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Opinión

27 de Julio de 2022

Si tan sólo pudiéramos recordar…

Si pudiéramos recordar que venimos de un tronco común, que estamos en el mismo “barco”, que estamos hechos de lo mismo… Si lo recordáramos, no nos atreveríamos a agredirnos, a herirnos, a matarnos, porque somos hermanos de alma.

Anna María Rossi
Anna María Rossi
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La experiencia de amnesia que vivimos los seres humanos hace que olvidemos que tenemos un origen común. Metafóricamente, somos parte de un océano y nos confundimos al sentirnos como olas separadas, sin comprender que cada una de ellas es sólo una expresión del mar que la creó y que fuera de él no es nada.

Platón sostenía hace 2.500 años, que las almas atraviesan el río del olvido cuando entran en una experiencia terrenal. Las almas, al reconocerse separadas e individuales, creen que están solas y luchan incesantemente por hacerse un lugar; es como que las olas del mar compitieran entre sí para ser la más grande, la más poderosa, la más vistosa, imponente y perfecta, cuando en realidad todas están hechas del mismo material y de idéntica materia prima. Todas son hermanas y van a terminar en la orilla para regresar nuevamente al océano. 

Ciclo tras ciclo, año tras año, las olas aparecen y desaparecen, mientras que el océano permanece. Algunas llegan más lejos y se ven más poderosas, otras más sencillas, pequeñas y calmas, pero en el fondo ¿existe una diferencia fundamental entre ellas? 

Metafóricamente, somos parte de un océano y nos confundimos al sentirnos como olas separadas, sin comprender que cada una de ellas es sólo una expresión del mar que la creó y que fuera de él no es nada.

Si tan sólo pudiéramos recordar que somos océano, que somos seres espirituales en una experiencia humana. Si pudiéramos recordar que venimos de un tronco común, que estamos en el mismo “barco”, que estamos hechos de lo mismo… Si lo recordáramos, no nos atreveríamos a agredirnos, a herirnos, a matarnos, porque somos hermanos de alma, que necesitamos generar comunidades colaborativas para avanzar y volver juntos a “casa” cuando se termine nuestra experiencia en este plano.

Si pudiéramos recordar que cada uno es importante, no por su forma, su aspecto, su pensamiento o su condición; sino  porque nuestra materia prima es sagrada. Si pudiéramos recordar, que cada vez que nos conectamos con ese núcleo sereno activamos la conciencia de humanidad compartida, que cada vez que ponemos la intención del amor en nuestro quehacer estamos activando el recuerdo, que cuando miramos con compasión, con altura, con perspectiva estamos activando la memoria colectiva, que si hago un trabajo en mí para salir de la amnesia puedo también invitar a los que me rodean.

Si pudiéramos recordar lo que nos une por sobre lo que nos separa podríamos practicar el bien común.

Salir de esta amnesia, de esta gran caverna, de esta gran confusión es lo que el universo parece estarnos demandando y quizá por eso hemos estado expuestos a tanto movimiento e incertidumbre a tanto dolor y violencia. Necesitamos dar un paso. 

Ciclo tras ciclo, año tras año, las olas aparecen y desaparecen, mientras que el océano permanece. Algunas llegan más lejos y se ven más poderosas, otras más sencillas, pequeñas y calmas, pero en el fondo ¿existe una diferencia fundamental entre ellas?

La Tierra misma está pidiendo ser cuidada y respetada porque si no ya no tendremos un planeta en el que habitar. Ese paso es personal y también colectivo. Cada uno puede hacer su trabajo para salir del río del olvido e invitar a otros, porque si cada día despiertas con la determinación de ser “el que recuerda”, sin duda que puedes colaborar con mitigar la amnesia colectiva de todos los seres humanos.

Si tan sólo pudiéramos recordar… 

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