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Entrevistas

27 de Julio de 2022

Sergio Rojas en entrevista con Constanza Michelson: “Desde Beckett el pesimismo sería siempre algo así como una impostura”

Crédito: Gabriela Rojas Bustos

Es imposible hacer de Beckett un objeto de estudio, a pesar del interés que genera en la academia. Tan pronto se emprende esa tarea, lo tremendo en esa escritura se esfuma, dice Sergio Rojas, filósofo, doctor en Literatura y profesor de la Facultad de Artes y de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. Su último libro “De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett” (Pólvora Editorial) es el desenlace escritural – desde luego, provisorio – de lo que afirma han sido cuarenta años de una obsesión calma: “cuando se ha descubierto a un autor es que ingresamos en algo que no nos abandonará más”.

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Según Sergio Rojas, a Beckett se entra sin entender. Pero en su caso, la no comprensión es búsqueda y espera. Cuando a Borges se le pidió la opinión sobre la obra de Beckett, dijo que le parecía aburrido. Consideró Esperando a Godot una obra muy pobre, “¿para qué tomarse la molestia de esperar a Godot si él nunca llega? Qué cosa más tediosa”, dijo el escritor argentino. Pero justamente esa pobreza es el recurso en la escritura de Beckett: “yo trabajo con impotencia, con ignorancia”, dijo en 1956.

En Beckett, escribe Rojas, la espera no es un contenido, sino una forma de existencia, una forma de estar, antes que un relato. Es un “aún”, una insistencia. Godot -dice- no es un ser por cuya existencia haya que preguntarse, sino que significa el sentido mismo del tiempo. Que no llegue, puede leerse como un pesimismo, pero la obra de Beckett, escribe Rojas, no es un pesimista, lo esencial en ella no es la miserable condición a la que puede llegar la existencia humana, sino la vida misma que no cesa: la insaciable voluntad de vivir. El pesimismo entonces, afirma Rojas en su último libro “De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett” (Pólvora Editorial), podría ser una actitud de mala fe para cerrase al pensamiento y al enigma que impone la vida a cualquier ser humano que, con todo, inexplicablemente persista en ella.

Para el autor de este libro, Beckett es un “aún” en él, una espera hecha obsesión: Descubrí la escritura de Beckett en la adolescencia, estando en el colegio. Primero fue por referencia y luego llegué a El Innombrable. Lo leía por mi cuenta, por supuesto y no entendía, pero había algo vertiginoso en esa escritura, una especie de oscuridad inédita. Supongo ahora que tenía que ver con dos cosas. Primero, como expresó García Márquez cuando leyó La Metamorfosis de Kafka, ‘no sabía que estaba permitido escribir así’. Segundo, había en el derroche de esa voz de lo innombrable, paradójicamente, una especie de contención inagotable, en el sentido de que decía todo lo que había para decir, encontramos de pronto varias páginas sin ninguna puntuación, pero esa voz no llegaba a decir aquello que podría dejarla un día en silencio. Entonces me parece que más que haber encontrado algo ‘en Beckett’ en esas primeras lecturas, lo que sucedió más bien es que esa escritura sintonizó algo en mí. Esto ocurre con algunas escrituras, me refiero a que te ponen en relación contigo mismo, no en el modo de una ‘revelación’, sino que presientes que hay algo en ti que está atrás de ese sujeto que crees ser”.

-Dices que no se busca a Beckett en sus datos biográficos, sino que es su escritura la que genera un “efecto biográfico”. ¿Es quizá, como en el psicoanálisis, que antes que una ruta hacia sí mismo, es un camino a nadie? Pero que tiene efectos.

-Después de un tiempo leyendo a Beckett, cuando crees atisbar una concepción “fatalista” de la existencia humana, uno puede creer que buscando en la vida del autor encontrará ciertas claves que le permitirán entender mejor su obra. Sucede, por ejemplo, leyendo a Kafka, a Cioran o a Rulfo. Es decir, suponemos que esa escritura es la expresión de “algo” que le sucedió a su autor, una especie de “revelación”, porque no se trata de historias, de anécdotas, de aventuras, sino de una forma de pensar que seguramente, suponemos, hizo compleja y difícil la existencia de su autor.

“Es decir, lo que habría a la base de esa escritura no son ocurrencias, experiencias o recuerdos interesantes, sino un pensamiento. Entonces nos preguntamos cómo puede alguien hacer su vida con ese pensamiento. Pero la escritura no es “expresión” de un pensamiento que estuviera antes dispuesto en la interioridad autoconsciente de quien escribe, como una especie de “contenido” de conciencia, sino que el autor es como el medium ese pensamiento en la medida en que escribe. Tal vez sucede como en el psicoanálisis, como sugieres en tu pregunta. En el lenguaje fluye algo que viene desde nadie, en el sentido de que no viene desde la soberanía autoconsciente del ‘yo’”.

-Aunque no hay una teoría filosófica en Beckett, dices que su obra plantea varios problemas filosóficos.

-El hecho de que la escritura de Beckett sea atrayente y, a la vez, refractaria a la filosofía nos conduce a preguntarnos ¿qué es eso de la filosofía? Esta no consiste solo en un conjunto determinado de problemas, sino que es más bien, ante todo, una forma de abordar esos problemas. Se trata de las preguntas que en principio se puede hacer cualquier persona: ¿tiene sentido la historia?, ¿qué es la identidad?, ¿existe Dios?, ¿qué es la muerte?, ¿por qué existe el arte?, etc. Desde la filosofía no se trata solo de responder esas preguntas, sino de pensar el hecho de que en el preguntar mismo se devela para el ser humano una disposición al sentido, a la trascendencia, me refiero al hecho de que el mundo tal como se ofrece no es suficiente. Pienso que todas esas preguntas que afloran en lo cotidiano expresan la profundidad sobre la que existimos. La filosofía trasciende lo cotidiano hacia esa profundidad que cualquier persona presiente. En cierto modo podría decirse que Beckett opera en una dirección inversa.

-¿Cómo es eso?

-Beckett devuelve esa profundidad a lo cotidiano, a la superficie. Entonces el fin del mundo, la verdad definitiva sobre la existencia o inexistencia de Dios, la catástrofe total, son solo presentimientos en sus personajes, lo que a veces se hace oír como el silencio. La filosofía quiere leer en Beckett una tesis acerca de ese fondo de la existencia, pero Beckett nos devuelve una y otra vez a la superficie. Pero no porque sea indiferente a esas cuestiones, sino todo lo contrario, porque se trata justamente de preguntas cuyas respuestas tienen el tamaño del mundo. Beckett no pretende pronunciarse acerca del sentido de la vida, él mismo decía que para eso están las cafeterías, las iglesias, las universidades. Más bien lo que hace es darnos a pensar el hecho de que los seres humanos no dejan de dar con el sentido, incluso ante de haberlo echado en falta. No vamos por el mundo desorientados y haciéndonos preguntas metafísicas, sino viviendo y respirando las respuestas que heredamos.

Entonces me parece que más que haber encontrado algo ‘en Beckett’ en esas primeras lecturas, lo que sucedió más bien es que esa escritura sintonizó algo en mí.

Si la catástrofe está imbricada en el cotidiano, ¿es eso lo que separa a su obra de la estridencia (y la espectacularidad) del fatalismo? Dices que sus personajes no son profundos, sino que todo se encuentra en el espesor de la cotidianidad.

-La impertinencia de “existencializar” a Beckett es que sus personajes no se hacen preguntas buscando trascender la cotidianeidad, sino que sus preguntas son más bien las que se hace alguien que no sabe cómo llegar o cómo llegó o por qué llegó a un lugar. No se trata en Beckett de poner entre paréntesis o de suspender el orden cotidiano en el que siempre se ha domiciliado nuestra vida para descubrir una especie de abismo metafísico, sino todo lo contrario: de pronto nos confronta la extrañeza de lo cotidiano. Los personajes de Beckett no son “profundos”, sino torpes, ineptos. No es que tengan una especie de “entendimiento deficiente”, sino que su subjetividad es demasiado suficiente, es decir, mínima, se reduce a ese entendimiento limitado del que participamos todos los seres humanos hundidos en la cotidianeidad. Sus personajes parecen de pronto ser algo así como expertos en el orden de lo cotidiano, examinan las posibilidades que las cosas les ofrecen hasta agotarlas. Eso es lo cotidiano, un orden sin por qué.

ESPERAR “AÚN” EN LAS RUINAS

-Planteas que Beckett no es un pesimista, tampoco se lo puede identificar como un autor del absurdo. Lo “post” le es ajeno, porque no hay en su escritura superación ¿Es de todas maneras un antihumanista?

-Como sabemos, el humanismo no sostiene necesariamente una concepción edificante de lo humano, sino que lo esencial es que el ser humano es el protagonista y el agente de la historia. En este sentido existe, por ejemplo, un humanismo creyente en Dios y también un humanismo ateo. Ahora bien, la obra de Beckett se produce en un tiempo en que acontece el agotamiento del coeficiente utópico ilustrado de Occidente, sin  embargo, no podría considerarse “antihumanista”, esto debido a que no hay en su escritura una tesis acerca de la existencia humana. Tampoco es un “pesimista”, porque esto implica una posición ante lo que sucede; es decir, el pesimista no sólo ha llegado a una especie de conclusión del tipo “esto va para peor” o “las cosas no mejorarán sino todo lo contrario”, etc., sino que declara asumir desde ya una actitud ante lo que viene, intenta cancelar las preguntas, calmar la inquietud, dejar de pensar. El pesimista es alguien que se ha rendido.

El hecho de que la escritura de Beckett sea atrayente y, a la vez, refractaria a la filosofía nos conduce a preguntarnos ¿qué es eso de la filosofía?

“Me parece que desde Beckett el pesimismo sería siempre algo así como una impostura. El pesimista se protege de su propia e infatigable capacidad de creer y de esperar. En términos generales, diría que los personajes de Beckett no son pesimistas ni optimistas, sus atareadas subjetividades no les dejan tiempo ni espacio para ello. Como dices, Beckett no es “post”, por ejemplo, “posmoderno” o “posapocalíptico”, sino que más bien intenta extremar los recursos del modernismo”.

-Justamente la espera es un tema fundamental en su escritura. ¿Qué es la espera en su obra? ¿Por qué esperar lo que no llega?

-Esperando a Godot es la obra de un autor contemporáneo que más veces se puso en escena en el siglo XX. Ese interés tiene que ver seguramente con las catástrofes humanas que acontecieron, pero también con la imposibilidad de dejar de esperar. El primer título que Beckett había pensado para esa obra era “La espera”. No se espera aquello que simplemente no llegó, sino lo que no llega aún. Por supuesto que parece no tener ningún sentido seguir esperando algo que nunca ha llegado, sobre todo si se trata de algo que desconozco, es decir, que no sé qué es, pero ¿cómo resignarse cuando se trata de aquello que me sostiene en la existencia, una especie de espera que no depende de mí abandonar y sobre la cual acontecen todas las esperas particulares, contingentes, que a veces se cumplen y otras no? Acaso eso sea distintivo de lo que todavía cabe denominar “especie humana”, me refiero a que esperamos. Supongo que llegar a saber qué es lo que estamos esperando, es decir, saber de repente que estamos esperando “algo” y no todo sería terrible.

-Es enigmática la idea del aún en Beckett. Dices que confronta tanto a la desesperanza como a la esperanza. ¿Es pura coincidencia con el Aún del amor en Lacan?

-Se sabe que Lacan no sólo leyó a Beckett, sino que se refirió a su propio tiempo como “dominado por el genio de Samuel Beckett”. Pero este comentario no se refiere a la cuestión del tiempo, sino al lenguaje. En Beckett, tanto en su prosa como en el teatro, los personajes parecen entregados al habla, me refiero a que hay tal exceso en el flujo de palabras que es como si el hecho mismo de decir “yo” -como “yo pienso que” o “yo opino que”, etc.- se tornara algo imposible. Supongo que esto es lo que interesó, e incluso fascinó, a Lacan respecto al tratamiento beckettiano del lenguaje.

La impertinencia de “existencializar” a Beckett es que sus personajes no se hacen preguntas buscando trascender la cotidianeidad, sino que sus preguntas son más bien las que se hace alguien que no sabe cómo llegar o cómo llegó o por qué llegó a un lugar.

“El psicoanalista Didier Anzieu sostiene que el habla de los personajes de Beckett, especialmente en su famosa trilogía –Molloy, Malone muere y El Innombrable– corresponde a lo que Anzieu denomina la “situación psicoanalítica”, en que el individuo habla “libremente”, buscándose a sí mismo en ese discurso sin autor. La voz en El Innombrable dice que busca una boca para meterse adentro. Por otro lado, es cierto, el aún de Beckett se confronta tanto con la simple esperanza como con la desesperanza.  El aún nos pone en un límite, ahí donde parecen haberse agotado todas las posibilidades, el ser humano sigue… un día más, un instante más, una frase más, un paso más. Es decir, no es la esperanza que inaugura ante la mirada un camino que continúa hasta perderse en el horizonte, pero tampoco se trata de la desesperanza que dice que ya nada es posible. Insisto en que en todo esto no encontramos una tesis de Beckett, no hay aquí una “filosofía del aún”, sino que pone en obra lo que sucede con los seres humanos en tanto somos criaturas que existimos en el lenguaje”.

-En otros escritos tuyos has hablado de que habitamos un tiempo sin desenlace. Tal como planteas el fin en Beckett. ¿Qué significa habitar un fin que no concluye?

-Las obras de teatro más conocidas de Beckett –Esperando a Godot, Fin de Partida, La última cinta de Krapp, Los días felices– tienen como asunto justamente el fin. Los personajes se encuentran en un límite inminente, pero no logran hacer que sus vidas coincidan con el fin, es decir, no se terminan. Siguen existiendo después del fin, no sólo respirando, sino hablando, recordando, deseando. Pero esto no es una extravagancia de los personajes de Beckett, sino algo que le sucede a la mayoría de las personas. En cierto sentido, el encierro durante la pandemia nos transformaba por momentos en personajes beckettianos, domiciliados entre los objetos.

-Me resuena esa idea de que después de la catástrofe no quedamos en silencio, sino que quedamos con una cabeza llena de palabras que ya no sirven. ¿Cuál es la diferencia entre fin y agotamiento? ¿Vivimos en ruinas?

-El agotamiento es un modo del fin, cuando este no se reduce a un acontecimiento puntual, con fecha y lugar determinados, sino que consiste en un proceso de larga duración. La catástrofe tiene que ver con esto. No se remite directamente a magnitudes materiales -aunque suele implicarlas-, sino a una forma de comprender el mundo, incluso de percibirlo. El humanismo es una especie de paradigma que desde hace casi un siglo que viene resquebrajándose; el actual debate, protagonizado por conceptos tales como poshumanismo, transhumanismo, terraformación, colapsología, Antropoceno, capialoceno, chatulhuceno, aceleracionismo, etc., da cuenta justamente de eso.

Se sabe que Lacan no sólo leyó a Beckett, sino que se refirió a su propio tiempo como “dominado por el genio de Samuel Beckett”.

“Sin embargo, el pensamiento de una época sedimenta en el lenguaje, y de esta manera persisten las categorías que nuestra propia experiencia presiente que no corresponden a lo que estamos viviendo. De aquí que en la cotidianeidad abundan en nuestras expresiones las palabras entrecomilladas. Tal vez, si hubiese que poner un nombre a esa ruina en cuyos pasadizos habitamos, ese nombre sería el del Sujeto. Insisto en que no encontramos en Beckett una tesis sobre esto, sino que su escritura lleva al extremo la paradoja de que no es posible hablar desde el sujeto, pero, a la vez, no es posible hablar sin poner al sujeto como si hubiese estado desde siempre antes”.

-¿Cuál es la potencia, quizá paradójica, de la posibilidad de la imposibilidad en Beckett?

-Un cierto sentido común nos dice que es frente a lo imposible que se genera el sentimiento de imposibilidad. Entonces una persona, por ejemplo, a partir de su experiencia o de las noticias sobre el mundo, concluye que es imposible la paz, la felicidad, el amor o la amistad, etc. Pero ¿es posible ese “aprendizaje” de lo tremendo? ¿Puedo subjetivar la finitud? Beckett no es una obra esperanzadora, me refiero a que no hay en ella una especie de enseñanza, sino que da a pensar las paradojas que se siguen del hecho mismo de pensar.

“En La última cinta de Krapp o en Los días felices los personajes ya han vivido una vida, tienen un pasado en el que hubo momentos de felicidad que ahora rememoran. El punto es que han sobrevivido a su propia felicidad, y siguen aquí, cuando la posibilidad de ser feliz en cierto sentido “ya pasó”, o se agotó. Winnie, el personaje de Los días felices, habla de lo que sucede cuando ya ha terminado de hacer las cosas que debía hacer, pero aún no es de noche, no ha llegado la hora de dormir. ¿Qué hacer?”

-¿Cómo lees, a propósito de la sensación insidiosa que se nos cuela cada vez más de no comprender el mundo, con esta esperanza sobria que nombras en Beckett?

-Un asunto que cruza la escritura de Beckett es la imposibilidad de coincidir con el fin. Creo que justamente en ese sentimiento de no comprender el mundo que estamos viviendo sucede que nuestra existencia excede, desborda los límites que se le imponen. Sin embargo, paradójicamente, pareciera que la subjetividad contemporánea se afana en aferrarse a ese mundo en el que no se haya. Renuncia a la felicidad a cambio del goce, convierte la esperanza en el cobro de expectativas, desoye el silencio entregándose al ruido saturado de la información. Con esta inmediatez se tensiona el aún beckettiano.

De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett.
Pólvora Editorial. Santiago de Chile, 2022.
204 páginas.

Lanzamiento oficial del libro: Jueves 28 de julio, 1900. Sala Agustín Siré, Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, Morandé 750.  Presentan: Mauricio Barría, dramaturgo y académico; Julieta Marchant, poeta y editora; Franco Pesce, escritor.

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