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13 de Enero de 2022

Gina Rippon, neurocientífica: “El estereotipo del cerebro femenino y masculino es dañino, y distrae, por decir lo menos, al progreso y la formulación de políticas públicas”

Gina Rippon Archivo personal

La destacada neurocientífica británica se abocó a romper el mito de que, por una razón biológica, el cerebro de las mujeres está mejor cableado para sentir empatía, pero no para ejercicios de lógica. En esta entrevista con The Clinic, Rippon explica cómo los estereotipos y constructos de género le ganan -a veces- la pulseada a los datos duros; y entrega una serie de recomendaciones para hacer frente a lo que ella define como “neurosexismo”.

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Su misión es clara: la neurocientífica Gina Rippon quiere romper el mito de que existe algo así como un “cerebro femenino”. Esa idea de que, por una razón puramente biológica, la cabeza de las mujeres está mejor cableada para el multitasking y la empatía, mientras que la de los hombres, para la lógica y las ciencias.

No. Según la destacada investigadora británica, lo que opera detrás de esa afirmación son los estereotipos y los constructos de género. En otras palabras, las imposiciones culturales que buscan encasillar en pocos atributos lo que es ser un hombre o una mujer. Porque en los datos duros, dice Rippon, las diferencias a nivel cerebral entre ambos sexos son ínfimas.

Esa es la tesis que la académica de la Universidad de Aston esgrime en su libro “El género y nuestros cerebros: La nueva neurociencia que rompe el mito del cerebro femenino” (2019, Galaxia Gutenberg). Ahí releva una serie de conceptos que desafían al discurso hegemónico, y que le han valido más de un choque con otros estudiosos del área.

Gina Rippon

Está, por ejemplo, la noción del “neurosexismo”, central en el sistema que plantea Rippon, y que ella misma entiende como “la práctica de afirmar que existen diferencias fijas entre los cerebros femeninos y masculinos, usada para explicar la inferioridad o inadecuación de las mujeres para ciertos roles”.

También habla de la “neurobasura”, en referencia a esos bestsellers que, basándose en algunos elementos dispersos de la neurociencia, esbozan caricaturas de la mente femenina, plagadas de límites y afirmaciones tajantes.

De todo esto y más conversó Gina Rippon en entrevista con The Clinic. La autora, además, fue invitada a participar este 21 de enero en la última jornada de Congreso Futuro 2022, específicamente en las charlas del programa “Digitalizadas: Hackear lo binario”.

-Usted afirma que no existe algo así como un cerebro masculino o femenino. ¿Cuál fue el camino que derivó en esa conclusión?

-Mi trabajo a diario, por así decirlo, es analizar los trastornos del desarrollo, en particular los trastornos del espectro autista. Así que estoy realmente interesada en cómo los cerebros llegan a ser diferentes. No es el tipo de investigación neurocientífica común que analiza el área del lenguaje en el cerebro; asumiendo que todos los cerebros son más o menos iguales. Estoy interesada en observar las diferencias en los cerebros. Y una vez que comienzas a observar esas diferencias, la historia que escuchas una y otra vez es, bueno, por supuesto, la diferencia profunda entre los cerebros masculinos y femeninos.

-¿Desde cuándo se hablaba de esta “diferencia profunda”?

-Desde finales del siglo XVIII. La idea estaba arraigada a una larga cadena argumentativa de que los cerebros masculinos y femeninos son diferentes, con distinciones en términos del comportamiento de las personas, y lo que eso significa en términos de personalidad, temperamento, habilidades, logros, etc. Entonces, estaba esta cadena argumentativa, y pensé fijarme en eso, porque podría darme mucha información sobre estas formas particulares en las que surgen estas diferencias. Y una vez que comienzas a mirar las investigaciones, particularmente del siglo XXI, o bajo una óptica del siglo XXI, y tomando en cuenta dos siglos de investigaciones anteriores, comienzas a decir: “En realidad, muchas de estas conclusiones se sacaron antes de que pudiéramos mirar cerebros humanos vivos intactos, en humanos vivos intactos”.

-¿A qué la llevó eso?

-Empecé a mirar hacia atrás en la historia de las investigaciones. Y lo que surgió fue una clara evidencia de que se partía de la base de que los cerebros masculinos deben ser diferentes de los cerebros femeninos. Y toda la investigación científica, y los procesos apropiados, se habían basado en este tipo de agenda de “encontrar la diferencia”.

-¿Y a qué llegó?

-A que estamos viendo dos grupos (el de hombres y mujeres) en los que los datos (que refieren al cerebro) coinciden enormemente, lo que significa que no se puede decir nada sobre un individuo, su cerebro, o su comportamiento, sabiendo que es hombre o mujer. Y me dije: el siglo XXI tiene nuevas formas de hacer estas preguntas, y realmente deberíamos usar estas formas, porque el estereotipo del cerebro femenino y masculino es bastante dañino y distrae, por decir lo menos, al progreso y la formulación de políticas públicas.

Crédito: Cortesía de Gina Rippon.

-¿Es esta una concepción transversal en la comunidad de la neurociencia?

-Depende desde adónde estés mirando (…). Si alguien está, por ejemplo, investigando el Alzheimer o el Parkinson -enfermedades del cerebro-, hay evidencia clara de que hay diferencias de sexo a nivel epidemiológico. Y, nuevamente, estamos hablando en promedio, porque hay tasas más altas de Alzheimer en las mujeres y tasas más altas de Parkinson en los hombres. Por lo tanto, es importante que entendamos el papel de la diferencia sexual, o la influencia del sexo, para responder a esa pregunta.

“Pero otro tema es afirmar que los hombres son mejores en la lectura de mapas, o que las mujeres realizan mejor el multitasking (multitarea). O que las mujeres son naturalmente más empáticas y cariñosas, y que los hombres son naturalmente más lógicos y mejores en ciencias, etc. Cuestionar eso no es bien visto dentro de la comunidad científica; o es una idea nueva, porque se ha arraigado la afirmación de que hay diferencias, para justificar, si se quiere, la existencia de las mismas. Desde siempre se supuso que la sociedad estaba estructurada en cuanto a la inferioridad de las mujeres. Entonces, claramente debían tener cerebros inferiores. Nos hemos movido un poco de la ‘inferioridad’, y ahora hablamos de ‘complementariedad’, con diferentes conjuntos de habilidades, haciendo que un tipo de persona sea más útil, en general, para apoyar al otro”, señala Rippon.

-Entonces, su mirada no es transversal…

-Tiene que haber un cambio de mentalidad en la ciencia para que se acepte. Por lo tanto, hoy no es universalmente aceptada, y debes tener mucho cuidado en cómo haces la pregunta, o cómo planteas el cuestionamiento, porque la gente puede ponerse a la defensiva y acusarte de ser una negadora de las diferencias por sexo.

-¿Cree que esto deba a que todavía prima un paradigma patriarcal en el mundo de las ciencias?

-Ese podría ser un aspecto. Me gustaría pensar que no es así (se ríe). Ciertamente, si miras hacia atrás, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, focalizándose en los emergentes y masculinos científicos del cerebro, realmente creían en la inferioridad de las mujeres. Y no había vergüenza en hacer esa declaración, así que claramente había una cuestión de patriarcado. Y en toda la historia de la ciencia, está la exclusión de las mujeres (…). No creo que (hoy) haya científicos varones que estén desesperados por investigar para demostrar que el cerebro masculino es mejor en X, o mejor en Y. Porque todo el mundo puede ver cuán coincidentes son los datos.

Crédito: Cortesía de Gina Rippon.

“Creo que (en la comunidad) tal vez hay ecos de un patriarcado pasado, y una especie de juego de poder… Y cuestionarlo significa que tienes que anular un par de siglos de creencias profundas, que produjeron artículos científicos publicados. Mucha gente se pregunta: ‘¿Estaban todos los científicos equivocados en el pasado?’ Y tienes que decir: ‘Bueno, lo estaban mirando desde una óptica diferente, con diferentes técnicas y diferentes entendimientos.’ Así que no estaban necesariamente equivocados, sino que mal guiados”, puntualiza, no obstante, Rippon.

El origen de la “neurobasura”

-Usted acuñó el concepto de “neurobasura”. ¿Cómo se explica que esta exista?

-Creo que es casi porque, en los primeros años de las imágenes cerebrales, estas fueron víctimas de su propio éxito. Hasta la década de 1990 no tuvimos acceso a cerebros vivos intactos, en seres humanos vivos e intactos. Teníamos el EEG (electroencefalograma), que en realidad eran líneas de tinta sobre papel en movimiento. Y a alguien se le ocurrió la brillante idea de comunicar los resultados de ese mapeo cerebral mediante el uso de imágenes, con las que todos estamos familiarizados ahora. Ya sabes, la maravillosa silueta del interior del cerebro humano, con diferentes áreas de activación codificadas por colores.

-¿Qué causó ese avance?

-Mucha gente lo comprendió como que los neurocientíficos casi podían abrir una cabeza y ver las luces parpadeando. Ese fue el tipo de imagen que se dio. Era el lenguaje que se usaba. La gente hablaba de que el cerebro se encendía, por ejemplo. Y también, la interpretación de los datos todavía estaba ligada a formas de comprender el cerebro bastante anticuadas, por lo que la gente hablaba sobre el “área del lenguaje” y la actividad en el “área del lenguaje”. Eran imágenes muy convincentes, y eran buenas formas de comunicar la metáfora. Pero no siempre estaba claro que se trataba de una metáfora.

-Me imagino que es algo que se propagó rápidamente.

-En la prensa popular, tienes el Sunday Times, las revistas dominicales o los suplementos, con montones y montones de temas sobre esta razón por la cual los hombres y las mujeres son diferentes. “¡Mira qué diferentes son sus cerebros!”. Hubo una especie de selección de imágenes, sin ninguna explicación de lo que mostraban esas imágenes. Mucho de eso pasó, y se volvió muy popular entre lo que llamé “gurús de autoayuda”: personas que daban consejos sobre relaciones, o carreras profesionales… Para algunos fue un regalo. Porque si crees que los niños y las niñas estaban destinados a diferentes carreras, o que los hombres y las mujeres aportan cosas distintas a una relación; luego tenías estas imágenes maravillosas que decían “es por eso que eres así, porque así es tu cerebro”.

-Una explicación conveniente.

-Estaba claro, cuando te empezabas a adentrar en estos libros, que fueron escritos por no expertos, que no hicieron mucho esfuerzo por entender lo que estaban viendo. Tomaron esto de que “aquí está el cerebro encendiéndose en el ‘punto de dios’, o el área del amor, o el área de la felicidad”. Y fue una gran historia, pero desafortunadamente, comenzó a socavar lo que la neurociencia realmente estaba encontrando. Y la neurociencia en sí misma se puso un poco ansiosa, alrededor de 2012, cuando los neurocientíficos decían: “Detente. Necesitas entender realmente lo que estás viendo. Este no es el cerebro humano en tiempo real. Este es el resultado de una larga cadena de análisis estadístico, y manipulaciones de imágenes”.

-Entonces, la neurobasura es…

-Personas que estaban hablando basura, y usando estas imágenes para ilustrarla.

Rippon en una charla en Sidney. Crédito: Cortesía de Gina Rippon.

-Espero no caer en eso, como reportero.

-No, no. Creo que otra área involucrada en esto son los propios científicos. Y creo que, con las imágenes, el algún punto levantaron la mano y dijeron: “Tenemos que tener un poco de cuidado”. Pero, en realidad, los propios científicos, con el lenguaje que usan, ya sabes, hablando de que las cosas son “esenciales”, o “significativas”, “profundas”, o “fundamentales”… Si no eres científico -o como periodista-, y estás buscando historias o información sobre una historia, tomarás lo que dice el científico y lo pasarás por tu propio filtro. Por lo tanto, los científicos deben tener mucho cuidado, al igual que los periodistas.

Los impactos del “neurosexismo”

-¿Qué daño causa el “neurosexismo” a la sociedad?

-Pienso que causa mucho daño. Originalmente, estaba instalada la idea de que las mujeres no hacían ciencia porque no podían; porque no tenían el tipo de cerebro adecuado. Luego, comenzó a cambiar la historia, y la gente dice: “Bueno, podrían hacer ciencia”. Condescendientemente dijeron: “Parece que son tan buenas en ciencias como los hombres”. Aún así, (estadísticamente) las mujeres eligen no hacer ciencia. Y volvemos a la idea de que debe haber algún tipo de preferencia, biológicamente determinada.

“Las mujeres están tremendamente subrepresentadas en la ciencia, lo cual es muy malo para la ciencia. La ciencia necesita más científicos, de cualquier género. Entonces, si el 52% del mundo parece no estar interesado en la ciencia, es algo que la ciencia debe entender”, reflexiona Rippon.

-Esto cala profundamente en la formación de los niños.

-No es necesariamente neurobasura, pero aun así se puede ver a gente hablando de que los cerebros son diferentes. Entonces, las políticas educativas están determinadas por las interpretaciones de lo que dicen los neurocientíficos y, a veces, por malas interpretaciones. A los maestros se les dice que los niños aprenden de manera diferente a las niñas. Todos los niños son así, y todas las niñas son asá, lo que perjudica enormemente al menos a la mitad de cada una de las dos poblaciones.

-¿Cómo podemos enfrentar este fenómeno?

-Creo que lo que podemos hacer es ciertamente alzar la voz. El siglo XXI se caracteriza por ese bombardeo de género muy dramático, particularmente en marketing, con juguetes, ropa, libros, redes sociales y videojuegos, en particular. Por lo tanto, hay que estar atento a eso y tratar de contrarrestarlo.

-En esa misma línea, ¿Es posible educar a los niños en un contexto de neutralidad de género?

-En un documental que la BBC hizo en el Reino Unido, entraron a una sala de clases con niños de 6 a 7 años, para ver cómo operaban los estereotipos de género, con el plan de estudios, el comportamiento de los maestros, y las expectativas de los niños sobre sí mismos. Hicieron todo lo posible, en seis semanas, para contrarrestar estos estereotipos. Y hubo cambios bastante dramáticos, como la confianza en sí mismas de las niñas. Imagínate que una niña de 6 años dijo: “Sería lindo ser un niño, porque podrías llegar a ser presidente”, porque ella ya creía que estaba fuera de su alcance. Los niños son detectives del género desde muy temprana edad: los niños de 6 años ya han tenido al menos 4 años de experiencia fijándose en esto.

“(La educación en un contexto de neutralidad de género) es lograble, hasta cierto punto, simplemente estando alerta al hecho de que todos los superhéroes son hombres, o que las personas que necesitan ser rescatadas en los cuentos de hadas son princesas. Hay un movimiento para cambiar eso. Es bastante interesante que Lego, por ejemplo, el año pasado, después de una gran encuesta que analizó los estereotipos de género, ahora se comprometió a no orientar su marketing de juguetes hacia los niños varones. Y el gobierno francés, de hecho, también prohibió el marketing de género en los juguetes. Creo que la gente finalmente está empezando a comprender lo importante que son algunas actividades que parecen triviales, pero que cuando te das cuenta de lo flexibles y ansiosos por aprender que son estos pequeños cerebros, tendrán un efecto bastante profundo. Entonces, ser capaz de lidiar con eso, con suerte, y con los dedos cruzados, marcará la diferencia”, cierra la neurocientífica.

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