En la mente del científico chileno que tras doce años encontró moléculas claves para combatir la depresión y revolucionar la industria farmacéutica
El pasado 12 de noviembre, el investigador del Instituto de Ciencias Biométricas de la Universidad Andrés Bello (UNAB), Jimmy Stehberg, publicó un estudio en el que descubrió una rama completamente nueva de tratamientos para la depresión. El análisis, que tardó doce años en arrojar resultados –y que prometen revolucionar a los antidepresivos– nació desde la motivación del científico por buscar nuevas alternativas para tratar la enfermedad.
Por Manuel José Montes 15 de Febrero de 2025

Compartir
Jimmy Stehberg, el científico chileno que durante 12 años ha buscado un tratamiento para la depresión a través del estudio del cerebro, siempre tuvo interés por las ciencias. Lo tuvo incluso antes de ingresar a la universidad, el científico recuerda que en sus años de infancia se interesaba a profundidad por estos temas.
“Recuerdo que cuando tenía como 14 años fui a la Fundación Ciencia y Vida a hablar con el pionero de la biotecnología en Chile Pablo Valenzuela porque quería ser ingeniero genético—que todavía no sé lo que significa, pero en esa época salían en las noticias—él se rió, me dijo que cuando saliera del colegio fuera a hablar con él”, comenta Stehberg desde su departamento en Providencia.
Cuando egresó del colegio sus opciones eran estudiar medicina o biología. El puntaje que obtuvo en la Prueba de Aptitud Académica (PAA), no le alcanzó para la primera opción, por lo que optó por repetir la prueba un año más tarde. En el intertanto, decidió entrar al ciclo básico de ciencias en la Universidad Católica (PUC), que era un conjunto de cursos que lo preparaban para las carreras científicas, algo similar a un bachiller.
Al completar un año nuevamente rindió la PAA. Esta vez el puntaje le alcanzó para entrar a medicina, pero un vuelco en sus decisiones provocó que se inclinase hacia la biología. “Quería hacer yo el conocimiento en vez de aplicar el conocimiento de otros”, recuerda el científico, argumentando que se puede aportar mucho más desde la teoría que desde la práctica.
Desde los inicios de su carrera, Jimmy Stehberg desarrolló un gusto especial por todos los temas que involucran al cerebro. Según relata, comenzó con la anatomía, pues le encantaba estudiar las distintas áreas del cerebro, el funcionamiento de las neuronas, los axones y ver dónde se conectaban.
Lo que nunca imaginó es que esas imagenes cerebrales que le fascinaban, lo iban a ayudar a estudiar la depresión. Menos pensó que lograría avances sumamente importantes que contribuirían al tratamiento de la enfermedad que aqueja a uno de cada siete chilenos.
Tratamiento para la depresión
En Chile el 13,7% de las personas presenta síntomas moderados o severos de depresión. Así lo indican las cifras de enero de este año, correspondientes al Termómetro de Salud Mental, realizado por la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) y el Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la Universidad Católica.
Junto a los crecientes casos, también han aparecido cientos de estudios en los que profesionales de distintas áreas buscan formas alternativas a las tradicionales de tratar esta enfermedad. Han surgido iniciativas que buscan tratar la depresión con hongos alucinógenos, música o incluso afirman que la jardinería puede ayudar a mitigar los síntomas.
Al completar la carrera de biología en la UC, Jimmy Stehberg, aún no se convertía en uno de los profesionales que destinaban sus esfuerzos en tratar la depresión. Postuló para hacer un doctorado en ciencias biomédicas en la Universidad de Chile. No obstante, una una beca se interpuso y cambió los planes. Su próximo destino fue la Universidad de Weizmann Institute of Science de Israel. Al terminar el doctorado, viajó a California para hacer un posdoctorado en la UC Irvine.
Durante su posgrado en Israel, Jimmy Stehberg trabajó con modelos animales con una técnica llamada Estimulación Magnética Transcraneal Profunda (DTMS por su sigla en inglés), que después trajo a Chile para hacer estudios clínicos con ella. Este método, consiste en aplicar frecuencias electricas en el cerebro para eliminar la connotación negativa de algunos recuerdos y es considerada como no invasiva, pues no requiere ninguna cirugía ni cortes en la piel.
El científico tiene claros recuerdos del periodo en el que trabajó con esta nueva tecnología, y es que recibió a numerosos pacientes con depresión que llegaban derivados de clínicas porque no respondían a los antidepresivos que se les recetaban.
El tratamiento resultó distinto, y, según el científico, más eficaz que las pastillas ya existentes que, si bien podían ayudar, mantenían –y aún mantienen– nocivos efectos secundarios.
“Recuerdo un caso de una mujer que llegó de un hospital. Ella había estado en tratamiento por muchos años por una depresión muy severa”, comenta el académico. Según su relato, la mujer que atendió había probado la terapia electroconvulsiva y diversos tratamientos farmacológicos, pero nada le funcionó hasta que probó la DTMS.
“Me acuerdo que ella fue de nuestros primeros pacientes y respondió bien. Al poco tiempo, empezó a llegar arregladita, comenzó a tener ganas de hacer cosas, incluso se puso a trabajar después de muchos años”, recuerda Jimmy Stehberg.

Un caso muy especial
El Académico de la UNAB cuenta que, después del tratamiento de la mujer, tuvo una reunión con el directorio del hospital del que provenía. Los comentarios de los médicos asistentes, que habían tratado en algún momento a la paciente fueron de sorpresa, pues según sus palabras, habían intentado de todo para poder ayudarla.
Pese a los resultados que tuvo la Estimulación Magnética Transcraneal Profunda que el Dr. Stebherg trajo a Chile, él mismo considera este proceso como “dulce y amargo”. Esto, pues si bien logró mejorar la calidad de vida de algunas personas que parecían no tener esperanza, el método no fue bien recibido en Chile. “Existía un estigma”, comenta, y también un temor a la lentitud del proceso.
“Por alguna razón la gente era reacia a hacerse el tratamiento. Los médicos en general no mandaban pacientes y fue muy lento”, explica, que por un lado celebra los resultados que tenía, pero por otro lamenta que tan poca gente pudiera acceder a él.
Según Stehberg, el caso de esta mujer fue lo que lo motivó a estudiar en profundidad la depresión, ya que se dio cuenta de que habían formas de tratarla mucho mejores que los antidepresivos disponibles en el mercado. El científico explica que el caso de la mujer y otros similares le dieron la motivación para decir: “démosle con la depresión”.
Sthenberg encontró lo que buscó cuando entro a estudiar: Crear en vez de aplicar.
Doce años para una conclusión

“El rol de los astrocitos en la depresión, su prevención y el tratamiento apuntando a la liberación de gliotransmisores astrogliales” es el nombre de la investigación que lideró Jimmy Stehberg. El estudio publicado en la prestigiosa revista académica, Proceedings of the National Academy of Sciences, comenzó en 2012, y se centró en determinar el rol de los astrocitos en la depresión.
Estas células, al igual que las neuronas, se encuentran presentes al interior del cerebro, y desempeñan funciones clave en la comunicación neuronal. El estudio determinó que tras sufrir estrés, los astrocitos liberan sustancias que activan las neuronas y provocan la aparición de los síntomas depresivos en modelos animales.
Desde sus estudios iniciales, Stehberg criticó que las investigaciones médicas para tratar las enfermedades psiquiátricas siempre se centraron en las neuronas: “Por muchos años llevamos estudiando las neuronas, que son la unidad fundamental del cerebro. No obstante, existen otros tipos de células, y una de las más abundantes se llama astrocito”.
Los astrocitos, según explica el científico, cumplen una función fundamental durante el proceso de la sinapsis neuronal, ya que éstas liberan sustancias químicas (gliotransmisores) que afectan la actividad de las neuronas y son necesarias para la plasticidad sináptica, un proceso del cerebro que permite formar memorias, tanto a corto como a largo plazo.
Jimmy Stehberg entonces se dio cuenta de que los astrocitos probablemente tenían un rol importante en enfermedades en las que la plasticidad sináptica se veía afectada, como lo son el estrés crónico y la depresión. Se propuso entonces, con un grupo de investigadores, demostrar el enorme potencial de desarrollar fármacos antidepresivos para tratar las enfermedades psiquiátricas orientado en los astrocitos.
Con su laboratorio plantearon su hipótesis y se ganaron un fondo de Corfo que les permitió comenzar la investigación la que lideraba Stehberg pero contó con la participación de decenas de laboratorios y universidades, dentro de las que se incluye la Universidad del Desarrollo, la Universidad de Chile y la UNAB. También colaboraron para la investigación laboratorios de otros países.
Sin saber la profundidad con la que iba a tener que estudiar el tema, Stehberg comenta que jamás se hubiera imaginado lo que iba a durar la investigación. “Es un proceso muy lento, pasan meses sin obtener resultados. Es como que te van llegando piezas de un puzzle y tú lo empiezas a armar”, es la analogía que hace el académico para explicar el trabajo que le tocaba hacer durante el proceso de investigación, ya que desde todos los laboratorios colaboradores le enviaban resultados que él debía analizar, procesar y enviar a otros revisores para corroborarlos.

“Uno cuando empieza sabe algunas cosas, pero a medida que va haciendo el experimento va teniendo nuevas conjeturas, nuevas hipótesis”, explica Jimmy Stehberg justificando la larga duración del estudio, y es que ni siquiera él mismo pensaba que iba a durar tanto, pues su plan era conseguir resultados en dos años.
Una de las técnicas que se utilizó para el estudio se conoce como farmacología in vivo, y consiste en insertar pequeños tubos en el cerebro de ratas de prueba, inyectando pequeñas dósis de fármacos para cambiar la química cerebral y observar los cambios de conductas resultantes.
Los resultados que arrojó el largo estudio fueron impactantes: si se bloqueaba la liberación de los gliotransmisores desde los astrocitos durante el estrés crónico, lograban evitar casi totalmente el desarrollo de síntomas depresivos, y si lo hacían después del estrés crónico tenían efecto antidepresivo. Además de ser resultados positivos, eran inmediatos, pues lograban cambios a los diez minutos de bloquear los astrocitos.
Posteriormente, mediante métodos computacionales analizó virtualmente 4 millones de moléculas que pudieran bloquear la liberación de gliotransmisores por parte de los astrocitos. Con este cruce de datos, él y su equipo dieron con la cacotelina, una molécula que bloquea la salida de los gliotransmisores desde el astrocito y mostró efectos antidepresivos tras su inyección sistémica.
Para el desarrollo del estudio, el científico obtuvo tres fondos estatales. El primero fue el Corfo L2, desde 2015 hasta 2017. Su objetivo era encontrar moléculas que pudieran bloquear la salida de gliotransmisores del astrocito para su uso en enfermedades psiquiátricas. El segundo fondo que obtuvo la investigación fue un Fondecyt (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico) desde 2020 hasta 2024, y buscaba definir el rol que tienen los gliotransmisores (moléculas liberadas por los astrocitos) en la depresión. El tercer fondo es el Fondecyt actual, que busca conectar la función de los gliotransmisores con las otras teorías de la depresión.
Sobre los resultados de sus investigaciones, Jimmy Stehberg comenta que aún no está satisfecho con lo que ha logrado. Si bien admite que cada pequeño avance y cada hipótesis comprobada le causa una gran alegría, él quiere “Más que dejar un granito de arena, dejar un terrón para combatir la depresión”.
Un nuevo tratamiento para la depresión: ¿Qué falta para ser aplicado en humanos?
Uno de los descubrimientos más relevantes de la investigación de Stehberg es que existe una forma de inhibir la producción de los astrocitos, para ello se deben buscar moléculas que puedan sintetizarse fácilmente y que cumplan esta misma función.
El investigador aclara que ya poseen dos moléculas sintetizables y patentables diseñadas en base a la cacotelina y con efecto antidepresivo en animales, que podrían interesarle a las farmacéuticas. El científico aclara, que son éstas quienes deban invertir para hacer estudios preclínicos y clínicos para corroborar su funcionamiento, seguridad y efectividad, ya que esto significa una inversión multimillonaria.
Según explica el científico, el estudio de aquellas moléculas puede costar hasta mil millones de dólares, por lo que en este momento todo depende de que una farmacéutica se interese en los resultados del estudio para invertir en comprobarlo.
El investigador se pone en el escenario de que una farmacéutica se interese por los resultados de la investigación, y explica que de darse ese caso, en diez años tendríamos en el mercado un medicamento capaz de tratar casos complejos de depresión en cortos períodos de tiempo o incluso de prevenirla.
Jimmy Stehberg camina por las calles de Providencia, mientras comenta que aún queda tinta en el tintero, pues este es tan solo un nuevo comienzo de una investigación que podría llegar a revolucionar los tratamientos actuales de muchas enfermedades psiquiátricas. Asegura que hará todo lo posible por lograr llegar a una nueva forma menos invasiva de tratar la depresión.