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Opinión

17 de Mayo de 2022

La serena reflexión

Patricio Vera

El texto aprobado está muy lejos de ser descabellado o aberrante como algunas lecturas interesadas, alimentadas por falsedades y mentiras, quieren hacernos creer. Al contrario, el resultado del extenuante trabajo de la Convención es un texto con altibajos y que, probablemente, gracias a que el procedimiento de su reforma no es especialmente gravoso (claramente es una constitución semi-rígida), será objeto de varias reformas en el futuro.

Luis Villavicencio Miranda
Luis Villavicencio Miranda
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Teniendo un texto completo, pero no armonizado aún, hay mucho por decir. Quisiera compartir algunas ideas muy generales.

Primero, el procedimiento, el símbolo y la legitimidad. Para mí, un punto que no podemos olvidar es cómo hemos llegado a este resultado. Por primera vez en nuestra historia tenemos la opción de darnos una nueva Constitución escrita por representantes directos en una Convención paritaria y con reserva de escaños para pueblos indígenas. Se trata de una instancia inédita no solo para nosotros, sino también para el mundo. No importa cuántas veces lo digamos, siempre hay que tenerlo presente.

Por otra parte, el símbolo de que, por primera vez, se escriba un texto constitucional sin que unos pocos hayan impuesto por la fuerza sus ideas es una contribución a la cohesión social del país que solo las generaciones futuras podrán dimensionar. Así, la legitimidad de origen de la potencial nueva Constitución es intachable y, probablemente, insuperable.

Por primera vez en nuestra historia tenemos la opción de darnos una nueva Constitución escrita por representantes directos en una Convención paritaria y con reserva de escaños para pueblos indígenas. Se trata de una instancia inédita no solo para nosotros, sino también para el mundo.

En segundo lugar, el efecto acción/reacción. Muchos, especialmente por razones técnicas y de diseño institucional, hubiéramos preferido una constitución más austera, que se concentrara sobre todo es una adecuada distribución del poder político con deferencia al legislador democrático. Sin embargo, tendremos una nueva Carta Fundamental muy detallada.

Este fenómeno puede comprenderse fácilmente como una reacción al diseño extremo de la actual Constitución. ¡No hay qué olvidarlo! La Constitución de 1980 impone un modelo radical con grandes cerrojos para que nada pudiera cambiar, manteniendo hasta el día de hoy, de forma intacta, el más importante de todos los cerrojos: las leyes orgánicas constitucionales.

En efecto, todo lo relevante en Chile, es decir las materias de ley que requieren quórum orgánico constitucional, puede ser vetado por la minoría. Este es el corazón de la trampa constitucional que impidió al legislador democrático hacer su trabajo y constituye UNA de las causas de la actual crisis de representatividad de nuestra democracia.

En ese escenario, no es descabellado (aunque no deseable) que algunas partes de la nueva Constitución puedan ser vistas como “revanchistas”. Pero aquí debemos volver sobre el carácter radical de la Constitución de 1980, especialmente ilustrado por el ethos constitucional construido sobre la tríada subsidiariedad-orden público económico-vetos minoritarios.

Una reacción (la nueva Constitución) a una acción extremista (la vieja Constitución) no es necesariamente el extremo contrario, sino en buena medida la restauración de cierto equilibrio. Sin entrar en detalles, esto se encuentra ilustrado en el reconocimiento de varios derechos y en el término, precisamente, de las leyes con quórum contra mayoritarios.

En ese escenario, no es descabellado (aunque no deseable) que algunas partes de la nueva Constitución puedan ser vistas como “revanchistas”.

En tercera instancia, está el ajuste constitucional. Como muy gráficamente han dicho Fernando Atria y Javier Couso, cuando una constitución la escriben unos pocos ganadores que piensan básicamente igual y a puertas cerradas, una regla virtualmente constante de nuestra historia constitucional, no es una sorpresa que el resultado sea coherente e, incluso, elegante.

Lo genuinamente improbable es que un cuerpo de 155 representantes, muchos de ellos ajenos a la disciplina partidaria, que no piensan igual y constreñidos por los 2/3 lleguen ¡a alguna parte!

Desde esta perspectiva, no es extraño que el resultado de la Convención no sea un texto normativo técnicamente impecable. Sin embargo, el texto aprobado está muy lejos de ser descabellado o aberrante como algunas lecturas interesadas, alimentadas por falsedades y mentiras, quieren hacernos creer. Al contrario, el resultado del extenuante trabajo de la Convención es un texto con altibajos y que, probablemente, gracias a que el procedimiento de su reforma no es especialmente gravoso (claramente es una constitución semi-rígida), será objeto de varias reformas en el futuro.

Lo relevante es que la propia ciudadanía tendrá nuevamente la voz soberana y decidirá, en una elección democrática, la suerte del proyecto de nueva Constitución.

En cuarto lugar está el problema de las expectativas, el ajuste legislativo y la legitimidad de ejercicio. Dependiendo del resultado del plebiscito ratificatorio, la nueva Constitución comenzará su vigencia con mayor o menor legitimidad. Pero, más importante que eso, es vital que la ciudadanía comprenda el papel de una Carta Fundamental: la Constitución por sí misma no cambiará la vida de las personas.

Una Carta transformadora (como sin duda lo es el proyecto) abrirá un largo período de ajuste legislativo a los mandatos constitucionales. Y ello no solo supone un plazo indeterminado, sino que una condición que dependerá de la conformación del nuevo poder legislativo. Luego, la legitimidad de ejercicio de la nueva Carta Fundamental dependerá de un precario equilibrio entre el ajuste legislativo y las razonables expectativas de la ciudadanía.

La propia ciudadanía tendrá nuevamente la voz soberana y decidirá, en una elección democrática, la suerte del proyecto de nueva Constitución.

Aquí me parece crucial que, en la campaña plebiscitaria, los propios convencionales no le mientan al electorado: van a pasar años (más el siempre inefable crecimiento económico) antes que muchos de los cambios constitucionales, especialmente el goce de varios derechos fundamentales sociales “lleguen efectivamente a la gente”. Jugar con, o manipular, las expectativas de las personas puede afectar gravemente la legitimidad de la nueva institucionalidad que inaugurará la Constitución, generando un bucle constitucional, el peor de los escenarios futuros.

Finalmente, ojalá podamos votar en el plebiscito de septiembre de manera informada, tras la serena reflexión que merece el momento histórico que estamos viviendo.

*Luis Villavicencio Miranda, @lvillavicenciom, es Doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Académico e investigador de la Universidad de Valparaíso, director del Centro de Investigaciones de Filosofía del Derecho y Derecho Pena, y vicepresidente de la Sociedad Chilena de Filosofía Jurídica y Social.

También puedes leer: Bicameralismo asimétrico: equilibrio al histórico centralismo chileno.

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