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Reportajes

18 de Noviembre de 2023

Violencia obstétrica en Chile: mujeres rompen su silencio para contar una realidad difícil de llevar a la justicia

Violencia Obstétrica Ilustración: Camila Cruz

Desde el comentario juicioso de un ginecólogo a partir de las respuestas sobre la vida sexual de una paciente, hasta días de torturas en salas de preparto que han terminado con la muerte de recién nacidos. Distintas mujeres, que se atienden tanto en el sector público como privado, comparten sus experiencias en contextos de cuidados sexuales, gestaciones y partos. El 79,3% de las mujeres en Chile dice haber experimentado violencia obstétrica y el proyecto de ley que busca erradicarla aún no ve la luz. Mientras no existe la figura legal, médicas, psicólogas, abogadas y organizaciones de la sociedad civil se las arreglan para hacer frente a este particular tiempo de violencia.

Por Paula Domínguez Sarno

El 13 de mayo de 2021, Javiera Calabrano fue al hospital por fuertes contracciones: pensaba que nacería su hijo, el que la convertiría en madre. “No me revisaron, nada”, relata. Volvió a la mañana siguiente a Urgencias, donde se dieron cuenta de que había comenzado a dilatarse y la trasladaron a la sala de preparto con las demás mujeres. Nunca tuvo un problema en el embarazo, llegó con todos los controles y las ecografías en la mano y esperaba tener un parto vaginal sin complicaciones.

En la sala de preparto y acostada sobre la camilla con sus piernas abiertas y flectadas, sus dolores se intensificaban. La anestesia no le hacía efecto, el miedo acompañaba sus vómitos y a ella no la acompañaba nadie, solo el ruido ambiente y las conversaciones del pasillo. “La matrona y las enfermeras que estaban ahí se pusieron a reír”, recuerda. La mujer que hacía el aseo en el hospital se acercó a limpiarla, le tomó la mano e, intentando ayudarla, le dijo: “Hija, pero aquí no llore y no grite, porque entre más llora y más grita, menos la pescan”.

De acuerdo al estudio “Violencia obstétrica en Chile: percepción de las mujeres y diferencias entre centros de salud” –financiado por el FONDECYT de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile–, el 79,3% de las mujeres en Chile dice haber experimentado violencia obstétrica. Cifra que asciende a un 86,5% en los hospitales públicos y desciende a un 72,5% en clínicas privadas.

El proyecto legislativo Ley Adriana busca erradicar la violencia gineco-obstétrica y la define como “todo maltrato o agresión psicológica, física o sexual, omisión, negación injustificada o abuso que suceda en el marco de la atención de la salud sexual y reproductiva de la mujer o persona con capacidad de gestar, especialmente durante la atención de la gestación, preparto, parto, puerperio, aborto o urgencia ginecológica”.

A principios de sus veintes, María –quien prefirió no decir su nombre para este reportaje– fue a un control ginecológico porque tenía candidiasis. “Era un señor, igual de edad, debe haber tenido unos 70 años y cuando me hace el anamnesis, me pregunta: ‘¿A qué edad perdiste tu virginidad?’”, cuenta. “Le dije que a los 14 y me puso una cara… de infarto. Me juzgó al tiro y me preguntó: ‘¿Por qué perdiste tu virginidad tan chica? ¿Qué te pasó?’. Al resto de las preguntas, como cuántas parejas sexuales había tenido, etc., preferí mentirle”, añade.

Mujeres que gestan

Años después, en 2021, María tuvo un embarazo ectópico y la tuvieron que operar de urgencias. Luego de despertar de la anestesia, el ginecólogo que la operó pasó a su habitación a explicarle cómo había resultado todo. “Y me dice: ‘Me imagino que no te vai a poner ningún otro método anticonceptivo’. Porque ya tenís 28, ya estái en edad de ser mamá, ponte en campaña’”, relata.

La ginecóloga y directora de Ginecólogas Chile, Loreto Vargas, explica que la relevancia del enfoque de género es que la agenda valórica de un médico o médica no se ponga sobre su rol profesional y que la atención se centre en lo que quiere la persona que se está atendiendo. “Asumir que eres cis género, que eres hétero, dejar fuera prácticas como el poliamor, emitir juicios sobre vida sexual de la paciente, son red flags”, afirma. “Aunque yo no hablo de paciente, prefiero decir mujer gestante o la mujer que acompaño, etc.”, agrega.

Cuando Elisa Palomino tenía pocas semanas de embarazo, tuvo que hacerse una ecografía transvaginal para saber su bebé tenía latidos. Llegó a la consulta del radiólogo, estaba nerviosa. No sabía si sería mamá o si tendría a su bebé muerto en su interior. Su pareja no podía encontrar el box y, acostada sobre la camilla, le pidió al doctor que no viera nada aún, ya que quería esperarlo para recibir la noticia. “Y llega y me mete ese instrumento, ecógrafo. Y yo me apreté entera”, cuenta. No quería mirar la pantalla y el médico comenzó a decir las medidas de sus trompas, hasta que llegó su pareja. Una vez que entró, pudieron escuchar los latidos del corazón de su hijo. “Pero no me respondía nada. Fue muy pajero, porque un momento que pudo haber sido muy emocionante, fue muy angustioso”, afirma.

El día que Lola Baeza esperaba que fuera uno de los más hermosos de su vida, tampoco salió como esperaba. Fue a la clínica por sus fuertes contracciones y cuando su matrona llegó a atenderla a la sala de preparto, Lola tuvo la sensación de que no estaba de buen humor. “Comenzó a ser muy cortante en su trato y nos preguntó si teníamos los exámenes y controles, que era muy necesario tenerlos”, relata. Ante la insistencia, su marido fue en el auto a buscarlo a la casa y ella quedó sola más de una hora con ella.

La matrona comenzó a entrar y salir de la sala y le decía que se quedara en la camilla, a pesar de que Lola Baeza sabía que acostada dolían más las contracciones. Sin darle mayores explicaciones, le hizo tacto y, mientras sentía cómo pellizcaba su membrana, cuenta, le hacía comentarios sobre la depilación de su rebaje o sobre lo temprano que llegó a la clínica cuando pudo haber esperado a tener más contracciones.

Su estrés pudo calmarse un poco cuando, por fin, llegó su esposo con los papeles. Y mejoró aún más cuando llegó su ginecólogo, quien también encontró muy extraña la solicitud de los exámenes y controles, ya que estaban en línea y el parto salió bien. “Todos dicen que como que hay que sufrir, ese tipo de comentarios, que después nace y se te olvida todo”, reflexiona. “Y a mí no se me olvidaba, ¿cachái?”. Se dio cuenta de que eso era violencia obstétrica cuatro años después, hablando con una especialista.

“Si yo tengo una paciente en trabajo de parto más o menos avanzado, con membranas íntegras y noto que hay algo en los latidos, puedo romper membrana para ver si hay meconio”, ejemplifica la ginecóloga Loreto Vargas. “Pero si yo lo hago de rutina y sin explicarle, es violencia obstétrica”. Añade a la reflexión que para estos temas, lo fundamental desde lo profesional es aprender y desaprender constantemente.

La psicóloga perinatal, directora de la Red Chilena de Salud Mental Perinatal e integrante de la Coordinación Nacional por los Derechos del Nacimiento, Claudia González, explica que el parto “no es solo un evento obstétrico o corporal, es un evento neuropsicosocial. Además, afirma que la liberación de la hormona del estrés (cortisol), por ejemplo, puede afectar en el desarrollo fisiológico del parto. “No es solamente acompañar técnicamente a la mujer”, agrega sobre la labor del personal de salud.

Paula Lastarria quería tener un parto en su casa, pero cotizó salas en clínicas para poder asistir en caso de emergencia. Así fue como llegó, con contracciones y una rotura de membrana prematura a las 37 semanas de embarazo, a la clínica donde había hecho el pre-registro. Sin embargo, después de hacerla pasar a una sala, se negaron a ponerle anestesia hasta que pagara el bono al contado. Estaba con su matrona y llevaba cinco horas con trabajo de parto en su casa y tuvo que esperar a que su pareja sacara de distintas tarjetas $1.900.000 para poder recibir la anestesia y tener su parto. Nadie en la clínica, ni del personal de salud ni administrativo que presenciaron lo ocurrido, hizo algo.

Semanas después, recibió un llamado de cobranza de más dinero de la institución, al que respondió con una amenaza de demanda. Y la hizo. Finalmente, llegaron a una negociación y la clínica le pagó una indemnización.

Mujeres que lloran

Zaira Oliva es peruana y llegó a vivir a Chile en 2005. Diez años después y con un embarazo de 39 semanas, llegó al hospital por una caída que tuvo en la mañana. No sangró y se sentía bien, pero la habían derivado del consultorio esa mañana y pasó las primeras horas intentando que la atendieran.

Instalada en la sala de preparto, Oliva aún no sabía qué le pasaba, pero empezó a sentir fuertes contracciones. Comenzó a dilatarse y le administraron anestesia sin que los dolores cesaran. Se quejaba y a veces gritaba pidiendo ayuda. Se acercó una matrona, le hizo un “tacto” –procedimiento mediante el cual introduce sus dedos en la vagina hasta alcanzar el cuello uterino– y, para inducir el parto, le introdujo por la misma vía un medicamento. Pero este se resbalaba y caía. El lugar estaba lleno de matronas, doctoras y doctores, TENS y estudiantes haciendo sus prácticas hospitalarias.

“Me tactaba Pedro, Juan y Diego. El practicante, la matrona, el médico, todos. Todos me hacían abrirme de piernas”, relata. “Siempre yo escuchaba que cuando uno era alharaca o se quejaba, como que no te atendían o te atendían mal. Entonces, yo trataba como de que todo lo que ellos decían, yo hacía”, agrega.

Sus exclamaciones por el dolor y llanto llamaban la atención de algunos TENS y enfermeras. “Me rodeaban cuando me quejaba, les pedía ayuda. Decían que el pisco era chileno y cosas así. Yo no entendía por qué decían esas cosas”, recuerda. Su cuerpo seguía expulsando el medicamento que le ponían entre las piernas y comenzó con fuertes dolores de cabeza. Intentaba pedir ayuda, pero la respuesta siempre era la misma: “Me decían que era normal, que me quedara ahí en la camilla y, si me dolía mucho, que caminara”.

Pasó así la tarde, luego la noche y ya era el otro día.

Vomitaba por el dolor y no podía controlar su esfínter. “Mi hijo no nacía y yo había dicho altiro cuando llegué que me hicieran cesárea. Y la matrona me dijo como: ‘¿Cómo se te ocurre que vamos a gastar esa plata en hacerte cesárea?’”, relata Oliva. “Mi respiración estaba muy agitada, les pedía que, por favor, llamaran a la matrona. Y ellos decían que iban a llamarla y nunca llegaba. Venían y me decían: ‘Qué quejumbrosa, que alharaca. ¿No le gustó ponerle bueno? Ahora tiene que aguantar”.

En un momento de ese día, llega una auxiliar con una silla de ruedas, la sube y la lleva a la ducha. “Y me dice: ‘Ya pos, párese’”, cuenta Zaira. “Yo le decía: ‘Es que no puedo’. Y me decía: ‘Pero tiene que ducharse’”. Recuerda que se bajó gateando de la silla de ruedas para apoyar sus rodillas en las baldosas frías del baño del hospital. “Ingreso a esa ducha, abro la ducha, así, arrastrándome, afirmándome de la muralla y vomitaba. Vomitaba y vomitaba. Yo ya no sé qué botaba, porque no tenía nada, ni siquiera en el estómago. Era por arriba, por abajo… no sé cuántos Padre Nuestro’ habré rezado en ese rato pidiéndole a Dios que viniera y me ayudara y que me hiciera, por último, que mi hijo naciera ahí, en ese momento”.

La mujer vuelve a entrar y la ayuda a subirse en la silla de nuevo. “¿Y sabe que me pone enema (instrumento que se utiliza para inyectar un líquido a través del ano para expulsar los desechos del recto)?”, recuerda Zaira con frustración. “Me defeco allí y me da el medio chascazo en la nalga”.

A alguna hora de la tarde, realizan un cambio de turno y entra una matrona argentina que, al verla, se acerca a ayudarle y darle calma. Comienza de nuevo a dilatarse y la trasladan al pabellón, le piden que puje, pero no tiene fuerzas. El médico se pone sobre ella y apoya su tibia bajo sus pechos, de forma perpendicular a su torso, en lo que parecía un intento por hacer bajar al bebé que llevaba en su vientre con la pierna. “Me estaba asfixiando”, recuerda Zaira. “Y me decía: ‘Puja, puja’”.

Daniel logró nacer ese día con fórceps. “El niño estaba negro. Negro, negro. No lloró, nada”, describe Zaira. Se quedó conectado a distintas máquinas y sobrevivió de esa forma durante ocho meses en el hospital, hasta que falleció.

La abogada y directora de la Fundación OVO, Carla Bravo, afirma que acudir a la justicia por violencia obstétrica tiene dos principales dificultades basales: primero, explicar qué es, ya que no está definida en un documento legal vigente. “La manera que tienen las mujeres de reclamar en estos casos, en general, es conducir esto a cuestiones del derecho común. Ya sea vulneración de derechos fundamentales o acudir a los estatutos del derecho penal o el derecho civil por negligencias o malas praxis”. Y la otra dificultad basal “probatoria”, ya que son el propio personal de salud el único testigo.

Zaira Olivos interpuso acciones civiles por indemnización de perjuicios con la ayuda de la Fundación OVO en contra del hospital donde dio a luz a su hijo Daniel. Ya se rindió la prueba y ahora está a la espera de la sentencia sobre los acontecimientos, pero es por los tratos recibidos y, aunque no plantea una causalidad entre la muerte de su hijo y la violencia de la que fue víctima, ella sí cree que su hijo murió por culpa del personal de salud.

El cansancio de Javiera Calabrano por los vómitos, el dolor y el llanto, la obliga a la calma en la sala de preparto del hospital. Se acerca una de las matronas, le “hace tacto” y le dice que puje. No siente las piernas por la anestesia y, aunque lo intenta, no sabe si está pujando o no. “La matrona me decía: ‘Pero empuja, si tú no empujái, nadie va a sacar a tu hijo, así tu hijo no va a nacer nunca”, recuerda. “Yo sentía que mi hijo no nacía por mi culpa. Y le dijo a otra matrona que estaba ahí: ‘Súbela a la camilla y déjenla sentá. Que la guagua baje sola’. Con esas palabras lo dijo”, relata.

La psicóloga Claudia González, afirma que es fundamental que la mujer que fue víctima de violencia obstétrica sepa que fue víctima. “Tienes que saber que lo que pasó no tuvo que ver contigo. No tiene que ver con que tú no fuiste capaz de enfrentar el problema”, explica y agrega: “Culparse es muy común”.

A las 20 horas, Calabrano lleva cerca de nueve horas en trabajo de parto. “Ella está con 10 de dilatación, pero es pri”, escucha que le dice la matrona que está dejando el turno a la que viene entrando. “Porque a las primerizas le dicen así: ‘pri’”, explica Javiera. Dos horas después, la nueva se acerca al monitor y, sin explicarle nada, dice con un tono de urgencia que la lleven al pabellón. Allí, ya acompañada de su pareja, nuevamente le piden que puje y, nuevamente, no sabe si lo está logrando. Se suman a sus esfuerzos el de levantar su cabeza para ver.

La confusa imagen deja ver esa panza –parte de su cuerpo, a la que le tomó nueve meses tomar ese tamaño–, se asoman detrás sus rodillas y, entre ellas, la cabeza de la mujer intentando sacar a Benjamín de su vientre. “Me rajó de una. Así, de una. Pescó a mi hijo, como de la cabeza, y lo sacó”, relata. “Fue algo súper rápido, súper rápido”.

Inmóvil y con su piel morada, el bebé alcanzó a estar cinco minutos apoyado en el pecho de su madre. “Nos dijeron que lo iban a ir a limpiar”, cuenta Javiera. Pasaron 20 minutos y nadie volvió. El padre fue en búsqueda de su hijo y alguna explicación sobre lo que ocurría y antes de tener que dejar el hospital, el hombre logró ver a su hijo a través de un vidrio. “Benjamín está mal”, le dijo a Javiera entre llantos. “Me dijo que se había asfixiado y que, cuando se lo llevaron, estaba muerto, que lo fueron a reanimar”, cuenta Javiera Calabrano. Pero su hijo no estaba muerto, no aún.

Benjamín se quedó hospitalizado. Su piel era de color oscuro, sus ojos estaban tapados por unas gasas blancas y un montón de máquinas conectadas a su cuerpo estiraban su existencia en este mundo. El daño neurológico y en otros órganos era irreversible. El parto de Javiera se adelantó una semana. Tres días después la dieron de alta. Y, a cuatro días de haber tenido que dejar a su hijo en el hospital, el 21 de mayo de 2021, el día en que su hijo debió haber nacido según su ciclo, falleció.

Actualmente, Javiera tiene en curso una querella penal por la muerte de su hijo, acusando lo ocurrido en el hospital como hechos “que revisten las características típicas del cuasidelito de homicidio por facultativo”.

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