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Opinión

6 de Septiembre de 2022

Comer en IKEA: Mucha novedad pero poco sabor

Imagen montada, mostrando el restaurante de Ikea donde se puede comer y, en frente, una foto de Álvaro Peralta Patricio Vera / Agencia Uno

"Comida industrial servida en un comedor de casino con dimensiones y mobiliario sueco. ¿El resultado? Un éxito que tratamos de entender en esta columna".

Álvaro Peralta Sáinz
Álvaro Peralta Sáinz
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Más allá de los muebles, copas, cortinas, toallas y otros convenientes insumos para el hogar que el gigante sueco IKEA ofrece en su recientemente abierta tienda de Santiago, algo que ha llamado profundamente la atención de sus visitantes es el restaurante que funciona -al igual que en todas sus sucursales- al interior del local ubicado en Avenida Kennedy. De hecho, desde antes de su apertura ya se hablaba en la prensa de sus emblemáticas albóndigas (made in Suecia, dicen) y otros productos que su restaurante ofrece. Y claro, así les ha ido, porque esta área de la tienda suele estar siempre con una buena cantidad de público e incluso algunos reportes dicen que las mentadas albóndigas son el producto que más ha vendido IKEA Santiago desde su apertura el pasado 10 de agosto.

Si uno no conoce mucho de esta cadena de tiendas podría preguntarse con toda razón el por qué venden comida. Por lo mismo, es conveniente explicar que desde casi el momento de su fundación (1959) esta cadena decidió instalar pequeñas cafeterías en sus sucursales. Esto, porque las tiendas solían estar lejos de cualquier establecimiento que vendiera alimentos y segundo porque -como dice un lema histórico de la empresa- es imposible hacer negocios con un cliente hambriento. De ahí en más la comida de IKEA solo se ha ido consolidando, llegando al día de hoy en que se calcula que un 30% de sus clientes en todo el mundo (unos cincuenta países) solo los visita para comer, lo cual da cuenta como estos pequeños restaurantes se han transformado en un verdadero sello distintivo de la empresa. Y de paso, como dicen los directivos suecos, “en algún momento esa gente necesitará comprarnos algo”.

“Se calcula que un 30% de sus clientes en todo el mundo (unos cincuenta países) solo los visita para comer, lo cual da cuenta como estos pequeños restaurantes se han transformado en un verdadero sello distintivo de la empresa”.

Además, por lo general las tiendas de IKEA suelen estar ubicadas en las afueras de las ciudades o -al menos- en áreas menos pobladas. Entonces, cuando uno se toma un día para ir de compras a uno de estos lugares, muchas veces no tiene más remedio que aprovechar de comer algo en el mismo lugar. En Santiago la cosa es distinta, porque además de encontrarse justo en el límite de las comunas de Las Condes y Vitacura, en el último piso del mall que cobija a IKEA hay un nuevo y variado patio de comidas. Aún así, vale la pena preguntarse cómo anda el restaurante de esta tienda en Santiago de Chile.

A eso de las cuatro de la tarde de un jueves llegué a la tienda IKEA de Avenida Kennedy para conocer la experiencia de su restaurante. Ya que estaba ahí, di primero una rápida vuelta por el resto del local y luego me dirigí a su amplio comedor. No estaba lleno, es cierto, pero durante el par de horas que estuve ahí nunca dejó de llegar y llegar gente. Muchas mujeres de todas las edades, algunos niños y sobre todo jóvenes entre más o menos los 15 y 25 años conformaban la estructura del público de esa tarde. Todos, al menos en apariencia, pasando un rato muy agradable. El sistema es de autoservicio, bandejas incluidas, con las que uno recorre un mesón en forma de U del que puede ir eligiendo ensaladas, postres, wraps de camarones o platos calientes como sus famosas albóndigas con puré, lasaña, pollo o salmón -¿será nacional o importado?, porque no es lo mismo- y hasta papas fritas. También había algunos ítems dulces como rollos de canela, wafles y tartas. Para complementar se ofrecían unos pequeños panes y para beber estaba la opción de comprar agua, bebidas de fantasía o “leches” vegetales envasadas u optar por la opción “free refill” de agua, bebidas y café. A juzgar por lo que pude ver luego en torno a las máquinas de autoservicio (con filas a ratos), esta última opción es la más requerida por el cliente santiaguino.

¿Los precios? Bastante más barato que cualquier plato que se puede conseguir por el sector. A modo de ejemplo podemos señalar que las icónicas albóndigas de carne (también hay vegetarianas) con puré de papas, arvejas y salsa de arándanos más una bebida cuesta $6.180. Pero claro, si vamos sumando ensaladas, pan y dulces podemos llegar a bordear los diez mil. Aún así, los precios son una novedad -al menos- para el barrio donde está la tienda. Ahora bien, vamos a lo único que realmente importa. ¿El sabor qué tal?

Las benditas albóndigas no están mal. Es decir, mejor que algunas albóndigas preparadas que venden el comercio nacional pero tampoco son una cosa como para salir tirando petardos. La salsa de carne, especita, aportaba más sabor. Lamentablemente no fueron muy generosos con ésta al momento de servir. El puré estaba bien y las arvejas olvidables. La salsa de arándonos, OK. Los muy demandados rollos de canela no eran nada del otro mundo y los hot dogs que se venden en un “Bistro” a la entrada del local eran claramente mejor que los que se consiguen en un minimarket de estación de servicio, pero no vamos a decir que ese es un gran estándar.

En resumen, diría que la comida estaba aceptable, más o menos todo en el mismo rango, casi tan monótono como la comida de avión. De hecho, ese es el sabor de boca final con el me quedé. ¿Y por qué tanto éxito entonces? Difícil saberlo con precisión, aunque seguramente la novedad de lo nuevo hace lo suyo. De hecho, la atmósfera de ese comedor me recordó a la llegada del McDonald’s a Chile, cuando hasta algún crítico gastronómico sucumbió y los llenó de elogios en una de sus columnas. La verdad es que se respiraba un cierto aire de los años noventa, como cuando el Food Garden de Avenida El Bosque era una novedad y se repletaba los domingos o cuando La Florida se vio revolucionada con el patio de comidas de su flamante y nuevo Plaza Vespucio.

Diría que la comida estaba aceptable, más o menos todo en el mismo rango, casi tan monótono como la comida de avión. De hecho, ese es el sabor de boca final con el me quedé”.

Al final, toda esta experiencia me hizo recordar a alguien que estuvo tras los inicios de los Pronto de Copec que decía que uno de sus objetivos era entregarle a sus usuarios “una experiencia como estar en Suecia cuando se bajen de sus autos”. La verdad es que en su momento me pareció exagerado, pero lo cierto es que si me pidieran un símil nacional de lo que es el restaurante de IKEA diría que es algo a medio camino entre los ya mencionados Pronto y los también muy visitados Rincón Jumbo. Aunque claro, sin tantos comensales de la tercera edad. Ahora bien, vale la pena destacar la amplitud y comodidad de este lugar. Ni hablar de sus mesas y sillas, de distintos tamaños y modelos, que hablan muy bien del negocio central de IKEA, los productos para equipar el hogar.

Sin embargo, no me atrevería a decir que me sentí en Suecia ni nada menos mientras comía las famosas albóndigas con puré y arvejas. Menos aún si al salir de la tienda por los parlantes de la música ambiental del mall sonaba María Teresa y Danilo, cantada por el gran Zalo Reyes. Pero, a pesar de todo lo explicado acá, creo que lo más probable es que este restaurante -o comedor, o como quieran llamarle- sobrevivirá a ser la novedad del año y seguirá con su éxito por mucho tiempo más. Igual que tantos modelos foráneos -de todo tipo- que en este rincón de Sudamérica suelen ser grito y plata.

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