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16 de Diciembre de 2021

Extracto del libro de Alejandra Matus: Doña Lucía, la biografía no autorizada

La imagen muestra la portada del libro de Lucía B De Bolsillo

¿Cuánta fue la influencia que Lucía ejerció sobre su marido? ¿Cuáles eran los ideales que ella perseguía? La investigación de la periodista Alejandra Matus revela -alejada de la caricatura- los detalles de la vida de quien fuera, por 17 años, la mujer más poderosa del país. Aquí, un extracto de su trabajo.

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En casa de herrero

Había una contradicción importante entre la acción política, el discurso público y la vida privada de Lucía Hiriart, una que probablemente nunca se sintió compelida a resolver: en su actividad social, y particularmente desde CEMA y las organizaciones de carácter femenino, su propósito declarado era entregar herramientas para que la mujer cumpliera el papel de dueña de casa, madre y esposa sacrificada que le estaba destinado. El discurso se oponía, por cierto, a los afanes emancipadores y feministas que habían comenzado a agitarse en Chile antes del golpe.

“Las mujeres constituyen un grupo social definido a partir de su sexo y sus roles sociales, análogos en cualquier condición socioeconómica. En este contexto, una mujer es por sobre todo madre, y luego otras cosas, como pobre o rica, dueña de casa o trabajadora (…). La mujer es en este contexto como un antídoto de la naturaleza contra la lucha de clases, pues mientras los hombres están determinados por su status económico, las mujeres sólo se diferencian en madres y no-madres”, explica María Elena Valenzuela. “A la mujer le corresponde educar en su hogar al ‘futuro’ de Chile: a sus hijos dentro del orden instaurado por el gobierno militar. A esto se refiere Lucía Hiriart cuando llama a las mujeres a reforzar el control sobre la conducta de sus hijos estudiantes, ya que ‘las madres deben ver lo que está sucediendo, y ellas con amor pueden salvar aun a esta extraviada juventud’”.

La propia Lucía es convocada por Pinochet a sentirse satisfecha con su papel de madre. En la entrevista que concedió a revista Paula en 1974, cuando ella se queja de haber visto frustrados sus deseos de seguir una carrera universitaria por casarse tan joven, él la detiene con el comentario: “Pero uno tiene la satisfacción de ver a sus niños grandes, ya formados”.

Lo cierto es que tras el golpe y con la posibilidad de contar con un ilimitado número de sirvientes, Lucía lo primero que hizo fue abandonar su papel de dueña de casa: no volvió a cocinar ni a llevar a sus hijos a los colegios. Personal militar como estafetas, escoltas y cocineros se hizo cargo de esas tareas. Además ella destinó muy pocos fines de semana a sus hijos adolescentes: Marco Antonio y Jacqueline. Las mayores, Lucía y María Verónica, estaban casadas y vivían con sus maridos. Augusto, también casado, continuaba en el Ejército con el grado de capitán, y con ellos se reunía de vez en cuando. En la mentada entrevista con Patricia Verdugo de 1976, Lucía Hiriart confesó que no podía reservar los fines de semana a sus hijos:

“Ojalá lo fueran -dijo sonriendo-. Ya el próximo está cargado de actividades. Pero en lo posible procuramos pasarlo en familia. Durante la semana tenemos demasiado trabajo. Augusto jamás llega a casa antes de las diez de la noche y yo rara vez antes de las nueve. Mis hijos han tenido que efectuar cambios de vida y están conscientes de su responsabilidad. Claro que ha sido mucho más fácil para mis hijos mayores, aunque también los menores comprenden la gran responsabilidad que tienen en estos momentos para con la Patria. Pero, indudablemente, para mis hijos adolescentes, Marco Antonio y Jacqueline, ha sido más duro. La niña tiene 16 años y el muchacho, 18. Ellos desean hacer su propia vida de jóvenes normales que buscan su propio destino. Pero se ven limitados porque siempre deben estar acompañados por escoltas. Tratamos, cuando se puede, de que se sientan libres. Se hace lo posible”.

La ausencia de los padres y otras figuras familiares fue resentida por los jóvenes. Su madre, obsesionada principalmente con el temor a posibles atentados, ordenaba la custodia permanente sobre ellos. Pero los escoltas eran oficiales jóvenes, no mucho mayores que sus hijos. Con ellos intentaba establecer complicidad —o se rebelaba— Marco Antonio. La joven Jacqueline, en tanto, encontró entre ellos a sus primeros y furtivos romances.

No pasó mucho tiempo para que la familia —muy lejos de los patrones de conducta idílicos y conservadores que el matrimonio gobernante intentara imponer a la sociedad— comenzara a generarles dolores de cabeza. En esos trances, Lucía fue implacable en presionar a su marido para que los resolviera e impidiera que los desaguisados pudieran avergonzarlos si salían a la luz pública.

Un aliado de Lucía en la tarea de mantener vigilancia sobre sus hijos fue, por cierto, el coronel Contreras. Sin embargo, las lógicas del militar poco podían hacer para reprimir la rebeldía juvenil de los hijos de su jefe. Mónica Ananías, una de las secretarias privadas de Pinochet, era lo más cercano a una figura materna, especialmente para Jacqueline. Le organizaba las fiestas de cumpleaños, la llevaba al médico, era su apoderada en los colegios en los que estuvo.

“Lucía madre era muy dura con ella. Ante cada nuevo escándalo amoroso le gritaba: ‘¡Maraca!’”, relata un ex escolta de la familia. En cambio, Pinochet, que la consideraba su consentida, le perdonaba todo y la recibía en la casa con sus hijos tras los sucesivos matrimonios que tuvo. Jacqueline no siguió estudios superiores y siempre ha vivido solventada por sus padres.

Marco Antonio, en tanto, no terminó ninguna de las carreras en las que fue inscrito y tuvo una juventud desenfrenada. En 1975, con apenas 17 años y sin licencia de conducir, chocó el vehículo que conducía y en el accidente, jamás aclarado, murió su acompañante, Natalia Ducci. Los agentes de seguridad que llegaron a hacerse cargo del caso intentaron ocultar su responsabilidad lanzando el cuerpo de la joven a una alcantarilla. La experiencia no logró escarmentarlo y, en 1976, Lucía y Augusto decidieron enviarlo a Estados Unidos, nuevamente con la ayuda de Contreras, quien preparó su salida con identidad falsa.

Augusto Osvaldo estaba ya casado con María Verónica Molina al momento del golpe, pero no por eso dejó de atormentar a sus padres con su conducta. Tuvo un accidente absurdo en Punta Arenas, el cual lo obligó a abandonar las armas: haciendo señales a un camión para que estacionara en reversa, hizo que el vehículo lo aplastara contra una reja. El incidente avergonzó a su padre, quien declinó visitarlo en el hospital. En 1975, también decidió mudarse a Estados Unidos con su esposa, pero regresó en 1979, involucrándose una y otra vez en negociaciones turbias con entidades del Ejército, que obligaron a su padre a desautorizarlo. Lucía Hiriart, que siempre intentó protegerlo de la furia paterna, fue el único obstáculo que tuvo el patriarca para declararlo interdicto, como le sugiriera Mónica Madariaga.

Lucía, la mayor de los hermanos y simpatizante DC antes del golpe, sufrió una transformación ideológica similar a la de su madre y se ubicó en el bando nacionalista de la dictadura, oponiéndose a cualquier intento de apertura política, pero también a los Chicago Boys. Con su madre, compartió la amistad con Manuel Contreras y Álvaro Corbalán. No obstante, también se separaría y volvería a casar más de una vez, generando la indignación de su madre pues socavaba la superioridad moral con que ella intentaba ordenar el comportamiento de quienes se cruzaban a su paso. Como su hermano Augusto, Lucía también se involucró en negocios de dudosa legalidad que no fueron investigados por la justicia sólo por la omnipotencia del gobierno de su padre.

La tímida y silenciosa María Verónica fue la única que se mantuvo al margen de los escándalos sexuales y amorosos. No obstante, Pinochet vio en su marido, Julio Ponce Lerou, la combinación de serenidad y astucia que hubiera querido en sus hijos y lo premió con su confianza y con posiciones de privilegio que le permitieron enriquecerse rápidamente. El hálito de ilegalidad en las negociaciones de Ponce Lerou le ganaron el apodo de “yernísimo” en la prensa opositora, pero poco impacto tuvieron los cuestionamientos sino hasta mucho tiempo después, ya separado de María Verónica y desprovisto del escudo protector de la familia Pinochet.

El poder de Lucía

Hay distintas interpretaciones sobre el poder real que tenía Lucía Hiriart en el régimen militar. “Es activísima y eficaz”, afirma el biógrafo de Pinochet, “pero también imperiosa y absorbente. No acepta sombra ni competencia, y resulta mortal despertar sus iras. La rodea —ley eterna de estos casos— una pequeña corte: admiradores, pero también aduladores de ambos sexos, pero principalmente mujeres, que gozan empujándola a emplear su punch”.

Autor: Alejandra Matus
Editorial: B De Bolsillo
Categoría: Biografía
Año: 2020
Idioma: Español
N° páginas: 279

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