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Opinión

13 de Julio de 2024

Columna de Roberto Merino: Calle, realidad y radio

Por Roberto Merino

Roberto Merino, columnista de The Clinic, recuerda cuando era un niño en los años 70. "Hay una sospecha de que los niños de hace cincuenta años tendíamos, en las formas exteriores, a ser niños viejos, o viejos chicos (...) La palabra 'ganso', hoy tan poco socorrida y en cualquier caso de connotaciones simpáticas, podía corresponder entonces, si nos la aplicaban, a la caída social, a la desgracia, al ostracismo", escribe. Y añade: "Muchas veces el periodo de la UP se toma con nostalgia y con romanticismo político. Me parece que fueron malos años, es decir 'años interesantes', y que el curso de los acontecimientos era el de un naufragio inminente. Para mí se trató de un pequeño enclave temporal que coincidió con mi primera salida al mundo y, por lo tanto, mucho de lo que vi a poca distancia de esos días fragorosos fue lo primero que vi".

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La mayoría de las veces la gente del pasado se quedó para mí en sus edades pretéritas. Los niños que conocí en 1972 no han cambiado ni un ápice en mi memoria. La evocación de sus nombres reproduce instantáneamente sus imágenes de esos momentos, sus gestos, sus cortes de pelo, aun el tono de sus voces. Diría que además percibo a cada rato la atmósfera y el olor de los tiempos idos. Salas de clases con luz anaranjada de atardecer saturadas de sudor infantil, de polvo de tiza y de gomas de borrar. Olor dulzón, polvoriento y picante de las ajetreadas calles del otoño en el centro al volver del colegio. 

Supongo que esto es algo que le sucede con frecuencia a los viejos, que andan por ahí como planetas en el punto lejano de su órbita elíptica. Prefieren muchas veces quedarse con las imágenes del mundo que incorporaron en la vida anterior: los nombres, las modas, los lugares, los modelos de belleza. Siempre es incómodo que nos cambien las referencias de las cosas. Hace una bicoca de tiempo íbamos a comprar a la botica y a la mercería y al recinto del cine se le decía “el teatro”. 

Hay una sospecha de que los niños de hace cincuenta años tendíamos, en las formas exteriores, a ser niños viejos, o viejos chicos. Daba vergüenza confesar que teníamos debilidad por las actividades infantiles, como jugar a las bolitas. Lo hacíamos sin testigos en la protectora intimidad de la casa. Daba vergüenza también que los padres -con la atención puesta en cualquier parte- nos obligaran a usar peinados con jopo, pantalones bombachos o zapatos puntudos de la generación anterior. La palabra “ganso”, hoy tan poco socorrida y en cualquier caso de connotaciones simpáticas, podía corresponder entonces, si nos la aplicaban, a la caída social, a la desgracia, al ostracismo.

No había, para un niño de comienzos de los 70, peor condición imaginable que la de “ganso”. Recuerdo a unos compañeros reconcentrados, serios, resecos, de no más de doce años, que se ensartaban un cigarro en los labios y se iban humeando por la vereda con los cuadernos del colegio sujetados con un elástico.

Muchas veces el periodo de la UP se toma con nostalgia y con romanticismo político. Me parece que fueron malos años, es decir “años interesantes”, y que el curso de los acontecimientos era el de un naufragio inminente. Para mí se trató de un pequeño enclave temporal que coincidió con mi primera salida al mundo y, por lo tanto, mucho de lo que vi a poca distancia de esos días fragorosos fue lo primero que vi. 

Reviso las fotos de mochas en el centro y creo fantasiosamente entender todo lo que sucedía, quizás porque en ese instante necesitaba, en mi individuación, registrar intensamente cuanto se me presentara a la mirada. Curiosamente, la zamarreada contingencia creaba un nexo adicional entre niños y adultos. En cierto modo, todos estábamos pendientes de lo mismo y cada noticia generaba en las casas reuniones silenciosas, con susurradas predicciones nefastas. 

Ahora mismo, al escribir sobre el tema, cierro los ojos y se me aparecen escenas recortadas de la realidad, parecidas a los grabados de Doré en las páginas de la Divina Comedia. Tipos con melena y Montgomery iniciando una escaramuza en Estado y Alameda, con piedras en las manos, contra el fondo de unos tambores humeantes.

Un piquete reforzado de Carabineros arrastrando del pelo a un manifestante de no sé qué, vestido formalmente. La transmisión radial -dramática, ahogada- del ataque a unos trenes cerca de Rancagua a la caída de la noche, con el consiguiente incendio en medio de balazos y la huida de los pasajeros a los oscuros bosques aledaños. En eso viene un corte comercial y se escucha cantar: “Klaber, Klaber, finas cecinas para pan pan pan”.

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