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17 de Marzo de 2022

César Hidalgo, físico chileno, tras su desahogo en redes sociales: “Yo tenía una posición de prestigio en el MIT, pero no era una persona muy feliz ahí”

La imagen muestra a Cesar Hidalgo vestido de negro Archivo personal

Tras relatar en Twitter el proceso en que no le dieron la titularidad en el MIT y su búsqueda por respuestas, César Hidalgo cuenta a The Clinic el impacto de esa historia en su vida. También ahonda en sus aprendizajes y reflexiones acerca de la Academia, la meritocracia, la felicidad y el reconocimiento. Y dice que todo lo ocurrido lo ha hecho más empático: "es difícil tener empatía sin tener una experiencia de dolor", concluye.

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Su publicación llegó a más de cinco millones de personas. Y en ella, César Hidalgo no hablaba de complejidad económica. Ni de visualización de datos. Tampoco de inteligencia artificial aplicada. En el texto publicado en Twitter y replicado miles de veces, el físico chileno-hispanoamericano, quizás por primera vez, hablaba de un plano personal. De sufrimiento. De su sufrimiento en el MIT.

En el post, César Hidalgo relató el proceso luego de recibir una carta que le negaba su titularidad en el Instituto. “Nunca me dieron una razón y la única carta que recibí me dijo que revisara el sitio”, afirmó.

Esto, pese a que sus contribuciones han sido reconocidas con numerosos premios, a que tiene miles de papers publicados revisados por pares y a que es autor de tres libros (Why Information GrowsThe Atlas of Economic Complexity y How Humans Judge Machines).

Meses después, en búsqueda de respuestas, solicitó reunirse con el presidente del MIT, el ingeniero venezolano-estadounidense Leo Rafael Reif. “Finalmente obtuve ‘una respuesta’. El presidente del MIT me dijo que la titularidad no se trataba de investigación, productividad o mérito. Se trataba de la política de la oficina y ser querido por el departamento”, detalló

Todo ese proceso, planteó el físico en su publicación, “lo cambió”.

Hoy, César Hidalgo, quien lidera el Centro de Aprendizaje Colectivo del Instituto de Inteligencia Artificial y Natural (ANITI) de la Universidad de Toulouse y es profesor honorario en la Universidad de Manchester y visitante en la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de Harvard, acepta conversar con The Clinic sobre lo ocurrido y destaca la importancia de haber compartido su experiencia en redes sociales.

“En esas plataformas uno tiende a compartir lo que hace, publicaciones, etc. Hay personas que le ven utilidad a eso, pero por otro lado también se genera un ambiente de falta de empatía contra la persona. Uno pasa a ser casi como un esclavo, una máquina. Creo que se generó una empatía de ida y de vuelta, de personas que dijeron ‘oh, nunca había pensado que a ti te pudiera pasar algo así o que tú te pudieras sentir así’. Y al final, soy una persona como cualquier otra, con emociones similares a las de otras personas”, comenta en esta conversación.

-Su salida del MIT sucedió ya hace un par de años. ¿Por qué sacar a la luz ahora el proceso que usted vivió?

-Creo que hay varios motivos. Por un lado, cuando uno tiene aspectos de la historia de uno, de esta historia personal que no se conocen públicamente, pero a su vez uno es una persona en parte pública, hay una cierta carga psicológica que uno lleva. Entonces hay una cierta motivación, no es tan de ‘por qué ahora’ y no ayer, ni mañana, no es una estrategia en ese sentido, sino que es como llegar a un punto donde el pasado está lo suficientemente lejano para que uno ya pueda contar esa historia con un poco de distancia, pero también es una manera de poder compartir y llevar afuera esa carga.

-Y cuando lo hizo, ¿a qué se enfrentó?

Mmm… Los mundos profesionales de todo tipo, no sólo el académico, tienen mucho de chismes, de conventillo a veces y, de cierta manera, este tipo de situaciones donde hay una situación de rechazo pueden ser dolorosas. Compartir eso creo que te ayuda a sacar esa carga. Por otro lado, la publicación fue vista por casi cinco millones de personas, y mucha gente después también se acercó a mí a contarme de situaciones similares. Entonces, también hay una suerte de empatía social, en la cual uno sabe que hay otras personas que han pasado por situaciones similares. Y al compartirlo de esa manera -porque mi intención no fue agresiva, en el sentido que no estoy haciendo ninguna demanda ni nada de eso-, contándolo emocionalmente, desahogándome, yo sabía que le iba a llegar desde el punto de vista emocional muy fuerte a personas que hubiesen tenido una situación similar. Y esa empatía ayuda también a esas personas a sanarse, a darse cuenta que no están solas, o solos en el mundo, porque muchas veces ese tipo de situaciones las tendemos a vivir y a llevar solos. Esa empatía específica para mí era algo importante, y en ese contexto pude sacarse la carga de encima, porque ya no hay secretos. Y a la vez hay una comunidad, y hay una oportunidad de compartir y escuchar y para mí eso ayuda a sanar. Al final fue más que nada una decisión de salud mental más que de otro motivo.

-No podemos negar que usted es un personaje público. ¿Siente que es el deber de personas como usted de ahondar en reflexiones de este tipo, que aborden salud mental, abuso o injusticias laborales?

No, no creo que haya un deber, en el sentido que creo que la opción de contar o no es personal y si una persona no quiere contar su historia, o la quiere contar después, o no la quiere contar nunca, no creo que tenga como un deber o una obligación de hacerlo. Pero creo que, como persona pública, uno sí tiene la oportunidad de poner un cierto tema en la mesa, o de contar una historia con lecciones para uno y para otros, y para mí eso es importante, y para eso se necesita la distancia. De hecho, esta es una situación que a mí sí me causó mucho dolor y mucho malestar, pero ahora que ya tengo una cierta distancia la veo más como un aprendizaje que como una injusticia.

-¿Y cuáles diría que fueron sus lecciones o aprendizajes?

-Creo que hay lecciones de cómo uno se integra, o cómo uno calza en un cierto grupo. En mi caso, en el MIT, yo estaba en un grupo que era bastante homogéneo en varias dimensiones. En mi departamento casi todos los otros profesores venían de muy pocas geografías -de New York o de Boston– y casi todos, o la gran mayoría, había tenido un pregrado o un postgrado en el MIT. Yo era de las pocas personas externas y me costó mucho integrarme en ese contexto, porque de cierta manera tenía una cierta perspectiva de mundo un poco distinta. Creo que yo tenía una posición de prestigio en el MIT, pero por otro lado no era una persona muy feliz ahí. Y quizás sacrificar esas relaciones personales, o aceptar tener relaciones personales que son innecesariamente competitivas o incómodas para una persona que naturalmente no es así puede significar que estamos sacrificando mucho por algo que es externo, que es este objeto brillante de validación internacional, cuando en realidad uno puede ser productivo y quizás más contento sin hacer ese sacrificio. Una cosa que ya tengo clara a esta altura es que los logros no te llevan a la felicidad.

-Se suele pensar lo contrario…

-Los logros te pueden traer muchas cosas, pero la felicidad en general viene más de tener relaciones interpersonales saludables con las personas más cercanas. Con mi esposa, con mi hija, con mi suegra, con mis estudiantes, con mis hermanas, etc. Entonces, ese tipo de relaciones cercanas son lo que realmente te lleva más a esa satisfacción y los logros son para otros motivos. Quizás para generar cosas que produzcan un legado, quizás para contribuir a la generación de conocimiento, que es algo que sí me apasiona y me interesa mucho y es lo que me invita a llegar a la ciencia, pero creo que uno aprende que los logros no te llevan a la felicidad cuando uno tuvo como la oportunidad de probarlos y de darse cuenta de que realmente, había cosas que iban más allá.

-Entiendo las distinciones que hace, pero uno no puede negar que gran parte del día, para bien o para mal, se pasa en el trabajo. Hoy, tras su experiencia en el MIT, ¿considera que es importante ser feliz en el trabajo?

Sí. Yo diría que ahora estoy en un ambiente que realmente es súper agradable y eso me gusta mucho. Pero yo soy de las personas que no cree que la felicidad es todo, yo creo en el concepto de sacrificio. Cuando uno escribe un libro, uno no escribe un libro porque escribir un libro es algo que uno hace estando contento todo el rato. Ya he escrito tres libros y cada libro uno lo sufre de manera distinta. Cuando uno escribe publicaciones académicas es incluso peor, porque es como escribir un libro, pero más cortito, con mucho más dolor. Entonces creo que hay una componente de sacrificio que te ayuda a lograr cosas y a perfeccionar el arte del que uno participa. Entonces no creo que la felicidad sea todo. Pero creo que el sacrificio es mejor en un contexto de comunidad, donde básicamente uno se puede desafiar, pero también se apoyan a las personas en estos procesos, con un sentido de comunidad y de equipos mejores.

-Hablamos de felicidad y de sacrificio. ¿Pero qué pasa con el reconocimiento? Usted ha sido reconocido por sus más de 13.000 artículos científicos, tienes libros, etc., pero pareciera que en el caso específico del MIT, no fue reconocido por las autoridades del instituto…

La lección, cuando escribo la historia, es que la academia está en teoría construida sobre un sistema de meritocracia basado en la idea de que las ideas científicas son verificables y reproducibles. Entonces, si yo hago una contribución académica, eso se puede verificar y se puede reproducir. Por ejemplo, la idea de que el relacionamiento predice las actividades en que un país o una región va a entrar o salir en un futuro es algo que han reproducido cientos de académicos después de la publicación original. Yo he liderado muchos trabajos que sí han sido reproducidos y en ese contexto uno espera que si es que el trabajo es reproducible tiene ese componente meritocrático. Pero por otro lado son organizaciones en las que hay una contradicción entre la teoría y la práctica y esa es la lección.

-¿Qué le generó esto?

Lo que es doloroso de procesar es que básicamente en un contexto de meritocracia teórica, se es capaz de generar una institución de aislamiento, que evita el diálogo, usando como excusas ciertos procesos. Entonces las irregularidades que a mí me molestan son que el tipo que presenta mi caso no se junte conmigo para discutir cómo presentar mi caso, que no exista una conversación, que no se sepan cuáles son los aspectos que se deben trabajar o cómo se está llevando el caso. Creo que eso habría hecho un proceso más humano y creo que el contexto de la meritocracia teórica se genera una oportunidad para generar un proceso que es extremadamente inhumano. Imagínate que es como que tú estás en una entrevista de trabajo de siete años, donde tus compañeros de trabajo nunca te dijeron a la cara si realmente les caías bien o no, siete años, ¡siete! Eso es bastante inhumano. Y cuando te enteras de que no les caías bien es cuando todos los dados están sobre la mesa con todas las cartas tiradas. Creo que eso para mí fue algo que generó un cierto nivel de dolor bastante innecesario, porque hay un aislamiento. Básicamente estás siendo juzgado por personas que no quieren conversar contigo, ni entenderte y que argumentan que eso sería inadecuado, cuando reamente tú ves que sí ocurre en otras situaciones.

-Luego de todo eso, ¿cuáles son sus reflexiones acerca de la meritocracia?

-Creo que hay más meritocracia en la obra que en las organizaciones. La obra tiene un reconocimiento o es capaz de llegar a un reconocimiento que es distinto a una posición en una organización, que sí tiene una componente mucho más política. Y creo que esa distinción es importante, porque mucho del reconocimiento es social, es basado en organizaciones, es basado en un comité.

Lo que es doloroso de procesar es que básicamente en un contexto de meritocracia teórica, se es capaz de generar una institución de aislamiento

-Es interesante lo que plantea, porque en la actualidad, especialmente con las redes sociales, se tiende a valorar o reconocer mucho más qué hace uno a quién es uno. Pareciera ser más fácil ser reconocido por nuestros trabajos que por quienes somos.

-Pero al final para hacer un trabajo bueno uno siempre tiene que ponerse segundo, sea trabajo individual o sea trabajo en equipo. El trabajo sufre cuando el autor está delante de la obra, la obra siempre tiene que estar adelante del autor y el autor está al servicio de la obra, el equipo está al servicio de lo que construye. Nosotros, cuando construimos las plataformas de distribución de datos y todo eso, tenemos una visión crítica. O cuando escribimos papers tenemos una visión crítica, porque de cierta manera lo que importa es la calidad del producto.

Un libro con todo lo vivido en el MIT

-En el hilo que escribió, dijo que podría “llenar un libro con todo el daño psicológico” que experimentó en el MIT. Más allá de lo fuerte que es saber eso, ¿piensa realmente en escribir algo?

Sí, he pensado escribir. Creo que los momentos difíciles hacen buenas historias. Las historias no son la progresión de una vida sin dificultades. Al contrario, ¿cierto? Toda la idea de contar historias, sea en ficción o no, de cierta manera, es ser capaz de sobrellevar un desafío. Tiene que haber un desafío, tiene que haber un problema. Entonces, creo que en ese contexto aprendí muchas cosas, vi muchas cosas que muy poca gente ha visto.

-¿Como qué?

-En los 16 años que pasé en Estados Unidos, llegué a estar en TED hablando en el escenario principal, viendo cómo todos los millonarios de Silicon Valley se organizan para hacer las cenas y los almuerzos durante la semana y vi un mundo que muy poca gente ve y que es bastante bizarro: el mundo de la élite de Estados Unidos. También vi muchas cosas en la Academia de Boston, tanto que me pasaron a mí como a amigos míos, que no son positivas, pero que desde el punto de vista de historia son muy interesantes. Hay potencialmente un libro muy interesante sobre toda la caña de Boston, pero también tiene muchas capas, desde el departamento en que estaba, hasta el instituto, hasta el ecosistema de Harvard, el de la Costa Este de Estados Unidos.

-Ya que usted ahonda en la élite en EE.UU.: en su hilo, hubo un momento en que dijo sentirse más cómodo habiendo conversado en español con un venezolano-estadounidense sobre lo que estaba ocurriendo. Siendo EE.UU. un país que recibe migración latina y no siempre la trata bien, ¿sintió en algún momento un trato diferencial hacia usted tenía que ver con ser latino?

-Sí creo que hay ciertos factores de diversidad cultural que son de repente difíciles de incorporar y que llevan a mal interpretaciones.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, en Latinoamérica nosotros estamos acostumbrado a expresar nuestro entusiasmo levantando la voz.En la Costa Este de Estados Unidos, levantar la voz es peor que decir un garabato. Entonces hay ciertos patrones de interacción que las personas pueden interpretar de manera incorrecta y que no se traducen culturalmente y que generan fricciones en esa interpretación. Y cuando uno está en un ambiente muy homogéneo, como el MIT, la malinterpretación es común porque el extraño es sólo uno. Hay muchos detalles, es la expresión cultural que uno solo empieza a darse cuenta después de siete, ocho o diez años en otro país. Además, al menos la Latinoamérica que conocí yo era bastante directa. Tenemos una cultura de discutir nuestras diferencias, nos peleamos y nos arreglamos, nos peleamos y nos arreglamos, nos peleamos y nos arreglamos. La relación tiene secuencias, tiene olas de conflicto y reconciliación. Ya la cultura de la Costa Este de los Estados Unidos, que es más de elite, es una cultura que es más política, donde básicamente las cosas se mantienen a un cierto nivel de superficialidad y el conflicto y la reconciliación son más difíciles. Y como la manera de expresar emoción es distinta, eso genera patrones de miss comunication que pueden generar fricción entre las personas y que pueden generar enemistades accidentales.

Creo que hay más meritocracia en la obra que en las organizaciones.

-¿Cree que eso que ocurrió con usted lo hizo más empático? Pienso, por ejemplo, en lo que se dice, que la Academia tiende a desconocer el aporte de las mujeres, o de comunidades migrantes. ¿Es usted más empático hoy? Porque, quiera o no, es usted un hombre blanco, heterosexual, exitoso a temprana edad…

Sí, esto me abre un camino de empatía enorme, porque de cierta manera, eehm…, es difícil tener empatía sin tener una experiencia de dolor. Ser empático con dolor imaginario es una empatía quizás un poco incompleta o, incluso, más superficial. Entonces creo que sí, que ayuda mucho a la empatía porque la hace tangible. Es una empatía con garra, no una empatía que es teórica, de palabra.

-En ese sentido, ¿cree que hay un antes y un después de César Hidalgo luego de esas experiencias? ¿O no fueron tan determinantes en su vida como para decir algo así?

-No, mira, yo creo que hay muchos antes y después. En la vida es bastante común un continuo y muchas veces los “antes y después” más importantes uno no sabe incluso ni cuando pasan, sino solo en retrospectiva. En este caso obviamente hay un evento muy claro y que también abre oportunidades. Yo me pregunto, si me hubiera quedado en el MIT, probablemente yo me habría quedado ahí porque las luces son muy bonitas. Pero quizás no habría encontrado la felicidad que encontré acá en Francia. Acá en verdad es vivir en un mundo que es mágico desde el punto de vista de lo que puedo ver todos los fines de semana, de cómo me llevo con otras personas, de lo que hemos visto con mi familia, etc. Por otro lado, incluso el haber hecho Chilecracia, que fue algo que tuvo mucho impacto y que ahora vamos a sacar una publicación es algo que no habría hecho de haber seguido en el MIT, porque me calzaba con un evento en que recibimos a todas las empresas patrocinaban en el laboratorio. Entonces, por un lado, a uno le pasan cosas, pero, por otro lado, el camino que a uno las llevan es interesante.

Es difícil tener empatía sin tener una experiencia de dolor.

-Ahora, que ya ha pasado tiempo: ¿Teme que le vuelva a suceder algo similar a lo ocurrido en el MIT?

-Al contrario, creo que en vez de más temor, es como que uno sabe que ya sería capaz de sobrevivir. En mi caso, teniendo varias oportunidades, decidí venirme acá a Francia, a un lugar que está empezando porque dije: en vez de ir a meterme a otro lugar que ya es grande -como el MIT-, que está armado y todo eso ahora quiero ir a un lugar chiquitito, a ver si somos capaces de armar cosas y hacer otro tipo de procesos. Al final, donde yo estaba no hacía la diferencia. Entonces es como con un entrenador de fútbol: no solo importa si es que le va bien con el Bayern Múnich, sino cuando agarra un equipo más o menos debajo de la tabla y lo lleva a pelear un campeonato importante.

Pese a lo que plantea, en su publicación usted dijo que lo ocurrido en el MIT es “la tormenta” que vive adentro suyo y lo despierta por la noche. Por lo que me dice, pareciera que esto ya no es así…

Sí, en realidad era algo que sí me molestaba mucho a muchas horas del día y después de publicarlo, en que se transforma como en algo público fue muy sanador. Ayudó, ayudó como a generar una clausura, un cierre que es difícil de hacer sin el componente altamente público que tiene una plataforma como Twitter. Entonces, en ese contexto, sí generó, para mí, una cierta paz mental, como un capítulo cerrado. Creo que fue importante desde un punto de vista emocional.

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