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Opinión

15 de Junio de 2022
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Discriminación hacia personas mayores: una profecía autocumplida

El edadismo es uno de los mayores desafíos para avanzar en el buen trato y en la integración social de las personas mayores. Combatirlo de manera eficaz es más que una bandera de lucha; es una urgencia.

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Llega un nuevo 15 de junio, fecha en que conmemoramos el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, y lamentablemente el edadismo –o viejismo– se mantiene como la tercera causa de discriminación en el mundo. La ONU ha identificado esta problemática como uno de los mayores desafíos para avanzar en el buen trato y en la integración social de las personas mayores. Tanto así, que en el marco de la Década del Envejecimiento Saludable (2020-2030) que impulsa el organismo internacional, combatir la discriminación por edad es el primer pilar y requisito fundamental para avanzar en el resto de sus áreas de acción. 

El edadismo —entendido como aquellos mitos, prejuicios y estereotipos por razón de edad— es aún una discriminación naturalizada y socialmente aceptada, instalada en expresiones populares como “me llegó el viejazo”, “ya no estás en edad para eso” o cuando nos referimos a las personas mayores como “abuelitos”, asumiendo que, por tener una cierta edad, cuentan con una descendencia que prima por sobre su identidad como individuos. Las actitudes condescendientes y la infantilización son otras de las tantas formas de edadismo que perpetúan la exclusión y maltrato hacia este grupo etario.

No nacemos edadistas. Se calcula que la internalización de estos prejuicios comienza alrededor de los cuatro años y se profundiza con el paso del tiempo, convirtiéndose en un problema de salud pública. Así lo señala el primer estudio sobre edadismo, publicado en 2021 por la ONU y la OMS, el cual demostró que éste tiene consecuencias graves para el bienestar y derechos de las personas mayores, ya que está relacionado con una muerte temprana, peor salud física y mental, aumento de comportamientos de riesgo para la salud, deterioro cognitivo y aislamiento social. La OMS estima que 6,3 millones de casos de depresión en todo el mundo son atribuibles al edadismo y en Estados Unidos, un estudio en 2020 reveló que estos estereotipos negativos conducían a un exceso de costos anuales de 63.000 millones de dólares.

El edadismo —entendido como aquellos mitos, prejuicios y estereotipos por razón de edad— es aún una discriminación naturalizada y socialmente aceptada, instalada en expresiones populares como “me llegó el viejazo”, “ya no estás en edad para eso” o cuando nos referimos a las personas mayores como “abuelitos”, asumiendo que, por tener una cierta edad, cuentan con una descendencia que prima por sobre su identidad como individuos. Las actitudes condescendientes y la infantilización son otras de las tantas formas de edadismo que perpetúan la exclusión y maltrato hacia este grupo etario.

Pero este tipo de discriminación no sólo afecta a la persona mayor, sino que también a quien la ejerce. La experiencia internacional ha demostrado que el edadismo opera como una verdadera profecía autocumplida: cuando discriminamos por edad, también lo hacemos contra nosotros mismos, los mayores del futuro. Según un estudio de la Universidad de Yale, que analizó la percepción sobre el envejecimiento de personas de 18 a 49 años durante 40 años, aquellas que tenían una noción negativa de la vejez vivían 7,5 años menos que quienes no.

En contraposición, la escritora y activista norteamericana Ashton Applewhite asegura que aquellas personas que enfrentan de manera positiva el proceso de envejecimiento tienen mejores resultados en mediciones científicas: caminan más rápido, sanan antes, les va mejor en pruebas de memoria y tienen una mayor esperanza de vida. ¿Qué tienen en común las personas que viven más? La autora asegura que el factor común es tener un propósito, siendo el edadismo uno de los mayores obstáculos para alcanzarlo, puesto que “vivimos en una sociedad que te dice que por tener cierta edad ya no eres suficiente, productivo, te excluye y discrimina”.

Y es que vivimos en una época que idolatra la juventud, lo que se manifiesta en la falta de espacios de incidencia y participación social, laboral, educativa e incluso recreacional para las personas mayores, dejando de lado atributos que sólo una vida puede darte: la experiencia y resiliencia.

El edadismo nace de los mitos asociados a la edad. En Chile, aun cuando el 86% de los mayores de 60 son personas autónomas, el 64% de los chilenos cree que éstos no pueden valerse por sí mismos (PUC y U. Chile-SENAMA, 2021). En cuanto a la satisfacción con la vida, contrario a lo que se piensa, las personas mayores reportan buenos índices en bienestar (PUC), lo que se condice con la “Paradoja de la felicidad”, que demuestra que el bienestar disminuye a medida que crecemos y aumenta paulatinamente a partir de los 40 años, alcanzado su peak al final de la vida (The Brookings Institution, EE. UU). 

Sin duda existen una serie de desafíos en torno al envejecimiento que no podemos desconocer, principalmente relativos a la satisfacción económica e inclusión. Pero estos no son intrínsecos a la vejez ni a la persona mayor, más bien tienen relación directa con la forma en que como sociedad estamos enfrentando la revolución de la longevidad y la oportunidad que significa vivir más. El cambio social es fundamental y así como el sexismo y el edadismo fueron términos acuñados en la misma década de los 60’, la forma en que hemos avanzado exitosamente en combatir el primero, debiese orientarnos a hacerlo con el segundo. Hoy, aunque muchas veces sin darnos cuenta, todos somos edadistas.

El edadismo también es homogenizar un grupo diverso y masivo. Se estima que para 2050, uno de cada tres chilenos tendrá más de 60 años. Desde la gerontología, la recomendación es reconocer que existen múltiples “vejeces”; agrupar dentro de un mismo grupo a personas entre 60 y +90 es tan poco representativo como comparar a un niño con un joven de 30 años. Somos distintos y, con cada año que pasa, más únicos. De ahí la importancia de visibilizar a este grupo diverso y cada vez más numeroso. 

Ahora bien, ¿cómo podemos combatir el edadismo? La ONU y la OMS sugieren, en primer lugar, impulsar campañas de visibilización de la vejez, sobre todo en la opinión pública y en los espacios educativos y culturales. La organización estadounidense AARP, junto a la empresa “Getty”, lanzó la campaña “Vejez disruptiva”, una colección de 1.400 imágenes que reflejan la vejez que muy pocas veces se muestra en los medios de comunicación y en la publicidad: personas mayores sociabilizando, usando la tecnología, haciendo deporte, y desarrollando sus pasiones. A nivel nacional, el año pasado desde Fundación Conecta Mayor UC lanzamos la primera versión de “100 Líderes Mayores”, un reconocimiento a personas mayores de 75 años que impactan de manera positiva al desarrollo de sus comunidades. Este tipo de proyectos son fundamentales para visibilizar referentes de vida para el resto de las generaciones, que nos permitan proyectar de manera positiva y, acorde a la realidad, nuestro propio proceso de envejecimiento, cuestionándonos los prejuicios que venimos arraigando desde nuestra infancia. 

¿Qué tienen en común las personas que viven más? La autora asegura que el factor común es tener un propósito, siendo el edadismo uno de los mayores obstáculos para alcanzarlo, puesto que “vivimos en una sociedad que te dice que por tener cierta edad ya no eres suficiente, productivo, te excluye y discrimina”.

Combatir el edadismo de manera eficaz es más que una bandera de lucha; es una urgencia. El informe de la ONU y la OMS recomienda, además, impulsar políticas públicas de no discriminación por razón de edad, incluir programas de educación en torno a estos estereotipos a edades tempranas y reforzar los espacios de encuentro intergeneracional.

La clave de este cambio cultural es entender que lo que debemos combatir es la discriminación y maltrato, no el proceso natural de envejecer. Seguir este camino nos permitirá avanzar hacia un lugar en donde no sea la suma de los años lo que nos avergüence, sino la falta de inclusión y de políticas públicas para todas las edades. Si queremos contribuir a la construcción de una sociedad sin maltrato en la vejez, en donde la longevidad sea sostenible e inclusiva, la transformación debe partir por nosotros mismos.

Eduardo Toro es director ejecutivo Fundación Conecta Mayor UC. Antonia Salas es coordinadora de incidencia y cambio cultural, Fundación Conecta Mayor UC.

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