mágico, incluso- en “Las Malas” y no dejar sólo la realidad? ¿Fue una manera de protegerte?

No. Tengo una teoría: que no es un libro realista, sino que es un libro de ciencia ficción, a la que está invitada una realidad. Es decir, es la misma rareza de las travestis. Los hombres, los clientes, los vecinos, la policía ven el mundo de las travestis como totalmente ajeno. En la novela, a los heterosexuales no les ocurre ninguna magia; todo sucede con ellas, con lo que van tocando, con lo que van viviendo. Lo hago desde la primera página, al decir que la tía Encarna tiene 178 años; y de ahí no paro… La primera vez que vi a las travestis en el Parque Sarmiento apareció la policía y una de ellas trepó por un álamo; estaba vestida para matar y se quedó entre las ramas altas como una pantera, un leopardo, un jaguar, hasta que la policía despareció. Yo tenía 18 años, y al estar estimulada con droga y con alcohol para estar despierta e indolente, esa imagen es la fundamental de cómo estoy mirando el mundo en ese momento.

“Recuerdo que se operaban la nariz en clínicas clandestinas; las hacían pasar por atrás para que nadie las viera entrar -continúa Camila-. Se operaban la nariz, les ponían el yeso, se iban a trabajar a la noche con los moretones, maquilladas como podían, se sacaban el yeso, trabajaban esa noche, volvían a su casa, se ponían el yeso, hacían reposo. Y a la otra noche hacían lo mismo, porque además se las comían los piojos si no lo hacían. Entonces digo: este mundo no cabe en el mundo realista”.

-El libro parte con un verso de la Mistral: “Todas íbamos a ser reinas”. ¿Qué persigues con ese guiño?

Gabriela Mistral ha sido uno de mis más grandes amores, una de las puertas más amables por las que entré a la poesía. A la oscuridad también. Recuerda eso de: “Dios me perdona este libro amargo…”, en “Desolación”. El poema “Todas íbamos a ser reinas de un reino frente al mar”, creo que pertenece a este imaginario mío, tal vez ellas hacían un éxodo y se iban a vivir una playa. Una vez vi una película que cuenta la historia de los negros albinos, que nacen en las tribus africanas, que son mal augurio y deben huir por sus vidas. Se van a vivir al mar, que para mí mejor exilio no existe. Entonces yo pensaba: ellas, si no se hubieran topado con la muerte, seguramente hubieran sido reinas y se hubieran ido a vivir al mar.

-Un personaje de “Las Malas”, en medio del horror, dice: “Ser travesti es una fiesta”. ¿Cómo era esa fiesta?

-A ese personaje, que se llama Angie, la conocí una noche en el parque; era asombrosamente bella y me parecía que para ella sí era una fiesta ser travesti. Yo estaba triste, se acercó a hablar conmigo y tuve esa sensación de que ella lo estaba viviendo como una fiesta. Si me voy hacia atrás y pienso en ese instante, yo no sentía dolor y no tenía hambre. Tenía ganas de coger, ganas de tener amantes, ganas de estar con ellas. Además, yo era muy joven. Entonces sí, fue una fiesta y miro con nostalgia eso. Era la sensación mas poderosa del mundo el subirse a un colectivo, salir a la calle con el culo medio al aire, provocar silencios, escándalos, que los autos frenaran. Era desconcertar, había un orden espantoso, gris, y de repente aparecía una persona que provocaba deseo y estaba prohibida, como desear una droga. Eso era realmente una fiesta.

Tengo una teoría: que no es un libro realista, sino que es un libro de ciencia ficción, a la que está invitada una realidad. Es decir, es la misma rareza de las travestis. Los hombres, los clientes, los vecinos, la policía ven el mundo de las travestis como totalmente ajeno. En la novela, a los heterosexuales no les ocurre ninguna magia; todo sucede con ellas, con lo que van tocando, con lo que van viviendo.

-Cuando recibiste el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2020 por este libro, dijiste: “Se inaugura la venganza de las travestis por donde menos se lo esperaban: a través de la palabra”. ¿De qué manera opera esa venganza?

-Lo de la venganza es algo que me dijo Susy Shock, que es una travesti acá. Cuando me gano el premio, me dice: “Mirá, empieza la venganza de las travestis”. Porque es un premio realmente muy importante, y fue unánime. Ahora todo el mundo está leyendo esa historia. Que una persona empobrecida, hija y nieta de campesinos, que tuvo todas las de perder, de repente esté vendiendo más libros que Mario Vargas Llosa es una venganza. Están todos los escritores llorando, diciendo que me dieron el premio sólo porque soy trans, que soy una escritora de moda… esos son los comentarios que me llegan constantemente de escritores varones. Entonces es hermoso pensar en la venganza de la palabra, de la historia, y de ponerlos en riesgo a ellos.

“ES MUY TERRIBLE ANDAR SIN MANADA”

-La historia del libro ocurre a inicios de siglo. ¿Cómo están las cosas para las travestis y trans 20 años después?

-Creo que las travestis como están relatadas en “Las Malas” están despareciendo, ese tipo de travestis de las que yo aprendí a existir, que fueron maestras no sólo de cosas buenas, también de cosas oscuras y quemantes. Las que yo miré y a las que quise parecerme y que sentí que eran parecidas a mí. Cada vez que me encuentro con esas travestis de esa generación, que tienen 50, 60 años, siento que estoy en casa. Me causa tristeza pensar que hay toda una generación de travestis que van a morir… Creo que con expresiones como mujeres trans ha ocurrido algo: han heredado esa sabiduría gratis, sin poner absolutamente nada, entonces son mejores, ya no se tragan el insulto, como sí lo hacíamos nosotras; además hay leyes que están a favor, las redes sociales están a favor. Pero si me das a elegir, cambiaría todo esto por esas noches con ellas… (Se le quiebra la voz).

-¿Por qué?

-No lo sé.

No lo sabes, pero lo sientes…

-(Con un hilo de voz). Así es.

-Has dicho: “Las niñas travestis que están naciendo ahora tienen otros colores para ver”. ¿A qué te refieres?

-Era muy terrible andar sin manada, sola. Muy triste no parecerse a nadie, no poder contárselo a nadie. Ahora ya hay personas que se les parecen y que son mucho más visibles de lo que éramos nosotras entonces. Yo era la única en el pueblo, y me imagino cuantas otras habrán habido de la misma manera. Eso ya cambió. Un día alguna va a decir: una chica trans se ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz escribiendo, o la serie “La Veneno” fue la más vista en la historia de la televisión española. Están sucediendo otras cosas.

-Las cosas parecen avanzar. Pero tú dices que no es porque la sociedad ha cambiado, sino porque ustedes mejoraron.

-Así es. Creo que mucha resistencia ocurrió aisladamente, hubo travestis legendarias, como Karina Urbina en Argentina, que resistían en los años 90, iban a los programas de televisión, decían: somos de esta manera, por favor déjennos tranquilas, pero sucedían aisladamente… Ahora con las redes sociales estamos en contacto las unas con las otras. Yo me empecé a hablar con muchas a través del Facebook, es muy fuerte ponernos en contacto, hablar y haber acordado que lo que sucedió antes fue una mierda. No sé si existirá alguna travesti que no te dirá que eso fue una mierda, que fuimos víctimas de algo.

Gabriela Mistral ha sido uno de mis más grandes amores, una de las puertas más amables por las que entré a la poesía. A la oscuridad también. Recuerda eso de: “Dios me perdona este libro amargo…”, en “Desolación”. El poema “Todas íbamos a ser reinas de un reino frente al mar”, creo que pertenece a este imaginario mío, tal vez ellas hacían un éxodo y se iban a vivir una playa.

-¿Cuándo tomaste conciencia clara de eso? ¿O estuvo siempre?

-Yo me he dado cuenta hace 3, 4, 5 años haciendo terapia. Ahora digo: me sacaron el pan de la boca; y ahora estoy pagando impuestos altísimos por el dinero que genero con el libro, a pesar de que estuvieron años degradándome, hasta hace poco. Cobrando miserias sólo porque era travesti. Con esa inclusión de “mirá, la tenemos a Camila en nuestra radio”, y era un maltrato, una transfobia, una cosa espantosa. Reconocer de repente que hubo algo ahí que no merecías, que no hiciste nada para merecerte eso, es un montón. Me parece que a todas les está pasando lo mismo, por eso me parece tan importante que hablemos nosotras. Hay otras generaciones que están siendo muy locuaces, están todo el tiempo diciendo cosas, y las travas más viejas están en silencio, porque están adoloridas, enfermas. Hay que escuchar a esas travestis; son las que tienen la experiencia.

-Eso es armar memoria, y no olvidar ese pasado que hoy las fortalece.

-Aquí en Argentina ocurre algo increíble, que es el archivo de la memoria trans. El que donó la foto de la tapa de “Las Malas”. Pertenece a Luisa Paz, una activista santiagueña que está viva y que tomó esa fotografía un día de campo en que las travestis se podían escapar a un lugar donde no las molestaban. En ese archivo recopilan fotografías de travestis argentinas con nombre y apellidos. Creo que es lo más interesante que está pasando ahora en el campo de las artes visuales en Argentina, no hay pintores, fotógrafos, muralistas, capaces de semejante hermosura.

Dices que las cifras del CIDH ubican la expectativa de vida de las travestis y trans de Latinoamérica en 35 años. Incluso te has referido de una manera más brutal a esas vidas breves: “Las travestis cuentan años igual que las perras: siete años de vida humana equivalen a un año de vida travesti”.

-Es muy bonito, ¿no?

Era muy terrible andar sin manada, sola. Muy triste no parecerse a nadie, no poder contárselo a nadie. Ahora ya hay personas que se les parecen y que son mucho más visibles de lo que éramos nosotras entonces. Yo era la única en el pueblo, y me imagino cuantas otras habrán habido de la misma manera. Eso ya cambió.

-Pero es durísimo, más allá de la poesía…

-¿Qué persona resiste la muerte de un perro? Nadie. En ese sentido, las travestis dejamos una herida muy grande, hacemos una estría muy grande.

-¿Envejecen prematuramente también?

-Eso era en esos años por vivir de noche. De hecho, yo parezco más joven ahorita que hace diez años. Pero yo ya he vendido mi alma al diablo. Hice un pacto con él. Ha dado resultado, porque me veo más guapa y más joven. Es un pacto con el diablo para poder escribir, como hizo Sharon Olds. O como Leadbelly, para tocar bien la guitarra. Yo lo hice para escribir y para ser guapa.

-El diablo te cumple; ¿y tú a él?

También le cumplo. No es nada fácil ser trava y estar metida en esta vorágine editorial, en festivales, con periodistas. Me enfrento mucho a la ignorancia ajena, que además te la tiran encima como una bolsa de cemento. La recibís y te quedas esperando a ver qué haces con ese peso que te tiran. No es nada fácil, así que creo que estoy pagando bien.

“ES UNA PALABRA LLENA DE MIERDA”

-Eres crítica del feminismo. Dices que se ha transformado en un espacio de poder y que es mejor alejarse del poder. ¿Lo dejaste?, ¿te separaste de sus luchas?

-Creo que el feminismo que se escucha, que llega a los medios, ha tirado ciertas premisas que nos sirvieron como sociedad para decir que había ciertos abusos que ya no había que soportar más, pero es un feminismo que se ha puesto muy pudiente, muy como un uróboro; esa serpiente mitológica que se come la cola. Está un poquito así.

Reconocer de repente que hubo algo ahí que no merecías, que no hiciste nada para merecerte eso, es un montón. Me parece que a todas les está pasando lo mismo, por eso me parece tan importante que hablemos nosotras. Hay otras generaciones que están siendo muy locuaces, están todo el tiempo diciendo cosas, y las travas más viejas están en silencio

-Has sido muy dura con las “TERF”, como se le dice al grupo dentro de ese movimiento que no incluye a trans ni travestis en la lucha feminista…

-Es cierto. Cuando aparecieron con tanta fuerza las TERF, dije: bueno, ellas tienen algunos cimientos que ya no tienen sentido, como el biologicismo, pero si defienden el feminismo como un espacio sólo para mujeres con vagina, está bien; nosotras no lo tenemos que tomar como una ofensa, no más que las otras ofensas que nos hacen incluso con buenas intenciones. Que eso nos sirva a nosotras para decir que tal vez es otra cosa la que tenemos que hacer. Ser capaces de fundar otros encuentros. Si la discusión se va a dar en cuánto importa la concha o no, el pito o no, vayámonos a otro lado.

-¿Un espacio más cómodo para ustedes, con menos cuestionamiento?

-Sí. Igual yo creo que los cuestionamientos son justamente los que hacen que las cosas se pongan mejor. O sea, en este caso, no es por el cuestionamiento, sino por la hostilidad, por cimentarlo todo en algo biologicista. Ya nadie está de acuerdo con eso, hay tantas maneras de existir siendo mujer, siendo varón.

“Además -agrega Camila-, creo en la potencia de las cosas pequeñas. Todo se ha vuelto pertenecer a grupos: que soy feminista, soy vegana, soy no binaria, soy de la comunidad LGTB, soy tal cosa… También valoro las personas que pasan por el mundo sin joder a nadie, sin quedarse con el pan de nadie. Pasan cosas tan lindas a puertas cerradas, tan potentes, que sí imantan alrededor, provocan un sacudón”.

Yo parezco más joven ahorita que hace diez años. Pero yo ya he vendido mi alma al diablo. Hice un pacto con él. Ha dado resultado, porque me veo más guapa y más joven. Es un pacto con el diablo para poder escribir, como hizo Sharon Olds. O como Leadbelly, para tocar bien la guitarra. Yo lo hice para escribir y para ser guapa.

-Eres crítica a las disidencias también: “Hay un montón de gente nombrándose disidencia y que no es disidente de nada”. ¿A quiénes te refieres?

-Lo que quiero decir es que los privilegios estupidizan a la gente. Cuando nosotros nos hacíamos travestis sabíamos que teníamos todo por perder: las familias, los hogares, las amistades, nuestro lugar en el mundo, nuestros derechos, los hospitales… Entonces digo ahora: ¿Qué pierde alguien sólo por pintarse la boca y decirse a sí misma trans?, ¿cómo puede ser eso una forma de disidencia? Realmente no lo entiendo, por eso hablo de que las travestis estamos desapareciendo. ¿Cómo puede ser disidente alguien sólo por ser homosexual? No. Se es disidente homosexual cuando sos una loca que sale en bikini a la calle, con bigotes y seduce hombres en la oscuridad, los manosea; ése es un marica disidente. El que pone en peligro la calle, a los vecinos, el que hace que todos se despierten de este letargo en que estamos metidos.

Cuestionas una disidencia más institucionalizada ¿no?

-Pero claro, ¡si viven como los otros! Si eres disidente, pero tienes una familia, un hogar, un sueldo, etc, etc, etc, entonces no eres disidente.

-¿Falta ruptura, incomodidad?

-Por ejemplo, nadie se banca la palabra travesti, ni siquiera las chicas trans que van naciendo, porque es una palabra llena de mierda, de suciedad, de semen, de sangre, de enfermedades de transmisión sexual, de golpes, de policías, de cárceles. Una palabra así no se la bancan, entonces dicen: somos mujeres trans. Y está muy bien decirlo, pero yo prefiero decir que soy travesti por toda esa carga poética de la palabra. De la misma manera sucede con las disidencias: no se bancan a las travestis tampoco, nos miran con piedad, nos miran y nos dicen: ay tú, que bien, que bueno que escribes Cami, bla bla bla… con esa especie de condolencia con que te quieren dar una alegría, te invitan a eventos de mierda. Entonces tú dices: bueno, está bien… gracias por todo, pero aquí no está pasando nada.

“SIGO SIENDO ESA CRIATURA”

-¿Estás trabajando algún proyecto literario?

-Ya está listo, aparece en marzo. Son relatos.

-¿Relatos como los de “La novia de Sandro”, que eran más poéticos, o distintos?

-Relatos, cuentos como si te los contara un amigo. Te voy a decir el título: “Soy una tonta por quererte”.

¿Qué pierde alguien sólo por pintarse la boca y decirse a sí misma trans?, ¿cómo puede ser eso una forma de disidencia? Realmente no lo entiendo, por eso hablo de que las travestis estamos desapareciendo. ¿Cómo puede ser disidente alguien sólo por ser homosexual? No. Se es disidente homosexual cuando sos una loca que sale en bikini a la calle, con bigotes y seduce hombres en la oscuridad, los manosea; ése es un marica disidente.

-Ese título indica que, como en tus libros anteriores, te enfrentas con el amor, el desamor, las decepciones, tal vez la ternura…

-Pero, ¿qué otras cosas podrían haber?, ¿qué más podría pasar que no fuera eso? Las personas que están viviendo están haciendo algo así, desgarrando de alguna manera la tela que los cubre.

-Tienes 39 años y una carrera, superaste los malos augurios. Al poner la cabeza en la almohada, en algún momento, ¿piensas en ese niño solitario, que lloraba escondido; ese niño que fuiste y ya no existe?

-Yo sigo siéndolo. Sigo siendo todo lo que has dicho: solitaria, llorando en secreto, fantaseando, leyendo con el mismo asombro, mirando películas, con esta sensación como de estar tocando todo por primera vez. Es verdad que ese niño tiene ahora una escritora encima, una travesti encima, pero sigo siendo esa criatura.

-Posiblemente sí lo pasas mejor que ese niño…

-Claro, porque ahora ya me puedo defender.  

El festival Puerto de Ideas se está llevando a cabo en modalidad virtual y presencial entre el 8 y 14 de noviembre. El programa se puede revisar completo en el sitio web, donde también se puede acceder a la venta de entradas para las actividades.

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