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Entrevistas

27 de Diciembre de 2021

Constanza Michelson y la esperanza: “Terapéuticamente, esa es la palabra que necesitábamos”

Fotografía: Mónica Molina

“La esperanza le ganó al miedo” fue la frase que marcó el triunfo de Gabriel Boric como Presidente electo. Desde el ámbito del psicoanálisis, la escritora Constanza Michelson reflexiona en torno al significado que adquiere la esperanza hoy y cómo se ve amenazada por la sombra del miedo. “Este tipo de esperanza podría ser una especie de bisagra entre la salud mental y la salud social”, señala.

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En el área de la comunicación política, conceptos como la esperanza y el miedo juegan un rol importante al momento de apelar a las emociones del electorado. Aunque generalmente están presentes en las campañas políticas, en su concepción más abstracta, estos términos no se habían visto tan claramente como en esta Segunda Vuelta Presidencial.

Mientras que José Antonio Kast apeló a la inseguridad que agobia a un importante sector de la población, Gabriel Boric decidió arriesgarse con una apuesta por la esperanza, el deseo por un mejor mañana. Es así como en los últimos meses de campaña, el ahora Presidente electo tuvo como principal lema “Que la esperanza le gane al miedo”, el que tomó aún más fuerza tras su triunfo electoral. Mediante esta frase, el Presidente electo buscó oponerse a aquello que representaba José Antonio Kast, quien a través de la inseguridad quiso conectar con los miedos más profundos de las personas: la delincuencia, el narcotráfico, la violencia.

Tras los resultados del pasado domingo, donde Gabriel Boric obtuvo el 55,9% de los votos en lo que fue la elección de mayor participación desde el voto voluntario, la psicoanalista y también columnista de The Clinic, Constanza Michelson, publicó una reflexión sobre la esperanza en su cuenta de Instagram. “Que la esperanza le gane al miedo, está lejos de ser solo una diferencia programática, es una posición antropológica que crea un mundo de diferencia”, indica en el escrito.

En esta entrevista, la autora de libros como “Hasta que valga la pena vivir” (2020) y “50 sombras de Freud” (2015), profundiza en su análisis sobre la esperanza y el miedo, dos elementos que se contraponen y en los que influye también la incertidumbre. En sus palabras, la esperanza llegaría a instalarse en un momento crucial para la sociedad chilena, donde nada podría ser más terapéutico que confiar en la posibilidad de un futuro.

Fotografía: Mónica Molina

-En primer lugar, ¿de qué forma la emocionalidad se convirtió en un elemento clave en esta campaña presidencial?

-Siempre hay una historia psicológica y emocional que acompaña a la historia política. Hay campañas donde eso se inflama más que en otras. Además, nos toca una época en que las redes sociales son un componente que también inflama lo emocional, porque potencian las reacciones instantáneas, cancelando el tiempo que requiere el pensamiento reflexivo. En estas elecciones, la frase “La esperanza le ganó al miedo” con la que termina Boric su campaña, es bien interesante. El miedo es una reacción adaptativa. Utilizarlo en política tiene algo de perverso, porque apunta a pensar un futuro apelando al retorno a un supuesto pasado mejor, en la fórmula de Trump. Hay políticos de la ultraderecha en el mundo que, frente a la incertidumbre propia de una época bisagra, usan el miedo legítimo y responden desde la zanja, los muros, el pasado. Es una fórmula bien canalla, porque está hecha para retener un poder, no para hacer un mundo. Esa me parece que es una salida muy perversa de la política ultraderechista a nivel global.

En estas elecciones, la frase “La esperanza le ganó al miedo” con la que termina Boric su campaña, es bien interesante. El miedo es una reacción adaptativa. Utilizarlo en política tiene algo de perverso, porque apunta a pensar un futuro apelando al retorno a un supuesto pasado mejor, en la fórmula de Trump”.

-¿Cómo Gabriel Boric y José Antonio Kast apelaron a las emociones de los electores durante sus campañas?

-Lo hicieron siempre, de manera consciente e inconsciente. Creo que ni Gabriel Boric ni José Antonio Kast eran candidatos que creyeran, al principio, que iban a llegar hasta el final de la carrera. De pronto, José Antonio Kast vio que inflamar el miedo cayó en un minuto en donde eso prendió. Luego, trató de administrar esa emoción y se quedó sin discurso. En el caso de Boric, trató de apelar a una emocionalidad que al principio no funcionó y después de la primera vuelta se dio cuenta que no era el camino. La juventud, lo nuevo, el cambiar todo y alentar a ese tipo de esperanza generó más miedo que esperanza. Lo que es interesante, durante la segunda vuelta, fue entender que esa fiesta juvenil dejaba a demasiada gente afuera. De pronto, se preguntó qué significa hablarle a todos y todas. Y ahí, él dice algo bien importante en el discurso final. Dice que acá hay una herencia, que no llegamos a hacerlo todo nuevo. Por el contrario, es una idea muy propia de la cultura neoliberal, donde lo viejo se desecha rápidamente y todo nace de la nada.

-“Que la esperanza le gane al miedo” se transformó en el principal lema de Boric en los últimos meses de su campaña. ¿Qué rol jugó la palabra esperanza en su campaña?

-La esperanza es interesante. Es una palabra que no se usaba hace mucho tiempo. Puede sonar un poco inocente, porque la parada de los inteligentes, que ha sido más atractiva en el último tiempo, es la del nihilismo. La posmodernidad tiene como base la descreencia: no creo en nada, nada importa, no hay futuro. Entonces, volver a usar la palabra esperanza me parece que es retomarla de una manera que es, en cierto punto, contracultural. Instalarla, decir que el ser humano puede hacer algo para mejorar sus condiciones de vida, que hay algo que esperar. No esperar en el sentido neurótico de lograr esta utopía, lo que siempre sale mal. En la vida individual y en la vida de los pueblos, cuando se trata de alcanzar una cuestión idealizada, siempre quedan muertos en el camino y se genera frustración. Más bien, esta es una posición de espera como actitud práctica y espiritual para sobrevivir. Es una posición antropológica: el ser humano puede. Eso es ético, es político.

“José Antonio Kast vio que inflamar el miedo cayó en un minuto en donde eso prendió. Luego, trató de administrar esa emoción y se quedó sin discurso. En el caso de Boric, trató de apelar a una emocionalidad que al principio no funcionó y después de la primera vuelta se dio cuenta que no era el camino. La juventud, lo nuevo, el cambiar todo y alentar a ese tipo de esperanza generó más miedo que esperanza“.

-Desde el ámbito del psicoanálisis, ¿qué impacto puede tener un mensaje como este en las personas, más allá del programa o el sector al que pertenezca?

-El mensaje es lo que se juega un porcentaje importante en las campañas. Hay algo de los grandes ejes programáticos, pero ni siquiera el detalle, a menos que hayan detalles que sean polémicos. Lo que se juega mucho es, precisamente, una idea de mundo. Si acaso va a haber mundo o no. Es súper importante cuando uno se pregunta qué es el futuro. El futuro no es la innovación, podemos tener una potencia técnica que crece exponencialmente, pero eso no es garantía de que haya mundo. Ahí pienso en la definición que me gusta mucho de Hannah Arendt, que dice que el mundo no es algo dado, siempre se puede caer. Eso no se nos puede olvidar. El mundo humano es un artificio, un pacto. Lo común es la responsabilidad de vivir juntos, y la diferencia tampoco es identitaria, sino que somos diferentes porque tenemos la distancia psicológica que debiera dar la política para que podamos pensar diferente. En las campañas políticas, uno debiera pensar si acá se propone mundo o no.

-En el caso de Kast, ¿se proponía mundo?

-Me parece que la ultraderecha no propone mundo. Propone muros, defenderse de algo. Mientras que la idea de esperanza tenía esa cualidad, por eso me parece que es una palabra tan interesante para la época. Podemos esperar lo siguiente: el ser humano puede hacer algo por sus condiciones de vida. Eso, en la vida psicológica individual, es tan fundamental como la vida psicológica de los pueblos. Este tipo de esperanza podría ser una especie de bisagra entre la salud mental y la salud social como concepto.

Me parece que la ultraderecha no propone mundo. Propone muros, defenderse de algo. Mientras que la idea de esperanza tenía esa cualidad, por eso me parece que es una palabra tan interesante para la época”.

-¿Cómo se contrapone esta esperanza al concepto del miedo, palabra que se asoció a aquello que representaba el candidato José Antonio Kast?

-Yo creo que un error de la izquierda, desde el principio, fue el triunfalismo. Después del estallido tomaron una actitud ganadora. A propósito de la psicología colectiva, eso también genera resentimiento, una resistencia. Hay un anticomunismo en Chile, estamos de acuerdo, pero esa actitud generó rechazo. En la campaña de la segunda vuelta, creo que se encargaron de modificar por completo esa posición por una de humildad, inclusiva de verdad. Por una parte, este triunfalismo fue el que generó resentimiento y pudo haber alimentado el miedo. Ahí entró José Antonio Kast, porque esa actitud de triunfalismo asusta.

-Aspectos como la falta de seguridad, la pandemia y una economía inestable son parte de los mayores miedos que tiene la población, los que se relacionan con un constante sentimiento de incertidumbre. ¿De qué manera la incertidumbre puede hoy aumentar el miedo o disminuir la esperanza?

-La palabra incertidumbre se viene instalando hace rato. Antes de la pandemia incluso, aunque la pandemia la profundizó, sin lugar a dudas. Venía desde antes, porque con la caída del Muro de Berlín se decreta el fin de la historia. La posmodernidad es una especie de simulacro de un presente perpetuo. Nada nuevo hasta que empieza a aparecer la palabra incertidumbre. Mi hipótesis es que empezó con la crisis económica de 2008, donde aparecen súper fuerte los movimientos sociales. Empezó esta idea de que no hay futuro porque el planeta se está derritiendo y ya no hay ninguna certeza. Todo esto sumado a que, en general, la vida tiene una cuota de incertidumbre.

-¿Cómo se utiliza el discurso para transmitir esa incertidumbre?

-Que el discurso de la economía tome esa palabra para operar políticamente, con un discurso que aparentemente es solo técnico, me parece que eso no es cierto. No digo que los movimientos de la bolsa no generen problemas muy reales, eso es cierto, pero son problemas que igual son provocados primero por una emoción política. El día en que ganó Boric se decía en redes sociales que subiría el dólar. Bueno, ¿pero quién hace que suba el dólar? Es sociológico, el miedo hace que suba el dólar y eso tiene consecuencias. Entonces, también hay un uso político con la cuestión de la incertidumbre. Y más bien, lo que uno debiera pensar respecto a la incertidumbre, es que como vivir tiene una cuota de incertidumbre, el punto es cómo la política hace lo mejor posible para evitar que sigan habiendo masas de personas cruzando fronteras, muriendo en el desierto o en el mar. Cómo hacer que haya un sistema de salud en caso de que haya una pandemia para que no estemos peleándonos a combos por tener una vacuna. Creo que ese es el esfuerzo de la política.

El día en que ganó Boric se decía en redes sociales que subiría el dólar. Bueno, ¿pero quién hace que suba el dólar? Es sociológico, el miedo hace que suba el dólar y eso tiene consecuencias. Entonces, también hay un uso político con la cuestión de la incertidumbre”.

-¿Cuál es el alcance que ha tenido el miedo en la mente de las personas durante este período?

-Todo indica que se va a insistir en el tema del miedo. Que suba el dólar, que Maduro va a asesorar al ministro de no sé qué (ríe). Si uno se mete a Twitter, de eso se ha tratado todo el rato. El desafío para la derecha es distanciarse de la ultraderecha, si es que se quiere todavía mantener una derecha liberal. Y ver qué puede prometer, que sea más allá del discurso del dólar. El desafío está en ver qué mundo están pensando. Por el lado de la izquierda, el desafío está en tampoco tentarse a pensar en esta idea de un pueblo homogéneo, donde todos quisieran lo mismo. La ciudadanía es totalmente heterogénea, seguramente hay unos mínimos que son el acuerdo para vivir mejor, pero no se puede esperar que las personas no sientan miedo. No se puede suponer que hay un pueblo con demandas homogéneas y esperar a que las personas hagan cosas heroicas y sacrificiales.

-El discurso de Gabriel Boric, que se vio acompañado por miles de personas, continuó en la línea de la esperanza. ¿Qué significado tiene este discurso, desde el punto de vista de las emociones?

-Esta idea de que la esperanza le ganó al miedo habla de una apertura. Cuando tú esperas más del ser humano, no más en el sentido del éxito, de la acumulación, sino que en el sentido de que el ser humano puede crear, hacer política, amar, pasan cosas distintas a si tú crees que el ser humano es una categoría. Cuando se te dice todo el tiempo que hay un enemigo peligroso, que tenemos que hacer zanjas, no hay creación. Eso va matando al ser humano desde el punto de vista existencial y nos va estrechando el mundo y la cabeza. Luego, nuestras reacciones empiezan a ser más impulsivas, hay un empobrecimiento de los gestos, nos volvemos más destructivos. La esperanza, de algún modo, es una posición más arriesgada, pero más hermosa también desde el punto de vista antropológico. Eso nos hace bien psicológicamente y socialmente.

Cuando se te dice todo el tiempo que hay un enemigo peligroso, que tenemos que hacer zanjas, no hay creación. Eso va matando al ser humano desde el punto de vista existencial y nos va estrechando el mundo y la cabeza.

-Muchos de sus partidarios señalaron que fue una especie de “terapia”…

-La política tiene algo de terapéutico cuando hay un hilo, una genealogía. Algo calma. Además de esta guerra generacional que se instaló hace algún tiempo, esa tensión generacional no permite hacer una mesa común. Hay una herencia, no se puede negar, pero tampoco sirve cuando es pura repetición. El punto es que con la herencia, el escritor Philip Roth dice que aunque uno herede un pedazo de mierda, siempre estamos obligados a hacer un trabajo con esa herencia. Hay que hacer algo, no se puede negar y tampoco se puede repetir exactamente igual. Ese es el trabajo de cada generación, asumir que hay una deuda simbólica que pertenece a algo, pero que también se abandona ese algo. Y eso no nos estaba pasando hace mucho rato. Había una especie de idealización de la juventud y, al mismo tiempo, una especie de criminalización de la juventud. Lo mismo con los viejos, entre la idealización y la criminalización.

La esperanza, de algún modo, es una posición más arriesgada, pero más hermosa también desde el punto de vista antropológico. Eso nos hace bien psicológicamente y socialmente“.

-Por último, se habla mucho de la esperanza como una idea más abstracta, pero en concreto, ¿qué sentido adquiere la palabra esperanza en tiempos como estos?

-Este tipo de esperanza, la espera, es una actitud práctica y espiritual para la supervivencia. Es la fe, no teología en el sentido de esperar que un dios provea, sino que la fe en que puede haber. Cuando le das tiempo al otro para que resuelva, eso requiere tiempo y fe desde el otro lado. Se requiere una disposición y un respeto al dar ese tiempo. Entonces, por eso la esperanza tiene que ver con la espera. Hoy no esperamos nada, apretamos botones para que nos llegue comida o para tener sexo con alguien. Todo nuestro progreso técnico nos lleva antropológicamente a acortar la paciencia. La esperanza, la espera, son cuestiones que anudan la ética. Resolver lo que me toca en mi pedazo de mundo implica la ética. Quizás eso hace tan interesante que haya aparecido, que tiene algo de inconsciente. Terapéuticamente, parece que esa es la palabra que necesitábamos. Ojalá, en vez de hablar de salud mental y de tanto diagnóstico, se empezara también a aplicar eso en el campo de la psicología individual, que harta falta hace. Tenerle fe a las personas, que pueden ser responsables de su pedacito de mundo también.

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