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A cuatro años del estallido social: las dos primeras cuadras de la Alameda que, a mitad de precio, nadie quiere arrendar

Al Poniente de Plaza Italia, por la Alameda, tres locales de comida, un banco, un preuniversitario, una farmacia, una librería, la Galería Plaza y un club nocturno sobreviven a las secuelas de la zona cero. Las persianas metálicas del Centro Arte Alameda permanecen cerradas y la gente evita pasar por lo que, alguna vez, fueron las cuadras más brillantes del centro. Un aumento de un 14% en los robos en lo que va del año en el sector y cuatro homicidios hacen que los comercios que han sobrevivido en la zona, pidan medidas urgentes para recuperar la puerta oriente de la cultura de Santiago centro. En la municipalidad indican que están trabajando en un proyecto para dinamizar el mercado inmobiliario del sector.

Por Paula Domínguez Sarno
Fotos: Felipe Salgado
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El lunes a mediodía, del lado sur de la Plaza Baquedano y sobre el escenario al interior del Teatro Universidad de Chile, un músico hace sonar un La de su violín frente a las butacas vacías. Se suman violines, chelos, trompetas, flautas y el arpa, los contrabajos tocan un Re y el sonido que hacen, afinando los instrumentos, se vuelve más armónico. La Orquesta Sinfónica Nacional, vestida con ropa informal, se prepara para seguir practicando la Sinfonía Nº35 en Re Mayor de Mozart que tocarán este fin de semana a pasos de la Alameda.

Afuera, los locales y fuentes de soda están abiertos, con mesas y sillas en la vereda y se escuchan los sonidos de distintas reconstrucciones: del lado del Parque Bustamante, de la plaza y de Av. Vicuña Mackenna. Hombres con overoles sobre escaleras trabajando y en las sombras de los muros descansan otros en los inusuales días primaverales con los que empezó agosto.

La gente se mueve hacia todas direcciones, excepto una. Muchos transeúntes esperan en los paraderos del Transantiago, estudiantes van y vuelven del Barrio Bellavista y muy pocas personas bajan por la Alameda. Allí, no se escucha el sonido de instrumentos de una sinfonía, ni de alarmas de grúas en reversa, ni de concreto rompiéndose por los taladros. Las primeras dos cuadras, a simple vista, parecen vacías y contrastan por su color gris y café maicillo, con el verde –a solo pasos de distancia– de la comuna de Providencia.

Una esquina de la Alameda, a una cuadra de Plaza Baquedano.

“Podrían haber plantado pasto hace un buen rato en el bandejón central, por ejemplo”, dice Carlo Siri, dueño de la Antigua Fuente, en plena Alameda. “Pero no han hecho nada”, agrega. Sin embargo, comenta que, de a poco, las ventas han mejorado. “Ahora, durante el día se ha ido arreglando”, afirma. “Pero estamos, en términos reales en un 60% o 70% de lo que antes vendíamos”.

La Antigua Fuente, como se llama ahora, sigue atendiendo con su característica barra central en el local de apariencia alemán y sirve los clásicos lomitos y fricandela. Sus mayores clientes comienzan a llegar a la hora de almuerzo y se extiende hasta las 10 de la noche, que es cuando cierra.

Siri señala que los días viernes, habituales de protestas, dejaron de tener a manifestantes en ese sector. Las últimas han sido en Irene Morales con la Alameda o en el sector del Metro Universidad Católica, frente al GAM. También en Lastarria y Barrio Forestal. “Lo normal es que estemos cerrando 9:30, porque a esa hora ya no quedan clientes, al final terminamos cerrando”.

Al lado de la Antigua Fuente, solo sobrevive la Fuente de Soda Pollissimo y en la esquina poniente el McDonald’s. El resto de la vereda sur está cubierta por cortinas metálicas pintadas de un color crema amarillento y, sobre algunas, carteles rojos de arriendo. Quienes transitan esa vereda son, principalmente, chicos en motos que realizan entregas de aplicaciones de comida.

Pollísimo y Antigua Fuente, dos locales que sobrevivieron al estallido y la pandemia.

Las fachadas, que son todas del mismo color de ese lado de la Alameda, son pintadas constantemente por la Municipalidad de Santiago por el plan “Te quiero Santiago”. Constantemente, porque, según cuentan los locatarios, es común que amanezcan rayadas casi todos los días.

Otros trabajos se realizan a tienda cerrada, muchos de los locales de la calle están siendo remodelados por dentro y se pueden ver las tarimas y baldes de pintura cuando los trabajadores abren las puertas para entrar y salir.

“Se están reparando para lograr arrendar, porque como están, no se puede”, cuenta Joanna Alveal, corredora de propiedades de Mariyolan Propiedades, uno de los agentes inmobiliarios del sector. “Ninguno de los que se están arreglando tienen algún arriendo comprometido”, afirma. Además, cuenta que los precios de los arriendos equivalen al 40% de lo que costaban en 2019, es decir, hoy, arrendar en el barrio cuesta menos de la mitad.

Cynthia Vivallo, subdirectora de Desarrollo Económico Local de la municipalidad de Santiago, afirma que están trabajando en un proyecto para dinamizar el mercado inmobiliario del sector y que las ayudas para el comercio se han concentrado en la reactivación económica. “Nos estamos enfocando en que exista difusión y capacitaciones para locatarios y locatarias respecto a distintos fondos”, explica. Menciona el Fondo con Garantía Estatal, que es para financiar capital de trabajo, inversión y refinanciamiento de deudas; y, el fondo “Recupera tu PYME”, que entrega $4 millones para financiar distintos servicios de las empresas, entre otros.

Al bajar, los colores son los mismos, pero en lo alto de la siguiente cuadra sobresale un colorido mural sobre la única farmacia que queda en el sector: la Farmacia del Dr. Simi. Una puerta abierta de un metro de ancho por dos de alto es el acceso al local y, afuera, hay dos carteles con la misma frase: “Estamos atendiendo”.

Galería Plaza tiene algunos locales abiertos y otros en arriendo o venta.

Al lado de la farmacia está la Galería Plaza, formada por dos galerías que se ubican a ambos lados del Hotel Plaza Santiago. Antes, quienes pasaban no podían evitar mirar su reflejo en las vitrinas de vidrio transparentes de las tiendas de instrumentos: hoy, las mismas cortinas metálicas del resto de la cuadra, adornan la fachada. Aunque escondido, el ingreso está y, al atravesarlo, todo comienza a verse como en septiembre de 2019.

Sobre las persianas metálicas negras de un local cerrado a mano izquierda, llama la atención un stencil de Jimmy Hendrix tocando una stratocaster. Al atravesar la mampara de vidrio, se escuchan los sonidos de un músico probando al ritmo de una salsa las congas de una de las tiendas de la derecha y al avanzar, por el frente, un cartel rojo que cuelga del segundo piso le vuelve a recordar a la gente que los locales están abiertos.

Silencio en la calle y música en la galería

“La mayoría de la gente cree que no estamos abiertos”, dice Mauricio Hidalgo (48), dueño de Rocktime, una tienda de instrumentos y repuestos de percusión. “Pero están volviendo de a poco. O sea, yo atiendo gente todo el día”, cuenta con un tono optimista. Durante el estallido social arrendaba un local en la galería del otro lado del hotel, donde perdió cerca de 40 millones de pesos entre mobiliarios y mercadería por los saqueos de 2019. Aún no llega a las ventas que tenía en esos años, pero cree que va a mejorar. “Ha ido in crescendo”, afirma. “Yo no me puedo quejar. Pero hay algunos aquí a los que les ha costado más que a nosotros”.

Al lado, hay otra tienda de percusión con un cartel de venta en su puerta. En su interior, se ven a los costados los bombos, cajas y platos ordenados en repisas. Al fondo, una mesa de madera con forma de contrabajo tiene sobre ella un montón de herramientas; y, en el medio, hay un hombre sentado tocando jazz en la batería que está armada. Él es David Mesa (39), un músico, amigo del dueño, que disfruta cuidando de vez en cuando el negocio. Después de un rato llega con baquetas en mano Moisés Vásquez, baterista de Américo, un cliente frecuente que, apenas entra, saca algunos sonidos rítmicos a los platos, y lo acompaña Basthian Sanhueza, güirero de Leo Rey.

Mauricio Hidalgo, dueño de la tienda Rocktime.

Históricamente, las galerías recibieron a turistas y músicos de distintos lugares del mundo. “Los gringos se asombraban, porque allá en Estados Unidos no hay un lugar como este. Este es como un mall de música”, dice Hidalgo. “Yo tuve adentro de la tienda y me saqué fotos con Beck, con los Living Colour… Tú estabas atendiendo y entraban los músicos, porque se quedaba aquí en el hotel. De repente, bajabas e iba pasando Run-D.M.C.”, recuerda. “Hemos arrendado hartos locales en el Crowne Plaza”, afirma Joanna Alveal, de Mariyolan Propiedades. “Pero por la Alameda, no. Nada”, agrega.

Los locatarios comentan que, si bien los negocios han repuntado, durante la mañana es común encontrar en la parte de atrás, en la calle Carabineros de Chile, vidrios rotos por robo de autos. “Ayudaría que pusieran a alguien a cuidar los autos”, dice Mauricio Hidalgo. Explica que muchos de sus clientes llegan en auto a comprar, ya que usualmente cargan grandes instrumentos.

Por la vereda del frente, en los primeros pisos de los departamentos, donde antes estaban los comercios, hay también persianas metálicas pintadas, pero de los colores de los edificios. Una antigua tienda de timbres de goma y el bar El Cuervo, bajaron hace años sus cortinas, quizás sin saber que no volverían a abrirlas al público. El pub El Rincón del Sabor, donde –antes de octubre de 2019– pasaban a beber los chicos y chicas que asistían a las reuniones de las juventudes comunistas en Av. Vicuña Mackenna 31, hoy está cerrado. Casi lo único abierto en esa cuadra es un Preuniversitario Pedro de Valdivia y un Banco Estado. Ambos con latones que impermeabilizan la vista hacia su interior, salvo por pequeñas entradas.

El desaparecido y tradicional bar El Cuervo, en plena Alameda.

Se suma a estos la Librería Centro, atendida por su dueño, Juan González, quien tiene hace 20 años el local. Sus principales clientes eran las personas de las oficinas del sector, pero ya se han ido casi todos, cuenta. Durante la pandemia, González pudo vender por internet y despachar, lo que mantuvo a flote el negocio. Dice que está vendiendo alrededor de un 60% menos que hace cuatro años y que la gente no transita las calles por la delincuencia. “La violencia también. Han robado celulares por acá, entonces la gente prefiere no venir”, cuenta. “Antiguamente, era pura tranquilidad aquí, por eso había tanto local”.

A diferencia de los últimos años, este ha sido el periodo en el que han habido menos manifestaciones en la zona. Sin embargo, los días viernes se juntan un grupo de menos de 100 manifestantes frente al Teatro Universidad de Chile. Pero, cuando se pasan a la calle, Carabineros los mueve hasta el GAM.

Las únicas cortinas metálicas que dan algo de color a ese lado de la Alameda durante el día, son las del emblemático Centro Arte Alameda. Con una paleta pastel y las ilustraciones de mujeres jóvenes, se lee sobre cada latón, entre pilar y pilar, “NACIMOS”, “PARA”, “SER”, “LIBRES”. Adentro, las 300 butacas de la sala grande permanecen sin reparación, ni sus alfombras, ni sus telones. A mediados del año pasado se cerró la investigación sin responsables por el incendio que el 27 de diciembre de 2019 que le terminó de quitar la vida al cine.

El frontis del cine Alameda, que se quemó y aún sin reconstrucción, visible en la Alameda.

“Era una luz dentro del barrio”, dice Roser Fort, directora del centro que ahora opera en el Centro de Extensión del Instituto Nacional. “Era un espacio de seguridad. Como habían actividades todo el tiempo, se producía esa situación, que era un espacio de cuidado”, agrega.

Las ruinas del espacio que, incluso, operó como refugio para heridos por la acción policial en protesta durante el estallido, permanece expectante hace más de tres años a las conversaciones sobre su reconstrucción. “Nos ha costado muchísimo mantener los interlocutores”, explica Fort sobre los cambios de gobierno, municipalidad y gobernación. Durante los próximos días, la directora del centro se reunirá con el ministro de Cultura, Jaime de Aguirre, y la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler. “Todavía esperamos con optimismo que se pueda lograr un financiamiento para la reconstrucción”, agrega.

“Es la puerta oriente cultural de la comuna de Santiago”, recalca Roser Fort. “Éramos los primeros en recibir a públicos interesados en actividades culturales con nuestros contenidos, tan diversos y tan amplios”.

La noche de la Alameda cero en la zona cero

De acuerdo a datos de la 1ª Comisaría de Santiago, en lo que va del año, los robos han aumentado en un 14% con respecto al mismo tramo del año pasado en el sector. Si bien, casos por delitos como violaciones han disminuido en un 14%, los homicidios han aumentado. El año pasado, la fecha sumaba un caso de homicidio, mientras que este año ya van cuatro.

A las 6 de la tarde comienzan a cerrar los locales, partiendo por la librería y una hora después las tiendas de instrumentos de la Galería Plaza. Luego, a la 10 baja sus persianas la Antigua Fuente y a las 11 deja de funcionar el Pollissimo. Hay solo un cartel que ilumina esa cuadra de la Alameda durante la noche y es la de un club nocturno.

En las noches, solo sobrevive un night club en la zona.

En Av. Libertador Bernardo O’Higgins 43, a pocos metros del límite con Providencia, unas luces de neón fucsia rodean la puerta del Night Club Rugantino. Aunque abren a las 14:00 horas, es desde las 10 de la noche –de martes a sábado– que mejora un poco la concurrencia, ya que a esa hora comienzan los shows en el segundo piso.

Al ingresar, hay otra puerta detrás de la puerta de entrada y un pasillo oscuro lleva a la barra. Adentro, las luces de neón son azules y el anfitrión, que acompaña a los clientes desde la puerta, presenta a los bartenders. Cuesta 10 mil pesos la entrada, cuando hay promoción incluye el cover y la carta es simple: pisco, vodka, whisky y cerveza. Al costado izquierdo están las escaleras que llevan a un salón igual de oscuro, pero con sillones de cuerina rojos, mesas negras y ceniceros. Los asientos se ubican frente al escenario con la barra metálica para las bailarinas, que son entre 10 y 11 chicas, la mayoría en sus veintes. Están todas riendo, bebiendo y bailando con pequeña lencería y tacones aguja de 10 a 15 centímetros y van a saludar y presentarse con cada cliente que llega. El lugar tiene más espejos que paredes y, al mirar hacia arriba, se puede ver la pintura descascarada del cielo.

“Hasta las cañerías se robaron”, cuenta Freddy Jaramillo, dueño del club nocturno, sobre los saqueos al local durante el estallido social. Llevan funcionando más de 30 años en el lugar, aunque él llegó a comprar el negocio en ruinas del dueño anterior en 2020. “Tuvimos que comprar, prácticamente, todo nuevo. La barra, todos los vidrios quebrados, estaba todo en el suelo…”, sigue. “Y se ha ido armando de a poco el local”.

Reabrieron en enero de este año y, dice, ahora el problema es la delincuencia. “Anoche trataron de asaltar a siete personas”, cuenta Jaramillo sobre lo que pasa afuera de su local. “Si tú ves que en una noche intentan asaltar a siete personas, tení más de 200 asaltos al mes, poh”, agrega. Explica que a ellos les ha servido mucho el trabajo que ha hecho la municipalidad con las fachadas, pero que se hace poco. Los clientes dudan en ir, no por el servicio, sino por la salida.

Freddy Jaramillo, dueño del night club Rugantino.

Adentro, la música va desde El Jordan 23 hasta Alicia Keys. Los clientes, casi siempre hombres, llegan solos y se sientan en los sillones a ver a las chicas bailar con una promoción de pisco. Los viernes abre el espectáculo una mujer con un sostén diminuto, una falda blanca, tacones altos y polainas peludas que le dan un aspecto yankee. Al ritmo de Something’s Got A Hold On Me de Etta James, pero interpretada por Christina Aguilera, parte quitándose la falda y termina quedándose solo con su colaless. Luego, pasa a los camarines y vuelve a relacionarse con los clientes, siempre coqueta y con una sonrisa.

Cuando los clientes dejan el local, el anfitrión suele acompañarlos hasta la puerta del taxi, por miedo a que los asalten y no vuelvan más.

Al terminar la jornada laboral, las chicas ya no tienen que sonreír y coquetear. Pasaron seis horas trabajando con taco alto y subiéndole el ánimo a los clientes, pero, aunque quieren llegar a sus casas a descansar, muchas veces se tienen que quedar. “Hemos tenido que esperar con las chicas a que abran el metro”, cuenta el dueño. Explica, muchas veces los ubers no llegan a ese sector de la Alameda, por lo peligroso del barrio y financiar el transporte a las casas de las trabajadoras, por ahora, no es opción con el poco margen que les deja el negocio.

A pocos metros, un viernes como este, hay gente saliendo del antiguo teatro después de escuchar a la Orquesta Sinfónica Nacional interpretar la sinfonía de Mozart. A ese sector llegan las aplicaciones de transporte. Y, aunque pueden escuchar bocinas e, incluso, gritos provenientes del poniente, los altos pastelones de los arreglos de la Plaza Baquedano tapan la vista a las ruinas de la puerta cultural de Santiago Centro.

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