El frío según Bárbara Hernández, la “sirena de Hielo” chilena: “Para mí es adrenalina o fuego”
Mientras se prepara para cruzar el Canal del Norte en Europa, en un trayecto de 34 kilómetros que dura cerca de 12 horas, la nadadora de aguas gélidas Bárbara Hernández conversa con The Clinic acerca de su especial relación con el frío. “Suena súper raro, pero, para mí, es como fuego. Es inverso. Siento que te lleva a poner la atención adentro tuyo. En el corazón y el estómago”, dice la “Sirena de Hielo”.
Por Javier MiddletonCompartir
El frío es una sensación común. Mundana. En muchos casos, el frío se comparte. Viene y va de improviso. A veces, entra a la casa sin ser invitado. Pero su carácter cotidiano no descarta que haya quienes mantengan una relación especial con él. Es el caso de la deportista y psicóloga chilena Bárbara Hernández. No es en vano que la conocen como “Sirena de Hielo”.
A sus 36 años, esta nadadora de aguas gélidas deslumbra cada vez que se lanza a cruzar, sin trajes ni flotadores, grandes distancias marítimas. Sus recorridos pueden durar horas, y el agua, alcanzar temperaturas terribles, de hasta 0°C.
La carrera de Bárbara Hernández está, además, en un punto alto. A mediados de junio, se le otorgaron dos récords Guinness tras su viaje a Cabo de Hornos en febrero. Específicamente, fue reconocida por ser la primera en nadar tres millas náuticas -unos 5.500 metros- en esa zona que une al océano Pacífico con el Atlántico; y por nadar la milla náutica más rápida jamás registrada en el peligroso Paso de Drake, en 15 minutos y 3 segundos.
Hoy, la Sirena de Hielo se prepara para completar el desafío “Oceans Seven”, que consiste en cruzar los siete canales o estrechos más peligrosos alrededor del mundo. Cada uno de estos tramos tiene sus propias dificultades. En ocasiones, el tema es la extensión, con nados de 15 a 20 horas ininterrumpidas. O la presencia de tiburones, como en el Estrecho de Tsugaru, en Japón.
En dos semanas más, Bárbara Hernández planea nadar los 34 kilómetros que separan a Irlanda de Escocia en el Canal del Norte. “Sería nuestro quinto océano, que está lleno de medusas, y con agua muy fría. Son nados de doce horas, por lo menos, donde sólo siete mujeres en el mundo lo han terminado. Espero ser la primera sudamericana, así que estamos ahí con todas las ganas”, adelanta a The Clinic.
Su actual rutina de entrenamientos es intensísima. De lunes a sábado se levanta a las 5:00 am para trasladarse a la piscina del complejo San Carlos de Apoquindo, y partir la jornada nadando tres horas. Ocho kilómetros. Luego, las pesas y sentadillas. “Todas esas cosas que a los nadadores no nos gustan”, confiesa. Los fines de semana, intenta escapar al mar o a la Laguna del Inca, en Portillo, a una altura de 3.200 metros.
Y todo mientras cumple sus labores de psicóloga, haciendo charlas para marcas y empresas, ya sea en un tono motivacional o para enseñar acerca de seguridad. También asiste gratuitamente a clubes deportivos y colegios, con la mente puesta en inspirar a las nuevas generaciones.
Entre tanto movimiento, Bárbara Hernández se detiene unos minutos para conversar con este medio y reflexionar, desde su particular punto de vista, qué es el frío. “Suena súper raro, pero, para mí, es como fuego”, señala al respecto.
-Quizás sea un poco obvio, pero ¿te gusta el frío?
-Sí, me gusta. Igual yo soy una mezcla bien extraña, porque amo el sol, pero me gusta mucho el hielo. Como que mi corazón lo reparto entre esos dos. Yo igual ando súper abrigada todo el invierno porque, claro, cuando me toca meterme al agua, nadamos sin neoprene y sin grasa. Sin nada. Entonces ahí tengo que llevarme el sol por dentro. Todo el calor acumulado.
-Entonces, ¿Te consideras una persona de invierno o de verano?
-Uff, qué difícil. Creo que estoy en la mitad de los dos. No sé si se puede amar lo mismo en exacta medida, porque igual me encanta el sol. Me encanta. Soy del sol, de verano. Pero para nadar, para competir, siempre hielo. Siempre hielo y frío. Entre más difíciles las condiciones, más lo disfruto. Lo otro no me produce la misma adrenalina o motivación. De verdad que no.
-Por lo que entiendo, de vacaciones no te irías a un lugar gélido…
-Es que, si puedo meterme al agua, sí lo haría. Soy bien extraña. Es difícil. Porque me encanta ir a la Patagonia. Ir a buscar rutas nuevas… Y eso igual son vacaciones. Me cuesta mucho estar quieta. Los lugares que veo tienen que ser lugares donde pueda nadar. Por ejemplo, cuando me invitaron a Arica, fuimos a conocer Chungará, y la gente normal va a sacarle fotos al Chungará. Y para mí fue como: “Tengo que nadar el Lago Chungará“. Como que voy uniendo estas cosas. Me es muy difícil ir a un lugar que no tenga agua. Eso no podría, sea invierno o verano. Sin agua, no puedo. Como que me muero. Me seco.
-¿Cómo definirías el frío? Algunos dicen que es meramente la ausencia de calor…
-Estuve pensando en eso mientras estaba entrenando, acordándome de que tenía esta entrevista. Para mí, el frío, el hielo… Suena súper raro, pero, para mí, es como fuego. Es inverso. Siento que te lleva a poner la atención adentro tuyo. En el corazón y el estómago.
-¿Cómo así?
-Eso siempre está calientito. Por mucho frío que haya afuera. Y no sé, es como un desafío. Es una forma de disfrutar distinta. Las personas lo reniegan un montón (el frío). Para mí es algo que te obliga a moverte también. Sé que para la mayoría de las personas es todo lo contrario. Es de guardarse. Para mí es algo que te impulsa a movilizarte. Porque, aunque haga mucho frío, si tú te mueves, o sales a caminar, o lo que sea, igual entras en calor. El frío lo asocio a eso. Es como raro.
-¿Qué distingue al frío estando mojada que el frío estando seca?
-Es que el frío estando mojada es muy rudo, porque tiritas entera. Imagínate hacer eso nadando. Es el frío del agua, pero es el viento el que te mata. El respirar helado, estando mojada, es hipotermia segura, siempre. Pero te obliga a llevar la atención a estos otros lugares que sí son calor, que para mí son fuego. Como el corazón. Literalmente se puede sentir el corazón caliente. Te juro que sí. Y la boca del estómago. Mientras tenga eso calientito, me puedo bancar el tiritón, o el congelamiento literal. De las manos, de los pies… No sentirlos. Mientras tenga la boca del estómago calientito, y sienta mi corazón, me digo que “ah, ya, está todo bien”.
-Cuando nadas en el mar, ¿sientes frío? ¿Es un concepto que se te viene a la cabeza mientras compites?
-¡Obvio que sí! Todo el rato. Por ejemplo, nadé en San Francisco hace dos semanas. Pasé mucho frío. El agua, si es agua de mar, puede no congelarse a los 0°C. Entonces tú si puedes nadar en 0°C. Claro. Pero estar 10 o 12 horas nadando a 12°C… Es mayor que 0°C, pero son muchas horas más. De verdad que tienes hipotermia todo el rato. Sí siento frío. Sí nado tiritando, a veces. Pero finalmente, es dónde uno pone la atención y el foco. Para mí, esto es el propósito: la distancia. Juego mucho con los pensamientos también.
-¿A qué te refieres con eso?
-Yo no niego el frío o el dolor, que es lo que en general a la gente le enseñan a hacer. Eso de “si estás triste, no pienses en eso. Si sientes dolor, piensa en otra cosa. Si sientes frío, es mental”. Es una respuesta fisiológica también. Entonces, lo que yo hago es que pongo la atención en estos focos donde yo sí siento calor, que es la boca del estómago, el corazón. Y eso, sumado a pensamientos. Cosas que te hacen continuar. Aunque no sientas las manos, los pies. Estés medio azul, no sé.
-¿Cómo se entrena el aumentar el umbral de tolerancia del frío?
-Se puede entrenar la tolerancia al frío. Es cómo nos adaptamos y exponemos al frío. La mayoría de los nadadores lo hacemos en el agua. Empezamos con un minuto. Luego dos, cinco, diez. Con agua helada. Te activa el sistema inmune. Esto es fisiología, no es un pensamiento psico mágico que me inventé yo (se ríe). De verdad te activa la musculatura. Te mejora las defensas. Es posible. Uno se puede ir aclimatando de cierta forma. Basta con que veamos a los latinos extranjeros que vienen a Chile. Yo tengo unos amigos venezolanos que están viviendo en Punta Arenas, y la tolerancia que ellos tenían el primer año que llegaron, comparada con la que tienen ahora, cinco años después, también es distinta.
-En esa línea, ¿Existe algo aplicable para el ciudadano promedio que está entumido en su casa?
-Al ciudadano promedio, le diría que nos activemos. Nosotros los chilenos tenemos una cosa bien extraña, porque nos guardamos con los días nublados. O con dos gotas de lluvia, sobre todo en Santiago. Como que no salimos. Dejamos de hacer deporte. Para nosotros es la sopaipilla pasada, la estufa, y la película. Entonces, hago una invitación a disfrutar en invierno de forma distinta.
-¿De qué forma?
-El salir igual a caminar. Tal vez menos tiempo. Buscar mejores horarios, no sé. Y movernos. Activarnos. Y para activarnos, te juro, hay una sentadilla que una puede hacer en la silla. Mi abuelita de Puerto Montt lo hace, todos los días. Son cosas concretas que podemos hacer, pero que nadie las enseña, nadie las habla. Yo siempre pongo el ejemplo de los nórdicos, o los rusos en Europa. Y me dicen “ah, pero es que ellos están acostumbrados al frío”. ¿Y nosotros no? O sea, nuestros pueblos originarios, en la Patagonia, o en el norte, las noches del desierto de Atacama…
-¿Cuál es el agua más fría en la que has nadado?
-Son dos experiencias. Una es en el glaciar Steffen, donde el agua tenía 0°C, en la Región de Aysén. Siberia, en Rusia, también en agua a 0°C. Y estaba pensando, en Múrmansk, el ártico ruso, donde la gente literalmente come oso. Me tocó nadar en una temperatura (ambiental) de -20°C. No me preguntes cómo es posible eso. Y el agua estaba a 0,3°C. Cada vez que te salías del agua, te congelabas. Sentías mucho más frío que adentro. Se te quedaba el pelo y la toalla tiesa. Todo estaba congelado. Eso creo que es lo más extremo que he hecho. Nadar y competir así era rudo. Era competir contigo misma primero que todo.
-¿Competir contigo misma?
-Porque más que las otras nadadoras, era como que tu cuerpo no quería meterse al agua. No te querías sacar la chaqueta. Antes de meterte, ya tiritabas entera. Eso ha sido lo más helado. El ártico ruso.
-Quizás es esa misma experiencia, pero ¿Cuál es el momento en que has sentido más frío en tu vida?
-Qué difícil. Yo creo que ahí fue. Pero por la distancia, creo que fue el Lago Chungará. Porque el agua tenía un poco más de temperatura, pero nadamos 7,5 kilómetros, y el viento del altiplano te juro que me mató. Salí azul del agua. Salí con 33,5°C de temperatura corporal. Una hipotermia brígida. Salí súper mareada. Mi equipo estaba súper asustado, y nos demoramos en recuperar la temperatura. Porque, a veces, más que la temperatura del agua, la temperatura del ambiente, la exposición a ese frío… Estar 20 minutos en el ártico ruso no es lo mismo que estar dos horas a 4.560 metros de altura, con viento.
-¿Qué emociones puedes relacionar al frío? O puesto de otra forma, ¿Impacta el frío en las emociones?
-Creo que el frío sí impacta en las emociones. Aquí hablo como psicóloga. En verdad el clima, el ambiente, influye en nuestro estado de ánimo. Sí o sí. En todos los países nórdicos, está todo esto del consumo de vitamina D, el suplementarse, y qué se yo. Pero más allá de esos datos, para mí el frío es adrenalina o fuego.
-Es una mirada bien especial…
-Sé que lo veo de una forma distinta. Para mí, es a través de mi deporte. De experiencias súper extremas. Entonces, cuando pienso en el frío o en los lugares fríos donde he nadado, no los asocio al dolor, o la incomodidad. Para mí es fuego, energía. Es miedo. Es algo que me moviliza. Y sé que para la mayoría de las personas es distinto. Los aletarga. A mí me obliga a moverme, a buscar esa forma de generar calor. Sea físicamente o buscando estas imágenes que me traen buenos recuerdos.
-Ese “aletargamiento” puede relacionarse con la idea de una “persona fría”, que “se guarda”, como decías antes. Que no es muy “de piel”. ¿Crees que la sociedad chilena es fría?
-No sé. La mayoría de las personas dirían que sí, pero yo creo que somos fuego. Te juro que sí. Una vez que uno aprende a llegar a la gente, la gente es cercana, dispuesta a ayudar. Aunque estemos acá en Santiago, siento que igual tenemos eso latino. Tal vez no tan exacerbado como los caribeños, pero creo que sí somos capaces. No creo que seamos fríos. Si saludas, la mayoría de la gente te contesta. Somos buenos para la talla. Somos distintos a los europeos.
-Justamente eso te quería preguntar, porque se rumorea, por ejemplo, que la gente de los países nórdicos es “fría”… Quizás porque, efectivamente, allá reina el clima frío.
-Yo creo que algunos sí son extraños. Pero, por ejemplo, los rusos son muy parecidos a los chilenos. Nosotros creemos que no, pero son muy de familia. ¿Qué es lo que hace una acá en Chile? Si a ti te cae alguien bien, lo primero que haces es llevártelo a tomar once a la casa, y le presentas a tu familia, y carreteas al tiro, o lo que sea. En cambio, los europeos (del norte) no llevan a la gente a sus familias. O no abren su casa tan rápido como nosotros.
Bárbara Hernández dice que los chilenos “somos súper buenos para armar grupos. De tirar la talla. De sonreír, encuentro yo. Nosotros, los latinos, cuando vamos para allá, igual llamamos mucho la atención por eso, porque las mujeres no son de sonrisa fácil como acá. Una saluda y una sonrisa. Y no estás coqueteando. Es de educación. Allá tienen otros códigos. Pero una vez que logras traspasar esa capa, también son muy cercanos. Eso es bonito”.
-Intuyo la respuesta, pero igual te lo voy a preguntar. ¿Te consideras una persona fría?
-¡No! Yo soy fuego. De verdad. Soy súper de piel, súper cercana con la gente que me escribe. Para mí es muy importante eso de tener un vínculo. Soy de las que si van en el metro o en la calle, el lugar donde sea que la dejes, en cualquier idioma del mundo, siempre me voy a dar a entender. Siempre doy las gracias. Siempre voy a pedir ayuda, o tratar de ayudar. Me gusta tener esos vínculos, porque a mí, eso es lo que me da fuerza cuando peor lo estoy pasando. Sobre todo cuando estoy compitiendo.
“Cuando tengo que estar 10 o 12 horas nadando, necesito de esos vínculos. Esa cercanía con la gente. Familiares, amigos. Mis redes sociales, que las manejo yo. Me acuerdo de esas cosas, y la gente cree que no. Pero yo me acuerdo de la señora que me escribió pidiéndome un consejo para no resfriarse en el invierno. O de la niñita de 7 años que fue a su primera competencia y el papá me escribe porque, no sé, se le salió la gorra o se pegó un guatazo. Y ahí le cuento que a mí me pasaba lo mismo. Soy muy de hacer regalos, de cocinar, de aprenderme los nombres de todas las personas en el lugar donde llego. Yo necesito de esa cercanía con la gente. No podría ser de otra forma”, cierra la nadadora de aguas gélidas que, en el frío, siente arder el fuego.