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Entrevistas

15 de Octubre de 2023

Jeannette von Wolfersdorff: “Los mercados son previos al capitalismo y quien es anti-mercado no entiende la humanidad”

Jeannette von Wolfersdorff Fotos: Felipe Figueroa

La economista alemana se ha transformado en una voz disruptiva dentro del sistema económico chileno. Ingeniera comercial, lleva 21 años en el país. Llegó como estudiante y aquí se casó con el empresario y emprendedor Christoph Schiess. Primero como creadora del Observatorio de Gasto Fiscal y ahora como integrante del Consejo Fiscal Autónomo tiene como especialidad los temas de transparencia. En su primer libro, llamado “Capitalismo”, hace un duro diagnóstico de cómo un sistema capaz de crear bienestar e innovación se está autodestruyendo. Hoy trabaja en un segundo texto, dedicado a proponer soluciones. Para ella, están en el mundo de los sistemas complejos.

Por Jimena Villegas

A riesgo de sonar demasiado bíblicos, en especial si se piensa que ella se declara cien por ciento agnóstica, bien podría decirse que la de Jeannette von Wolfersdorff es, en este país, una voz que clama en el desierto: lo que ella dice -y cómo lo dice, tan llena de referentes y de datos atados a la ciencia- no lo dice nadie.

Autora de un ensayo brillante llamado “Capitalismo – Una historia sobre innovación, inversiones y el ser humano” (Taurus), argumenta lo que fácilmente puede provocar escalofríos en un espíritu conservador: que el sistema económico, si no quiere morir presa de la autodestrucción, debe cambiar. Hacerlo exige -entre otras cosas- elegir la vía de la regulación y un esfuerzo auténtico de todos los actores. Oír que -para asegurar futuro- es obligatorio abrazar la mutación evolutiva por decisión propia no debe ser fácil para nadie, en especial si eso implica ceder cuotas de poder.   

Jeannette von Wolfersdorff, de nombre legal Sonia Jeannette Schiess, es alemana de origen y chilena de adopción. Nació en Aquisgrán, una ciudad donde confluyen tres países, y se casó con Christoph Schiess, el presidente del holding Tánica, a quien conoció en el vuelo que la traía a este país, entonces aún como estudiante.

Él -cuenta ella- es chileno-alemán, “algo muy importante”, y ella venía para analizar empresas locales que aspiraban a crédito en un banco que ya no existe: “Estaba muy entusiasmada con la idea de conocer una realidad muy distinta. Cuando uno es joven, hace muy bien conocer todos los colores de la tierra”.

Hoy lleva dos décadas en el país donde han crecido sus tres hijos, dos mujeres y un hombre, todos ya adolescentes. En este tiempo ha tenido fracasos y aciertos. Entre los primeros, una dolorosa y costosa incursión hotelera en Rapa Nui. Entre los segundos, haberse convertido en la primera mujer integrante del directorio de la Bolsa de Comercio de Santiago en 124 años de historia.

-Usted debutó con el hotel Hanga Roa, ¿fue muy traumático?

-Sí. Fue un proyecto de muchos años y un poco mi posgrado personal. Fue muy difícil. No solamente porque la construcción era compleja. También la constructora quebró y después vinieron la empresa de seguros y los abogados. Cuando estaba casi listo, se tomaron el hotel. Fue una usurpación que duró medio año. Nadie, ni el fiscal, ni el juez, ni menos el gobierno, quería no saber nada. Fue un fracaso del Estado de derecho, de alguna manera. Después, hubo un acuerdo para entregar la propiedad, pero mantener el usufructo.

Von Wolfersdorff afirma que, viéndolo desde el contexto de hoy, comprende que ese terreno jamás debió haber sido privatizado. Pero se hizo, en los años 60 del siglo pasado, para fomentar turismo, con un recinto de la antigua hotelera estatal, Honsa. Hoy día -explica ella- tras el acuerdo con la familia Hito y luego de una pérdida económica enorme, “está en operación y de forma exitosa”, asociado a una cadena de hoteles internacional. Para ella, marcó un antes y un después: “Después de solucionar la toma y de firmar el acuerdo con el gobierno, el lunes, nació mi último hijo, Max. Me fui de este proyecto a dedicarme a temas de transparencia”. 

-¿Ese fue su aprendizaje? 

-Yo diría que no hubiese creado el Observatorio de Gasto Fiscal ni hubiese armado el Índice de Transparencia en partidos políticos. Toda mi incursión por la transparencia nació a raíz de esta experiencia bien dolorosa. Hoy en día entiendo los errores que cometí en ese proceso, pero también entiendo perfectamente la injusticia que hubo en la situación.

****

A lo largo de estos años, el currículum de Jeannette von Wolfersdorff se ha hecho extenso. En 2015 creó el Observatorio del Gasto Fiscal, que busca promover el desarrollo de mejores prácticas para un mejor gasto público. También colaboró en la construcción del edificio de Tánica, el primero certificado como LEED GOLD NC, para construcciones de alta eficiencia y sostenibilidad. Hoy es, entre otras cosas, una de las cinco personas del Consejo Fiscal Autónomo, un organismo técnico y consultivo, que se relaciona con el presidente de la República a través del Ministerio de Hacienda.

“Cuando llegué a Chile”, afirma, “fue para conocer. Uno, como extranjera, podía aprender mucho sobre el funcionamiento de la sociedad y sobre su rol en ella. Llegar a lugares con más pobreza hace que uno recién se dé cuenta de su privilegio. Ahora, cuando vuelvo a Alemania regularmente, veo cómo se queja la sociedad alemana de sus dolores y de sus problemas. Pienso que son problemas de una gran élite y que, en parte, no hay conciencia del bienestar que tiene la sociedad”.

-Diríamos que les duelen problemas de país rico. ¿Qué la hace a usted quedarse en Chile?

-Después de 21 años, supongo que son las personas, mi familia. Mis hijos, que son chilenos más que alemanes. Nosotros queríamos darles esta característica, no queríamos que fueran los inmigrantes eternos. Recién ahora estoy mirando algo más internacionalmente sobre cómo aportar o cómo aprender. Trato de seguir haciendo lo que puedo, aunque son momentos en que cada persona sabe que hay que hacer un esfuerzo para mantenerse en el país y tratar de ayudar a encauzar soluciones, frente a una situación muy compleja en lo político y lo social.

-¿Hay que hacer un esfuerzo, Jeannette, por quedarse? 

-En mi caso es un esfuerzo. Es muy explícito. Lo tengo muy claro, y lo hago por mis niños. Tienen 18, 16 y 12, ya son grandes, pero todavía están en el colegio. Cuando miro la conversación quizás es que quiero ayudar en lo que me queda para que mis hijos tengan un mejor país. 

-Pero sus hijos han crecido en un ambiente de elite, son privilegiados. Por así decirlo, ricos herederos.

-Espero que hereden el espíritu de armar algo propio, y que no sean la generación de la comodidad. Lo que más quisiera que hereden es el espíritu de emprender, de atreverse y de saber perder también. Naturalmente, podemos hablar de lo material. Yo quisiera que mis hijos tengan su herencia, pero que sea lo justo como para que hereden lo que acordemos con mi marido que deberían heredar. Eso es algo que no les produzca comodidad, sabiendo que siempre van a tener una ventaja desde la educación, desde la red de contactos y también desde esta herencia, que es difícil de poner en la mesa de un juego meritocrático. Quisiera que tengan conciencia del privilegio que tienen y que no justifiquen ninguna comodidad sobre este privilegio.

Cuando habla del mundo que comparte con sus hijos, Jeannette von Wolfersdorff trae a la mesa asuntos de debate público. Habla de la desigualdad o de los abusos causados por lo que -a su juicio- es “la concentración de poder que existe” en Chile. En su casa, un inmueble luminoso y quieto, rodeado por la paz de unos hermosos jardines, se habla de todo, incluidos los problemas de la agenda nacional: “Uno de esos problemas es que la libertad de expresión es menor. La expresión o la libertad de expresar es esencial para el funcionamiento de una democracia, y siento que mis hijos tienen esta herencia de cuestionar. Veo que no viven como las semillitas que se han plantado en el paraíso que rodea a sus papás”.

-Usted partió usando el apellido de su marido. Habrá sido un poco incómodo.

– Soy bien independiente. Lo difícil para mí es, más bien, que uno va apuntado a una tribu inmediatamente, aunque uno quiere conocer muchas otras. A raíz de una entrevista, y nunca había dado una entrevista, fue que por primera vez hice una reflexión sobre los grupos de poder, sobre mi tribu, aun cuando no siento que pertenezco a una tribu, para ser bien franca. Me llamó la atención el interés que provocó en su tiempo, en sentido positivo, y también la preocupación de la familia de mi marido, porque claramente, llevando el apellido Schiess, hay una empresa asociada a este nombre, y lo entendí. Como me importa mucho mi libertad de expresión, y también respeto mucho la libertad de los otros y el cuidado de su espacio, decidí volver a mi apellido de nacimiento. Aunque Schiess está en mi pasaporte igual”.

-A propósito de su apellido de origen, aquí aprendimos que los apellidos Von alemanes son nobles y elegantes.

-El Von viene de esta antigua idea de la aristocracia que no se ha eliminado todavía. Hace mil años un ancestro mío salvó un pueblo de un lobo y de ahí nace, porque Wolf es lobo. Es la aristocracia como de corte, el nivel más bajo, porque no tiene título barón, ni de conde, ni de nada. Todavía existen círculos en Alemania y en Europa los que les importa esto. En algún momento debería eliminarse.

****
A los 47 años, Von Wolfersdorff es una mujer alta y atlética, cálida de mirada, inquieta, intensamente austera en el negro de una ropa que parece su segunda piel y cuya severidad se rompe apenas con el toque de color de una bufanda inmensa. Es tan enfocada que puede hablar de corrido, sin perder el hilo ni la lógica, por muchos minutos. Cuando lo hace, sus ojos brillan.

Estudió economía en la Universidad Técnica de Aquisgrán, una institución reconocida en los campos de la ingeniería y la ciencia. El suyo es un mundo de pensamiento, que se evidencia en los títulos en tres idiomas que pueblan su biblioteca y en la enorme diversidad de referencias con las que armó su primer libro.

Hoy prepara un segundo texto, que estará -espera- para el segundo semestre del año próximo y en el que -cuenta- pasará del diagnóstico a la búsqueda del qué hacer para cambiar. Para eso estudia de sistemas complejos y para estudiar de sistemas complejos está haciendo un curso de System Thinking, en el muy prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Los sistemas complejos -confiesa- se han vuelto para ella una obsesión, los ve por todas partes. No es difícil creerle. Habla de ellos a cada rato, vuelve a ellos cada vez que puede, les dedica muchos minutos de esta entrevista: “Voy a incorporar la presentación del mercado como un sistema complejo, que tiene que aprender de sistemas complejos, como la naturaleza o el universo, para mantenerse viable”.

Un sistema complejo está compuesto por varias partes interconectadas y cuyos vínculos crean información adicional como resultado de las interacciones entre elementos. No basta con saber cómo funciona cada una de las partes para entender el todo, porque hay variables ocultas que impiden analizar el sistema con precisión. Para describirlo hay que conocer el funcionamiento de las partes y de todo el sistema cuando esas partes están relacionadas entre sí. Como se lee, es complejo. Quizá ayude, para hacerse una idea, que sistemas complejos son el clima global de la Tierra, el cerebro humano y una conurbación como Santiago.

En este momento se declara “fascinada con el pensamiento sistémico”, que la ha llevado a conocer al economista, inversor y autor estadounidense John Fullerton, quien creó de la idea del capitalismo regenerativo. Ella afirma que la sobrevivencia del capitalismo dependerá de aprender de los principios que rigen los sistemas complejos.

“Eso requiere -explica- ajustar la regulación del mercado acorde a estas reglas. No se requieren unas pocas reglas específicas frente al poder excesivamente concentrado o para la sostenibilidad. Se requiere, ante todo, repensar cómo introducir un mecanismo que continuamente facilite la transformación, iterativamente y con una visión de hacia dónde uno quisiera empujar continuamente el sistema. Tiene que ser más agnóstico, con menos juego de poder y con más soluciones que se conversan continuamente”.

-Usted en “Capitalismo” cita a Darwin. A él, en el 1800, le pareció que la oligarquía chilena estaba en la Edad Media. ¿Está preparado Chile para asumir la complejidad y generar cambios?

-John Fullerton, que es de verdad maravilloso, conoce los mercados. Yo también he visto desde la Bolsa y la empresa. Él tiene mucha esperanza de que países más pequeños, como Chile, Dinamarca o Corea del Sur, pueden empujar cambios, porque no ve factible que Estados Unidos jamás lo haga.

-Claro, muy ciertamente no.

-A mí me da esperanza el pensamiento sistémico. Atraer a que más personas lean y entiendan lo que significa la complejidad. Hace entendible por qué surgen los populistas y por qué de repente todo parece estar mal. Y es porque no tenemos respuesta frente a la complejidad del momento. Tenemos que complejizar. Si no se hace, el ser humano se ve frente a un imposible, algo que supera su intelecto, y reacciona con agresividad y con miedo. La ciencia de la complejidad tiene que dar respuesta a cómo gobernarnos mejor en la democracia y en los mercados.

-Usted conoce a la elite empresarial chilena. ¿Cuántos integrantes de esa elite conoce que hayan leído su libro?

– Me consta que muchos CEO y muchos emprendedores lo han leído. De los grupos tradicionales no tengo feedback. Yo supongo que no lo han leído. No sé qué tan interesados están en cambiar o en abrirse. Pero, por ejemplo, la CPC de Bio Bio me pidieron presentarlo.

-¿Está a favor de que haya cuotas para la participación femenina en directorios o en gerencias?

-Absolutamente. La mujer no lucha por el poder y el estatus como el hombre narcisista lo hace. No estamos disponibles para esta lucha de poder y estatus. Es como jugar fútbol en una cancha con un par de jugadores masculinos que te pegan. Tú no quieres, porque sabes que no vas a ganar en un juego excesivamente agresivo, a menos que te pongas agresivo y manipulador. Y, como no es parte de tu cultura o de tu ser, no estás disponible. Se requieren cuotas, porque el narcisismo testosterónico persigue el poder al costo de lo que sea, y en ese juego la mujer pierde. Quizá en 500 años va a haber cuotas para los hombres no narcisistas.

-Esto que expresa es muy fuerte. Significa que si miramos a cualquier hombre en el poder tenemos delante a un narcisista.

-Charles O’Reilly, de Stanford, hizo un meta estudio. El 80% de los papers que analizó sobre narcisismo y organizaciones son post 2015. Los narcisistas son, como dice O’Reilly, los que mejor se venden en entrevistas laborales o en entrevistas generales. Pueden ser encantadores, pueden ser muy cultos, pero saben manipular perfectamente el sistema para aparecer y subir, y por eso suben. No les importa mucho si lo que prometen es verdad o es mentira, porque están prometiendo la solución y da lo mismo si la saben o no. Se basan en promesas, más que en la certeza de que van a tener resultados.

-Y este es un mundo con pocas certezas.

-Y un líder no narcisista debería trabajar con inteligencia colectiva, escuchar más, ser el arquitecto del talento debajo suyo antes que dar órdenes. Pero las jerarquías son una forma de contestar a la complejidad excesiva o a la dificultad de enfrentar la complejidad. Las organizaciones tratan de controlar la complejidad reduciendo la diversidad, con mandos, con órdenes, con estructuras más bien militares. En jerarquías excesivas, cuando el premio arriba es muy grande, se atrae al juego a los que más poder quieren, a los más adictos, que no necesariamente son los más talentosos.

-Usted plantea que hay que desarrollar gobernanza agnóstica. Eso es un poco difícil en un país como Chile, donde sus líderes tienden a funcionar desde las creencias.

– Sí. Hay excesivos dogmas. El excesivo dogma siempre es el antiliberalismo. Te lleva a esta expresión maravillosa, que disfruté al leerla: el liberalismo descafeinado, que mencionó Carlos Peña sobre la élite económica. Los dogmas son todo lo contrario a la complejidad del momento. La complejidad es la ciencia de la conexión y de los desafíos de la conexión, de la información y de la interacción. Eso claramente requiere abrir los grupos que defienden ciertos dogmas. Si no, va a ser imposible pensar complejo, porque siempre tocas un interés de algún grupo dogmático.

-El dogmatismo, además, tiende a generar desconfianzas, porque sesga. Chile tuvo un presidente que agradecía a Dios en cada discurso. Eso dejaba afuera a quienes no creen en Dios.

-Especialmente porque la Iglesia ha sido cómplice de la élite económica a lo largo de los siglos. Todos los abusos de la Iglesia, toda la falta de gestión. No tienen respuesta alguna y crean desconfianza, que solamente va a crecer si este sistema no se reforma desde sus bases. A mí me produce desconfianza cuando se invocan aspectos religiosos y, especialmente, si nacen de una institución que, a mi juicio, no es democrática ni transparente, que ha faltado a la ética frente a la sociedad, sin dar respuesta adecuada después de todas las investigaciones que se han hecho. Sean los abusos sexuales, las investigaciones del Banco Vaticano o las inversiones. Cuando los grupos son excesivamente dogmáticos alrededor de las creencias y están asociados a una institución antidemocrática no provocan confianza, ni menos adhesión en la creencia en Dios, que respeto plenamente, pero que no es la mía.

– Probablemente es más fácil tener esta claridad si se viene de un país como el suyo, con tanta experiencia histórica traumática.

– Claro. El tener opinión, al menos en mi educación, fue una ganancia para la conversación. Aun cuando uno no tenía siempre la razón, el decir algo y cuestionar siempre hace que el otro piense y pueda repensar y entender mejor sus propios sesgos. La democracia es necesariamente el no estar de acuerdo.

-Y en Chile tenemos serios problemas con no estar de acuerdo.

– Sí, exactamente. Y se ve en directorios, en el colegio, en la política. En Chile es como que estamos mal cuando no estamos de acuerdo. Uno tiene que perder el miedo y la desesperanza cuando no estamos de acuerdo. Culturalmente Alemania, sin querer alabar a mi país de origen, tiene una ventaja a raíz de tantos errores cometidos frente a tantos grupos minoritarios y por las tantas veces que Alemania se cayó sobre sí misma en los últimos siglos. Son heridas que formaron un poco el carácter. Entender que quizá no estoy tan en la razón.

– De todos modos, parece que la única manera en que el ser humano aprende es con el error.

– Sí, y la otra gran pregunta es: ¿el ser humano es capaz de avanzar sin guerra? Sigue siendo una pregunta que uno no puede contestar de forma fácil. De verdad, pienso que no es posible avanzar sin guerra o sin agresión excesiva, si los sistemas mismos no empiezan a incorporar los motores de cambio y transformación del sistema. De otro modo, siempre tienden al colapso y a la agresión.

-Se ve difícil. Usted propone que el sistema sea capaz de introducir en sí mismo su propio pequeño caballo de Troya.

-Una persona, Dante Pesce, con quien trabajé cuando estuve en la Bolsa, está trabajando con varias empresas grandes para cuestionar las decisiones del directorio, pero no son empresas chilenas. Me parece que esto es como el caballo de Troya. Aunque sea chiquitito. No tienes para qué invitar a los enemigos directamente, pero sí invitar a alguien que te cuestione hasta la entraña. De ahí vas a sacar la mejor versión de ti. Es muy democrático.

-Entre los principios de la economía regenerativa de Fullerton está la idea de considerar la riqueza más allá solo del dinero. Aparece entonces el concepto de capital espiritual.

-Sí, en eso él y yo tenemos una diferencia. Llegué a la conclusión de que hay que repensar cómo creamos reglas e incentivos para el sistema, porque son las permiten que oveja, jirafa y lobo funcionen bien juntos o que puedan funcionar al menos más simbióticamente en conjunto. Son las reglas que permiten a la neurodiversidad entenderse. Mientras yo parto desde la posición de las reglas e incentivos, John Fullerton parte desde la espiritualidad, el humanismo espiritual, y de ahí llega a decir que hay que cambiar las reglas y los incentivos y también las instituciones.

-Da lo mismo desde dónde se parta, hay que hacer el cambio.

-Exactamente. Su foco es el cambio del paradigma y es muy interesante, porque, de alguna manera, es lo principal y lo importante. Uno tiene primero que cambiar el paradigma. Uno de los principios del capitalismo regenerativo, como lo ha pensado John Fullerton, es el de la sanación de lo espiritual también.

-Eso hace pensar que quizá los líderes políticos y económicos tienen que ir a terapia, empezar a conocerse o educarse.

-Claro. Yo llegué a lo de las reglas porque vi que la educación no funciona. No frente a los problemas de la concentración de poder. Lo que pienso es cómo buscar una manera de encontrar solución. Cuesta mucho, porque el sistema tiende a la inercia, en la que siempre se ha hecho así. Lo que tú llamas terapia, yo lo llamo metacognición. Alguien tiene que ayudarte a hacer la metacognición. Escribí una parte de este libro tratando de explicar el comportamiento del mercado y del comportamiento irracional que vi. Es un mercado que destruye la base sobre la cual se construye, y no sólo en Chile, sino en todos los países. Un gran problema del capitalismo es su tendencia autodestructiva, que no tiene una respuesta sistémica.

-¿Y tienen que ser el mercado y el capitalismo?

-Los mercados son previos al capitalismo y quien es anti-mercado no entiende la humanidad. Los primates no humanos tienen mercados: yo te rasco la espalda y tú me buscas un plátano. Esos son mercados. Los mercados existían mucho antes del capitalismo. Para mí el capitalismo y los mercados son el mecanismo donde ofertas y demandas se encuentran, y donde la innovación llega a materializarse y a desarrollarse. Los mercados permiten coordinación, cooperación de gente que nunca se ha visto, inteligencia colectiva. El mercado es el principal mecanismo para el bienestar económico de las sociedades y de la movilidad social, si los mercados funcionan bien. El mercado debería ser un instrumento de política social.

-¿Y el neoliberalismo?

-No me gusta la palabra neoliberalismo. En Chile se llama neoliberal a un mercado mal regulado. El neoliberalismo es todo lo contrario a como se usa aquí, porque es en realidad la idea de regular bien para que todos tengan libertad y no el laissez faire de unos pocos. La libertad de unos muy pocos es la anti-libertad de los otros. O sea, hemos entendido mal la cuestión aquí. En cuanto al capitalismo, para mí y dentro de lo reducido que es nuestro conocimiento y hasta que no exista otra dimensión, ha creado innovación, ha mejorado el bienestar en el planeta como ningún sistema ni cercanamente ha logrado. El capitalismo es el único sistema que hoy me puedo imaginar capaz de crear las innovaciones que necesitamos para salir de nuestra crisis.

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