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Opinión

10 de Mayo de 2022

Tiempos turbulentos

La imagen muestra a Agustín Squella frente a Bauman
Agustín Squella
Agustín Squella
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El sociólogo polaco Zygmunt Bauman es bien conocido en Chile. Sus obras, las principales de ellas traducidas al castellano, han circulado profusamente, si bien de preferencia entre especialistas, en particular aquellas que hablan de una sociedad líquida y hasta de un amor líquido. Prácticamente todo se hallaría hoy en  proceso de licuación, lo cual recuerda, de alguna manera, aquella afirmación de Marx acerca de que todo lo sólido se estaría disolviendo en el aire.

Aparece ahora Vivir tiempos turbulentos, un libro de conversaciones de Bauman con el periodista suizo Peter Haffner. Conversaciones tenidas en los últimos años de vida del intelectual, y en las que este se muestra bastante pesimista respecto de sí mismo, de su obra y hasta de la suerte del completo planeta que habitamos. “De lo único de lo que estoy seguro –dice Bauman- es de no poder estar nunca seguro de si lo estoy o no”, una confesión que difiere mucho de lo que hombres y mujeres mayores y de renombre intelectual suelen decir en la parte final de sus días. Siempre convencidos de alguna firme verdad, aunque esta vaya cambiando drásticamente con el curso de los años, la mayoría suele finalizar sus días presa de grandes convicciones o, por la inversa, de un cinismo que los aleja de tomar posiciones claras ante los acontecimientos de su época. El sociólogo polaco también cambió a lo largo de su vida, pero sin pasarse a la vereda de enfrente, y así, por ejemplo, habiendo tenido una reconocida militancia comunista, se alejó de ella, pero sin renunciar  al socialismo. Se reconoce “socialista” y defiende todavía “la idea socialista”, aunque no, claro la de esos socialismos reales que no fueron otra cosa que dictaduras comunistas, evitando de ese modo pisar el palito del fin de las ideologías. “El final de las ideologías –afirma- está más lejos que nunca”.

Prácticamente todo se hallaría hoy en  proceso de licuación, lo cual recuerda, de alguna manera, aquella afirmación de Marx acerca de que todo lo sólido se estaría disolviendo en el aire.

Tampoco cae en le garlito de negar que exista la ideología neoliberal, tan exitosa en el pasado siglo y aun en parte de este, y afirma que uno de los retos para él y su pensamiento ha sido tratar de comprender “por qué el neoliberalismo experimenta, de repente, tanta popularidad y por qué el repentino interés en que regresen los regímenes autoritarios”. Una de las  argucias de la doctrina neoliberal es negarse a sí misma y decir que no existe, que no hay nada que pueda llamarse de esa manera, y todo esto mientras gobierna o gobernaba en muchos países.

“Somos una especie condenada a pensar” –afirma también Bauman- y no debemos desconocer el hecho de que “podemos interpretar una misma experiencia de formas muy diferentes”, aunque lo inquietante es siempre “el radical potencial de inhumanidad que tiene el ser humano”.

Es también muy consciente de que, tratándose de la política, “lo que se busca no es la verdad, sino el poder”.

Quien se dedica a la actividad política lo que busca realmente es poder: ganarlo, ejercerlo, incrementarlo, conservarlo, y recuperarlo cuando lo hubiera perdido. Para ello se invocan ideales, valores y ampulosos programas de gobierno que oculten el deseo irrefrenable de poder, si bien, y llegado el momento, muchas veces no se sabe qué hacer con él fuera de apagar los incendios de cada día.

Una de las  argucias de la doctrina neoliberal es negarse a sí misma y decir que no existe, que no hay nada que pueda llamarse de esa manera, y todo esto mientras gobierna o gobernaba en muchos países.

“¿Qué echa usted de menos?”, preguntaron cierta vez en mi presencia a un ex Presidente, y yo celebré la franqueza de su respuesta: “el poder”. Es este objetivo de la política el que vuelve imposible eso que hoy se promete desde todos lados: una nueva forma de hacer política. No hay tal “nueva forma” de hacer política, salvo mejorar un poco la calidad de esta y un más riguroso control jurídico y ético de la actividad de quienes la hacen. Es lo mismo que pasa con los negocios y quienes se dedican a ellos: buscan su propio y máximo beneficio y ven en sus competidores solo figuras incómodas a las que hay que doblegar y ojalá sacar de los mercados. Es tal la rudeza de la política y de los negocios que es precisamente en nombre de ella y de la habitual falta de escrúpulos que dominan en una y otros que se hacen necesarias normas jurídicas y éticas de regulación y control.

Las conversaciones que reproducen el libro de Haffner no cuentan ni se cuentan cuentos acerca de la política y del mundo en que vivimos, mas no por ello está  ausente una leve la esperanza, una palabra a la que Bauman se aferra literalmente, recordando el célebre dicho de Martin Luther King: “si supiera que mañana acabaría el mundo, igual plantaría hoy un manzano”. Simplemente, “estamos obligados a tener conciencia” y a preguntarnos por el bien o mal de nuestras acciones y por la decencia o indecencia de las sociedades en que vivimos.

Por último, y si el mundo estuviera condenado a una hecatombe, cada individuo tendría que encontrar una solución para sí mismo, un sentido propio de la vida, o varios, para no caer presa de la desesperación, la neurosis o el cinismo. Ni optimista ni pesimista, reconoce Bauman, donde “yo me encuentro es en la esperanza”, que no es lo mismo que el optimismo.

Pensamos, y hasta esperamos, de una manera tan natural como sudamos.

También puedes leer: Columna de Agustín Squella: Estrechez de la razón


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