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6 de Julio de 2024

Revelar rollos fotográficos, reparar ollas y encuadernar libros: relatos de tres trabajos que luchan por no morir

“Mis hijos tienen miedo de que esto vaya a desaparecer, pero yo confío en que siempre habrá gente que quiera reparar sus cosas”, cuenta Lorena Iglesias, quien tiene un local de reparación de ollas.

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Durante la jornada de este sábado el diario La Tercera recogió tres testimonios de personas que laburan en trabajos que luchan por no desaparecer. Hablamos de las labores de revelar rollos fotográficos, reparar ollas y encuadernar libros.

Rollos fotográficos

En conversación con dicho medio, Ana Luisa Paredes (64) cuenta que lleva 30 años en este oficio en la tienda Fotográfica 21. Afirma que desde que adquirió el local junto a dos socias en 1984 el negocio “era muy rentable…Las Polaroid y otras películas instantáneas se vendían como pan caliente”.

Añadió que “el blanco y negro siempre fue un trabajo manual, muy diferente al color, que con el tiempo se volvió más rápido gracias a la tecnología”.

Aquí reconoce que con la llegada de la tecnología ahora las impresoras modernas pueden generar 100 fotos en 15 minutos, algo inexistente en la década de los 80.

En medio del avance tecnológico, Paredes destaca que aún hay jóvenes curiosos que le preguntan cosas sobre las cámaras análogas: “Quieren saber cómo funcionan y piensan que la foto va a salir de inmediato”.

Sobre las dificultades actuales, dijo que “tuvimos que adaptarnos, comprar la tecnología y cambiar la maquinaria”.

Eso sí, siempre conservan los equipos antiguos, solo “por amor al arte”.

Sobre el revelado de fotos precisa que “el color se procesa en máquinas que lo arrastran por químicos hasta salir seco. El blanco y negro sigue siendo manual, en espiral y tanque sellado, a oscuras. Es un proceso meticuloso y emocionante”.

Sobre el bajón de este oficio, recuerda que “antes había 20 locales en la galería, ahora solo tres. Pienso estar aquí hasta que se venda el último rollo”.

Ana Luisa cierra destacando que “este oficio es un arte, y el arte no puede morir”.

Encuadernar libros

Jorge Marabolí (57) ha vivido en carne propia la mutación en torno a la imprenta.

Dice que “aprendí mirando cómo se hacía la revista de mi hermana mayor”, quien editaba una revista de contabilidad.

Al respecto reveló que “empecé repartiendo estos materiales cuando tenía 16 o 17 años. Luego me interesé en cómo se llevaba el material a la imprenta para diseñar la revista”.

Explicó que “todo se hacía de manera manual. Las letras se hacían con metal en máquinas tipográficas. Tenías que saber tipografías y todo. Pasaba por un proceso superlindo”.

“La tecnología ha hecho los procesos más rápidos, pero también ha afectado el oficio tradicional”.

Cuando aparecieron computadoras o planchas de fotomecánica, Marabolí recuerda que “no era necesario revelar películas, ahora las planchas salen listas para ser usadas en las máquinas de impresión de múltiples colores. Esto aceleró todo, pero también eliminó muchos puestos de trabajo”.

“Yo, por ejemplo, tuve que aprender a manejar las máquinas modernas, pero muchos de mis colegas no se adaptaron y quedaron fuera”, dijo.

En otros pasajes, asevera que “la clave fue subirme al tren de la modernidad, algo que muchos no hicieron y por eso quedaron fuera”.

Eso sí, reconoció que “me gustaría que se mantuviera el oficio artesanal y que no todo lo hagan las máquinas. La misma lectura se ha perdido; antes la gente compraba revistas y libros, ahora todo está en internet”.

“Creo que hay un espacio para el trabajo de calidad. Las grandes editoriales siguen haciendo libros con buenos materiales y técnicas, aunque sea en menor cantidad”, cerró.

Reparación de ollas

Lorena Iglesias se dedica a reparar ollas, siguiendo así un negocio familiar que sus padres fundaron en 1958 en un taller de Santiago.

“Mis padres iniciaron este negocio en 1958. Lleva abierto 66 años”, resalta con orgullo.

Iglesias cuenta que desde niña que aprendió este oficio: “He trabajado toda mi vida aquí, por media hora no nací acá”.

Sobre la década de los 80 y 90 recordó que “en esa época las ollas eran muy buenas, gruesas y resistentes. Llegan ollas de hace 50 años o más, y todavía tenemos repuestos para ellas”.

Eso sí, lamenta que “hoy en día todos los importadores traen ollas de China sin repuestos. Si una pieza se quiebra, la gente no debería comprar una olla nueva. Por eso el planeta está como está, pidiendo auxilio”.

Iglesias, que trabaja en el taller “La Casa de la Olla a Presión” de Tenderini, afirma que “hasta 2019 teníamos un staff completo, pero el estallido social y luego la pandemia nos golpearon muy duro”.

“Mis hijos tienen miedo de que esto vaya a desaparecer, pero yo confío en que siempre habrá gente que quiera reparar sus cosas”, afirma con esperanza.

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