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Opinión

5 de Junio de 2022
La imagen muestra a Carlos Pérez frente a una manifestación por la nueva constitución
La imagen muestra a Carlos Pérez frente a una manifestación por la nueva constitución

La vida es sueño (lectura de constituyentes)

Consideraría una irresponsabilidad de los constituyentes, y también un desacierto de los gobernantes, el que en este tercer acto de la obra, quizá más importante de estos últimos tiempos, confundieran su rol de Segismundos con el de nosotros, los ciudadanos.

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En la clásica obra teatral barroca “La vida es Sueño” de Pedro Calderón de la Barca, el príncipe Segismundo es privado de su libertad por su propio padre, el rey Basilio de Polonia, ya que según predijo un oráculo, éste estaba destinado a vencerlo y humillarlo.

En el segundo acto de la obra, el rey, para aliviar su conciencia respecto de sus actos, decide liberar a Segismundo por un día, pendiente de ver cómo resulta su comportamiento. En el caso que fuera preocupante, lo volvería a encerrar, y los sobrinos del rey serían quienes heredarían el trono. Para ello, drogan a Segismundo, y éste despierta en un salón del palacio vestido como príncipe. Amén de algunas revelaciones y confusiones que condimentan la trama, el asunto es que Segismundo se comporta de la peor manera posible, un tirano en el amplio sentido de la palabra. Frente a esto, vuelven a drogar a Segismundo y al despertar, lo convencen de que todo ha sido un sueño… “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

En el tercer acto, el pueblo, al enterarse de la existencia de Segismundo como legítimo heredero, se organiza y levanta para liberarlo, y se enfrenta con el ejército del rey y el pueblo gana la batalla (cumpliéndose de paso esa parte de la profecía, en que el rey sería humillado). Pero Segismundo se postra a los pies de su padre, reconociendo su autoridad. Ante este gesto de humildad de su hijo, el rey decide por su propia voluntad y deseo, heredarle el trono a Segismundo.

Muchos vimos con esperanza esta posibilidad de una nueva Constitución. Mediante un proceso democrático elegimos a nuestros Segismundos, “despertándolos” en el salón vestidos como príncipes y princesas, encomendándoles la noble misión de redactar un documento relevante, que nos identificara y permitiera avanzar como país.

En retrospectiva, varios de estos representantes fueron presas de este espacio, y como en la obra, emergieron aprovechamientos y revanchas personales, escasa autocrítica y poca humildad, y creo que de haber sido un poco más conscientes de lo que ellos/as representaban desde el punto de vista de la ciudadanía, debieron haberse comportado de otra manera y sin duda las cosas hubieran sido algo diferentes a como lo son ahora. Pero tampoco puedo rasgar vestiduras: una cosa es vivir una vida normal, y otra es pasar a ser una figura de interés público, en que cada cosa que hagamos puede ser motivo de escrutinio y crítica descontextualizada por cada parte interesada tozudamente en torcerle la mano a la otra parte.

En el tercer acto, el pueblo, al enterarse de la existencia de Segismundo como legítimo heredero, se organiza y levanta para liberarlo, y se enfrenta con el ejército del rey y el pueblo gana la batalla (cumpliéndose de paso esa parte de la profecía, en que el rey sería humillado). Pero Segismundo se postra a los pies de su padre, reconociendo su autoridad. Ante este gesto de humildad de su hijo, el rey decide por su propia voluntad y deseo, heredarle el trono a Segismundo.

Pero el trabajo ya se hizo, y aun cuando no hayamos dormido nuevamente a nuestros Segismundos (aunque ganas no falten, sobre todo con algunos/as), se avizora ya el enfrentamiento entre dos bandos, aunque aparentemente, sin un ápice de humildad ni transformación por parte de ninguno de ellos. Al menos personalmente (para no hablar aduciéndome representación de otros/as, nuestro deporte nacional…) espero que en este “tercer acto” de la obra, esta etapa previa al plebiscito, se dialogue con humildad y se informe con honestidad.

Las cosas no son buenas por el sólo hecho que las haya redactado mi compañero/a, pero tampoco son malas por el sólo hecho que lo haya redactado alguien de la otra vereda. Este nuevo texto tiene, le guste o no, aspectos que se han mantenido del texto anterior, y otros elementos que constituyen diferencias importantes. Algunas nos impactarán directamente o indirectamente, y quizá positivamente o negativamente. Los cambios nunca han sido fáciles, y la historia de los derechos adquiridos ha estado llena de oposición y pasión, pero aquellos elementos que han perdurado han sido los que han tenido sustento, los que han podido convencer genuinamente de su necesidad y frente a los que se ha obrado con rectitud de parte de quienes los promovieron.

Consideraría una irresponsabilidad de los constituyentes, y también un desacierto de los gobernantes, el que en este tercer acto de la obra, quizá más importante de estos últimos tiempos, confundieran su rol de Segismundos con el de nosotros, los ciudadanos. Para que este proceso que se encamina a su parte final sea exitoso, hay que abstraerse de demonizar al opositor, y para ello nuestros líderes deben actuar como tales, y lograr que prime la cordura, la altura de miras y la entereza que entrega una reflexión y convencimiento genuino por sobre el ímpetu de nuestras propias convicciones e ideales personales.

Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.

* Carlos Pérez Wilson es Académico del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Estatal de O’Higgins.

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