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1 de Agosto de 2024El adiós del Torremolinos: así fue el último día del tradicional local del Barrio Lastarria
El restaurante más antiguo de Barrio Lastarria cierra sus puertas después de 37 años. Su ubicación privilegiada, a pasos de la Alameda, le permitió ser testigo de momentos decisivos para el país como el triunfo del NO en 1988 y las manifestaciones del 18 de octubre, así como también ser centro de reunión de vecinos, estudiantes y artistas.
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La noticia del cierre del Torremolinos tomó por sorpresa a algunos parroquianos. Sin grandes anuncios, el tradicional local de calle José Victorino Lastarria puso fin a 37 años de patrimonio y gastronomía en un sector que hoy destaca por ser punto neurálgico del turismo capitalino.
En su último día, el Torremolinos seguía exponiendo en una pizarra blanca las preparaciones locales que tenía para ofrecer. Cazuela de vacuno, churrascos, barros luco, completos, eran algunos de los favoritos. Para tomar lo clásico, cerveza, piscola y botellas de vino.
“Me enteré de que cierran” dice un hombre de no más de 35 años al entrar al local. No se sienta y tampoco pide nada, viene a comprobar que es realmente el fin. Una mujer pone un pie dentro y pregunta si es verdad lo que le contó una amiga. La mujer saca su celular y registra el interior del local, quiere guardar en su teléfono un pedazo de la historia.
En la barra aparece por unos minutos, Roberto Opazo, histórico dueño del Torremolinos, que responde algunos preguntas frente a una cámara. Cuenta que el local abrió en 1988 y que uno de los días que más recuerda es cuando terminó de pagar el local. Uno de los momentos más difíciles, el estallido social que lo dejó con poco y nada de clientela. Luego, vino la pandemia por Covid-19.
Según cuentan los conocedores del local, la idea era que su hijo, del mismo nombre, continuara con la sucesión y el prestigio del restaurante, sin embargo, el alza de los costos operacionales hizo imposible mantener abierto el icónico lugar.
Mientras ocurren estos pequeños actos que marcan el cierre, los trabajadores siguen en sus labores como si el jueves el Torremolinos volviese a abrir. José, quien lleva 25 años trabajando aquí, prende la plancha cada vez que hay un pedido para comer en el local o para llevar.

Uno de esos pedidos es de un grupo de parroquianos. Uno de ellos afina una guitarra mientras llega a la mesa una ronda de cola de mono y un apetecido barros luco. Los comensales cruzan algunas palabras con los trabajadores y recuerdan que años atrás Torremolinos abría hasta las 1 de la mañana. En el último tiempo, solo se podía disfrutar del local hasta las 8 pm, la falta de personal impedía extender el horario.
Haroldo Salas, fundador de Los Bares Son Patrimoniales, lamenta el cierre del local. Asegura que la perdida patrimonial es tremenda y que su dimensión histórica es difícil de magnificar. “Tiene el sello de quienes son los dueños. Don Roberto era un tipo muy amable, y muy sereno, y eso de una otra forma también lo traspasaba a un lugar que no era un lugar de comida rápida, tenía toda una pausa y un espacio de conversación”.
Salas destaca la privilegiada ubicación del bar. “Al estar casi al frente de la Universidad Católica era visitado por estudiantes y por académicos. Tampoco está lejos de los centros culturales de la zona como el Bíografo”. Salas recuerda que dentro de la clientela estaban los actores Felipe Brown, Luis Dubó y el fallecido periodista Eduardo Bonvallet, quien visitaba el lugar cuando trabajaba en Radio Central.
Más atrás en el tiempo, el poeta chileno Jorge Tellier también frecuentó el lugar. Julio Carrasco, poeta y cliente del local, cuenta que fue parte de OH! Santiago 2019 con una ruta de Tellier por sus lugares favoritos de la zona. Allí pararon en Torremolinos, donde leyeron un poema de él, luego fueron a la Unión Chica.
Otro artista que se despidió del lugar fue el guitarrista y compositor de Los Bunkers, Mauricio Durán, que a través de sus redes sociales contó que fue por última vez a disfrutar del Torremolinos.
“Torremolinos es un símbolo del Barrio Lastarria, es un símbolo de las clásicas schoperías y es un punto neurálgico también de muchos acontecimientos deportivos, culturales, sociales, estaba muy cerca de la Plaza Italia y también fue testigo de manifestaciones de todo tipo”, remata Salas.
Las baldosas tono pastel acusan el desgaste de los años, también los baños y los asientos de cueros con cicatrices por el uso. La heladera, sin publicidad ni luz, mantiene stock frío de cerveza para aquellos que se suman al ritual de despedida. Inés, otra trabajadora histórica, sigue con sus quehaceres, así van entrando y saliendo clientes, hasta que a las 8 de la tarde del 31 de julio se pague la última cuenta.