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Reportajes

5 de Agosto de 2023

El amor después de la era Me Too: cómo las mujeres veinteañeras conocen hoy a los hombres, entre Bumble y nuevos roles de género

Aplicaciones de citas, tomar la iniciativa, múltiples relaciones sexoafectivas y altos niveles de selectividad, son algunos de los protagonistas en la vida de las mujeres solteras en nuestros veintes. Mientras tanto, los hombres heterosexuales se las ingenian para someter sus masculinidades a nuevos estándares sociales de consentimiento y reinventan sus técnicas de seducción. “Es complejo para ellos”, afirma la psicóloga Zayra Antúnez. “A veces es por convicción que respetan y preguntan, otras por miedo”.

Por Paula Domínguez Sarno

Hace unos meses, estaba con un chico en la cocina de mi departamento y se acercó a darme un beso, el cual acepté y continué. Al cabo de un rato, en vista de que los ánimos se ponían más álgidos, le dije que esa noche no podría pasar nada porque estaba “indispuesta”, refiriéndome a que estaba con mi periodo. Aunque creí decirlo con el tono de seguir haciendo lo que estábamos haciendo, dejó de besarme y, de forma brusca, dio un paso atrás. Cuando le pregunté por qué reaccionó así, me dijo que pensaba que con “indispuesta” me refería a que no quería seguir besándolo. Alzó los brazos y, mostrándome las palmas de sus manos, dijo algo así como: “Y como son las cosas ahora…”.

A él lo había conocido por Bumble.

Pareciera ser que en nuestro contexto feminista post Me Too, la línea entre la conquista con consentimiento y el abuso es delgada para algunos. Así, las mujeres hemos ido tomando cancha y cambiando los roles de acción cuando queremos conocer a alguien. ¿Será que es este el peor momento para ser un hombre heterosexual?

La primera vez que tuve Tinder fue en 2017. Entonces, like que daba era match, y match que hacía, una conversación. Hoy, las cosas son diferentes. La aplicación descansa en el inicio de mi celular y abrirla es como entrar a un cementerio de perfiles empolvados por el olvido. Me cambié a la competencia y no me suelta.

En las relaciones heterosexuales, en Bumble somos las mujeres quienes tenemos que hablarle a los hombres. Y si lo dejamos pasar, no sabemos si volveremos a ver ese chico que nos llamó la atención. Así, los roles de género parecen guardar cada vez más distancia de los de las antiguas generaciones.

Tengo 29 años y la década que estoy dejando, junta a dos generaciones de mujeres. De acuerdo a la encuesta “Satisfacción con la vida amorosa alrededor del mundo”, publicada por Ipsos este año, solo un poco más de la mitad de las personas entre los 20 y los 26 años están satisfechas con su vida romántica o sexual. En contraste, el 68% de quienes estamos estirando nuestros veintes nos sentimos satisfechas con el asunto, siendo el porcentaje más alto de todas las generaciones en este aspecto.

El primer paso: si las montañas no van a Mahoma…

“¿Por qué tiene que hablarme siempre el hombre?”, piensa Sofía Navarro (26). “Como que me da lata tener que esperar a que me hable para poder iniciar una conversación”, agrega. Es nutricionista, disfruta de su soltería y la horizontalidad al tomar la iniciativa le parece un poco obvia. Está hablando hace meses con un chico que conoció en el verano, se agregaron a Instagram y, desde entonces, conversan y se contestan historias.

“Es de estos gallos que tú le podís decir: ‘Hey, vamos a buscar el cargador a la pieza’. Muy tirándole indirectas. Y no va a cachar”, cuenta Navarro. Él ha orientado la conversación a una posible salida, pero sin determinación y ella, aunque no es tímida, duda de si invitarlo o no a la próxima fiesta de La Feria, un club de música electrónica de la que es embajadora. “Con ese tipo de personas me cuesta caleta tomar la iniciativa. Me da pánico quedar como jote”, agrega.

“Francamente. Ya estamos en agosto poh, huevona”, se ríe.

A veces, parece ser que si no damos ese primer paso, tarda en ocurrir. Hace tres semanas me agregó a Instagram un fotógrafo de 35 años con el que hablé por Bumble. Casi sin saludarlo, lo invité a una fiesta que habría en mi departamento ese mismo día y terminamos pasando la noche juntos. Hemos seguido saliendo desde entonces, pero él es bastante reservado y yo particularmente extrovertida, así que, la mayoría de las veces, soy yo quien toma la iniciativa de hablarle para vernos.

Claramente, lo invito porque me gusta, pero necesito asegurarme de que es recíproco. Entonces, para saber si realmente quiere seguir haciendo planes conmigo, inmediatamente después proponer un plan, lo saboteo con frases como: “Solo si quieres y puedes, no tenemos que hacerlo” o “me imagino que estás súper ocupado, así que solo si andas con tiempo”. Todo en un tono amable y acompañadas de alguna excusa que haga parecer que, por temas laborales o sociales, también me sentiría cómoda cancelando el plan.

Esto de dar el primer paso es algo que le gusta a Antonia Camus (26). Empezó a utilizar Tinder durante la pandemia, cuando era casi la única forma de conocer gente, y este año partió con Bumble. Evita saludar con un emoji o un “hola, cómo estás?”: prefiere ponerse creativa y hacer comentarios a los chicos sobre sus descripciones o fotos. “Puede ser cliché, jote o lo que sea, pero es un rol que uno igual asume”, explica. “Los huevones se cagan de la risa”.

Javiera Águila (24) es otra a la que le gusta tomar la iniciativa. Es tesista de Ingeniería en Recursos Naturales Renovables, soltera y conoce chicos en fiestas y aplicaciones de citas. Muchas veces llega a la misma pregunta que todas nos hacemos cuando el chico que nos interesa no nos habla: “¿Para qué voy a esperar yo algo, si yo lo quiero hacer?”, dice. Y usa Bumble porque, de hecho, lo prefiere, ya que de esa forma solo termina hablando con quienes realmente elige hablar.

Hay algo en el poder guiar el camino de una cita o salida que la hace sentir muy cómoda. “No sé si es empoderada”, reflexiona. “Me siento yo, no más”.

Instagram: la plataforma de cortejo virtual

Hace unos días, cuando no estaba segura de si hablarle o no al chico que había conocido por Bumble, subí una foto en la que salía bien para ver si reaccionaba. Una vez que recibí la notificación de su reacción, le hablé. Como esta, hay muchas formas de instrumentalizar las redes sociales con fines sexoafectivos. “Una cacha todo poh. Cachái si terminaron, si volvieron…”, cuenta Antonella Mori (21).

Hace un par de meses era seleccionada nacional de Voleibol Playa, pero esto difícilmente es algo que ella comenta en un entorno social. Le da vergüenza. Así, al relacionarse con el sexo opuesto le pasaba algo parecido. “Por redes sociales se me hacía más fácil. Tenía otra personalidad, descubrí que me gustaba el hueveo”, se ríe. “Pero en persona, como que me cohibía totalmente”.

Navegando en internet en busca de términos sobre responsabilidad afectiva en redes sociales, encontré más de una decena. El haunting, breadcrumbing, orbiting, zombing, benching, crusioning, catch and release y catfishing son algunos, pero el más conocido es el ghosting. Este último es cuando, después de haber mantenido largas conversaciones con una potencial cita o haber salido las veces suficientes como para haber establecido lazos afectivos, la otra persona deja de hablar sin explicación alguna.

“Eso es lo penca de hablar por redes sociales, que es súper fácil ignorar a la persona”, reflexiona Antonella. Admite que el ghosting es algo que le han hecho y que también hace, muchas veces sin darse cuenta.

“El Instagram y el Tinder aguantan todo. Ahí se puede ser canchero y jotear, pero la realidad distinta”, dice Zayra Antúnez, doctora en Psicología Clínica de la Universidad Autónoma de Barcelona. “De hecho, estudiando con mis tesistas lo que es la violencia en el pololeo, nos hemos dado cuenta que la que más ha subido es la violencia cibernética y que tiene que ver con este tipo de conductas. Y una que se da mucho es el ghosting”.

Es probable que haya hecho y me hayan hecho ghosting más veces de las que creo, pero recuerdo una vez que un tipo con quien había tenido un par de conversaciones cortas en Instagram me acusó de haber sido irresponsable afectivamente por dejar de responderle. No me pareció sensato en ese momento pensar que debo dar explicación de mis acciones a todas las personas con las que me relaciono. “Si es un desconocido que acabas de agregar, esa persona tiene sus expectativas y esa persona tendrá que lidiar con esas expectativas de que tú le contestes”, aclara Antúnez. “Pero no eres responsable de eso”.

La consolidación de las aplicaciones de citas

A pesar de que el primer encuentro suele darse después de algunas (o muchas) conversaciones virtuales, el cortejo sigue siendo mayoritariamente online. “Si solo hablan y no se concreta nada, tú sentís que no está ni ahí”, explica Antonia Camus. “Como que muchas veces se queda en hablar y hablar y hablar…”.

Y es bastante común. Una psicóloga británica llamada Emma Kenny acuñó el término “Síndrome de Tinderella” para referirse a estas situaciones. Viene de la composición de las palabras Tinder y Cinderella (Cenicienta en inglés) y se refiere a cuando, por diversos traumas o preferencias, hay quienes huyen de la idea de conocerse presencialmente.

Pero para quienes utilizamos mucho las aplicaciones de citas, cuando andamos con suerte, además de haber un mutuo interés físico e interesantes conversaciones, logramos concretar la cita.

Antonia siempre tiene esa primera cita en un lugar público. “Lo psicopateo entero. Lo busco como en Nombre, Rut y Firma, pongo su nombre completo”, cuenta. Antes de algunos de estos primeros encuentros, comparte esta información con sus amigas. “Le veo las historias, en qué publicaciones está etiquetado, la gente que sigue y si tengo seguidores en común”.

Si esa búsqueda parece extensa, para quienes –por deformación profesional– contamos con más herramientas de investigación y transparencia, la lista parece patológica. Para corroborar información extraña (o poco creíble) en una conversación con algún tipo, he terminado con 25 pestañas abiertas en mi navegador. Puedo llegar a ver sus fotos en búsquedas avanzadas, sacar su certificado de nacimiento en el Registro Civil o el de estudios en el Ministerio de Educación e, incluso, revisar juzgado por juzgado en el Poder Judicial. Además del análisis de sus redes sociales: que no siga solo a mujeres, pero que tenga comentarios de amigas; que la cantidad de likes en sus publicaciones sean proporcional a la cantidad de seguidores; que no tenga muchas selfies o fotos en el espejo, pero que tampoco no tenga ninguna en la que aparezca él; y que no sexualice rápidamente las conversaciones, entre otras cosas.

Y después los filtros siguen. “Que no me interrumpa y que pueda escuchar”, dice Javiera Águila. También le gusta saber si el tipo se lleva bien con sus exs, su familia y cómo se relaciona en el trabajo.

También ocurre que muchas mujeres terminamos haciendo muchos matches y manteniendo muchas conversaciones a la vez, sin prestar real atención a ninguna. La psicóloga Zayra Antúnez lo menciona en su blog y le llama a esta conducta el “Síndrome de Tinder”. Esto ocurre cuando se utiliza la aplicación de forma excesiva, estableciéndose relaciones superficiales, evaluando negativamente el propio aspecto físico y generando una sensación de falso conocimiento, de “ser desechable socialmente” y miedo al compromiso, entre otras cosas. 

Antúnez recalca que lo importante es estar conscientes de cómo son nuestras relaciones y no engañarnos a nosotros mismos –ni a la persona que nos acompaña–. De hecho, la utilización de aplicaciones de citas ha ayudado a que las mujeres salgamos con un mayor número de chicos, lo que contribuye positivamente a nuestros niveles de selectividad, comenta.

La selectividad ayuda a saber qué es lo que queremos y cómo lo queremos. Eso, tanto Antonia como Javiera, lo tienen claro. Ambas prefieren conversar en las primeras citas sobre qué es lo que esperan del encuentro o relación: Antonia quiere exclusividad y Javiera algo casual.

En el proceso de hacer estas entrevistas y escribir este reportaje, intenté aplicar lo aprendido, ser más responsable y tomé nuevamente la iniciativa. Esta vez, para tener la conversación sobre las expectativas con el chico con el que he estado saliendo, pero no estoy segura de que haya funcionado. Como ninguno tiene claridad de lo que quiere, la conversación se tornó incómoda y secaron mi boca un montón de reflexiones sin rumbo.

Así, volví a una pregunta que ya me había hecho antes: ¿Quiero seguir siendo yo la que, constantemente, toma el rol activo?

¿Están los hombres hétero sometidos a nuevos estándares de masculinidad?

Bad Bunny se viste de manera llamativa y se pinta las uñas sin que esto ponga en cuestionamiento su heterosexualidad. Damiano David, el vocalista de la banda italiana Måneskin, tiene rasgos angulosos, cejas prominentes y un cuerpo tonificado, pero se maquilla la cara, utiliza vestimentas extravagantes y es heterosexual. Otro ejemplo es Harry Stiles, quien ha sido centro de críticas por “apropiarse de una imaginería de una comunidad marginada” por su ocasional aspecto queer y también es heterosexual. Y, si vamos 50 años atrás, Mick Jagger y David Bowie jugaron roles similares.

A Javiera Águila le gustan los hombres así. “A mí me encanta maquillarme, entonces si a ellos les gusta también, lo encuentro bacán”, comenta. Antonella Mori piensa similar y atribuye la modificación de los aspectos a algo positivo: un sentido de identidad.

“La masculinidad es un rol de género que se ha construido social y culturalmente”, afirma la psicóloga Zayra Antúnez. “Y han ido cambiando”, agrega. Hace algunos años se entendía que el hombre debía ser proveedor, dominante, activo e, incluso, agresivo, explica. Mientras que la mujer debía cuidar, contener y recibir. “Hoy el rol de la mujer se ha vuelto muy activo, las mujeres estudiamos, trabajamos y somos autónomas”.

“No me gusta que me inviten todo el rato a mí. Igual siento que yo tengo que poner de mi parte”, dice Javiera Águila. “Si es la primera cita, yo prefiero sí o sí pagar mitad y mitad. Igual me ha pasado que he sentido que le debo algo y eso no me gusta”.

Yo pienso igual. No me parece que los chicos con los que salgo tengan que financiar lo que como y bebo solo por su género, así como tampoco quiero sentirme en deuda con ellos.

Cuando converso con amigos o chicos con los que tengo citas, suelen decirme que les parece que hay muchas feministas doble estándar. Alegan que, cuando llega la cuenta en un restaurante, ni siquiera hacen el gesto de intentar pagar su parte. Y, aunque todas quisiéramos que vivir y pasarla bien fuera menos caro, este tipo de actitudes le hace un flaco favor al feminismo. La psicóloga Antúnez explica que estos dobles estándares de los que hablan algunos hombres, ellos los perciben y los generalizan. Además, generan interferencia con el discurso horizontal.

Antonia Camus, en su experiencia conociendo chicos a través de las aplicaciones, percibe que algunos no se atreven a tomar la iniciativa para salir, besar o buscar tener relaciones sexuales, quizás, por miedo a una funa. “Como que los quiero zamarrear y decirles: ‘Loco, empodérate de la situación’”, comenta. “Sí, puede estar súper deconstruide, feminista y todo, pero que también sepa decidir”.

“Es complejo para ellos”, explica Zayra Antúnez. Muchas veces existe una sobrerreacción, ya que los parámetros de lo que se puede hacer y lo que no, son difusos y varían dependiendo de cada mujer y cada situación. “A veces es por convicción que respetan y preguntan, otras por miedo”.

Esa noche en la cocina no fue la peor velada. Finalmente, el chico terminó durmiendo en mi cama. Pero el 93,2% de las mujeres declaran haber sido tocadas sin consentimiento en la vía pública, por ejemplo. En contraste, solo el 5,8% de los hombres ha pasado por eso, según la Encuesta OCAC. Y según datos del Ministerio de la Mujer, 1 de cada 3 mujeres hemos sido víctimas de algún tipo de violencia de parte de nuestras parejas o exparejas. Así que, aunque va a ser difícil para ellos ponerse en nuestros zapatos y algunos van a seguir encontrando enredados métodos para asegurarse de tener nuestro consentimiento, es algo a lo que, al menos yo, me puedo acostumbrar.

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