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Foto: Philippe Vigoroux

Entrevistas

31 de Agosto de 2024

Juan La Rivera repasa su carrera y aborda la viudez tras 60 años de matrimonio: “En la noche manoteo hacia su lado de la cama, buscándola”

Opositor al presidente Allende, una parada de carros en TVN en los años más duros de la dictadura le costó el puesto. Estuvo frente a frente con Pinochet sin cruzar palabra, y Don Francisco lo llevó a Canal 13 donde hizo historia con "Baila Domingo". Animador clásico de la televisión chilena del siglo XX, recuerda rockets contra La Moneda, Los Huasos Quincheros cantando en ruso, un campeón de bocha sin brazos, y un documental de su espacio emblemático. Escenas random de un animador que puso en suspenso el calendario.

Por Marcelo Contreras
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Que los hombres sobreviven menos que las mujeres cuando enviudan, está estudiado y comprobado. Se retraen, rehuyen la ayuda y se vuelven vulnerables y frágiles, hasta extinguirse. “Se rompe el corazón”, sintetiza Juan La Rivera (83), casado durante 60 años, hasta perder a su esposa el 14 de septiembre de 2023. “No es fácil acostumbrarse a la ausencia física, dan ganas de conversar. Veo un lugar y quisiera ir con ella”, dice.

Y agrega: “De repente, en la noche, manoteo hacia su lado de la cama, buscándola”.

Juan La Rivera sigue hablando en estos últimos minutos de entrevista con esa voz y dicción característica, que no ha cambiado en nada desde que era sinónimo de concurso dominical en pantalla. 

Oírlo es retroceder a “Baila Domingo” una tarde cualquiera de los 80.

No hay grandes trucos de longevidad en el recetario del animador con 40 años en pantalla y otras tantas temporadas en el dial y que todavía, por aquí y por allá, anima y aparece en la nostálgica señal del canal Rec. Dejó el cigarrillo hace décadas y practicó taichí pero le aburrió. 

“No hago ningún esfuerzo, excepto cuidarme nomás”, dice.

“Soy re fome -sentencia con tono despreocupado-, no me pasa nada”.

La ruleta de las preguntas se deja caer en 1977. Juan La Rivera es dueño de un restaurante “de muy buena comida y muy buenos tragos” en el parque O’Higgins, habitué de “mucha gente de televisión”.

Un día apareció Mario Kreutzberger. No eran precisamente amigos, pero se conocían por largo tiempo, cuando eran veinteañeros con pantalla en los años 60, dedicados a la entretención. El popular animador le pregunta por qué no está en el 13. La Rivera no tiene una razón particular. Tras cesar sus funciones abruptamente de Televisión Nacional de Chile en 1975, se fue a UCV Televisión de la Universidad Católica de Valparaíso para animar un programa de concursos hoy imposible en la televisión abierta -El Jurado del Mar-, con oficiales de la marina y pescadores. 

—¿Te gustaría estar en el 13?, preguntó Don Francisco.

—Bueno, claro, lógico. Como cualquiera, respondió Juan.

***

1977. Juan La Rivera mira al tipo al frente -un campeón de tiro-, y por primera vez piensa que no es buena idea oficiar de modelo con una cajetilla de cigarrillos sobre la cabeza como blanco. El programa que anima en el 13 se llama “La Feria de las Sorpresas” y es el resultado de las gestiones de Mario Kreutzberger para unirse a la estación. Lo dirigía Ricardo de la Fuente. “Buscábamos gente que fuera capaz de hacer cosas extraordinarias”, dice el animador.

—¿Cómo qué? 

—Trajimos a un coreano que rompía piedras con las manos. El tipo la puso en el suelo, le mandó el golpe con el canto y la rompió. Tengo la piedra firmada por él. Otro reventaba guateros soplando y una vez reventó la cámara de un neumático. 

Ruby Gumpertz, la ejecutiva de Canal 13 mano derecha del director Eliodoro Rodríguez, cuando la estación se quedaba con tres cuartas partes de la torta publicitaria, retó al animador -”¿cómo se te ocurre?”- por oficiar como objetivo de disparos y cuchillos.

Juan asegura que en la realización del programa nunca se registraron accidentes ni heridos, pero hubo lugar para fiascos y absurdos, como el concursante que llegó en una bicicleta de la era victoriana, aquellas con una rueda delantera gigantesca y una diminuta detrás. 

“Lo trajimos sin tener mayor conocimiento”, reconoce Juan La Rivera. 

El director Ricardo de la Fuente abordó al participante.

—¿Y cuál es su número? 

—Yo entro con la bicicleta y canto. 

—¿Y la bicicleta?

—Solo canto.

“Era como el bombo de Bombo Fica”, apunta La Rivera. 

En otra ocasión trajeron desde Argentina a un campeón de bocha “pero no tenía brazos”. El tipo lanzaba la bola con el empeine, “una cosa extraordinaria”. “Pero resulta que el canal no le quiso pagar el pasaje al hijo -relata el animador-, creyendo que venía a pasear”, cuenta La Rivera.

“Fuimos a almorzar, este caballero se sienta, le sirven el plato y nos queda mirando a todos hasta que (el productor) Pepito (Martínez) le dice ‘¿no le gusta?’. Señor -responde el campeón-, no puedo comer. No tengo brazos”, rememora.

***

Juan La Rivera ingresó a periodismo en la Universidad de Chile en 1960, y tuvo como profesor ayudante al expresidente Ricardo Lagos. “Había publicado ya en ese tiempo, que era muy joven, su libro acerca de la concentración del poder económico”, recuerda.

No se tituló porque llevaba años trabajando en radio -ingresó a los 15-, empujado por la mala situación económica de su familia. Entré a la universidad para cerrar el círculo, aumentar mi conocimiento y mis capacidades, pero llegó un momento en que no tenía mucho sentido seguir estudiando. Ya era jefe de prensa de la radio Bulnes y trabajaba en otras radios”, cuenta.

Fue el veterano periodista de espectáculos Toño Freire, un par de cursos más arriba en la escuela de la Chile, quién sugirió a Juan La Rivera que podía dedicarse a la animación. Compañeros de carrete en la Fuente Suiza -”Toño recitaba poemas de Nicolás Guillén y yo lo acompañaba en bongo para darle color”-, Freire le propuso probarse en Canal 9, la señal de la universidad. 

“Presenté a unos boleristas, les gustó lo que hice y me dieron la conducción del programa más importante que tenía el canal, el San Lunes Show”, recuerda La Rivera.

El único que no estaba convencido era el propio Toño Freire -”creo que a ti te falta porque estás recién partiendo”, observó-, pero al programa le fue bien hasta que en radio Chilena “me pidieron exclusividad y tuve que dejar la televisión”. 

En rigor, nunca fue tan así. “Seguía haciendo cositas por aquí y por allá, apariciones breves, hasta que ya me dediqué, junto con la radio, a hacer programas de televisión”, recuerde.

Durante el gobierno de la Unidad Popular, Juan La Rivera conducía una de las producciones más populares de TVN, “Tugar Tugar Salir a Bailar”, la precuela de lo que más tarde sería “Baila Domingo” en el 13. El animador no guarda buenos recuerdos de la UP. 

“Una vez mi señora llegó llorando -relata- porque había empujado a una persona en el supermercado peleando por un pollo, teníamos tres niñas”, cuenta.

Contratado para animar eventos de mineras, pedía que le pagaran en mercadería luego de observar que los supermercados de esa industria “estaban atestados de cosas que en Santiago no veíamos”.

Un día, cuenta La Rivera, un amigo de TVN le preguntó si le llegaba el paquete de Nestlé. “Le dije que no recibía nada, hasta que durante varias semanas me llegó una caja con todos los productos de Nestlé que no estaban en los supermercados”, dice.

El envío cesó apenas rechazó asistir a una comida con Salvador Allende. 

“Cuando ocurre el 11 de septiembre para mí fue un alivio realmente, porque íbamos mal”, asegura.

“Lo que pasa es que después -sigue-, como dijo mi amigo Ricardo Lagos en una entrevista que le hice, ‘en dos palabras descríbame el gobierno de Pinochet’. Y Lagos me dijo ‘muy largo’. Efectivamente, en la opinión de muchos se alargó demasiado, y con todas las implicaciones lamentables que se fueron descubriendo, y que muchos no teníamos idea”. 

—A usted le sorprende el Golpe en radio Cooperativa. ¿Cómo fue esa jornada? 

—Muy ajetreada, preocupado, porque mi señora estaba en la casa y no sabía dónde estaba yo, porque uno no se podía comunicar. Salí a trabajar, llegué al centro -la radio estaba en Bandera 239, noveno piso- y me instalé ahí. 

“Vi los Hawkers Hunters en el momento en que se detenían en el aire, que era cuando salían los rockets. Entonces pensé que había que dejar un registro y relaté lo que estaba viendo. Estuvo perdido hasta que Iván Venezuela me lo hizo llegar”, cuenta La Rivera.

Mientras La Moneda ardía en llamas, en Cooperativa se vivía una situación tensa y absurda. El gerente general Carlos Wilson ordenó que pusieran música. Como el discotecario no había llegado, el control -”el Flaco Ortiz”- agarró un disco de Los Huasos Quincheros de gira internacional, donde cantaban “El Corralero” en ruso en Moscú

“De repente aparece un oficial -cuenta Juan La Rivera- buscando a este poco menos que terrorista, que estaba tocando canciones en ruso en un momento como ese. Wilson lo salió a defender: ‘no tenemos discos, tenemos que tocar lo que tenemos, y el disco trae canciones de todo tipo, entre ellas El corralero en ruso’. Fue una negociación larga, se lo querían llevar al Flaco”, recuerda.

A las 17 horas dejaron salir al personal de la radio a bordo de una patrulla para ir a buscar el Fiat 600 “de 1963” del animador, comprometido a dejar a sus compañeros en sus casas. 

“En la mitad del camino nos agarraron a balazos desde un edificio. Llegamos al auto, metí a todo el mundo que pude, y me llevé gente a mi casa incluso. Estuvimos tres días guardados, hasta que se pudo volver a circular”, rememora.

***

La llegada de los militares a TVN no cambió las condiciones de trabajo de Juan La Rivera con “Tugar Tugar Salir a Bailar”. “Seguimos haciendo el programa como siempre. Lo único que teníamos (diferente) era al director y el gerente con uniforme”, recuerda.

En 1975 lo convocan para el Festival de Viña del Mar, integrando un pool de animadores, luego que una alta autoridad de la Armada manifestara su intención de sacar a César Antonio Santis de la conducción del evento, sin dar mayores explicaciones. 

“Después de eso el general (Héctor) Orozco, que ha fallecido y que estaba a cargo del canal, me llama y me dice, ‘Juan, usted va a hacer el festival del año 76’”, cuenta el animador.

—En realidad a mí el Festival no me gusta, nunca me ha gustado la verdad, respondió La Rivera.

—Usted va a hacer el Festival de Viña, le dijeron.

Pero no duró mucho el ímpetu. “Después la cosa cambió -evoca- cuando trataron de meter a la señorita Tiemann ahí”, recuerda. Y agrega: “Pasé de ser el animador designado, a ser el animador despedido”.

El episodio de Ana María “Pelusa” Tiemann es uno de los momentos más legendarios y controversiales en la bitácora de la televisión chilena, y le costó la salida del canal público a Juan La Rivera. Tal como se relata en el libro “Mucha Tele, Una Historia Coral de la TV en dictadura” (FCE 2023), de Rafael Valle y Marcelo Contreras, “Pelusa” Tiemann -enfermera de profesión- fue impuesta por Manfredo Mayol y Jaime del Valle, mandamases civiles de la estación pública, para ser entrenada en distintos programas con vistas a animar el Festival de Viña del Mar de 1976, cosa que alcanzó a cumplir apenas la noche inaugural, devorada rápidamente por el “Monstruo” de la Quinta Vergara

No tenía más talento que su belleza, que pasaba a segundo plano apenas abría la boca. “Una voz horrible”, contó Eduardo Ravani en el libro.

La orden venía de más arriba, según versión de Patricio Bañados: “No hay ningún misterio respecto a la protegida de quién era -declaró-. No significa que haya sido amante, no me consta. Era del general Béjares, un imbécil que después nos fue a retar”.   

El único que se opuso abiertamente a Tiemann fue Juan La Rivera, que veía cómo se intentaba imponer “a esta niñita sin talento” por sobre locutoras y animadoras profesionales del canal, como María Graciela Gómez. Jaime del Valle lo citó para dar explicaciones y sugerir que la instruyera. 

“Lo siento mucho -respondió La Rivera-, no estoy para hacer clases”. 

El futuro canciller de la dictadura dio por cerrada la conversación informando al animador que su contrato cesaba el 31 de diciembre de 1975.   

“Ahí Juan La Rivera fue bien choro -reflexionó Patricio Bañados en “Mucha Tele”-, porque le dijeron que la ponían de coanimadora, y dijo que no”.

La situación no terminó ahí. La Rivera fue citado a declarar por el personal de la DINA que circulaba en TVN, donde dio el nombre del general que respaldaba a “Pelusa” Tiemann.      

—Con el paso del tiempo, ¿cuál es su explicación de la insistencia por imponer a esta chica? ¿Qué pasaba ahí? 

—¿Qué explicación puede haber, pos hombre? Si resulta que en ese tiempo -y esta es una de las cosas desagradables que ocurrían, ¿no?-, oficiales y sus señoras tenían amistades que manifestaban su deseo de estar ahí. Y nadie en este país se atrevía a decir, ‘oiga, estas personas no tienen talento’. La Pamela Hodar, a diferencia de la chica Tiemann, tenía mayor capacidad, era una dama. Pero también era esposa de un oficial, ¿no? Y tampoco hizo ningún casting, ningún concurso para entrar, ni se presentó. Sencillamente la pusieron y punto. 

Juan La Rivera trató de buscar apoyo en el Sindicato de locutores, donde se encogieron de hombros; en 1976 el horno no estaba para bollos en temas gremiales. Fuera de la televisión (por un rato, pronto llegó el llamado del canal de Valparaíso), La Rivera siguió trabajando en radio, esta vez en Minería. 

La desaparecida emisora estaba de aniversario y el periodista Hernaní Banda le avisa que el general Pinochet viene en camino, pero que no quiere entrevistas ni hacer declaraciones -”que nadie le acerque un micrófono”-; solo saludar y compartir brevemente con el personal de una de las frecuencias del dial AM que apoyaba al régimen.    

El animador estaba a cargo de uno de los puntos de transmisión, al fondo de la radio.  “Llega y se dirige derecho hasta la sala donde yo estaba. Entra y justo se comienza a tocar el himno nacional. Pinochet ahí, a metro y medio mío, se cuadró. Nos quedamos mirando durante todo el himno nacional, y yo con unas ganas de decirle ‘¿me echaron? ¿por qué? ¿por qué?’ Terminó el himno, Pinochet dio media vuelta, salió y se incorporó al resto de los invitados. Eso sería todo”, recuerda.

***

Fiel a su estilo de arruinar la fiesta popular -estuvo tras la cancelación del debut de Iron Maiden en Chile en 1992-, fue el fallecido cardenal Jorge Medina Estévez quien movió hilos para acabar con una de las características centrales de Baila Domingo, el programa por el cual Juan La Rivera quedó grabado en la memoria colectiva. Medina, pro-gran canciller de la Universidad Católica de Chile, “lo vio, se espantó y dio instrucciones para que solamente mostraran caras y pies, porque las chicas iban con minifalda y cuando las daban vueltas en el rock and roll, claro, hacían una exhibición un tanto impúdica”.

“Tampoco era para hacer escándalo, pero a él le pareció escandaloso. Al final convirtió el programa en una fomedad espantosa”.

“Baila Domingo” partió en 1981, a sugerencia de Ruby Gumpertz. Por la experiencia adquirida en “Tugar Tugar Salir a Bailar”, donde montar distintas alineaciones musicales demoraba una enormidad la grabación, concluyeron que un solo conjunto se hiciera cargo de todo el repertorio -tango, tropical, cuecas, rock, etcétera-. 

“Es uno de los programas más vistos en REC y el único programa que ha merecido una película”, cuenta el animador en referencia a “Pasos de baile” (2000), el documental de Ricardo Larraín que siguió a participantes y triunfadores de “Baila Domingo” por 12 años. 

La audacia de enfocar bajo la falda corrió por cuenta de los camarógrafos, sin orden alguna. “La primera vez que se hizo, en la siguiente encuesta por cuadernillo habíamos subido una barbaridad la sintonía”, recuerda La Rivera. “Nadie nos dijo nada, así que seguimos durante mucho tiempo con esa cuestión”.

Con el gimnasio Manuel Plaza como locación, se creó todo un ecosistema en torno a “Baila Domingo”. Tahúres que habían asistido a la grabación del programa, se instalaban en bares donde se estuviera emitiendo, desafiando apuestas con los parroquianos. Malandras esperaban afuera del Manuel Plaza, salía una pareja ganadora y “le tiraban una agarrón a la niña provocando una pelea -cuenta La Rivera-”. Cuando acababa la trifulca “se daban cuenta de que les habían robado todos los premios”.

“Lo que más valoro de ese programa -reflexiona el animador- era la participación de la gente. El público era protagonista. Después los programas de baile se convirtieron en competencias de famosos, de coreógrafos, de bailarines. Acá era la gente de las poblaciones, de los barrios”. 

***

Juan La Rivera estuvo en pantalla abierta hasta 2003, su último año como animador del Festival del Huaso de Olmué. En el par de décadas transcurridas desde entonces, la población ha envejecido, en tanto la televisión ya no representa un atractivo transversal. Los jóvenes no están pendientes del medio como sucedía en el siglo pasado, sino que es el público de la tercera edad el de mayor fidelidad. 

—¿Qué contenidos debería ofrecer la industria a ese segmento? 

—Partamos por una cosa que todos sabemos, pero nos negamos a aceptar. Le pedimos a la televisión características que no tiene porque es una industria. Hay programas de mucha sintonía y son malos -la mayoría, en mi opinión, lo son-, pero consiguen mayor audiencia. Entonces, la televisión tiene que hacer programas que vea mucha gente para financiarse. 

Si fuera por ideales -sigue-, a la televisión le hacen falta muchísimas cosas, entre ellas preocuparse de los mayores. Pero ¿qué pasa? No somos un público adecuado para la televisión, porque la mayoría de la gente que ya pasó los titantos está jubilada, y no somos clientes potenciales de muchas cosas.

—Con 83 años, ¿es una persona nostálgica? 

—Depende de qué. Hay cosas que uno añora, por supuesto. La juventud se añora. Los viejos tiempos, qué sé yo. Pero no me consideraría nostálgico en el sentido de estar prisionero de los recuerdos. Eso de que todo tiempo pasado fue mejor, ese tipo de nostalgia yo no la tengo. 

—¿Piensa en la muerte? ¿Cómo maneja ese tema? 

—Sí, claro. Me da lo mismo. Todos tenemos fecha de vencimiento, ¿cierto? Uno no le puede tener miedo a un evento que es absolutamente natural. ¿Miedo de qué? Quizás a lo desconocido, a lo que no sabemos. 

—¿Cree en la vida después de la muerte? 

—No. Yo soy muy escéptico en muchas cosas, y no soy religioso. Si vamos a encasillar, sería agnóstico. Pero tengo dudas. Me gusta estudiar el tema de las religiones, y ver cómo el hombre siempre, a través de los siglos, ha buscado una justificación a su existencia, y una muleta para andar por la vida. Necesita pasarle los problemas a otro. O pedir ayuda. ‘Que Dios me ayude. Que Dios lo bendiga. Dios logró esto para mí’. A mí se me hace muy difícil que haya un ente que esté preocupado de los miles de millones de personas que hay en el mundo, atento a cada uno de sus pasos. 

Ahora, tengo una frase: no creo ni dejo de creer. De una cosa sí que estoy seguro. A propósito de la muerte de mi señora y de mis padres. Cuando estamos con gente que muere a tu lado -mi padre murió en mis brazos-, algo de ellos se nos queda, se nos traspasa. No sé cómo, ni por qué, ni qué es lo que ocurre. Pero sé que cosas que tenía mi padre quedaron en mi al momento de fallecer. Con mi señora pasó lo mismo. Estábamos mis tres hijas y yo en el momento que se fue (hace una pausa, se quiebra)… Creo que también mucho de ella se nos quedó a nosotros. ¿Te fijas? Porque lo he visto en gestos, incluso en actitudes mías que antes no tenía. Es un fenómeno interesante.

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