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Entrevistas

15 de Marzo de 2024

María Gracia Omegna: “Desde que soy mamá, mi carrera lamentablemente se ha visto limitada, pero desaparecer de la crianza de mi hija no era opción”

Fotos: Felipe Figueroa / The Clinic

La ganadora del Premio Caleuche por su rol protagónico en "Generación 98" desmenuza las claves del éxito de la teleserie de Mega de cara a la recta final. “Soy la más sorprendida. Al principio me pareció poco interesante y no entendía por qué se estaba haciendo”, comenta. Próxima a cumplir 40 años y en plena vigencia de su carrera, la intérprete considera que la historia escrita por Pablo Illanes renovó no solo los aires del género televisivo, sino su propia forma de trabajar y asumir sus personajes. La actriz habla de sus replanteamientos y deconstrucciones más personales, sus nuevas búsquedas y las dificultades que ha tenido para congeniar su trabajo con la maternidad. También toma distancia de las críticas al gobierno que sacaron ronchas entre sus colegas actores: “Es evidente la ansiedad de algunos, pero el gobierno aún no ha terminado”, opina.

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María Gracia Omegna guardó en una caja a Valentina Morán, rol que interpretaba en la teleserie de Mega, Generación 98, por el que además obtuvo el Premio Caleuche a la mejor actriz protagónica en su última edición.

Emocionada sobre el escenario, la actriz agradeció el premio y destacó en su discurso el esfuerzo colectivo detrás la nocturna –una de las producciones nacionales más vistas de los últimos años–, agradeció a sus compañeros y puso el acento en cómo logró acercarse y humanizar a su personaje. Ahora la actriz ahonda en sus dichos.

No me esperaba en absoluto el éxito de esta teleserie. Soy la más sorprendida. Al principio me pareció poco interesante y no entendía por qué se estaba haciendo cuando leí los primeros capítulos”, revela.

“Si uno lo piensa, desde el primer capítulo no es una teleserie que cumpla con los requisitos ni con el lenguaje común del género. No dice específicamente de qué se va a tratar ni cuál es el conflicto principal, ni quiénes son los buenos y quiénes son los malos. No es tan clara y fue confuso entender para mí de qué trataba. Ahí me entró el fantasma pesimista y cuando la estaba leyendo pensé: ‘Estamos perdidos’. Cuando recién escuché la primera lectura con el elenco, dije: ‘Me la hicieron de nuevo’. Empezó a sonar y se puso cada vez más interesante”.

¿A qué atribuye el éxito de Generación 98?

–Creo que el gran acierto de esta teleserie es que revisita lo incorrecto. El guión de Illanes tiene algo muy rico y es que no trabaja con el arquetipo al que uno está acostumbrado y que es la mirada más occidental. Siempre tienen la necesidad de entender quiénes son los buenos y los malos. Illanes propone otro juego más real, más humano, donde todos somos buenos y malos, y víctimas y victimarios al mismo tiempo. Ese ejercicio es súper acertado en este proyecto y está llevado al extremo sin un orden moral por encima. Eso pone en contradicción constante al público: te ríes nuevamente del mismo bullying que te hicieron a ti en el colegio, por ejemplo, o terminas siendo amigo del que peor te caía. Es bueno que la televisión chilena, que es bien temerosa en esto, tome riesgos así. Y en este caso, dio resultado.

Otro factor clave de esta teleserie es el elenco. Hay una conjunción de cabezas –iba a decir jóvenes (ríe), pero ya no tanto– y siento que ahí hay otro acierto. Fue un trabajo muy rico entre los actores porque había muchos de nosotros que nos admirábamos mutuamente desde hace tiempo y ahora nos vemos en roles protagónicos. Eso hizo que la vara partiera bien arriba y hubo que estar a la altura siempre, con un nivel de exigencia muy alto y un profesionalismo distinto. Los elencos de teleseries siempre tienen algo de compañía de teatro, sobre todo en esta, que es bien coral. El crecimiento que ha habido en los últimos años en el audiovisual en Chile tiene que ver con quebrar ciertas formalidades y arquetipos, y siento que esta teleserie sintetiza eso.

María Gracia Omegna

-¿Cómo fue la aproximación con su personaje y qué saca en limpio de este proceso?

–Me costó entrar ahí, y hasta cierto punto sentí un alivio al salir también. En los primeros capítulos, como te decía, yo no lo encontraba interesante para nada. Era un cliché: una pechoña, republicana, de clase alta, pro familia, y tampoco desarrollaba tanto esa idea. Valentina al principio era como un dibujo y de pronto empezó a tener profundidad. Creo que lo que más aprendo y me llevo de este gran desafío fue enfrentar al personaje complejo que me tocó no desde el juicio, sino desde el sentido común. Como actriz, me propuse intentar comprender su lógica, humanizarla, ese era mi desafío con el personaje, porque simbólicamente era una construcción altamente prejuiciosa, y eso me parecía muy poco interesante de hacer.

No me parecía desafiante interpretar a una mujer poco dialogante con el resto de las realidades, una fanática, hasta cierto punto. Vivimos en un momento en Chile y en el mundo en el que hay tanta radicalidad y rigidez, fanatismos de todo tipo, que enfrentar a este personaje no me parecía interesante desde lo que yo pienso. Tuve que comprenderlo y defenderlo, incluso. Y lo defiendo hasta hoy. Primero pensaba que era una asesina, ahora solo creo que calculó mal y que lo hizo en defensa propia y de su visión del mundo. El personaje vive su propia comedia de equivocaciones.

-Dijo que dejar a su personaje era un alivio. ¿Por qué?

–A pesar de que es un personaje que me divertía mucho hacer, a la vez era pesado estar constantemente tirándole mierda y mala onda a la gente. Terminaba cansada de eso. Hubo un momento, mientras grabábamos una escena en que la que yo estaba improvisando, que una de mis compañeras se angustió, se sintió maltratada. Uno sabe que es el juego del actor y que hay un distanciamiento, pero inevitablemente también entras en la situación y te comprometes. Por eso fue un alivio liberarme de esa toxicidad del personaje. No es mi estilo andar siempre criticando y contaminando el ambiente.

-¿Cuál fue su punto de encuentro con el personaje entonces? Siendo mujeres tan distintas.

–Precisamente, en su ser mujer. Me generaba mucha compasión ver a alguien tan obcecado por algo y no poder abrirse a otros puntos de vista. Al final termina pisándose la cola sola con lo mismo, una y otra vez. Era chocar con una pared, iba directo a eso, a caer, no importaba cómo, pero Valentina iba a caer, porque es demasiado sorda. El personaje se entrega de sobremanera en su relación, perdiéndose ella, en pro de un otro, en una idealización constante de la familia, y ahí sí me encontré con ella. Y, más encima, que a esa persona se le viniera abajo este mundo de cristal y de esa forma, me conectaba muy profundamente a ella.

Yo este año voy a cumplir 40 años y vengo de esa bisagra generacional que fue criada en el patriarcado y que hoy vive con este feminismo que de pronto y afortunadamente es algo cada vez más válido y coherente. Personalmente, me he tenido que desprender de esa sobreidealización de las cosas, de lo que creía del amor, de la confianza, del respeto. En eso conecté mucho también a Valentina. Hoy le haría cariño, le daría un abrazo apretado (ríe).

-¿Cómo ha percibido el éxito en la audiencia, más allá de los números?

–Lo percibo sobre todo en la calle. Es impresionante cómo se da el fenómeno. En el teatro funciona con el boca en boca, eso atrae espectadores. Con la televisión pasa lo mismo cuando uno hace un proyecto que está funcionando, pero hoy en día hay muchas más plataformas donde uno puede ver una teleserie además de la televisión abierta, entonces el único lugar donde constato el éxito es en la calle. Y ha sido una locura. Me llama mucho la atención que la gente diga que no ve teleseries, les creo, pero sorprendentemente están viendo Generación 98. Ese público que se había divorciado de la televisión abierta, de pronto se reencontró con esto, me llama mucho la atención.

-Después de años de carrera, ¿cómo toma ese acercamiento con el público?

–La gente casi siempre me saludaba de lejos, te reconocen y te gritan algo, pero ahora son saludos más comprometidos, cercanos. Me felicitan por mi trabajo y están comprometidos con lo que está pasando en la historia, tienen una opinión al respecto. Es nuevo para mí ese cariño y acercamiento con la gente. No vienen hacia ti solo para pedirte una foto sino porque quieren decirte algo, cualquier cosa, que conocen a alguien igual a tu personaje o que se identifican con ella. Una vez, en el supermercado, una mujer me dijo: “Yo soy Valentina”. Así, tal cual. Ella se había dado cuenta de lo errática que era al ver el personaje y ahora se abstiene de opinar a veces. Ahí percibo el impacto que tiene el trabajo que hacemos.

María Gracia Omegna

-La teleserie retrata también varias prácticas y patrones sociales de comportamiento que hoy consideraríamos anticuados o inapropiados. ¿Cómo fue trabajar desde ese lugar, con los códigos de la incorrección?

–Evidentemente, muchos de mi generación y quienes venimos de esa bisagra chocamos de frente con la deconstrucción y entendimos que como fuimos criados, hoy día no está del todo bien. Hay un exceso de conciencia en relación a un otro, a cómo comportarse bajo ciertos códigos mínimos de convivencia social, a la horizontalidad de las relaciones. Son muchos temas que nos tienen mareados y en ese sentido el proyecto vuelve a ser muy representativo de una época.

Esta teleserie se basaba en desprender códigos comunicacionales, acuerdos de convivencia, ya sabemos que estamos todos excedidos, pero a la base, volver, desmenuzar, volver al esqueleto. No creo que bajo ese contexto exista una temática necesaria de hablar, creo que ya hemos hablado mucho de todo, de minorías, de violencia, del género, ahora todo eso está inserto, son parte de las biografías de los personajes. Ahí yo ejerzo mi opinión en mi trabajo, humanizando a un personaje, entendiendo que no es a ni b, sino que es todo a la vez. 

-¿Qué opina del exceso de nostalgia de algunos con las teleseries chilenas del pasado y que dicen que ya no se hacen buenas teleseries en el país?

–En Chile, en general somos buenos para criticar sin desmenuzar. Si hoy veo una teleserie antigua, de las emblemáticas, yo creo que me muero de aburrimiento, si soy honesta. Y no porque sea una mala teleserie, fue una buena producción para el contexto en que fue presentada y para el lenguaje y los códigos de la industria de ese momento, pero si yo hoy revisito una teleserie lo más probable es que no me interese. Eran otros tiempos. Las escenas podían durar cinco minutos. Era otro el código, el lenguaje, también es otro el contexto político social.

Yo y varios venimos de esa escuela y de esa época en la que decían que hacer teatro comercial era venderse al un sistema. Crecí con eso y siento que logré desprenderme completamente. Hoy entiendo que el teatro comercial debe existir porque es un espectáculo de entretención y todos tienen el derecho a entretenerse, vaciarse o aprender o a conectarse de manera más profunda con algo. Los actores hemos olvidado que nuestro oficio también tiene por objetivo la entretención, no es solo un ejercicio político.

“El feminismo me abrió los ojos”

Antes de convertirse en la reconocida actriz de televisión, cine y series que es en la actualidad, María Gracia Omegna provenía fundamentalmente del teatro tras egresar de la Universidad Finis Terrae y su trabajo junto a la compañía Lafamiliateatro y colaboraciones con directores como Marcos Guzmán.

Tras su debut televisivo en Lola (2007), a la que ingresó con la ayuda de su tía, la también actriz Berta Lasala, su carrera fue en ascenso: le tomó tres años obtener su primer protagónico en Martín Rivas (TVN, 2010) y ese mismo año actuó por primera vez en una película, La vida de los peces de Matías Bize. Dio otro gran salto en 2012, cuando protagonizó Dama y obrero, la producción más vista ese año, estuvo además en la premiada película Joven y alocada (2012) de Marialy Rivas, y en la serie Ecos del desierto (CHV), donde interpretó a Carmen Hertz.

En los últimos años, ha formado parte también de éxitos televisivos como Papá a la deriva, Sres. Papis, Hijos del desierto, todas de Mega, y también de la serie La Jauría (Fábula–Netflix). En el teatro, en tanto, se ha lucido en los musicales telenovelescos de la dupla de directores Los Contadores Auditores, como Bambalinas de sangre.

María Gracia Omegna

Próxima a cumplir 40 años, la intérprete asegura sentir el paso del tiempo y el cúmulo de la experiencia. En su carrera no había mayor un plan ni un lineamiento a seguir más que su propia intuición. Todo cambió cuando fue madre de Anka, su hija de cuatro años junto a su expareja, el actor Gonzalo Valenzuela. A partir de ese momento, replanteó su carrera y su lugar en el mundo.

Desde que soy mamá, mi carrera lamentablemente se ha visto limitada, pero desaparecer de la crianza de mi hija no era opción”, dice la actriz.

“Incluso hoy, que está más grande, sigue siendo muy difícil para mí hacer la ecuación de hija y trabajo. Aparecen proyectos que a veces debo rechazar o intentar mover en fechas porque necesito equilibrar el tiempo con mi hija. No puedo desaparecer como madre y mis decisiones van de la mano con eso. Si estoy en un proyecto televisivo, difícilmente podré generar o embarcarme en un proyecto teatral como el que estoy ahora, porque significa no estar en casa. Mi principal tarea hoy es criar y trabajar también, no se puede la una sin la otra”, explica.

“En los últimos años, mi única estrategia ha sido tomar la decisión de tener estabilidad económica. Ha sido riesgoso y ha tenido cosas buenas, otras no tanto, y ha sido difícil a veces pero es parte de mi realidad. No tengo una familia que pueda solventarme en ningún sentido, soy económicamente muy autónoma, entonces bajo ese contexto decidí postergar mis deseos artísticos en pro de esa estabilidad, que espero en unos años más me va a permitir priorizar más lo artístico. Esa fue mi ecuación o mi estrategia, y espero funcione. Siempre lo digo, pero a ratos siento que mi carrera está en loop y que no se detiene. Yo sigo investigando, haciendo otras cosas. Ahora mismo estoy incursionando en la dramaturgia, escribiendo una obra”.

-Pronto cumplirá 40 años. ¿Cree en los cierres o inicios de nuevos ciclos?

–Lo veo como un adiós a la juventud. Siempre creo que voy a ser joven por dentro. No me imagino siendo una vieja gruñona, pero claro, hay un viaje biológico en el cuerpo y todo cambia irreversiblemente. Aunque uno mentalmente no cambie, hay algo que te lo está evidenciando. Vivimos en una época en que hay mucha obsesión con detener el envejecimiento, se convirtió en un tema. Antes no sé si lo era tanto. Estaban todos más resignados a que la muerte era el final de todos. Todos vamos a envejecer, es la cadena, el arco dramático de todos. Si todo sale bien en la vida, uno envejece.

Hace un año me ligué mucho con la terapia y la meditación. Me ayudan a aceptar y a entender mi cuerpo, mi carácter. No se trata solo de entregarse a que el cuerpo envejezca, sino a asumir que hay aspectos que no voy a evolucionar más y otros que sí. Me genera mucha ansiedad el mundo en que estamos conviviendo, más en una ciudad capital. Es un espacio ansioso, y hoy lo que estoy tratando de hacer es enfrentarme a esas ansiedades y comenzar a articularlas. Resistirse a la vejez es como no mirar la vida. Para las mujeres sigue siendo muy complejo en esta industria. Hay una fuerza que persiste duramente y por eso creo que las chicas son también más radicales.

¿Sigue siendo el medio del entretenimiento particularmente duro con el envejecimiento de las mujeres?

–Es un viaje complejo, especialmente en este medio, que aspira a ciertos cánones de belleza. Se vuelve algo en lo que uno piensa. Pero envejecer o madurar se siente en otros aspectos más positivos de la vida cotidiana: en cómo te ven tus pares más jóvenes, en cómo te ves frente al espejo, en cuánto se escucha lo que tienes que decir en el set o el trabajo, la facilidad con que enfrentas una pega, con las herramientas que uno fue adquiriendo. Entonces, se va sintiendo y yo he vuelto a encontrarme con mis bases, a preguntarme quién quiero ser, qué tipo de mujer quiero ser. No estoy vieja, pero sí entrando en la cadena de la maduración. Ahí una se pregunta: ‘Bueno, ¿me resisto a envejecer o me entrego?’ Por lo general, había más resistencia que entrega, y yo he decidido entregarme.

Yo ahora soy de esa generación de actrices que tienen las historias protagónicas, y hasta hace poco era la menor. Hay algo que me hace sentir esperanza: dicen que o eres muy joven y hay buenos personajes, o eres mayor y están los mejores. Espero que el desafío actoral con cierta o más experiencia se vuelva más gozoso y complejo. Es un desafío y lo mentalizo mucho más que cuando era chica.

El pasado viernes 8 de marzo, María Gracia Omegna marchó junto su hija. Desde que nació no se han perdido una sola manifestación conmemorativa por el Día Internacional de la Mujer.

-¿Cómo es su vínculo con el feminismo?

–El feminismo me abrió los ojos y le agradezco que iluminara mi cabeza. Me hizo ver todo desde una perspectiva más amplia, pero no dejo de sorprenderme hasta el día de hoy con visiones, conductas y comportamientos en mí y en otros. Me parece que el periodo de deconstrucción social es profundamente necesario y me intriga mucho saber a dónde va a llegar, en qué se va a transformar el mundo después de todas estas reformas. Me hace mucho sentido, me parece justo y coherente.

¿Cuál cree que ha sido la mayor de sus deconstrucciones?

–Mi visión frente a las relaciones afectivas. Me siento muy feminista en muchos otros aspectos, en cómo me siento en mi trabajo, en el derecho que me doy para decir lo que pienso, ojalá respetuosamente, en pensar y en hacer, pero sí estaba muy obnubilada en mis relaciones afectivas. Y también en mi visión respecto a otras mujeres, en mi convivencia en ese sentido. Era muy hija de esa dureza, que también me parece que es parte de, es un sentido de supervivencia.

Y me he deconstruido bastante en eso, no he dejado de sorprenderme. Ha sido muy hermoso sentir que una mujer es mi aliada, y no mi enemiga. Me hace sentir parte de un grupo como no lo había sentido. Antes pensaba: ‘Estamos, estoy sola’. Y en relaciones afectivas, aprendí a cuidarme, a saber que lo que estás sintiendo es tan atendible como lo que siente el otro. Me voló la cabeza aceptar la horizontalidad en mis relaciones de pareja. Me parece alucinante. Un mundo que quiero explorar.

María Gracia Omegna

“No creo que por ser artista y en un gremio de izquierda, haya que manifestarse políticamente”

A fines de 2017, cuando Sebastián Piñera fue reelecto Presidente de la República, la actriz posteó en su cuenta de Instagram una imagen en la que llamaba a no votar por el entonces candidato de Renovación Nacional y fallecido exmandatario. Ha sido de las pocas ocasiones en las que ha expresado su opinión política. Otra, más reciente, fue cuando llamó a votar por el Presidente Boric y no por José Antonio Kast. Le interesa la política, asegura la actriz, pero no convertirse en opinóloga en un terreno ajeno al suyo. Mucho menos públicamente.

No creo que por ser artista y en un gremio de izquierda, haya que manifestarse políticamente. Eso a mí me genera mucho ruido, la verdad”, dice.

“Lo de Piñera lo subí después de toda la presión que se venía acumulando en el proceso de campaña, pero ya no estoy tan de acuerdo conmigo misma. También apoyé públicamente a Boric, porque Kast y la ultraderecha me parecían un retroceso. En ese sentido, no tengo tan depurado ni tan claro cuánto uno tiene que opinar y solo me doy la libertad de hacerlo porque es mi derecho. Pero no siento una responsabilidad ni un deber para con otros en ese sentido. No me gustaría en absoluto creerlo, porque mi trabajo tampoco tiene que ver con eso y sería contraproducente e innecesario considerando el medio en el que trabajo”, comenta.

¿Qué mirada tiene de las críticas que han hecho actores y actrices a la gestión en cultura del gobierno?

–Cada uno es libre de tener la opinión que quiera. Yo creo que está bien que la cultura sea un tema de discusión, obviamente nos compete y es bueno que se visibilice. Ahora, es evidente la ansiedad de algunos, pero el gobierno aún no ha terminado y hay que ver qué pasa. No es primera vez que en los ministerios hay tanta rotación. Ha pasado un montón de veces, en distintos gobiernos. Siento que hay un alarmismo innecesario, que no aporta a dar soluciones.

-Pero, ¿comparte el diagnóstico de que hay una crisis en la gestión política de la cultura?

–Sí, lamentablemente a la cultura le toca enfrentar un nuevo momento complejo, que creo que es nuestra característica tercermundista. En otros países la cultura sí es un bien básico y necesario. Yo espero y tengo mis esperanzas en que la ministra Carolina Arredondo, a quien conozco y sé lo obsesiva y apasionada que es con su trabajo, pueda hacer algo y generar un cambio que dé solución a las principales necesidades del sector. Insisto, el gobierno no ha terminado y como mucha gente yo no he perdido la esperanza en ellos.

No hay que olvidar que este gobierno recibió un país después de una pandemia, de una crisis social y una recesión económica importante, que trajo un problema de migración en todo el mundo. Somos hijos de un contexto que olvidamos constantemente, y es muy pronto, pienso, para opinar sobre cómo el actual gobierno lo está enfrentando, porque seguramente la solución tardará en llegar, incluso más que el mandato del actual gobierno.

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