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27 de Abril de 2024

Me casé con un venezolano: cuando el choque cultural se convierte en una relación

Desde el año 2020, los matrimonios entre venezolanos y chilenos han ido en aumento: de 651 nupcias pasaron a 1.285 hasta el 2023. The Clinic se contactó con tres parejas para conocer sus historias: Cristóbal Guajardo (40) se casó con su esposa en tan solo cinco meses de haberla visto en persona, mientras que Pablo Mellado (30) esperó tres meses para pedirle matrimonio a su pareja. Esos son los comienzos de algunos de los testimonios reunidos, en el que las diferencias culturales y la discriminación pasan a segundo plano gracias al amor.

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Algunos dicen que el amor se puede dar a primera vista, pero para Cristóbal Guajardo (40) fue a primer plato. Él pertenecía a un grupo de cocineros profesionales en Facebook y se encontró con la comida que un usuario venezolano había preparado: una pera en reducción de vino tinto con queso mascarpone.

La elegancia y la presentación del plato lo motivó a ver el perfil del misterioso chef que publicó el plato. Así, se encontró con una venezolana de pelo negro y ojos del mismo color: Mariluz Contreras (34). En ese entonces, Cristóbal no sabía que estaba viendo a su futura esposa. “Le mandé un mensaje, y me lo respondió a los tres, cuatro meses. Me dijo: ‘gracias, mi amor’ y todo. A mí no me habían tratado tan bien una mujer tan bonita, y más me encantó. Entonces, seguimos conversando”, dice Cristóbal.

En ese año, 2017, comenzaron una relación virtual. Mientras Cristóbal estaba en Chile, Mariluz viajaba trabajando por Colombia y Perú. Si bien la diferencia horaria y la distancia provocó que tuvieran problemas en su relación, donde iban y volvían, Mariluz decidió irse a Chile dos años después.

“Cuando se dio la oportunidad, me vine, y (Cristóbal) me recibió en el terminal con mi suegra (…) Yo sentía que lo conocía de mucho tiempo. Fue súper cómodo encontrarnos y empezar la relación. El recibimiento que me dieron mis suegros fue muy familiar”, recuerda Mariluz.

Pasaron cinco meses hasta que los dos decidieron casarse. Así, formaron parte de las 816 parejas venezolanas – chilenas que se casaron en 2019, según los datos entregados por el Registro Civil a The Clinic. La cifra, a excepción de 2020 -donde se casaron 651 parejas-, solo ha ido en aumento: en 2021 hubo 1.037 matrimonios, en 2022 se contrajeron 1.217 nupcias y en 2023, 1.285 parejas dieron el sí.

Mariluz, ya instalada en Chile, tuvo que adaptarse a una nueva cultura y país. Por ejemplo, cuando se instalaba junto con Cristóbal a vender comida rápida en un carrito, las bajas temperaturas le helaban las manos.

 “Ninguno de los venezolanos están acostumbrados al frío que hace”, indica Cristóbal, quien cuenta que hacían un turno desde las cinco de la mañana hasta las tres de la tarde. Dos horas después, volvían a ponerse con el carro de comida hasta la una de la mañana. “Yo no sabía de dónde sacaba tanta fuerza, y ahí me daba cuenta que, realmente, ella es de los venezolanos que vienen a aportar acá”.

Dos culturas entrelazadas

A la venezolana Nixmar Guerrero (26) todavía le cuesta adaptarse a Chile, a pesar de haber llegado en 2019. Si bien está casada con Pablo Mellado (30) hace tres años, todos los días aprende algo nuevo. “Siento que aún nos estamos conociendo, todo es una sorpresa. Tanto los modismos, la comida, los chistes. Todo cambia”, dice Nixmar.

Las diferencias, incluso, se empezaron a notar cuando ni siquiera se habían conocido. Pablo, quien es funcionario público de Lebu, veía a Nixmar vendiendo comida en un carro todos los días en el centro. La buscó en Instagram con la esperanza de poder hablar con ella, pero a pesar de que le contestaba las historias, la venezolana no veía sus mensajes.

Fue un jugo Kapo el que hizo la diferencia. Nixmar publicó una historia del bebestible en el que decía: “qué rica esta vaina”, y Pablo no se demoró en contestarla. Ella, por suerte, vio el mensaje y comenzaron a hablar. Pero pronto empezaron a darse cuenta que no se entendían.

“Salió el tema de que teníamos que vernos, pero yo le decía que me daba pena verlo. Y pena en Venezuela es vergüenza, y aquí en Chile es tristeza. Y él me preguntaba por qué me daba pena verlo”, cuenta Nixmar, entre risas. “O de repente, yo le decía que nos juntáramos donde mi tía y nos sentáramos en los muebles. Y muebles para ustedes es donde ponen la tele, y él decía que no se podía sentar en los muebles. Yo no entendía por qué no”.

En la primera cita, Pablo le regaló un Kapo de cada sabor. Y a los tres meses de pololeo, el chileno se hincó en una rodilla y le ofreció un anillo. No les importó los ocasionales malentendidos o pequeñas diferencias. Pablo y Nixmar preferían ver sus similitudes. “Es una persona que me identifica. A mí me tocó trabajar desde muy joven, y ella también es así. Ella es muy esforzada”, dice Pablo.

Quienes también sintieron diferencias en la convivencia fueron Cristóbal y Mariluz. Ella, proveniente de El Pueblito, suele despertarse cerca de las cinco y media o seis de la mañana. “El ritmo de vida que se tiene aquí no es igual al que uno tiene allá, la gente a las 8 de la noche ya está acostada. Allá a esa hora no se escucha nada, está todo en silencio. La gente se levanta súper temprano a trabajar”, explica Mariluz.

Incluso, hubo un momento en el que los dos tuvieron que volver a Venezuela para ir a buscar a los cinco hijos de Mariluz. Cuando estaban allí, ocurrió la pandemia y no pudieron devolverse a Chile en un año y medio. Así, llevaron la cultura de Cristóbal al país venezolano. “Diseñé un horno de barro allá para vender empanadas chilenas. Así que empezamos a vender de a poquito, y los fines de semana eran una locura. Vendíamos porotos con riendas también”, dice Cristóbal.

Las diferencias no afectaron tanto en el caso de Kimberly Esparza (32)  y Sergio Mijares (26), quienes llevan siete años de relación, aunque no están casados. Él, venezolano, llegó a Chile en el 2016 por una beca de básquetbol en la Universidad de los Andes y empezó a verse con Kimberly en los pasillos de la facultad. Con el tiempo, empezaron a conversar y la relación comenzó a fluir. “Yo quería pasarlo bien y estaba en esa parada de nada serio. Y él me dijo que igual. Después, ya empezamos a pasar más tiempo juntos, y como que de repente se dio la relación”, explica Kimberly.

Los dos explican que nunca han tenido un choque cultural, además de ciertas palabras que tienen un significado distinto para cada uno. “Palabras que para nosotros son súper banales, para ellos igual son fuertes. Por ejemplo, que yo diga “ah, es un pendejo”, me refiero a alguien chico. Pero para ellos, pendejo es una ofensa, y es una ofensa fuerte”, explica la chilena.

Sin embargo, escuchar salsa, por ejemplo, nunca fue una diferencia que ellos tuvieran. En la familia de Kimberly siempre se bailó ese tipo de música. Por lo tanto, el baile y la fiesta no fue algo que los diferenciaba. “Nosotros (los venezolanos) tenemos más fechas que celebrar, nos gusta más la música, bailar, movernos. En cambio, el chileno en ese sentido, es más reservado. De donde vengo yo, la música es una de las tradiciones que tenemos”, dice Sergio.

Más allá de eso, el venezolano cuenta que nunca se sintió muy sorprendido por la cultura chilena.“Mi crianza me ha ayudado mucho a poder absorber nuevas cosas: culturas, distintas comidas, distintas maneras de pensar, la música, tradiciones. Entonces, eso me ha ayudado a adaptarme en un país ajeno”.

El amor ante los prejuicios

Si bien las diferencias apenas les interesaban a Kimberly y a Sergio, a los demás sí. Debido a que él es un venezolano es de raza negra y llegó antes de la ola migratoria en Chile, las personas en la calle se detenían a mirarlos o, incluso, cuando entraban a un supermercado, los guardias del lugar los seguían.

Esto, de hecho, se condice con los recientes resultados publicados en el último estudio del Centro de Estudios Públicos (CEP), en el que se midió la percepción que tienen los habitantes de Chile de los extranjeros. Allí, por ejemplo, un 69% de los encuestados señaló creer que los inmigrantes elevan el índice de criminalidad.

“Cuando nosotros recién buscamos independizarnos y buscar arriendo juntos, nos costó mucho. Yo siento que no es necesario decir que mi pareja es venezolano. Sin embargo, hay gente que lo pregunta cuanto tú estás consultando a los corredores de propiedad o los mismos dueños de los inmuebles. Y cuesta un mundo”, se lamenta Kimberly.

La extrañeza que los demás sienten por ellos como pareja no solo los afecta a ellos, sino que también a su hija menor. “Ella tiene el pelo muy crespo. Le dicen: ‘qué lindo el pelo’, y se lo tocan. A mí no me molesta, pero igual es como que están invadiendo su espacio, porque yo no ando por la calle tomándole el pelo a nadie”, dice Sergio.

La misma situación les afectó a Cristóbal y Mariluz. En su caso, cuando se devolvieron a Chile en el 2021, tuvieron que matricular a sus hijos en un colegio. A algunos de ellos, les hicieron bullying. Por ejemplo, a una de sus hijas la encerraban en el baño o la golpeaban. “Supieron salir adelante, pese a todas las bromas que les hicieron, y sacaron buenos lugares en el curso. Ella terminó con muy buenas notas, y la premiaron adelante de todo el colegio. Entonces, a nosotros nos llena de orgullo de eso”, dice Sergio.

Nixmar y Pablo, a veces, tienen que lidiar con comentarios de TikTok, donde la venezolana publica sobre su relación y su vida. “Dicen que a las venezolanas hay que saber darle gustos y todo eso, si no se van con un vecino que tenga más playa”, escribe un usuario en uno de sus vídeos. Ese tipo de comentarios, para Nixmar, son recurrentes.

“Cuando una chilena se mete con un venezolano siempre es como: ‘ay, qué lindo’, pero una venezolana se mete con un chileno y es lo peor. En ese sentido de ser venezolano, lo denigran mucho a uno (…) Ese tipo de comentarios me bajoneaban bastante”, opina Nixmar.

¿Es el matrimonio un beneficio para la condición migratoria de un venezolano?

Nixmar asegura que casarse con Pablo no la ayudó a tener la residencia definitiva después de estar con visa sujeta a contrato. “La gente lo primero que piensa cuando ve a un venezolano con un chileno es: ‘ay, es que quiere la nacionalidad’. Si supieran que no es así, dirían otras cosas”, dice Nixmar.

Alejandro Majoo, abogado particular y extrabajador de Defensa Extranjero, explica que los trámites de nacionalización, además de ser demorosos -teniendo una espera de tres años-, dependen de la situación migratoria de cada persona.

“Que el matrimonio vaya a beneficiar el proceso de nacionalización no es efectivo para nada. Podría beneficiar para solicitar la residencia, eso sí”, dice el abogado, refiriéndose a la visa temporal por reunificación familiar. Esta última es un visado que permite al extranjero a residir en el país si es que tiene un vínculo con un chileno, como un cónyuge. Sin embargo, explica que en el caso de Nixmar, esta no serviría, pues ya está esperando la residencia definitiva. “Sería indiferente el matrimonio en el caso de esta persona”, indica Majoo.

En el caso de Cristóbal y Mariluz, esta última llegó a Chile como turista y su visa se venció a los meses. Tiempo después, cuando quiso regular su estadía, le dijeron que debía pagar una multa y abandonar el país en cuestión de días. Así, Cristóbal y ella tuvieron la idea de casarse, con la esperanza de que el matrimonio la ayudara a tener la residencia temporal.

Sin embargo, cuando fueron al país venezolano, el trámite se truncó y ella quedó de manera irregular en el país. “No ha sido fácil lo de los papeles. Es mentira que estar uno casado con un chileno tiene algún beneficio migratorio, ninguno”, dice Mariluz.

“Hay una creencia muy extendida en muchos migrantes de que el matrimonio les va a hacer conseguir la visa y todo. La verdad, todo depende de la situación. Entonces, no es así”, concluye Majoo.

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