Entrevistas
16 de Marzo de 2023Gastón Soublette sobre Gabriel Boric: “Aunque al principio no tenga la adhesión que era de esperar, no importa. Déjenlo que vaya madurando”
Filósofo, investigador, profesor, escritor, musicólogo y caminante de cerros, Soublette es -como define un documental sobre su trabajo y figura- uno de los sabios de su tribu. A lo largo de su existencia se ha dedicado a observar y amar esta Tierra en la que vive desde hace 96 años. Para eso ha empleado ángulos y perspectivas que lo alejan de las miradas tradicionales y occidentales. En esta conversación habla -entre otras cosas- sobre el año de gobierno de Gabriel Boric, a quien considera un hombre pacífico, y sobre el valor de integrar y mantener la visión de los pueblos originarios en el próximo proyecto constitucional.
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Al otro lado de la línea, desde donde su voz suena con un pequeño siseo, como si estuviera un poco bajo el agua, Luis Gastón Soublette Asmussen dice: “A ver, espéreme un momento que me voy a acomodar”.
De este lado de la línea, la imaginación vuela. Lleva a un hombre de barba blanca, pelo cano y ojos un poco hundidos. Lleva a un catre de bronce de plaza y media, al que acompaña un robusto velador de madera maciza. Lleva a un dormitorio de techos altos y suelos de madera. Lleva a una antigua casona chilena con galería interior, silencio de monasterio, luz natural y parque. Lleva a la quizá demasiado tranquila comuna de Limache.
Cuarenta y ocho horas antes, y también veinticuatro horas antes, es decir dos veces, Luis Gastón Soublette Asmussen se ha negado tajantemente a realizar esta entrevista en persona. No quiere visitas, explica. “Estoy demasiado viejo”, argumenta. “Me canso demasiado”, añade.
Su contraoferta es ésta: en su casa limachina, él recibirá una llamada, tomará el teléfono de línea fija que está en el velador, estirará su cuerpo alto como un álamo y delgado y nudoso como un bambú en la cama. Así tendido, en situación de descanso físico, pero atención mental, contestará preguntas. Debe ser a media tarde, después del almuerzo. O se toma o se deja.
Evidentemente, se toma.
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Es un jueves de marzo y Gastón Soublette ya listo para conversar, reitera una petición: “Tiene que hablarme lento y fuerte, para que yo pueda oírla”.
A sus 96 años, y a causa de la edad, ese cuerpo suyo -recién revisado y certificado por un médico chino, quien le augura que llegará a los cien- tiene ya algún desgaste natural. Pero su cabeza, el cerebro de filósofo, investigador, profesor, escritor, musicólogo, caminante de cerros, padre y abuelo -entre otras tantas definiciones posibles- está impecable, ágil, en perfectas condiciones, como un avión.
Gastón Soublette, al otro lado de la línea, mantiene una impactante lucidez holística, la misma -supone uno- que ha caracterizado a su figura y su quehacer por décadas. Es una persona que reflexiona y que proyecta futuros (un poco aterradores). También acusa, si es que acusación es una palabra que el pacifismo de Gandhi, a quien admira profundamente, permite: “Liberó a su pueblo sin haber disparado un solo tiro. Eso sí que es sabiduría”.
Acusa -o quizá mejor notifica- la irreversible decadencia de Occidente. Pero también atesora. El respeto hacia la tribu ancestral, el valor de la acción colectiva, una oriental necesidad de observar con desapego, la sólida certeza que se tiene cuando la relación con la madre Tierra es verdadera y amorosa. Soublette es, digámoslo así, un personaje único y casi imposible.
Su modo de entender la existencia ata cristianismo con taoísmo, con el entendimiento junguiano y con el chamanismo. Es mágico y a la vez racional, un bien no mueble muy escaso. Especialmente en este Chile que él identifica como un país latinoamericano conformado por personas que no entendemos quiénes somos.
“Lo puse en un libro. En Latinoamérica, los chilenos somos los que tenemos menos sentimiento de identidad nacional. Cualquier país más pequeño y pobre que Chile tiene más sentimiento de identidad que nosotros. Nosotros hemos sido muy copiadores de los modelos extranjeros poderosos y hemos ido perdiendo el sentido de identidad”, señala Gastón Soublette al otro lado del teléfono.
-¿A qué se debe, cree usted?
-En parte le echo la culpa a que vivimos en una sociedad muy desigual y muy injusta. Y lo que viene de la base popular o indígena para darnos una identidad, como la tienen México, Bolivia o Perú, nosotros lo hemos despreciado. Hemos despreciado la cultura indígena sin saber lo que estábamos perdiendo. La sabiduría, que estaba en otros tiempos, en la tradición oral de nuestro pueblo, en refranes, en cuentos, en dichos, lo hemos mirado a huevo.
-¿Podemos, como país, dejar de mirar a huevo ese conocimiento?
-Ya lo estamos haciendo ahora, en este momento, y lo he podido comprobar en mis alumnos.
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Gastón Soublette cuenta que hace tres años dejó las clases que por décadas impartió en la Universidad Católica. Hoy vive retirado, aunque no ocioso. El ostracismo relativo no le impide estar convencido de que en la juventud está la esperanza: “En los últimos 20 años se ha ido robusteciendo el sentido de identidad cultural de Chile en los alumnos”.
-Pero una cosa son los jóvenes estudiantes y otra la elite que dirige. ¿Cómo se logra que la elite valore esa identidad?
-Eso depende de la persona. Hay personas, de cualquier clase social, que tienen sensibilidad. Hay personas que tienen apellidos muy tradicionales y que tienen una tremenda sensibilidad para captar lo que vale la tradición oral criolla.
Para él, las enormes lagunas educativas que tiene el sistema chileno son parte del problema identitario: “En la asignatura de Historia, ya desde el colegio, y después incluso en la universidad, se puede reforzar la idea de que la colonización española aquí y la anglosajona en el norte trajo la verdad, la cultura, el espíritu, la moral. Porque los indios no tenían nada y no valían nada, que desde Europa llegó todo, la fe y Jesucristo, y el bien, la cultura, la diversidad. Ese prejuicio dominó las mentes de los chilenos durante mucho tiempo.
-Parece ser que sigue dominando. Era cosa de ver cómo fueron tratados los escaños reservados durante el anterior proceso constituyente…
-¿Pero no le impresionó ver que la primera sesión la presidía una mujer mapuche con su traje tradicional? A mí sí. Me impresionó profundamente, tanto que lloré. Después de eso hubo una fuerte oposición, pero eso ya estaba ahí. Y ahora vamos a ver qué va a pasar con el nuevo texto, pero los pueblos originarios no pueden quedar afuera.
-¿A usted, ese anterior texto qué le parecía?
-Había discusiones. Por ejemplo, en cuanto a llamar naciones a los pueblos originarios. La soberanía reside esencialmente en la Nación y si ellos son naciones en plural, quedaba un poco feo. Es un punto en el cual yo no estaba de acuerdo. Pero todo lo que ese texto decía sobre el valor de su cultura lo apoyé con mucho entusiasmo, y todo lo que se dijo de la defensa de la naturaleza. Creo que la gente, en realidad, leyó poco el proyecto, muy superficialmente y creo que la mayoría no lo entendió.
-¿Realmente esa es la explicación del fracaso?
-Voy a poner un ejemplo. Había una mención muy especial del concepto de ruralidad. Comunas del país que tienen el carácter de comunas rurales y la necesidad de defender la ruralidad. Eso no le importó a nadie. Pero cuando lo leí pegué un tremendo salto, y lo conversé con (la convencional) Elisa Loncon. Le dije que me parecía una maravilla. Creo que si las comunas rurales desaparecen va a ser este un país de neuróticos incorregible. Se lo dije también al Presidente Boric: Hagamos todo lo posible, Presidente, para que las comunas rurales no dejen de ser rurales. El anterior proyecto de Constitución defendía ese concepto, y eso es solo un ejemplo. La gente no se dio cuenta.
-¿Cómo pudo pasar?
-Se dice normalmente que un gran porcentaje de los chilenos no entienden lo que leen. Los chilenos son muy incultos. No leen y no tienen la costumbre de enfrentarse a un texto y entender realmente qué se está queriendo decir. Esa es la razón por la cual había tantos aspectos de esa Constitución que la gente ni siquiera se dio cuenta de que estaba ahí.
-¿Se perdió una oportunidad?
-Sí, la perdimos. Ahora, todo es perfectible y yo tenía la conciencia de que había mucho que perfeccionar en ese texto. Pero lo que correspondía para mi persona era apoyar para perfeccionar. Por eso, cuando empezaron a decir que yo era amarillo por ser amigo de (Cristián) Warnken, dije que no, que objetaba el calificativo, porque el amarillo significa chueco y traidor. No entiendo que ellos hayan tenido el mal gusto de escoger ese nombre.
-¿Qué expectativas tiene del nuevo proceso constituyente?
-No tengo mucha idea de si quienes integran la comisión de expertos son personas que pueden redactar bien un texto constitucional. No sé realmente de qué tendencias son, porque cada uno concibe la Constitución desde sus intereses. Sí espero que todo lo que se dijo en la Constitución anterior sobre la ruralidad, la defensa del patrimonio, la defensa del medio ambiente, la defensa de la cultura nacional y de los derechos de los pueblos originarios no sea borrado de esta Constitución.
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Viudo desde 2019, Gastón Soublette pasó el momento más crítico de la pandemia del Covid-19 solo en Limache. Considera que, para personas como él, ancianos como él, fue un tiempo muy cruel. Vivió nueve meses encerrado por completo: “Afortunadamente tengo un jardín grande, pero no podía salir a la calle. Si me pillaban, me cobraban multa. Fue terrible.
Durante esos meses no se quedó quieto, no obstante. Justo antes de 2020 terminó de dar testimonio para un documental dedicado a él y llamado “El sabio de la tribu” (Ondamedia). Después, mientras Chile discutía sobre vacunas, fallecidos y cuarentenas, Gastón Soublette escribió su más reciente libro: “El I Ching y la Sabiduría Prehistórica” (Ediciones UC, 2022).
-La pandemia hizo a mucha gente replantearse la vida, se empezó a valorar una mirada más colectiva. Pero pareciera que acabada la gran crisis volvimos a ser los individualistas de siempre. ¿No le parece?
-Mire, yo diría que en general el hombre de hoy, no solo el chileno, sino el japonés y el alemán, todo el hombre de esta época, no se enfrenta a sí mismo, no se conoce a sí mismo, vive en los lugares comunes de la racionalidad. Entonces, tiene una visión muy pobre de la vida y del destino humano. La pandemia como que nos obligó a penetrar en nosotros mismos en forma más profunda. A mí me enriqueció tremendamente.
-Chile salió de la pandemia a enfrentar un cambio generacional en La Moneda. Tenemos hoy uno de los pocos gobiernos “millennial” del mundo, el de Gabriel Boric. ¿Cómo lo estamos haciendo?
-El hecho de que haya venido una persona de esa edad me hace pensar en lo que fue el gobierno subsidiario de Diego Portales, por ejemplo. Y, en el pasado, cuando Julio César era emperador a los 30 años. Jesucristo empezó su vida pública a los 30. Era corriente en otros tiempos que hombres de entre 30 y 40 años gobernaban en el momento más lúcido de sus vidas. A mí no me escandaliza para nada la edad que tiene Gabriel Boric.
-Pero se le critica la falta de experiencia.
-Pero déjenlo gobernar, obsérvenlo. Lleva apenas un año. Yo creo que un hombre joven era necesario, hemos tenido muchos ancianos en el gobierno de Chile. Dejemos a este hombre joven. Aunque al principio no tenga la adhesión que era de esperar, no importa. Déjenlo que vaya madurando y adecuándose al esquema social del país. No creo que sea un hombre violento ni creo que quiera soluciones violentas.
-¿Cómo evalúa usted este primer año de gobierno?
-Creo que hay una oposición bastante fuerte. Se ve en lo que pasó con la reforma tributaria…
-…Que es considerada una gran derrota para su gobierno.
-Sí, pero con un límite mínimo de un voto. Era de esperar que iba a tener esta oposición bien orquestada de gente que tiene, como decir, más experiencia de manipulación política. Hoy, pero eso pasa en todas partes del mundo, la gente que quiere el bien común es obstruida. Boric, creo yo, desea el bien común. Todavía le quedan tres años donde pueden pasar muchas cosas.
-¿Cosas buenas, quiere decir?
-Sí. Yo creo que en lo social el país va a recapacitar.
-Se ve difícil.
-O sea, a la luz de los acontecimientos y de lo neuróticos que estamos, no está fácil. Soy muy contrario al esquema de la civilización actual. La civilización industrial cayó en la desmesura, y esa desmesura nos ha vuelto locos a todos y de todos los sectores. El mayor loco en este momento es (Vladimir) Putin. ¿Qué es lo que está haciendo? Estamos en un mundo muy revuelto y pienso a la larga que esto no puede terminar bien.
-¿Qué sugeriría para que podamos hacer que termine bien?
-Necesitamos un poquito más a Dios. A nivel mundial, con las grandes potencias y los políticos que manejan poderes tan grandes que no pueden renunciar a ellos, que no pueden renunciar a crecer, que no pueden renunciar a armarse cada vez más. Hay una especie de consenso sobre que la grande no se va a poder evitar. ¿Y qué es la grande? La grande es a todo nivel. Es climática, es política, es económica, es moral, es espiritual. Es la crisis completa de este modelo de civilización que nos ha vuelto locos.
-Y que nos va a obligar a un gran cambio…
-Es tremendo pensar que la grande es la guerra nuclear y que en principio no queda nadie vivo, incluso los que están lejos de la guerra. Es cuestión de tiempo. Como soy cristiano, ha habido dos diluvios. El primer diluvio fue de agua y Noé salvó a su gente y ésa es la simiente de la nueva humanidad. Viene otro diluvio, que es la grande. ¿Y dónde está el arca? ¿Dónde nos vamos a salvar? Yo creo que el arca es Cristo. Las personas que están en la fe en Cristo son, a mi entender, los pocos que tienen posibilidad de salvarse.
-¿Por qué?
-Porque la fuerza del amor, la fuerza de la fe, es una protección interior que evita que te pase a ti lo que les pasa a los que no aman o que no creen. Si tú estás en el amor, en la paz del Señor, eso es una defensa frente a este nuevo diluvio. Es lo que puedo decir desde mi fe.
-Evidentemente usted no le tiene miedo a la muerte.
-Tal vez le tenga un poco miedo, porque es un viaje que deja todo atrás. Si yo en este momento me fuera para siempre a Siberia, eso sería dejar atrás todo lo que he sido, pero de todas maneras estaría en la Tierra donde hay árboles, donde hay aire que respirar. En este viaje a la muerte no hay nada de lo que yo conocí, nada de la Tierra. Entonces, claro que hay algo de miedo ante un cambio que es absoluto. Pero yo le encuentro un sentido a la muerte, creo que parte de la vida. Ahora, morirse a los 30 años es una tragedia. Pero, morirse a los 96 como yo, no es una tragedia. Es un buen momento para irse.