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Opinión

1 de Agosto de 2022

Salud mental en colegios: oportunidades y desafíos

Las intervenciones que se implementan en los colegios para favorecer una mejor salud mental, no siempre están respaldadas por la evidencia científica. Además, muchas veces no incluyen la adaptación cultural necesaria ni la evaluación de su eficacia en el contexto local. Esto último es muy necesario, ya que sabemos que incluso una intervención que ha demostrado ser eficaz en un entorno, puede tener diferentes resultados en otros contextos.

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Las comunidades educativas, hace varios años ya, han estado constatando un aumento de los problemas de salud mental en los escolares en Chile. A esto se viene a sumar, el que la población infanto-juvenil ha sido una de las más afectadas por la pandemia por COVID-19 en esta área. Directivos, profesores y apoderados de colegios han referido que muchos de los estudiantes están presentando síntomas ansiosos, depresivos y dificultades para regular sus emociones de manera adecuada. Además, perciben que esto, lejos de disminuir, se ha intensificado con el retorno a clases de manera presencial.

Tanto para prevenir la aparición de problemas de salud mental, como para abordarlos oportunamente, los colegios son una gran oportunidad. Esto se ve favorecido por la cantidad de horas que los estudiantes pasan en estos establecimientos y la relación cercana que muchas veces establecen los docentes con ellos.

Reconociendo tanto esta compleja situación como el rol que pueden tener los colegios para abordarla, es que el Ministerio de Educación ha comenzado a implementar la “Política de Reactivación Educativa Integral” que incluye un eje denominado “Convivencia, bienestar y salud mental”. Más allá de esta política, muchos colegios, tanto públicos como privados, han hecho esfuerzos para generar distintas estrategias con el objetivo de aportar a una mejor salud mental en sus comunidades educativas. Ante este escenario cabe que nos preguntemos ¿darán frutos estos esfuerzos? ¿habrá valido la pena la inversión?

Tanto para prevenir la aparición de problemas de salud mental, como para abordarlos oportunamente, los colegios son una gran oportunidad.

Las intervenciones que se implementan en los colegios para favorecer una mejor salud mental, no siempre están respaldadas por la evidencia científica. Además, muchas veces no incluyen la adaptación cultural necesaria ni la evaluación de su eficacia en el contexto local. Esto último es muy necesario, ya que sabemos que incluso una intervención que ha demostrado ser eficaz en un entorno, puede tener diferentes resultados en otros contextos. Sabemos que es importante involucrar, tanto en el diseño de nuevas intervenciones como en la adaptación de intervenciones probadas en otros escenarios, a los destinatarios (diseños participativos o co-diseños). Adicionalmente, un campo novedoso a incluir es la ciencia de la implementación que considera los métodos, procesos y elementos básicos que intervienen en la integración exitosa de intervenciones en entornos reales. Por otro lado, hay veces que se diseñan o adaptan intervenciones rigurosamente, incluyendo la mejor evidencia y diseños participativos, pero se hacen evaluaciones de impacto en estudios muy pequeños o de tipo piloto, lo que no significa que se haya demostrado su efectividad. Ambas situaciones pueden llevar a desperdiciar recursos económicos y a dedicar tiempo (que siempre es escaso) a actividades que no tienen el impacto positivo esperado. Dos ejemplos, uno de investigación a nivel nacional y otro internacional nos pueden ilustrar de cómo grandes estudios con muchos recursos involucrados no han demostrado eficacia, a pesar de que había resultados prometedores en experiencias piloto. El primero es un estudio en 22 colegios y 2.512 estudiantes de Santiago de Chile, que evalúo una intervención psicoeducativa de 11 sesiones de frecuencia semanal en la sala de clases. En él no se logró su objetivo, el que era reducir los síntomas depresivos. Un reciente y gran estudio en Reino Unido de una intervención universal que involucró a 84 colegios y 8.376 estudiantes evaluó una intervención escolar de 10 sesiones de ‘mindfulness’ o atención plena. Ese estudio no logró demostrar eficacia en reducir el riesgo de tener problemas de salud mental ni en promover mayor bienestar emocional. Es por eso, que no es suficiente solo financiar estudios piloto, sino que se requiere una fuerte inversión en estudios de efectividad. Se requiere eso sí precisar que las conclusiones de ambos estudios no significan que se deban desechar esas intervenciones, sino que se debe considerar qué funciona, para quiénes y cómo, teniendo en cuenta los factores clave del contexto y la aplicación.

Una sugerencia plausible a investigar es la implementación de intervenciones en colegios que se enfoquen en estudiantes con cierto nivel de riesgo en salud mental (intervenciones focalizadas); por ejemplo, en adolescentes que tienen síntomas iniciales de depresión y ansiedad, sin aún tener todos los criterios para tener un diagnóstico de salud mental (síntomas sub-clínicos o sub-umbrales).

Una sugerencia plausible a investigar es la implementación de intervenciones en colegios que se enfoquen en estudiantes con cierto nivel de riesgo en salud mental (intervenciones focalizadas); por ejemplo, en adolescentes que tienen síntomas iniciales de depresión y ansiedad.

Por otra parte, hay que considerar que, si las intervenciones no son evaluadas, se puede ignorar efectos negativos no esperados, lo que es aún más grave que no demostrar su eficacia. Por ejemplo, en un estudio piloto destinado a reducir los síntomas depresivos en estudiantes, se encontró que la intervención aumentó el estigma hacia la depresión en Colombia, lo que no ocurrió en Chile.

Una mayor inversión en recursos de investigación en esta área y una alianza con la academia puede aportar para resolver estos desafíos.

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