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Opinión

5 de Septiembre de 2022

La mirada exterior

Agencia UNO

Lo que ha perdido es justamente esa mirada exterior que los festivales de cine, los corresponsales extranjeros, los expertos en Chile, nos devuelven. Las cartas de 200 intelectuales del mundo felicitándonos por nuestra Constitución vanguardista fue un amargo recordatorio de que el mundo nos cree aún su conejillo de indias.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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La humillante derrota del Apruebo coincide con la exhibición en las salas del país de “Mi país imaginario” el ultimo documental del multipremiado Patricio Guzmán. Este quiere contar el tramo de historia que va del estallido social a la instalación de la Convención contado solo por mujeres. Protagonistas ellas de un movimiento ante el que el director, que es también el narrador del documental, no tiene la menor distancia crítica. No lo disimula: no vive en Chile, viene cada cierto tiempo a filmar mar, montañas, y estrellas mezclándolos con la historia trágica del golpe militar y la UP de la que fue testigo privilegiado.

Aquí también parte de su experiencia en la UP y concluye que el estallido es su continuación virtuosa. Libre de partidos políticos, de dirigentes, de petitorio claro, libre de negociación y poder, la voz voluntariamente cándida del director culpa de todos los males del movimiento a la brutalidad policial. Insiste en que es un movimiento de mujeres, aunque vemos en la primera línea casi solo hombres lanzando testosterona del modo más salvaje posible. Por cierto, nada de eso se discute o se cuestiona. El director quiere creer que su País Imaginario existe y para eso no tiene escrúpulo en acallar cualquier señal de que las cosas no son como las muestra.

Esa negación del otro. Esa total erradicación de las diferencias reales, reemplazada por diferencias imaginarias, es la primera razón evidente de la derrota del Apruebo, que es la de la nueva izquierda y también la antigua. Mi derrota también, porque habiendo vivido en carne propia esa ejecución del otro, esa supresión de cualquier disidencia real, voté Apruebo ayer. Porque yo también dejé hacer a los Pato Guzmán de este mundo, y las Nona Fernández, y las Natalia Valdebenito y toda esa caravana de gente que no ha mirado nada afuera del timeline de Twitter. Artistas incombustibles del error que culpan a todos los empedrados que encuentran de sus infinitos errores, que son también horrores. ¿Cómo se puede llamar la indiferencia burlesca con que miran los artistas chilenos los muertos que no son sus muertos? ¿Cómo se llama el silencio en torno al molino que se quemó hace unos días?

Lo que ha perdido es justamente esa mirada exterior que los festivales de cine, los corresponsales extranjeros, los expertos en Chile, nos devuelven. Las cartas de 200 intelectuales del mundo felicitándonos por nuestra Constitución vanguardista fue un amargo recordatorio de que el mundo nos cree aún su conejillo de indias. Las portadas con Loncon o Boric que nos permitieron creer que éramos los buenos alumnos de algún posgrado del primer mundo, olvidando que no somos, como pensaba Nicanor Parra, solo un paisaje, sino también un país.

Somos una historia de doscientos años, mucho más años de los que Italia y Alemania pueden como república contar. Somos una tradición hecha de muchas traiciones y de algunas certezas que nos salvan en la oscuridad. Tradición de la que no se puede simplemente elegir las partes que te gustan y borrar las otras por decreto. Una historia y un presente, una economía que no anda, un sur asustado, un norte enojado, un centro desconcertado. Un país que se tiró piedras a sí mismo por meses como para castigarse de todos sus pecados.

Esa negación del otro. Esa total erradicación de las diferencias reales, reemplazada por diferencias imaginarias, es la primera razón evidente de la derrota del Apruebo, que es la de la nueva izquierda y también la antigua. Mi derrota también, porque habiendo vivido en carne propia esa ejecución del otro, esa supresión de cualquier disidencia real, voté Apruebo ayer.

¿Qué queda ahora? La derecha hizo de ésta su victoria. La Constitución, ésta o cualquiera, no les interesa nada. Les interesa la reforma tributaria y vengarse de Boric y su gente. Lo harán, sin importar lo que el país tenga que pagar por ello. El nuevo proceso será tan lastimoso como el otro. Saldrá, quizás, un engendro algo más tímido que el anterior. En el país imaginario seguirán imaginando que están al borde del paraíso siempre, que son víctimas. Y nos harán pasar más vergüenzas y rabia.

La única vía de salvación que le queda a la política chilena se llama socialismo democrático. Se llama Carolina Tohá para ser mas especifico. Pero para conseguir ser lo que tienen que ser tienen que salir del síndrome del papá progresista. Ese que no solo acepta que su hijo se tatué a los 11 años, sino que se entusiasma con lo que realmente lo horroriza. Si el socialismo democrático no es capaz de discutirle en su terreno al feminismo, el ecologismo y otros ismos radicales, si no comprende que son solo formas de fundamentalismo contrario a cualquier convivencia democrática, habrá perdido su oportunidad.

No se negocia con la izquierda identitaria, porque como la derecha, cuando se gana con ella, es ella y solo ella la que gana. Aunque en apariencia queramos lo mismo, en el fondo queremos lo contrario. Es tiempo que ambos lados de la ecuación lo sepan. La diversidad sexual es lo contrario de la disidencia sexual; los derechos de la naturaleza ponen en cuestión los derechos humanos; la igualdad sustantiva es solo formas programáticas de desigualdad. Los chilenos, como los abisinios, los peruanos, los belgas, no adherirán nunca a los delirios de una pequeña élite intelectual empeñado en neoliberalizar la protesta. La izquierda solo ha ganado cuando ha hecho política y siempre perderá cuando se dedique a la performance.

Gran parte de los que se discutió en la Convención es ya parte del acervo cultural de la patria. El Estado social de Derecho será mucho más temprano que tarde un hecho (a la chilena, claro). La manera de arreglar nuestra diferencia debatiendo también nos honra. Y nos honra que el resultado de ese debate no sea predecible ni automático. Nos hemos mostrado exigentes y quizás hasta pacientes. De todo este ruido que invade mi ventana esta noche quiero sacar esto en limpio. Seguimos siendo una democracia unida y convocante. Seguimos en las urnas decidiendo la mejor parte de nuestro destino.

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