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Opinión

4 de Noviembre de 2023

Columna de Hernán Rodríguez Matte | Propiedad privada: Delinear para ordenar

Columna Hernán Rodríguez Matte Ilustración: Camila Cruz

El columnista, escritor y guionista Hernán Rodríguez Matte escribe esta semana sobre propiedad privada, límites y usurpación pacífica. “A estas alturas de mi vida -le comenta una amiga en un diálogo sobre el tema-, la única propiedad privada que tengo es mi cuerpo y si alguien viene a hacerme una usurpación, por muy pacífica que sea, tengo todo el derecho a defenderme".

Por Hernán Rodríguez Matte

“A estas alturas de mi vida, la única propiedad privada que tengo es mi cuerpo y si alguien viene a hacerme una usurpación, por muy pacífica que sea, tengo todo el derecho a defenderme. Si estoy en una fiesta y un gallo se pone a bailar al lado mío y se hace el lindo, y después me invita una piscola y después me invita otra piscola y después me dice que salgamos para afuera a fumarnos un cigarro y nos instalamos en la parte de atrás del local a conversar, y todo súper buena onda, pero antes de apagar el cigarro el gallo se pasa de listo y trata de darme un beso y le digo que no, pero el gallo sigue y de nuevo le digo que no, pero se pone cargante y trata de meterme la mano debajo de la blusa, y ahí le digo que la corte, que no se ponga jote, y el gallo se va en mala y me agarra de las muñecas  y me da un beso asqueroso sin mi consentimiento. ¿No encuentras que eso es una usurpación? O sea, mi cuerpo es mi casa y si alguien se lo quiere tomar a la mala, tengo todo el derecho a golpearlo. ¿Cachai lo que te digo?“.

Paty es una mujer atractiva. Tiene los labios negros y delineados. También tiene el contorno de los ojos negros y delineados. Las cejas también negras y delineadas. Está claro que Paty es una mujer que le gusta tener las cosas claras y delineadas. Tiene además un tatuaje en el cuello, otro en la muñeca y, según me contó, otro en el muslo.

-“Tú me conoces. Yo no soy ninguna cartucha. Si me gusta un gallo, me lo como al tiro. Me da lo mismo. Y me he comido unos jureles infumables. Pero es porque YO quiero. Si me quiero comer un jurel es cosa mía, ¿cachai?”.

No podía concentrarme. Todo el rato me imaginaba a Paty frente al espejo pintándose los ojos con la precisión de un neurocirujano. 

-“Ya po, dime algo. ¿No encuentras que tengo razón?”.

-“Sí, tienes razón”, le dije. “Si te pasó eso, entonces lo debiste haber denunciado y funado por las redes sociales”. 

-“Era muy chica y no me atreví a decírselo a nadie. Hoy en día, si alguien quiere usurparme aunque sea pacíficamente, le dejo la marca del indio”, dijo mientras me mostraba un anillo con forma de escorpión que tenía en la mano derecha. Era un anillo sólido y puntiagudo que podía dejar knock out a cualquiera. 

-“Es lo mismo con el aborto -siguió-, si tengo una guagua, una lombriz solitaria, un virus o lo que sea que tenga adentro mío, es mi problema. Es mi cuerpo. Es mi propiedad privada. No tengo por qué aceptar que otra persona decida qué hacer con algo que es mío”. 

-“Está bien, pero no podís comparar una guagua con una lombriz solitaria”. 

-“Yo puedo comparar lo que quiera con lo que quiera. No te vengas a hacer el republicano conmigo”. 

-“No es de republicano, es que sonó raro”. 

-“No soy Mon Laferte. Me da lo mismo si suena raro”. 

Conozco a Paty hace tiempo. Pololeaba con un amigo mío. Siempre dejaba al pololo en la casa y salía con su mejor amiga a todas partes. Después de un rato, su mejor amiga se convirtió en su polola y mi amigo se convirtió en una estatua de sal. Se quedó inmóvil durante meses sin levantarse de la cama. Ahora Paty está con su nueva novia, Kristoff. Kristoff es de Islandia y no habla una gota de español. Cada vez que Patricia dice algo, Kristoff asiente con la cabeza. Pero cuando yo digo algo, la “islandiana” siempre dice “no” con la cabeza.

-“No se puede estar a favor del aborto y de la usurpación pacífica al mismo tiempo. Es la media contradicción”.

-“No lo sé, Paty, encuentro que te estás poniendo muy política”. 

-“Todo es política”. 

-“El amor no es política”. 

-“Por supuesto que es política. Por muy enamorada que esté de Kristoff, no podemos quedarnos en Islandia, porque no me dan la visa. Por mucho que amemos tomar éxtasis en una discoteca, siempre nos arriesgamos a ser detenidas por la policía, o por mucho que una pareja quiera tener un hijo, no podrá hacerlo con una madre subrogante. Todo es política, y si no lo entiendes es porque sigues en la matrix y aún no has despertado”.

Patricia tiene un punto. Parece que los tentáculos de la política son demasiado largos y si uno no está atento, te pueden inmovilizar y asfixiar. 

-“Las leyes no pueden estar dictaminando si alguien puede o no puede meterse en tu vida privada. No existe nada más privado que el cuerpo. Tratar de sobrepasarse con el cuerpo de alguien es igual de grave que tratar de sobrepasarse con la propiedad privada de alguien”.

Mientras Paty me decía esto, me acordé del experimento que los israelitas hicieron con los kibutz. A principios del siglo XX, los israelitas hicieron asentamientos agrícolas donde no existía la propiedad privada. Todo era de todos. Con el tiempo, la idea se hizo insostenible, la gente joven se fue a la ciudad, los viejos ya no podían trabajar y comenzaron los conflictos internos para saber “a quién le correspondía qué”. La idea de “todo es de todos” terminó por fracasar. 

En ese momento se nos acercó el mozo y preguntó si nos podíamos cambiar de mesa, porque había un grupo de 6 y no quedaban mesas grandes.

-“Es que nosotros reservamos esta mesa” -dijo Paty con una actitud que podia asustar a Rambo.

-Sí la entiendo -dijo el mozo-, pero este grupo de gente no cabe en otras mesas y aquí podrían caber.

-“Yo también lo entiendo, pero nosotros reservamos esta mesa y cuando uno reserva una mesa es justamente para eso, para asegurarse de comer tranquilos los falafels, los kebabs y el baba ghanoush”.

El mozo no sabía qué hacer. Atrás de él habían 6 machos opresores mirándonos con cara de hienas sedientas. 

El mozo me miró tratando de encontrar complicidad, pero mi falta de testosterona me impedía hacer algo por él.

-“Oye, ya po, no te cuesta nada” -dijo uno de los machos opresores. -“Nosotros justo somos 6” – dijo mirando al resto de sus amigos.

Paty lo miro a los ojos sin decir una palabra. Se levantó de su silla y se acercó a el. Se produjo un momento tenso e incómodo. El macho opresor cambió de actitud y trató de hacerse el simpático.

-“Oye, no es por mala onda, pero de verdad no es justo que ustedes sean tres y estén en una mesa para 6”. 

-”La vida no es justa, compadre. No fue justa en el pasado y probablemente no sea justa en el futuro.  Si quieres una mesa para 6, resérvala con anticipación.  Si no lo hiciste, mala cueva. Puedes pedir tu amaretto sour en la barra”.

El macho opresor y el resto de sus amigos se quedaron inmóviles. A los pocos segundos se dieron la vuelta y se fueron. Paty se volvió a sentar y siguió hablando de la propiedad privada, pero yo ya no podía concentrarme en lo que decía. Nuevamente me quede pegado mirando sus ojos y sus cejas delineadas. Quizás ahí estaba la clave. Quizás había que delinear para ordenar.

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