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Opinión

17 de Marzo de 2023

Ser mujer y mayor: un doble estigma

Antonia Salas, coordinadora de cambio cultural e incidencia de Fundación Conecta Mayor y Sofía Troncoso, directora social de la misma entidad, escriben sobre los prejuicios y barreras que enfrentan las mujeres mayores.

Por Antonia Salas y Sofía Troncoso

A nivel demográfico, las mujeres somos un grupo mayoritario. En el caso de quienes tienen más de 60 años, las mujeres mayores representan el 55,3%, con una esperanza de vida que alcanza los 83 años, a diferencia de los hombres que viven en promedio hasta los 79 años, lo que pone en evidencia el fenómeno de la feminización de la vejez.

Sin embargo, aun cuando las mujeres somos y vivimos más, la irrefutable realidad es que alcanzamos la vejez en peores condiciones de vida.

En un contexto en donde la ONU ha declarado el sexismo y el edadismo como dos de las tres mayores discriminaciones en el mundo, las mujeres mayores cargan con un doble estigma: ser mujer y mayor.

Envejecemos como vivimos: así como la vejez expresa la suma de las acciones, decisiones y condiciones de vida, llegamos a ella además con una gran suma de desigualdades que se siguen reproduciendo y agravando con la acumulación de los años, sobre todo en ámbitos como el económico, social y educativo.

La carga de ser mujer y mayor es algo que nuestro Estado tiene identificado y que hace ya siete años se comprometió a abordar mediante la incorporación de perspectivas de género en todas su políticas y programas, al ratificar la Convención Interamericana para la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (OEA).

En Chile la realidad es preocupante y debemos seguir visibilizándola con sentido de urgencia. A nivel económico, las desigualdades de género en la vejez aumentaron durante la pandemia.

Según el último estudio publicado por el Observatorio de Envejecimiento en 2022 (CEVE UC y Confuturo), sólo el 17% de las mujeres de 60+ tiene trabajo (versus el 40% de los hombres) y, de ellas, el 50% trabaja de manera informal, lo que se traduce en una mayor precariedad e inestabilidad económica.

Las desigualdades salariales entre hombres y mujeres (inaceptables en esencia), también aumentan con la edad. A nivel nacional, las mujeres ganan un 20% menos del salario que un hombre por realizar el mismo trabajo, brecha que aumenta a 26% cuándo la mujer supera los 60 años, recibiendo en promedio $150.000 menos por empleos similares (CEVE UC y Confuturo).

En cuanto al trabajo no remunerado, la inequidad se dispara. En Chile el 87% de quienes cuidan a otros son mujeres, según cifras de Gobierno, y de ellas, más de la mitad tiene 60 o más años (SENAMA). Un aporte social y económico históricamente invisibilizado, y que en Chile equivale al costo de construir 46 hospitales al año o al 3,1% del PIB nacional (SENAMA, MINSAL).

La falta de oportunidades laborales también está ligada a la brecha de oportunidades educacionales que, hace 50 años, perjudicaba a las mujeres a niveles que hoy cuesta entender. Por ejemplo,el promedio de años de educación cursada por la población mayor de 80 años es de 7,3 para hombres y 6,5 para las mujeres.

Así, el empleo, el cuidado, los estudios, los ingresos e incluso la participación social son solo algunos de los ámbitos donde las mujeres se ven perjudicadas. Por eso, la reparación de estas desigualdades requiere de un esfuerzo adicional y las oportunidades en el mundo digital son un excelente camino para ello.

Justamente la ONU declaró como prioridad para el 2023 la promoción de un mundo digital inclusivo, con innovación y tecnología para la igualdad de género. El acceso a la tecnología es también una puerta de acceso a la educación, a nuevas fuentes de ingresos, a la información oportuna y, en consecuencia, al empoderamiento para las mujeres.

La inclusión (tanto social como digital) en mujeres y en personas mayores es un derecho.

Por lo mismo, y para combatir las desigualdades que acumulan las mujeres a mayor edad, es que hoy la gerontología feminista -gerofeminismo- está tomado cada vez más fuerza, inspirándose en el ejemplo del movimiento feminista que en las últimas décadas ha logrado importantes avances en cuanto a la inclusión de la mujer en el ámbito social y laboral, y sobre todo en protegernos de vulneraciones injustas.

Así como el sexismo y el edadismo (o discriminación por edad) fueron términos acuñados en la misma década de los 60, la forma en que hemos avanzado exitosamente en combatir el primero, debe orientarnos a hacerlo con el segundo.

El cambio social es fundamental, pero también lo es la promoción de políticas públicas con enfoque de género y antiedadistas.

En una sociedad que equivocadamente se avergüenza por la suma de los años, lo que debiese avergonzarnos más bien es la exclusión y la postergación de la construcción de una sociedad para todas las edades, en donde la longevidad sea sostenible y donde ser mujer y mayor no conlleve un doble estigma.

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