La interminable carrera de micros en el Gran Valparaíso: entre los usuarios molestos y choferes que acusan “un sistema de trabajo perverso”
“No corras papito, te esperamos en casa”, rezaba una pegatina en los buses de la locomoción colectiva de antaño. Hoy la frase parece demodé. Nos subimos a las micros entre el Puerto y Viña para constatar si corren tanto como dicen, y hablamos con la autoridad y los choferes. En tres años -vaticinan desde el gobierno-, la región contará con un sistema de transporte público como el de Santiago.
Por Marcelo ContrerasCompartir
El video publicado en X el pasado 7 de agosto fue captado en Caleta Portales por avenida España, la vía que une a Valparaíso con Viña del Mar, donde circulan día a día entre 50 y 70 mil vehículos, entre ellos varias micros. Un pasajero de la línea 209 de Viña Bus S.A graba el frontis de una máquina detenida mientras increpa al chofer, sentado tras el volante.
“Por culpa de este micrero y la con… -se escucha decir al hombre notoriamente alterado- (…) que venía a exceso de velocidad… esta manga de huevones no entienden, y no van a entender nunca estas ratas (…)”.
“¡Son todos ustedes -grita- una raza maldita!”
Las imágenes en redes registrando la notoria velocidad de los buses entre el Puerto y la ciudad jardín son habituales, constatando una peligrosa tradición del transporte colectivo por la arteria de sinuoso trazado, diseñada para un máximo de 70 kilómetros por hora.
En marzo circuló una secuencia donde el pasajero se toma con humor la flagrante infracción de una de las micros en Valparaíso. “Aquí en las micros más rápidas y furiosas de Chile. Vamos en la 608, por si chocamos y me muero (…)”, relata el video.
“Si seguimos más rápido -añade- vamos a viajar en el tiempo”.
Cuando el registro va llegando a su fin, el vehículo de pasajeros, que fácilmente supera los 100 kilómetros por hora, es adelantado por otro bus -la 602-, en el remate de un sector conocido como la curva Los Mayos, que parece despertar al piloto de carreras que todos llevan dentro.
Hace un mes causó barullo en la región un video promocional de Red Bull, anunciando una carrera de micros. En la imagen, un par de máquinas de la empresa Buses Gran Valparaíso, descendiente de la histórica línea Central Placeres, aceleran con todo por una pista, tal como lo hacen no solo en avenida España sino también en el camino a Reñaca, y en la porteña avenida Altamirano.
La Confederación Nacional de Conductores del Transporte Público calificó como “mala idea” la alusión sin dobleces, a la fama de los choferes de la zona.
Edgardo Piqué, secretario de Transportes y Telecomunicaciones de la región, un porteño criado en el cerro Bellavista, reconoce que quedó ”descolocado” ante el aviso porque no sabía si “era una broma o una sátira”. Hechas las averiguaciones por su equipo, constataron que solo era un ardid publicitario, sin intención de realizar carrera alguna. La autoridad sabía que no hay piso legal para una competencia así.
“Una carrera de buses no existe -remarca Piqué-, eso está fuera de toda norma”.
Pero el seremi comprendió que, en el fondo, el spot da cuenta -y eventualmente banaliza- la triste reputación de los micreros. “No es una buena idea sacar provecho publicitario de una situación que conlleva infracción de norma, como es el exceso de velocidad en vehículos que están diseñados para transportar pasajeros, y no para correr”.
“Es un tema de preocupación para los usuarios”, reconoce Edgardo Piqué, y lo experimenta como tal. Cuenta que suele hacer algún comentario a los choferes cuando desciende, sin revelar su identidad. “Ayer venía de Viña y el tipo voló”, relata. El conductor iba acompañado de quien, supone el seremi, era su pareja y dos pequeños, toda una tradición en el rubro.
Instalados en esos primeros asientos al lado de la pecera donde va el dinero y los boletos, son los primeros candidatos a salir disparados por el parabrisas, ante la ocurrencia de un choque. El seremi recriminó al conductor. “El tipo ni me miró”, cuenta.
“Es un sistema de trabajo perverso el que tenemos”, resume Óscar Cantero, presidente de la Confederación nacional de conductores del transporte público de Valparaíso, representante de dos mil choferes en la zona. Debido al sistema del boleto, “el conductor anda a la caza del pasajero”.
La dinámica, que no ha cambiado en largas décadas, empuja a que los conductores circulen a baja velocidad en los tramos urbanos generando largas y desordenadas detenciones en los paraderos, para luego pisar el acelerador y collerear con otros buses en vías más amplias.
El seremi Edgardo Piqué explica que la “estructura de funcionamiento del sistema” genera este comportamiento, para que “el conductor se vea obligado a generar este exceso de velocidad, entre puntos de control”.
“El chofer, para tener mayores ingresos -detalla-, va muy lento; espera a los pasajeros, se demora en los semáforos para poder llenar el bus. Pero como ya va lento respecto de la frecuencia acordada con el operador, que está contratada (…), para cumplir con la frecuencia en los tramos siguientes controlados vía GPS tiene que, digamos, compensar. Y la manera de compensar es acelerando. Esa es la figura. Por eso digo que es un mal diseño del sistema”.
“Si el bus no pasa con la frecuencia que se le exige al operador -continúa la autoridad-, que es el dueño de la línea, el bus no recibe subsidio. Entonces, el dueño de la máquina castiga al conductor”.
Según Piqué, en esa relación “nosotros no estamos involucrados como ministerio”.
“No tenemos tuición -continúa- sobre la relación laboral que se genera entre el dueño del microbús o el dueño de la línea (con los choferes), que está con el contrato de operación con nosotros”.
Para Óscar Cantero, el GPS “se está ocupando mal” al cumplir la misma función de los tradicionales “sapos”. “‘Vai a dos de la micro tanto’ -explica-, y la máquina se queda y se queda. Ocupa hasta el último minuto en el paradero. Y ahí, cuando ya tiene que ir a marcar al otro lado, corren. O si no lo castigan, y le paran el bus en la garita”.
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Martes 13:58 horas, avenida Errázuriz esquina Rodríguez en el Puerto. En un paradero no habilitado plagado de estudiantes, abordo una máquina de Viña Bus con sus colores institucionales verde y blanco. Son las antiguas Expresos Viña, “las que más corren”, según el conductor de un colectivo con el que conversé días antes. Saludo al chofer que no responde, ni tampoco replica el saludo de los jóvenes que vienen detrás. Pago con un billete de mil los $550 hasta Viña. Con mano sudorosa el conductor da el vuelto, junto a un boleto mal cortado y arrugado.
El piso está sucio y en la esquina inferior derecha del parabrisas hay un bidón aplastando una caja de cigarrillos Pall Mall vacía, en tanto un parlante Sony súper carreteado va instalado bajo el primer asiento. La mugre de años está adherida en los diversos materiales del interior de la máquina, mientras el panel superior del conductor luce unas pegatinas descoloridas del Everton.
En un tramo relativamente corto hasta el frontis de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, el chofer logra cartón completo de malas prácticas enquistadas y traspasadas entre generaciones de conductores. Whiskey in the jar versionada por Metallica suena con todo por la radio, apenas se detiene para recoger estudiantes -algunos se encaraman a la carrera-, y sostiene un breve altercado con un joven rubio con pinta entre hippie y condición de calle, pidiendo que lo lleven por monedas.
“Pero pa’ carretear no te falta”, espeta el micrero.
El paradero de la Católica tiene reputación de peligroso y es mejor guardar el celular. Son habituales los lanzazos y robos con arma blanca en las micros esperando pasajeros.
Cuando el bus se decide a partir tras dejar pasar varias luces verdes -nunca se llena, la hora es floja-, la velocidad cambia drásticamente respecto del radio urbano. La máquina emite chirridos en curvas y frenadas, en tanto el chofer maneja con una mano y se sujeta de una manilla. A la altura de la Escuela Industrial, emplazada en el límite de Valparaíso y Viña, la micro acelera en dirección a la curva Los Mayos, la misma del video con el pasajero bromeando. El bus supera a la mayoría de los vehículos, incluyendo otra máquina de la misma empresa, hasta alcanzar 95.3 kilómetros por hora. Los siete kilómetros de avenida España son cubiertos en apenas cinco minutos.
Por la concurrida Alvares la máquina vuelve a ralentizar, a dejar a pasajeros a mitad de cuadra, y a evitar a los escolares y universitarios. La bocina funciona como un mecanismo de diálogo entre los pares, para pedir espacio, saludar, o llamar la atención de algún detalle.
Las micros en Valparaíso
El dirigente Óscar Cantero asegura que entre un 60% y un 70% de los conductores del transporte urbano “están mal psicológicamente”. Explica que las largas jornadas laborales -hasta 16 horas- y las malas condiciones en las garitas, contribuyen a que los choferes, en el horario peak de la tarde, se conviertan en “una bomba de tiempo”.
“Por eso ocurren muchas discusiones arriba de los buses y con los automovilistas, que ahora no se les puede decir nada porque se bajan con un palo, un bate, un fierro, a quebrar los vidrios. Eso obviamente daña la salud mental de los trabajadores y no hay ninguna preocupación. Cero”.
Cantero agrega que las garitas no cuentan con las comodidades necesarias para descansar, asegurando que en ciudades como Villa Alemana los terminales “son potreros”.
El dirigente cuenta que en los años 80 las condiciones eran mejores. Las líneas solían tener equipos de fútbol, contribuyendo a la camaradería, la distracción y una mejor condición física. Ahora, asegura, no existe nada de eso.
“Este es el gremio más abandonado que hay”, sintetiza.
A los problemas de salud mental se agregan dolencias como la diabetes y la hipertensión “por la mala alimentación que se les entrega”.
“Los terminales tienen, la mayoría, casinos y nadie los fiscaliza”. Así, por lo menos un 80% de los conductores padece tales enfermedades.
David Patricio Pérez Cruz, conocido como Patoarica por ser oriundo de la ciudad del norte, tiene 64 años y lleva 43 tras el volante. Maneja la 509 que va desde Rodelillo, en la parte alta del Puerto, hasta Viña. Es presidente de la Federación de conductores de Valparaíso, y coincide que la diabetes y la hipertensión son males transversales en los choferes. Suma problemas a los riñones “por los asientos y porque uno está sentado todo el día”.
“De hecho -continúa-, en estos últimos cinco días, han muerto varios choferes. Ayer despedimos a uno en la garita; le dimos el último despacho, como se hace simbólicamente, el último despacho al cielo. Estábamos despidiéndolo, y a las dos horas murió otro chofer”.
Patoarica cuenta que las instalaciones de su garita donde confluyen seis líneas son buenas -”tenemos casino, sala de estar con sillones, taca taca, mesa de ping pong, nada que decir”-, pero también sabe que no es la realidad de todos, y que en empresas como Viña Bus hay garitas donde los choferes no tienen dónde sentarse con comodidad.
Algunas líneas de esa firma, que concluyen su vuelta en la plaza Aduana de Valparaíso, utilizan por décadas la última cuadra de la avenida Blanco como urinario público. La estampa del chofer meando a un costado de la máquina con un cigarrillo en la comisura, es un triste clásico porteño. Qué decir del hedor, impregnado en el asfalto por más de medio siglo.
Lo mismo sucede rumbo a Playa Ancha por la avenida Antonio Varas, donde los choferes de los buses hacia el interior -las intercomunales como se les conoce- orinan a metros de un par de kioscos, donde comen comida chatarra.
Las aguas servidas tras lavar las máquinas se mezclan con el pichí, el aceite y combustibles desprendidos de los buses, formando pozas y lodazales en la berma, que perduran por meses. Cuando llega la temporada estival, la evaporación provoca una fetidez inaudita a mitad de cuadra.
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Acorde a los datos de la Seremi de Transportes y Telecomunicaciones, el promedio de antigüedad de las máquinas del Gran Valparaíso es de nueve años, con un máximo de 14. Los buses sólo se renuevan por decisión de los empresarios, y su estado se chequea cada seis meses en plantas de revisión técnica. “Lo anterior se complementa con fiscalizaciones en terreno, las cuales pueden ser realizadas por fiscalizadores de este ministerio, inspectores municipales y Carabineros”, detalla la Secretaría.
Los requisitos para conducir una máquina de estas características es contar con una licencia clase A1 antigua, o A2 y A3 nueva. Según Óscar Cantero, preparar a un conductor del transporte público demora tres meses.
No hay instancias de perfeccionamiento, señalan a su vez desde la Seremi. “El Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones y la normativa vigente (ley de tránsito), no establece la necesidad de asistencia a cursos de perfeccionamiento”.
Desde la Tercera comisaría norte de Valparaíso, con jurisdicción sobre la avenida España en lo que respecta a la ciudad puerto, el capitán Álvaro Guzmán responde por escrito sobre la accidentabilidad en la transitada arteria que, desde el prejuicio, no parece arrojar mayores colisiones y fatalidades, a pesar de la vulneración del máximo de velocidad, en particular por los vehículos del transporte colectivo.
“De enero a la fecha en los tramos de avenida España desde el sector del paso sobre nivel de la avenida España hasta el Liceo Industrial (…) desde este año a la fecha se mantiene 14 accidentes de tránsito de los cuales 6 mantienen con lesiones (mayoritariamente leves) y 8 accidentes con solo resultados de daños”, dice la respuesta.
La autoridad policial indica que en lo que va de 2024, han desarrollado “más de 445 controles vehiculares, 152 controles de identidad, cursado 253 infracciones”. La falta reiterada en la avenida España es manejar sin licencia, con 105 infractores.
A su vez, la Primera comisaría de Viña del Mar que cubre la otra parte de avenida España, ha efectuado “335 controles, cursando 113 infracciones”. De ellas, “29 son por exceso de velocidad y 16 por conducción sin la debida licencia”.
Carabineros explica que si un conductor de la locomoción infringe la velocidad, queda detenido y a disposición del ministerio público “con una suspensión de licencia por 6 meses a 2 años”. De ser sorprendido nuevamente, la suspensión que arriesga son cinco años. A la siguiente, se cancela la licencia de conducir.
Por su parte, la Seremi también fiscaliza. En lo que va de 2024 ha efectuado 1.516 controles a buses urbanos, cursando 404 partes.
Sin embargo, la Contraloría regional de Valparaíso mediante la Unidad de Control Externo, emitió el Informe Final N°799 del 27 de marzo pasado, consignando una serie de irregularidades que apuntan a la Secretaría ministerial por disminuciones en las flotas, “procediendo a iniciar, en los casos que corresponda, los respectivos procedimientos sancionatorios”.
El informe detalla 1.448 casos de buses que no cumplieron la frecuencia exigida. En cuanto a la velocidad, “se comprobó un total de 21.573 casos en que los buses (…) superaron la velocidad de 100 kilómetros por hora”.
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Otra de las famas que arrastran los choferes del Gran Valparaíso tiene que ver con el consumo de cocaína. Carabineros asegura que el OS7 junto a personal de Senda realizan “frecuentemente operativos de fiscalización en rutas, acompañados también con canes detectores de drogas, muy eficientes en su labor”.
“En caso de detectar a conductores en estado de ebriedad o bajo la influencia de drogas y/o estupefacientes -explica el capitán Guzmán-, los conductores en esta condición quedan detenidos y puestos a disposición del ministerio público”.
Para el seremi Edgardo Piqué el tema ha sido particularmente sensible este año, cuando el 14 de mayo un bus del recorrido 702 atropelló y dio muerte a un estudiante de 14 años del liceo Eduardo de la Barra, que intentaba abordar la máquina. El chofer identificado como Humberto Elizardo Fuenzalida Ojedano no solo lo arrolló en el cerro Cordillera, sino que se dio a la fuga mientras era increpado por los pasajeros. Ya detenido, se constató que manejaba jalado.
“No hay nada que justifique la conducción, sea pública o privada, bajo los efectos del alcohol o de la droga”, sentencia la autoridad. Sin embargo, y a pesar de lo indicado por Carabineros, Piqué reconoce que el control es difícil por el costo del kit para detectar consumo narcótico, y una serie de vacíos en el sistema que dificultan el control, cuya primera instancia corresponde a las empresas.
“Un conductor no puede salir al mando de una máquina -asegura el seremi- si no hay un supervisor en la garita, y ese supervisor es una persona que trabaja para la empresa, una persona de confianza en la empresa”.
Piqué reconoce que esa clase de control se limita al chequeo visual. “Puede darse que las empresas establezcan controles aleatorios -continúa-. Ahora, ¿qué ocurre? En la práctica, para que las empresas puedan establecer estos controles, tienen que ser los contratantes, los empleadores de esos conductores. Y se da la figura de que en el sistema de transporte nuestro (…) la empresa que recibe el subsidio, es decir, que contrata con nosotros un sistema de operación de una cantidad de buses determinada en un trazado, no necesariamente es el empleador de ese conductor”.
Como dirigentes, tanto Óscar Cantero como Patoarica se desentienden del tema. Dicen no tener mayores antecedentes, endosando un eventual consumo a conductores más jóvenes.
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¿Qué tan lejos está el transporte público del Gran Valparaíso, de contar con las características del servicio del Área Metropolitana? A pesar de las críticas y de los lustros que ha demorado en adecuarse, los buses capitalinos tienen carriles exclusivos y los pasajeros acceden a información en línea que detalla la frecuencia, horarios y cuánto demora el trayecto. Por cierto, las sucias monedas, billetes y boletos, son parte de la historia, y las máquinas son notoriamente más nuevas, silenciosas y cómodas.
En la zona, se asegura que los mismos choferes se oponen a la implementación de la tarjeta, porque elimina la práctica histórica de hacerse más plata por cuenta propia, una vez entregada la cuota diaria a los dueños. Una práctica que conlleva otra irregularidad: las micros que corren piratas por las noches, son de las grandes empresas.
“No hay ningún chofer que se oponga a la tarjeta, ninguno”, responde tajante Óscar Cantero. “Estoy pidiendo la instalación de los sistemas electrónicos para que tengamos tarjetas y otras condiciones de trabajo, con un sueldo fijo”.
El dirigente aspira a que los choferes ganen $1.200.000, en tanto hoy -asegura- el promedio no llega a los $800.000.
“Si no manejas el dinero, no hay asalto -reflexiona Patoarica-, no hay competencia, no hay peleas con los escolares”. El chofer asegura que el gremio ha pedido reiteradamente que se implementen estos servicios junto a un sueldo fijo “y las autoridades siempre se han hecho los locos”.
El seremi Edgardo Piqué augura que el Gran Valparaíso podría contar con un servicio como el capitalino. Eso sí, la posibilidad depende de una nueva licitación del sistema, que se ha prorrogado por más de una década acumulando problemas. “Este modelo de negocio -reconoce el secretario ministerial- viene de mucho tiempo con todos estos vicios”, plantea.
Piqué asegura que la modificación arranca este año con las bases de la licitación para que “el nuevo sistema” inicie sus operaciones a finales de 2025. “Va a tener como eje fundamental dos cosas -explica-. La primera, que ya no va a haber más ingreso de conductor conforme al corte de boleto. Se acaba. El conductor va a tener un ingreso fijo. Y eso va a estar por contrato”.
—Y a los empresarios del rubro, a los Reinaldo Sánchez de la zona, ¿qué les parece toda esta eventual modificación?
—La gracia de la licitación es que no va a ser con nombre y apellido. Nosotros esperamos que puedan verse interesados operadores, no solamente de nivel nacional, sino que operadores a nivel internacional. Hay sistemas de transporte acá en la región de Latinoamérica que son bastante ejemplares, como el ejemplo colombiano. A nivel de otros países, no solamente americanos, hemos tenido visitas de algunas empresas que han manifestado interés en participar. En la competencia vamos a ver quién es el que hace la mejor oferta. Pero los modelos de negocio van a cambiar. Y las empresas que actualmente operan, si quieren seguir participando, van a tener que modernizarse.
—¿En cuánto tiempo podríamos contar con un sistema de transporte como el santiaguino?
—En tres años, con seguridad, vamos a tener un sistema tan eficiente y tan regular como el que opera hoy día en Santiago. Esa es la apuesta y es el compromiso con la licitación. No hay otra posibilidad. Y eso es un compromiso del presidente de la República, anunciado en su cuenta pública presidencial de este año.
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Abordo la 213 en el barrio Almendral por Chacabuco rumbo a Viña. Saludo y el chofer -un cincuentón- responde amablemente. El piso de la máquina está entierrado y se escuchan noticias y música a volumen moderado. El conductor atiende el celular brevemente en la esquina de Uruguay, donde está el mercado Cardonal, y lo hará un par de veces más.
Se sube un amigo del chofer y se sienta al lado de la pecera para relatar su drama del rubro. Mandó el camión al taller, pagó en efectivo, no le dieron boleta ni factura, y la máquina -en la primera salida- lo dejó tirado en Santiago, sin frenos. Ambos ríen cuando el tipo dice que hizo todo el viaje con el freno de mano. Mientras el micrero lo mira de reojo en plena avenida España, subiendo la voz en la medida que el ruidoso motor aumenta la velocidad.
No se detiene a recoger a los escolares de la Escuela Industrial que agitan notoriamente sus brazos, como si fueran náufragos. Viene la curva Los Mayos y la costumbre dicta acelerar. Porque sí.