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Reportajes

23 de Julio de 2023

Gritos en el cielo: la cancelación de la obra “Levitas” y otros casos de censura al arte en el Chile democrático

Presiones de grupos religiosos de la comuna de Nueva Imperial impidieron que se realizara una función del exitoso montaje de la compañía Lafamiliateatro, una ficción basada en testimonios reales que denuncia la violencia de género en la iglesia pentecostal. El montaje llegaba allí en el marco de una gira financiada por el Ministerio de las Culturas, donde califican ahora el hecho como “un llamado de atención para fortalecer y cuidar la libertad de expresión”. Este reportaje revisita varios episodios en los que distintas obras y propuestas fueron canceladas e incluso llevadas a la justicia entre polémicas y debates valóricos; desde los ataques a la obra "Prat", Baby Vamp y Luizo Vega, hasta la censura de TVN al documental "El Diario de Agustín" y el reversionado clásico teatral de Egon Wolff bajado por su familia. ¿Qué refleja de la sociedad y la democracia chilena que episodios como estos sigan sucediendo? Responden aquí varios de sus creadores.

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Entre los pentecostales, el coro es considerado el corazón de la Iglesia. Formar parte de él es un privilegio otorgado por Dios y, como tal, exige a sus integrantes total dedicación y entrega a su misión, que es la de transmitir el amor de Cristo y engrandecer su nombre a través de alabanzas y canciones durante el culto. Su canto mantiene la paz al interior del rebaño.

Precisamente, un coro de mujeres de una pequeña iglesia pentecostal de la comuna de San Bernardo protagoniza Levitas, la obra de la compañía “Lafamiliateatro” que fue cancelada semanas atrás en la comuna de Nueva Imperial, en la región de La Araucanía. Estrenada con gran éxito de público y crítica a mediados de 2022, su debut allí estaba previsto para el sábado 8 de julio pasado, en el Teatro Municipal de la ciudad, donde estaba programada desde fines de mayo, en el marco de una gira financiada con $13.800.000 del Fondo Nacional de Artes Escénicas 2023 del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

Dos semanas antes de la función, sin embargo, su autora, la actriz y dramaturga Paly Pavez se enteró por teléfono de que el montaje se había cancelado, ante los reclamos de grupos religiosos de la zona. No era la primera vez que la obra codirigida por Eduardo Luna y Alexis Moreno Venegas recibía portazos y ataques a propósito de la misma gira, recuerdan ahora al interior de la compañía. En sus redes sociales comenzaron a recibir mensajes como: “No saben nada de la Iglesia”, “Dios no las va a perdonar”, “Arderán en el infierno”.

“La gira postulada contemplaba originalmente una función de Levitas en la comuna de Lautaro y la veníamos gestionando desde febrero de este año”, cuentan en la compañía. “Estuvimos meses intentando comunicarnos hasta que nos respondieron que la encargada con la que habíamos gestionado todo ya no se desempeñaba como encargada del espacio respectivo. Luego entramos en contacto con el nuevo encargado, quien nos manifestó que debía pedir una autorización de Dideco (Dirección de Desarrollo Comunitario) para poder programar la obra. Esa gestión demoró muchas semanas y finalmente recibimos una respuesta negativa. Hasta ese momento pensamos que solo era una cuestión administrativa”, agregan.

Desde que se fundó en 2004, Lafamiliateatro ha explorado la memoria histórica reciente del país e indagado en diversas problemáticas locales urgentes desde la dramaturgia y la escena, cruzando además la ficción con el género documental. Lo hicieron en su multipremiada obra Painecur (2017), escrita y dirigida por Eduardo Luna, donde un grupo de estudiantes de Derecho preparaba su examen de Clínica Jurídica a partir del caso real de un niño mapuche lafkenche sacrificado en 1960, en un rito a cargo de una machi, para contener las fuerzas de la naturaleza durante el terremoto más grande registrado en la historia. Los personajes encarnaban las distintas posturas posibles frente al caso, expandían las definiciones de justicia y sacaban afuera, por cierto, sus más profundos prejuicios hacia el pueblo mapuche.

Lo hicieron también en Mauro (2021), escrita y puesta en escena por Eduardo Luna, obra que retrataba a una comunidad afectada tras la construcción del tranque de relaves minero El Mauro, ubicado en la Región de Coquimbo, considerado el más tóxico de Latinoamérica. Levitas –su más reciente trabajo y primero escrito por una de las integrantes mujeres del grupo en casi 20 años de trayectoria– no podía sino seguir la misma hebra del teatro de investigación y denuncia a medio camino entre la ficción y la no ficción.  

Evangélica desde que tenía 9 años, Paly Pavez (1985) vació durante el proceso de escritura del texto sus propias experiencias y los resultados de una investigación –que además incluyó recopilación y análisis de material teórico y documental, trabajo de campo y entrevistas en distintas comunidades durante dos años– para construir y sostener la ficción: todo parte con la llegada de una nueva integrante al coro de la misma pequeña iglesia pentacostal de San Bernardo, donde la prolongada ausencia de su director tiene inquieto al rebaño.

Lo que al comienzo se presenta como un habitual ensayo de martes, termina convirtiéndose en un acto liberador de este grupo de mujeres que han vivido enclaustradas y asfixiadas en la fe, la doctrina y su lógica patriarcal. Una terapia de grupo que saca a la verdadera luz el silenciamiento, la discriminación e invisibilización que han sufrido en la comunidad.

Tras lo sucedido en Lautaro, la compañía gestionó rápidamente otro espacio y con mejor infraestructura: el Teatro Municipal de Nueva Imperial. Tomaron contacto con la encargada de programación del Departamento de Cultura del municipio, Gisela Gutiérrez, “quien encantada aceptó programar la obra”, recuerdan sus miembros. Acordaron trabajar en conjunto, fijaron la fecha de la función y el grupo se abocó a los preparativos de la gira, que finalmente arrancó el 26 de junio pasado.

Se presentaron con funciones de Levitas en Concepción, Chiguayante, Los Ángeles, Angol y Padre Las Casas. La última parada fue en Villarrica, el pasado 9 de julio. La penúltima iba a ser en Nueva Imperial, pero la historia ya es conocida.

“La cancelación de la obra se realizó de manera telefónica con Ruth Guerra, directora del Departamento de Cultura de la Municipalidad de Nueva Imperial, quien expresó los motivos aludiendo a la presión de organizaciones evangélicas hacia el municipio para que no se exhibiera la obra. Para respaldar la cancelación les solicitamos una carta formal y nos enviaron una que, sin embargo, no contiene la información real. Paly volvió a insistir por correo el 24 de junio, insistiendo en que nos dieran por escrito los motivos reales de la cancelación. Ese correo no fue respondido”, cuentan a The Clinic desde Lafamiliateatro. 

Hubo un tercer intento por programar Levitas en la región, esta vez en Renaico, en la Provincia de Malleco. Tampoco prosperó. Misma historia: fueron bien recibidos por la jefa del Departamento de Cultura local, a quien conocían, rápidamente programaron una función y a poco andar perdieron comunicación con la funcionaria. Días después les informaron que la Dideco no había aprobado la programación debido a la temática de la obra.

Tras la gira, Levitas se presentó el fin de semana pasado en un llenísimo Teatro Nacional Chileno, en Santiago, ocasión en que además fue lanzado el libro con el texto, editado por Cuarto Propio. Próximamente estará también en Valparaíso, y van por más. Seguir girando con la obra se volvió un acto de resistencia, dicen ahora sus creadores, quienes reflexionan sobre lo sucedido en Nueva Imperial y otras ciudades donde no pudieron presentarse.

“Queda en evidencia que las organizaciones religiosas poseen un alto nivel de influencia política en diversos territorios, situación que a nuestro parecer se torna peligrosa cuando la institucionalidad pública (el municipio, en este caso), les permite decidir a qué contenidos culturales puede y debe acceder toda una comunidad”, asegura Paly Pavez. Por otro lado, agrega, “se evidencia que en esta ‘democracia’ el concepto de Estado Laico no es tan real como quisiéramos. Solo por citar un ejemplo: aún se le da cabida a las iglesias para opinar y juzgar si acaso las mujeres podemos decidir sobre nuestros cuerpos. A partir de la instalación y validación de los discursos religiosos, continúa imperando la culpa como herramienta de sometimiento y control, lo que genera un absoluto retroceso en nuestros derechos”.

Le sigue Eduardo Luna (1982), director de la obra: “Que ocurran hechos de censura y cancelación evidencia el avance desatado del conservadurismo más radical. Y a su vez, evidencia también el hecho de que si una situación como la que experimentamos nosotros en Nueva Imperial tiene un impacto tan bajo en los medios de comunicación, ese avance está absolutamente respaldado y legitimado”.

Consultada por The Clinic, la subsecretaria de las Culturas y las Artes –además de actriz, directora y dramaturga–, Andrea Gutiérrez, califica la cancelación de Levitas en La Araucanía como “un llamado de atención para fortalecer y cuidar la libertad de expresión y creación, que son valores fundamentales en una democracia y constituyen una conquista permanente”.

“Nuestro rol como Ministerio es seguir promoviendo que la creación se desarrolle libre, evitando cualquier tipo de censura y cuidando que las y los creadores puedan desarrollar su trabajo, porque contribuye al fortalecimiento de la sociedad y a la reflexión colectiva, sobre todo en temas que han sido socialmente acallados”, agrega la subsecretaria.

Sidarte Araucanía se pronunció sobre el caso Levitas a través de un comunicado. “Queremos manifestar nuestra preocupación, molestia y reflexión en torno a los últimos acontecimientos que se han enmarcado en actos de censura (…) En el año 2023 no podemos estar viviendo este nivel de censura y arbitrariedad. Es necesario mantener los espacios artísticos libres de censura. Es por esto que queremos hacer un llamado a las autoridades a resguardar nuestra democracia y de ser necesario aplicar sanciones, para que la censura sea erradicada del arte, la cultura y la sociedad”.

Antihéroes y esquirlas del pasado

“Son memorias bloqueadas”, dice la dramaturga y directora Manuela Infante (1980) al preguntarle por Prat, su primera obra, que estrenó junto a la hoy disuelta compañía Teatro de Chile en el Festival de Dramaturgia y Dirección Víctor Jara, allá por octubre de 2001.

Codirigida por María José Parga y protagonizada por un jovencísimo Héctor Morales, la ficción presentaba a un retraído y temeroso Arturo Prat de 16 años; muy apegado a su madre, con una debilidad por el alcohol y enfrentado, además, al dilema de convertirse en héroe.

Ese año Prat se quedó con dos premios tras su paso por el certamen universitario, a la Mejor Obra y Mejor Actor. Un debut brillante y agitador de la también autora de Estado vegetal y Cómo convertirse en piedra, bloqueado ahora por el impacto del escándalo que desató exactamente un año después.

Parte del premio consistía en una temporada breve en la sala Sergio Aguirre de la Universidad de Chile y la compañía se adjudicó poco más de dos millones de pesos del Fondart para la puesta en escena. Mientras corrían los preparativos, comenzaron a circular también las críticas al interior de oficiales en retiro, políticos y otros círculos de derecha.

Prat, protagonizada por Héctor Morales.

“La personalidad de Arturo Prat es demasiado grande, nacional e internacionalmente reconocida para que un pequeño grupo de teatro pueda mancillar su imagen entre los chilenos de corazón bien puesto”, dijo por ese entonces Jorge Swett, vicealmirante, exrector de la Universidad Católica y entonces vocero de la Cámara de Almirantes en Retiro. Desde la Marina, en tanto, decían que la obra les “dolía e indignaba”. Era otra la época y otras las voces que aún se oían fuerte en el país.

No fue todo. La Corporación 11 de Septiembre interpuso una querella en contra del Ministerio de Educación y del Fondart por financiar la obra y permitir que se divulgara semejante retrato del héroe nacional. Descendientes directos y un instituto con el nombre de Arturo Prat interpusieron también recursos de protección en contra de los creadores de la obra, respaldados por diez senadores, entre ellos Evelyn Matthei y Antonio Horvath. La querella fue declarada inadmisible y los recursos fueron rechazados por tribunales.

El 30 de septiembre de ese año, y a raíz de la polémica, la Coordinadora Nacional del Fondart, abogada y exministra de Bienes Nacionales, Nivia Palma, renunció al Fondart con una carta dirigida a la división de cultura del Ministerio de Educación, de la cual aún dependía. Tras su salida, Palma aseguró que la entonces ministra Mariana Aylwin le había prohibido asistir al estreno y hablar de la obra Prat en la prensa.

Cuatro días antes, en un acto de respaldo a Prat y a la compañía, Palma declaró a la prensa que no se podía aceptar “que se pretenda impedir el estreno de una obra teatral solo porque algunos sectores no compartan su contenido”.

Manuela Infante y el resto de la agrupación se mantuvo en silencio hasta después del estreno, como habían anticipado: “Elegimos una fábula que es conocida en tanto que historia oficial y que por lo mismo contiene una cantidad enorme de espacios vacíos. Hablamos desde la periferia, desde lo caótico, y lo inconcluso. Es un texto que está escrito para ofrecer la mayor cantidad de huecos posibles”, declaró la autora en una entrevista.

“Una fresca lectura del patriotismo, del discurso del éxito y de la figura de Prat, a quien sitúa como héroe descreído y frágil, acaso un antihéroe”, consignó la escritora y crítica Alejandra Costamagna sobre la obra, que se convirtió en el primer hit de la compañía y de su autora, y en uno de los episodios claves de la censura en el país después de la dictadura. En efecto, el ‘frescor’ que trajo Prat a la escena teatral de la época se sintió más como un puñetazo en el corazón del patriotismo chileno más extremo.

La obra debutó finalmente el 18 de octubre de 2002, en la sala Sergio Aguirre de la Universidad de Chile. Un día antes, para el preestreno, hubo manifestaciones e incluso amenaza de bomba. Años después, la compañía estrenó un spin off, Arturo (2009), en el que escenificaron la trastienda que envolvió a ese primer y riesgoso montaje.

“Las cosas se están moviendo demasiado rápido y hacia lugares que no esperábamos”, dice ahora la directora Manuela Infante desde Alemania, a poco más de veinte años del episodio de Prat.

“Hace cinco años te hubiera dicho que lo que sucedió con esa obra no pasaría hoy y que ya habíamos salido de la doble cara del autoritarismo disfrazado de democracia como lobo disfrazado de oveja en los 2000, pero hoy ya no puedo decir eso. El lobo no es la mejor metáfora, porque el lobo de las historias de los hermanos Grimm es nuestra propia bestialidad reflejada afuera, nada que ver con el verdadero no humano que llamamos lobo”.

“Soy un convencido de que el hombre se mueve por temores y miedos: el miedo es uno de los motores básicos de las acciones del ser humano”, dice uno de los personajes de Los invasores, la obra cumbre del fallecido dramaturgo chileno y Premio Nacional Egon Wolff (1926-2016), estrenada en 1963, bajo la dirección de Víctor Jara.

Reestrenada a fines de 2021 en Valparaíso, en una nueva versión a cargo del director Ernesto Orellana y la compañía Teatro Sur, la historia de la obra nos introduce en la casa del empresario Lucas Meyer, a la que una noche irrumpe una turba de desconocidos del otro lado del río, liderados por un hombre que se hace llamar el China. Meyer y su familia intentan disuadir a los invasores, pero ellos rápidamente establecen un nuevo orden social que lo convierte todo para ellos en una verdadera pesadilla.

Los invasores o Invasión, protagonizada por Tito Bustamante y Ximena Rivas, entre otros.

La adaptación de Orellana –protagonizada por Ximena Rivas y Tito Bustamante, entre otros–  tomaba uno de los textos fundamentales del teatro chileno del siglo XX y lo pasaba por el filtro del Chile de los últimos años, cruzado por los movimientos sociales, la revuelta de 2019, la irrupción de las disidencias sexuales y de género, y una nueva burguesía que ve amenazados sus privilegios. El ejercicio de traer la obra al presente -a casi seis décadas de su estreno- permitía volver a problematizar las mismas contradicciones y tensiones de clases que planteaba originalmente la obra. Algunos pocos, sin embargo, no lo entendieron así.

Dos meses después de su estreno en el Parque Cultural de Valparaíso, Los invasores aterrizó en el Teatro Mori Recoleta con temporada de tres fines de semana. Pasaron apenas tres días, sin embargo, y se les comunicó acerca de la prohibición de continuar dando la obra, presentada por la sucesión de derechos de la familia. Les explicaron que contaban con la autorización, que habían pagado $1.680.000 por conceptos de derechos de autor a ATN y lograron llegar a un acuerdo con un representante de la familia que les permitía retomar las funciones, a cambio de modificar el título del montaje. De ahí en adelante la pieza se llamó Invasión y así concluyó su temporada el 28 de noviembre de ese año.

Tras su paso por Mori Recoleta, la obra fue seleccionada para los festivales Teatro a Mil y Santiago OFF, que se realizaban en enero siguiente. Fue entonces cuando se percataron de que la familia del autor había cancelado definitivamente los permisos para continuar presentándola. “Manifestamos nuestro repudio a lo que consideramos un acto de censura”, denunció la compañía por medio de un comunicado.

El texto dejaba preguntas que abrían el más legítimo debate: “¿Hasta dónde puede llegar la libertad artística escénica si quienes tienen el derecho de un texto dramaturgico pueden legalmente cancelar la continuidad de un resultado artístico escénico con el que no están de acuerdo? “¿No son acaso los múltiples dramas, que hemos puesto en escena una y otra vez, materiales artísticos para reinterpretar al ser humano, al mundo y a las culturas?”.

Invasión no ha vuelto a presentarse y es probable que nunca más lo haga. “Una familia burguesa tremendamente conservadora censuró políticamente una obra artística por no estar de acuerdo políticamente con ella. Y por no querer que sus impulsos continuaran agitando otros modos de la imaginación. El peligro del avance de estos sectores conservadores es aterrador. Y debemos detenerlos”, dice hoy su director, Ernesto Orellana (1982).

“Me preocupan los avances conservadores y la normalización de una cultura de cancelación que hemos ido naturalizando sin revisar con precisión y profundidad sus consecuencias: una política correctiva que restringe la posibilidad de diversificar nuestros imaginarios culturales. Lo que nos pasó con Invasión fue la consecuencia de aquello, de la privatización de la imaginación. Del derecho otorgado a una cultura neoliberalizada que quiere conducir el presente creativo y el destino de la imaginación política”, agrega Orellana.

Hace exactamente un año, la Corporación Cultural de las Condes canceló de la noche a la mañana la temporada de otra obra, Moscú, versión de Las tres hermanas del dramaturgo ruso Anton Chejov, un clásico y patrimonio universal del teatro. La institución comunicó que la decisión se tomó tras recibir una carta firmada por la comunidad ucraniana en Chile que exigía “sensibilidad” ante la invasión de Putin y las tropas rusas, y que la obra fuera sacada de cartelera. Así sucedió y la comunidad teatral reaccionó y protestó de inmediato.

“No podemos caer en la cancelación”, decían hace un año a The Clinic las tres actrices del montaje –Shlomit Baytelman, Verónica González y Carolina Carrasco–, a solo días de conocerse la noticia. Ante el revuelo, el espacio anunció que la obra sería reprogramada. No obstante, eso nunca ocurrió. 

La prensa y las redes sociales hicieron eco y ampliaron el debate: ¿Se puede cancelar en estos tiempos a un clásico como Chéjov –un autor cuyas obras son de dominio público y montadas cada año en todo el mundo– por la indignación de un grupo de personas? ¿Bajo qué argumento alguien podría impedir que se hagan nuevas lecturas de textos universales?

“A Beckett lo censuraban aquí en dictadura, y ni siquiera lo entendían. Es igual de vergonzoso que lo que pasó con Chéjov el año pasado y con casi todos los casos en que se censuran obras de teatro”, ironiza el dramaturgo y psiquiatra Marco Antonio de la Parra.

El autor de La secreta obscenidad de cada día –por estos días en cartelera con Crime video, en el Teatro Finis Terrae– conoce como pocos el prontuario del teatro chileno con la censura. Partiendo por la cancelación de su propia obra Lo crudo, lo cocido y lo podrido, en 1977, por el vicerrector de la Universidad Católica en dictadura y exmiembro de la Comisión Experta de la nueva Constitución, Hernán Larraín (UDI). En marzo pasado, el Teatro UC estrenó una nueva versión de la misma obra, dirigida por Álvaro Viguera, en un verdadero acto de autocorrección histórica.

“Cualquier obra de teatro puede pasar a llevar sensibilidades. Esto atraviesa la dramaturgia universal, de los griegos hasta Shakespeare, y sigue siendo así hasta ahora. Como sea, eso no ha impedido que las obras puedan darse y que la gente pueda opinar distinto a lo que una obra manifiesta”, retoma De la Parra.

“Antes, la censura en Chile la ejercía muy claramente el poder, el Estado, pero en el caso de la obra Levitas en Nueva Imperial y otros igual de hay comunidades que se sienten molestas porque una obra exista, y eso no puede ser”, enfatiza el autor de 71 años. “Esas comunidades, por muy molestas e indignadas que estén, tienen todo el derecho a crear otra obra a su pinta, distinta y seguir pensando a su manera. No debería representar un problema porque no estás agrediendo a nadie ni prendiéndole fuego a una carpa ni a una iglesia. Ven un ataque feroz donde no lo hay y es grave, porque con eso impiden que se pueda opinar sobre un escenario y censuran la libre expresión del artista. Ahora que se está escribiendo una nueva Constitución, este tema debería estar sobre la mesa sin lugar a dudas”, agrega.

–¿Qué refleja de una sociedad y una democracia como la chilena que hechos como estos sigan sucediendo?

De la Parra responde: “Primero, que no solo sigue habiendo tabúes, sino nuevos tabúes en la sociedad. Toda la cultura de la cancelación, la cultura woke, nos está haciendo pisar huevos a todos, todo el tiempo. Y siento que nos pone en evidencia también como el pueblo chico que somos no más, donde el linchamiento, que hoy está en las redes sociales, puede bajar de las redes y prohibirse cualquier cosa porque parte de la comunidad está molesta y no quiere escuchar lo que se opina de sobre ellos. Es una democracia que queda jibarizada, muy de pueblo, y mucho de lo que sucede aquí es muy de pueblo también”.

Chile al desnudo, ojos en blanco y brujas oxigenadas

“Un buen artista nunca dice algo que pase desapercibido”, decía en una entrevista la documentalista Carmen Luz Parot en 2015, a días del estreno de su premiada serie documental Chile en llamas, el arte de la censura, donde recogió varios episodios de censura al arte local, fundamentalmente en los años 90 y primeros 2000.

El registro abarcaba desde el comienzo de la dictadura y la persecución al canto popular y a los artistas vinculados al proyecto de la Unidad Popular; el asesinato de Víctor Jara, la quema de libros en las Torres San Borja y los discos requisados de la Nueva Canción Chilena. Avanzaba por la transición y las nuevas vanguardias, con el desnudo de Patricia Rivadeneira en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1992 y las provocadoras acciones del colectivo Las Yeguas del Apocalipsis desde mediados de los 80, hasta casos insólitos y que hoy forman parte de la memorabilia colectiva dosmilera, el juicio internacional para levantar la censura en Chile a la película La última tentación de Cristo (1988) de Martin Scorsese, la Casa de Vidrio del proyecto Nautilus (2000) en Santiago centro, Luizo Vega y Baby Vamp (2002), y hasta el retiro del afiche promocional de la película Joven y alocada (2012) de los buses de Transantiago, por contener una imagen de dos mujeres muy cerca la una de la otra.

Muchas otras curiosas historias quedaron fuera de Chile en llamas. Serían necesarias varias temporadas para cubrirlas todas. Sobran por montones de esos años.

Marco Evaristti.

En 1999, el artista danés de origen chileno Marco Evaristti (1963) desató la ira de grupos animalistas y abrió un debate moral sobre los límites del arte con su recordada exposición en el Museo de Arte Contemporáneo, en junio de ese año. La muestra consistía en la instalación de diez jugueras con agua y peces de colores en su interior. Los aparatos estaban enchufados y se interpelaba e invitaba directamente al público a encenderlas, si se atrevían. Nadie los accionó, pero al artista solo le llovieron críticas y nunca más expuso en el país. Probablemente, su muestra tampoco sería bien acogida en la actualidad. Evaristti fue contactado por The Clinic y no quiso referirse al hecho. 

“Era una total provocación por el tema de los peces, desde luego, pero al mismo tiempo ironizaba con la relación que los museos construyen entre la obra y el espectador sobre la base de que no haya contacto alguno entre uno u otro. Haber tocado la obra habría sido no solo transgredir la vida de los peces sino las reglas de convivencia entre el arte y el público”, comenta el artista y exdirector del MAC, Francisco Brugnoli, quien programó la exposición.

Brugnoli coincide en que posiblemente la muestra de Evaristti desataría hoy un escándalo similar o peor, y con justa razón, dice: “Las comunidades y agrupaciones animalistas, en este caso, tienen mucha más visibilidad y resonancia gracias a las redes sociales, como cualquier otra, y está claro que si se anunciara algo similar a Peces en la juguera correrían en masa a lanzarse contra el museo”.

Una reacción similar provocó la muestra Óleos sobre perros (2002), del artista, taxidermista y director del Centro Cultural La Perrera, Antonio Becerro (1964). La muestra se montó en el antiguo Centro Arte Alameda y estaba compuesta por una serie de obras construidas a partir de cuerpos de perros muertos que su autor encontraba en las carreteras. Los embalsamaba, pintaba y atravesaba con alfileres y clavos. Los defensores de animales y autoridades políticas se fueron pronto en picada contra Becerro, quien además protagonizó un recordado momento en el desaparecido programa El termómetro, de Chilevisión, en que le lanzó un perro disecado en pantalla al entonces diputado Fulvio Rossi. 

Óleos sobre perros, instalación de 2002.

El artista insiste ahora en que aquellas obras son una reflexión sobre la violencia y la crueldad que envuelve a la sociedad. Un mensaje que fue incomprendido, dice, hace veinte años: “Los perros kiltros atropellados, encontrados, levantados y finalmente comúnmente zurcidos, cocidos a la mala y rellenos con un cuerpo artificial para dar la apariencia de vivo componen una imagen pobre y eso fue lo que molestó a los correctos. Para ellos no es más que una lectura fea frente a la simulación del engaño”, dice Becerro a The Clinic.

“En el escenario actual ocurren hechos peores de censura y no son noticia como en esa época en que la identidad nacional se abría a un destape a la chilena, a una apertura ‘en la medida de lo posible’, a una apertura después de una larga dictadura que no solo asesinó sino que sometió, adoctrinó e instaló los preceptos del clasismo y del roto chileno. Los monstruos solo duermen, nunca han desaparecido. Ahora se disfrazan de liberales o de jóvenes políticamente correctos o incorrectos. No hay espacio para las personas que crean su propia realidad. Al final, ¿qué es lo incorrecto? La cultura de la cancelación va y viene con los fascismos, fetichismos, el sectarismo y los fanatismos. Siempre traen rebrotes de la cancelación y van mutando según la imposición de los poderosos”, opina el artista.

Un año antes, en 2001, las agrupaciones Acción Familia y El Porvenir de Chile criticaron duramente la exposición de la fotógrafa María Gracia Subercaseaux para la serie Cuerpos pintados, en colaboración con el fallecido fotógrafo Roberto Edwards. No fue el único reproche al cuerpo en esos años.

Basta con recordar la visita a Chile del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick, en 2002. Invitado por el Museo de Arte Contemporáneo, el artista vino a tomar una fotografía para la que esperaban, a reventar, 500 personas. Y llegaron 5 mil. Tunick no supo manejar la situación y todo terminó con una escándalo de proporciones, grupos religiosos escandalizados y predicando con los ojos en blanco en las esquinas y un alto de querellas criminales interpuestas por el abogado René Trincado –nombre habitual detrás de varios casos similares de censura y cancelación al arte local– en contra Tunick, del entonces intendente Marcelo Trivelli, del director del Museo de Arte Contemporáneo, Francisco Brugnoli, e incluso en contra del exalcalde Joaquín Lavín. Ninguna de ellas prosperó.

La censura desnudó algo más que cuerpos. Semanas antes de que Tunick y su ejército pilucho se tomaran el Parque Forestal, una dupla de platinados jóvenes argentinos se les adelantó: Lucía Flores Catrileo, de 17 años, se paseó en cueros –apenas con su mochila, audífonos, zapatillas y calcetines– durante cuatro días por las calles de Santiago, tomada de la mano del artista y creador de la performance, Luizo Vega, de 26. La chica fue presentada en la prensa como Baby Vamp.

La gente no parecía escandalizada y los medios lo publicitaron al comienzo como un acto cool, pero en pocos días todo tomó otro color: el 12 de junio de 2002, el exalcalde de Ñuñoa, Pedro Sabat –quien acaba de ser condenado a cuatro años de reclusión menor por delitos de gestión incompatible durante sus periodos en el municipio– se abalanzó y golpeó en vivo al artista en el mismo set del programa El termómetro, conducido por Iván Núñez. El argentino lo trató de “corrupto” y Sabat perdió los estribos.

El video aún circula en YouTube y tiene miles de visualizaciones. Nada mal para tratarse, aparentemente, de una anécdota kitsch y algo snob de la cultura pop local que está lejos de haber sido solo eso.

Inmediatamente después de la televisada pelea, intervino el Sename en el caso: solicitaron medidas de protección, la joven fue sometida a exámenes psicológicos y hubo querellas por faltas a la moral y las buenas costumbres, además de acusaciones de pedofilia en contra de Luizo Vega, quien a su vez se querelló por injurias en contra del exalcalde en el 19º Juzgado del Crimen. Al comparendo asistieron varias colegialas para manifestarle su apoyo al artista.

A fines de ese mismo año, Luizo Vega fue atacado violentamente por desconocidos mientras trotaba en el cerro San Cristóbal. Después de eso, fue expulsado por Interpol, regresó a Argentina, con los años se radicó en Europa y nunca más volvió a Chile.

Baby Vamp y Luizo Vega.

“He escuchado a algunos decir que fue una volada, una pelotudez, pero las pelotudeces no generan nada, se olvidan en una semana. Vos me estás llamando después de más de 18 años. Fue algo mucho más profundo lo que ahí sucedió y a niveles que la gente no sabe. Ni yo sabía ni lograba dimensionar con qué nivel de poder me estaba enfrentando, pero era el máximo y eso desató una persecución, una caza de brujas, una censura de un nivel tan impresionante, que pasaba ante los ojos de todo el mundo y nadie se atrevía a decir nada. Estar a favor de Luizo Vega era estar del lado del demonio, y ellos quisieron convertirme en uno”, asegura el artista en videollamada desde las afueras de París, ciudad donde se radicó en 2007.

Luizo Vega tiene actualmente 48 años, está casado con otro hombre y vive rodeado de una granja de animales. Se dedica a la fotografía, al cine y a desarrollar proyectos artísticos personales. De muy joven incursionó en los desnudos en Argentina, a fines de los 90, y a su llegada a Chile, a comienzos de los 2000, se topó con una movida de la que ya participaban, entre otros, el bailarín y performer Vicente Ruiz. El artista estaba produciendo fiestas techno en el barrio Bellavista, recuerda, cuando conoció a Lucía López Catrileo, una estudiante de cuarto medio del Liceo Cervantes de Santiago, de 17 años. Conectaron en el rollo del nudismo y en el deseo común de experimentar sin pasar desapercibidos.

Lucía, en tanto, tiene ahora 38, vive en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, tiene un hijo adolescente mitad uruguayo y es instructora de yoga. Nunca volvió a decolorarse el pelo tras salir del país, a fines de 2002, y hoy prefiere que la llamen Fernanda. Al teléfono desde Argentina, recuerda ahora que su mamá se enteró recién de que ella era la famosa Baby Vamp de la que todos hablaban cuando la vio en portada de LUN.

“Conocí a Luizo haciendo estas fiestas electrónicas, y nos hicimos muy buenos amigos. Él ya había hecho desnudos con otras personas en la vía pública, pero eran fotos de un solo momento. Entonces, me propuso hacer algo distinto, yo acepté y ahí comenzó todo, pero nunca le conté a nadie. Mi mamá lo supo literalmente por la prensa”, cuenta.

“Yo estaba por cumplir 18 años y estaba en una etapa súper rebelde. Si decían que andaba muy apretada, salía con la falda más corta y apretada. Era una forma de provocar, de rebelarme. Tenía ganas de experimentar, a pesar de que era bastante inocente, y ellos, Luizo y los demás, me dieron la seguridad para hacerlo. Yo no quería cuidarme tanto, la verdad. Tenía ganas de pasarlo mal y de vivir sensaciones fuertes. Ser Baby Vamp me pareció un desafío, una propuesta que sabíamos que iba a llamar la atención, y yo estaba buscando esa atención. Cuando empecé a dar entrevistas, no conté que estaba sufriendo por otras cosas. Dejé toda esa parte más personal afuera, para que el personaje anduviera completamente desnudo. Sabía que la mía no era la historia más vendible”, revela.

Su primera aparición pública fue en el centro comercial Dos Caracoles de Providencia. Fernanda lo recuerda perfectamente: “Ya estaba desnuda y tenía una campera encima, el bolsito cruzado, las medias, las zapatillas. Llegamos a ese punto y yo observaba que no había tanta gente, era un lugar tranquilo. Esa campera se me hizo inmensa; cómo me saco esto delante de todos estos desconocidos, pensé ahí. En ese tiempo tenía un tabú con el cuerpo. Mi mamá no me veía desnuda y yo no era alguien que anduviera desnuda por la casa tampoco. Tenía falencias, vergüenzas y miedos como cualquier adolescente”, relata.

Hubo un minuto de arrepentimiento, continúa: “Luizo me dijo que estuviera tranquila y eso me sirvió mucho. Me saqué la campera y sentí una alteración, el pulso acelerado y la sensación de estar expuesta como nunca antes. Fue una reacción química en mi cuerpo, una adrenalina, un vértigo nuevo. No había tanta gente, recuerdo ahora, y la reacción de todos fue muy tranquila, de no asombrarse. Quizás lo ocultaban, miraban de reojo, como diciendo no quiero que vean que estoy mirando, pero miro igual”.

Tras el escandaloso episodio de El termómetro y Pedro Sabat, mucha gente en Chile se les alejó, dicen ambos. “Quedamos solos en un momento, sobre todo Luizo”, cuenta Fernanda.

Baby Vamp, hoy Fernanda.

Luizo Vega le sigue: “Las denuncias que ese señor hizo en mi contra me dejaron expuesto a que cualquiera llegara con piedra en la calle y me hiciera algo, como sucedió. Lograron convertirme en un criminal y enemigo público para otros, y fue terrible ver que varias personas que nos querían y nos entendían, no se atrevían a defendernos o a decir algo. Estoy seguro de que si Baby Vamp se hiciera de nuevo, acá, allá, donde sea, nos cancelarían de inmediato. El mundo no ha cambiado tanto en ese sentido: la hipocresía es la misma y la censura es similar o peor”.

“Yo he posado desnudo en el Vaticano, en Notre Dame, en Israel, y nunca en mi vida volví a tener un problema legal ni una denuncia ni un ataque político ni nada, como los que tuve en Chile cuando este alcalde perdió la cabeza en televisión y atribuyó un carácter abusivo al proyecto de Baby Vamp. Sabat decía que promovía la pedofilia, imagináte. ¿Por qué Baby Vamp promovería la pedofilia? La pornografía, la obscenidad, estaba en la mente de quienes la veían. Siempre he pensado que si logro encontrar un buen abogado acá, podría iniciar un juicio por toda la persecución que viví allá en Chile”, concluye el artista.

Ni flores ni algodones

En 2004, a dos años de la polémica por la muestra de los perros disecados de Antonio Becerro, el Cine Arte Alameda realizó una feria de la mujer donde había instalados puestos de gastronomía mapuche, artesanos y exposiciones de arte. Una de ellas era Conservatorio celestial, de la fotógrafa Zaida González, una serie de fotografías en pequeño formato de guaguas muertas que la artista tomó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y que luego había retocado con colores vivos. Era una reinterpretación de los retratos iluminados, del Rin del Angelito de Violeta Parra y de los altares con que se solía despedir a los niños muertos en el campo.

Sus obras estaban colgadas sobre una pared de madera, recuerda, y no sabe cómo se corrió la voz hasta que el lugar se llenó de prensa y autoridades políticas, además de grupos conservadores y religiosos atacados por las imágenes de los coloridos bebés muertos.

Conservatorio celestial, de la fotógrafa Zaida González, en 2004.

Zaida González (1977) recordaba haber visto en televisión la pelea entre Luizo Vega y el exalcalde de Ñuñoa, también a Becerro lanzándole un perro al exdiputado Rossi, y cuando la invitaron al mismo programa no dudó en decir que no.

“En ese tiempo estaba de moda, por así decirlo, el escándalo que cruzaba el arte nacional con lo mediático e intervenciones políticas y religiosas. Fue, además, una época en que se hizo harta obra política y transgresora que generó molestias. Recuerdo dos programas, uno de La Red y El termómetro, que en varias ocasiones expusieron en vivo la violencia del conservadurismo hacia los artistas. A mí me invitaron con el caso de los fetos, pero no quise ir, me dio miedo, y sentí innecesario exponerme a un show en el que tal vez no iba a saber cómo reaccionar”, cuenta la artista y hermana del músico y ex Los Prisioneros, Jorge González.

“Si bien la censura es pésima, recuerdo con romanticismo que pasaran aquellos eventos ruidosos”, dice Zaida González. “Se veía venir un circuito artístico rebelde y frontal, pero algo pasó (como todo en Chile) que se disolvió y mucho de eso ya no se ve o pareciera que no le importara a nadie. Creo que hoy no sucede mucho tampoco, porque es políticamente incorrecto censurar, por lo que cuando lo hacen no es directo, es con evasivas, excusas estúpidas o simplemente tan autoritario que es imposible generar un diálogo”.

Si para Marco Antonio de la Parra “Chile es un pueblo”, para la artista de 46 años se parece más a un fundo, dice, “y un fundo donde seguimos siendo pisoteados por los patrones”.

“Siempre que logramos avanzar en algo, viene el miedo o la ignorancia generalizada que estos grupos de poder nos generan y retrocedemos mil pasos. Es solo ver el resultado de nuestras elecciones; ganó el rechazo y la nueva Constitución la escriben los republicanos y por votación libre. Con estos antecedentes los grupos conservadores hacen lo que quieren con nuestros derechos, más con el arte, que jamás les ha importado, solo lo quieren para que les decore la casa, pero que sea lo más callado posible y que no moleste a nadie. Los que censuran, justamente, lo hacen porque no quieren ruido ni que les muevan su orden autoritario. No tenemos programas culturales televisión abierta ni existe educación masiva al respecto y seguimos en los sucuchos marginales, mostrándonos las cosas a nosotros mismos”, opina Zaida González.

La gestora y directora del Cine Arte Alameda, Roser Fort, quien acogió en su espacio las muestras de Antonio Becerro y Zaida González, hace memoria de lo que sucedió con ambas y las analiza con la perspectiva de los años y el nuevo contexto. “Se estaban haciendo cosas parecidas en otras partes del mundo, el trabajo con la taxidermia, no en términos de violencia animal, como se dijo, sino de recuperación de esos cuerpos de los animales para generar ciertos discursos. Y lo mismo con la Zaida, que lo que hizo fue investigar en una facultad de medicina a partir de estos fetos que habían quedado para la ciencia y medio abandonados, los intervino artísticamente y los convirtió en ‘ángeles’, como ella decía. A la prensa y a todos les gustó mucho la exposición, la escoba quedó cuando apareció en la contraportada de LUN y la foto era más grande, incluso, que el cuadro de la obra. Eso desató toda una polémica liderada por grupos provida y antiaborto, desde luego, que creo que hoy también desataría”, comenta al teléfono.

“Los espacios son muy necesarios frente a este retroceso que estamos viendo en términos de censura. Todo se va a poder censurar en algún minuto porque hay una cosa más pacata, una regresión conservadora”, advierte la gestora. Y agrega: “El artista es libre, genera discusión a partir de su obra, pero también necesita dónde exhibir, y en eso los espacios y gestores cumplimos un rol fundamental. No todo son flores y algodones. El artista tiene una capacidad de denuncia con el arte, y de abrir espacios de diálogo y de encuentro”.

Episodios de cancelación del arte se escriben hasta nuestros días, algunos cada vez más absurdos. Cada tanto llenan páginas y son reducidos a lecturas simplistas, que los reducen a pequeños puntos de ebullición social o anécdotas del barrio. En 2017, un medio penquista tituló: “Pintura escandalosa en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción”. En la imagen aparece una mujer desnuda tendida y ofreciendo guindas. La obra en cuestión era La ninfa de las cerezas, de Alfredo Valenzuela Puelma (1859-1909), pintor, maestro y pionero del desnudo en Chile, y cuya obra, a la luz de los hechos, aún saca ronchas a más de cien años de su muerte. El problema no era el desnudo, sino “la mirada insinuante” de aquella mujer que provocó cartas al director en periódicos de la zona, debates entre académicos del arte y autoridades cuestionando la elección del lugar donde hasta hoy se exhibe la obra.

La ninfa de las cerezas.

Pintada en París en 1888, su obra fue premiada en dicha ciudad, distinguida al año siguiente en el prestigioso Salón de Madrid y, según cuenta la leyenda, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena quiso adquirirla, a lo que el artista se negó. Irónicamente, Valenzuela Puelma estaba obsesionado con la idea de que esa obra se quedara en Chile. Quería que las futuras generaciones reconocieran su arte.

Días atrás apareció un curioso pastor evangélico artificial en la Plaza de Armas de Santiago. Tanto la imagen como los sermones que predica este particular religioso fueron creados con inteligencia artificial. La propuesta tenía detrás a los artistas Jaime San Martín y Felipe Rivas. Este último protagonizó, años atrás, un episodio casi tan llamativo cuando expuso Ideología, un video performático de cinco minutos donde contraponía símbolos clásicos de la izquierda chilena, reimaginados desde el porno gay. El registro terminaba con el propio artista masturbándose y eyaculando frente a un retrato del expresidente Salvador Allende.

Ideología, parte de la muestra colectiva In-visible.

La pieza formaba parte de la muestra colectiva In-visible, curada por Montserrat Rojas Corradi y expuesta en el Centex de Valparaíso en julio de 2016. A pocos días de la apertura de la muestra, la obra de Felipe Rivas (1982) fue retirada por orden expresa del entonces Ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura, Ernesto Ottone. El titular de Estado argumentó que la medida acataba una “normativa patrimonial” y que no se trataba de un acto propiamente de censura. Al contener imágenes sexuales explícitas, Ideología –señaló también Ottone– no era apropiada para el público del espacio, que podía estar integrado por menores de edad.

El artista presentó un recurso de protección en la Corte de Apelaciones de Valparaíso en contra del ministro Ernesto Ottone, por la vulneración de la libertad de expresión, la igualdad ante la ley y del derecho a la difusión artística. El fallo fue a su favor, la obra fue repuesta y se exhibió hasta el 23 de diciembre de ese año.

“Me parece que la censura no tuvo que ver con el contenido sexual explícito, como se ha querido argumentar desde el CNCA, sino con el hecho de vincular la imagen sexual con la imagen de Allende”, decía el autor de la obra a fines de 2016. Hoy repasa sus dichos.

“No ha pasado tanto tiempo, pero pareciera que fuese una eternidad, especialmente por el mundo tan acelerado en que vivimos y en el que los contextos parecieran cambiar tan rápido. Aún así, sigo pensando que la censura de mi obra trabajo fue un error político del ministro Ottone. Hubo muchas hipótesis acerca de las posibles razones: Monserrat Rojas Corradi sugería que la parlamentaria Isabel Allende había pedido que bajaran la obra por respeto a la figura de Allende, su padre. Yo no creo que haya sido así. Pienso que la historia fue mucho más simplona. Lo más probable es que algún asesor del ministro de Cultura se enteró de la obra y su contenido, sobrerreaccionó ante eso, calculó mal y tomó una mala decisión, porque no evaluó el revuelo que podría tener una censura”, opina Felipe Rivas.

“El Consejo de Cultura estaba acostumbrado a establecer una relación déspota con los artistas y agentes culturales, basada en el temor a perder financiamiento económico. Muchos amigos me dijeron que si continuaba con la denuncia nunca me ganaría un Fondart. Pero lejos de acatar la censura decidí denunciar, demandé al Ministro y afortunadamente gané el juicio. Al menos en mi caso, el Estado visto como un conjunto, tuvo la capacidad de corregir el error del poder ejecutivo gracias a la acción del poder judicial, es decir, hubo una respuesta institucional. Tengo la impresión que hoy existe menos miedo y menos vulnerabilidad por parte de los artistas. Al menos existen asociaciones que permiten una cierta respuesta colectiva y, casos como el mío y el de otras personas, son un buen antecedente si es que ocurren casos nuevos de censura”, agrega el artista.

Y concluye: “El orden democrático es imperfecto y por definición está saturado de conflictos por resolver. Curiosamente, con el tiempo he ido valorando cada vez más la institución, no porque piense que tiene un valor en sí sino porque creo que una institución democratizada puede ser funcional y operativa a ciertos principios básicos del bien común. En ese sentido, me parece que tanto los problemas de la censura autoritaria como el fenómeno de los enjambres digitales que promueven la cancelación sin criterio alguno, se pueden contrarrestar con marcos institucionales democráticos cuyos controles y regulaciones se basen en el bienestar social. Deberá existir siempre un margen crítico y disidente que contrarreste las posibles derivas autoritarias de esa institución, o incluso que exista en un plano distinto al del debate institucional”.

Censura a Cristo y una televisión para Agustín

El cine ha librado también sus propias batallas contra la censura en el país. La hoy anecdótica historia en torno a la película de Scorsese –prohibida en Chile en 1988, aún en dictadura, y aprobada en 1996 por el Consejo de Calificación Cinematográfica para su exhibición para mayores de 18 años–, marcó un precedente para la justicia chilena e internacional, y aún resulta revelador por varios aspectos.

Recordado como el caso Olmedo Bustos y otros vs. Chile, tuvo de protagonistas a un grupo de abogados y grupos conservadores de la élite que, sin importarle la decisión del Consejo de Calificación, presentaron un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago, aludiendo a sentirse ofendidos por el contenido del filme.

La Iglesia Católica y parlamentarios de derecha apoyaron también la causa, que pronto saltó de los tribunales locales y acabó con una sentencia dictada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2001. El documento demostraba que el Estado de Chile había violado los artículos 12 y 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y sugería que se levantara la censura a la película y que el país modificara la Constitución, apegándose a la normativa internacional de la época.

La última tentación de Cristo recién pudo darse en el país a contar del año 2003. Roser Fort recuerda que cuando al fin la estrenaron en su sala, hubo grupos que rezaron durante la función afuera del Cine Arte Alameda. “En los 35 años que llevo en la gestión cultural, me ha tocado presenciar muchos casos de este tipo, casos vergonzosos en los que ha pesado más la indignación de ciertas personas por sobre la creación. Eso es lo más grave”, dice la gestora.

El documental El diario de Agustín (2008), del director chileno Ignacio Agüero (Cien niños esperando un tren), fue otro que no pasó el examen de la censura y terminó siendo cancelado en televisión abierta. La película indaga en la línea editorial y en el papel de El Mercurio en los últimos 50 años de la historia del país, desde la reformas Agraria y Universitaria durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, su oposición al gobierno de Salvador Allende y su colaboración con aparatos represivos de la dictadura, previo y posterior al golpe de Estado de 1973.

El diario de Agustín.

Premiado con el Altazor en 2009, el filme se convirtió en el más visto y destacado en la carrera de Agüero, también en el más censurado. Un año después de su estreno, la Universidad Católica, sede y auspiciadora del Festival Internacional de Documentales de Santiago (Fidocs), presionó a la organización para que reemplazaran la película que abría el evento. La televisión también le hizo el quite: en enero de 2013, el director ejecutivo de TVN de la época rompió unilateralmente un contrato de exhibición con los productores del documental, hecho que fue avalado por el directorio del canal público. Así lo asegura hoy el director. 

“La censura no fue de televisión nacional, no fue de la institución, fue del director de la época Daniel Fernández, militante PPD, que para peor negó que fuera él. Y se debe al miedo que este tipo de personas le tenían a Agustín Edwards, pero más preciso es decir el miedo a no poder seguir escalando en su plan personal de enriquecimiento”, dice Agüero (1952) a The Clinic.

“Después de TVN, Daniel Fernández se fue de gerente general a una empresa eléctrica con un sueldo de $50 millones mensuales. Entonces, es una censura que solo se explica por la cautela personal de Fernández. Pensó que por permitir la exhibición de El diario de Agustín sería castigado por la élite y prefirió impedir la exhibición y negar que lo hizo”, agrega.

Al día de hoy, El diario de Agustín se ha proyectado en la televisión pública de todos los países iberoamericanos, excepto en Chile. También fue bajado de ARTV, propiedad del empresario Luis Venegas, quien incumplió un convenio de cesión de derechos y quitó la película de un ciclo dedicado a Agüero. Incluso, tuvo una polémica en el Museo de la Memoria, cuando el director de la época, Ricardo Brodsky, canceló un debate sobre la censura a la película sin dar argumentos.

El diario de Agustín fue considerada por la gente de derecha como una película casi revolucionaria, que en realidad era una denuncia bien dirigida”, opina Roser Fort, quien la exhibió en su antigua sala en calle Alameda, que fue destruida en un incendio durante el estallido social. Así y todo, el éxito de la película fue abrumador.

“En general, lo que veo tanto en el caso de La última tentación de Cristo como con el documental de Agüero es una ignorancia infinita desde ciertos sectores y círculos conservadores que consideran sacrílega una película que llegó casi veinte años desfasada y que a nadie le pareció tan terrible, o que atentaba contra Cristo. Algunos bien creyentes consideraban que hasta lo fortalecía. Con El diario de Agustín fue lo mismo, porque siempre es lo mismo en estos casos: ignorancia, temor al libre pensamiento y negacionismo puro”.

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