Más de 400 guaguas han sido abandonadas en hospitales durante los últimos siete años en Chile: Coquimbo es la ciudad que acumula más casos
Es una cifra que viene al alza durante los últimos años. Personal médico le dijo a The Clinic que el aumento está influenciado por el pulso migratorio en el norte y por mujeres adictas a la pasta base y la cocaína que no están en condiciones de criar a sus hijos. Una doctora en Curicó agregó que otros casos que se repiten son menores de edad con embarazos producto de una violación. Las guaguas que quedan sin familia ingresan a un sistema colapsado, el que depende de una decisión del tribunal de familia. Pueden ser derivadas a una residencia de Mejor Niñez, ir temporalmente con una familia de acogida, o bien quedarse viviendo en el hospital. Existe un caso en Iquique de un niño que lleva siete años viviendo ahí. El Hospital de Coquimbo fue el recinto que entregó mayores detalles en su respuesta por transparencia.
Por Nicolás Cerpa y Gabriela Pizarro 4 de Marzo de 2025

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Desde 2018, más de 400 recién nacidos han sido abandonados en los hospitales públicos. Esa no es la cifra oficial, porque no existe. En Chile ningún organismo lleva el registro de las guaguas que apenas nacen quedan sin familia y hospitalizadas. The Clinic realizó el catastro luego de consultar a 68 hospitales. Las respuestas no siempre fueron completas, por lo que la cifra se queda corta.
Los registros muestran un aumento de casos en los últimos años. Si entre 2018 y 2021 la cifra fluctuó entre 43 y 56 casos, en 2023 se produjo el primer aumento relevante: al menos 82 guaguas quedaron sin padres a cargo en los hospitales. El año pasado fueron 71. ¿Explicaciones para el aumento? Los encargados de los hospitales lo atribuyen a dos razones: madres drogadictas que no pueden hacerse cargo de las guaguas y mujeres migrantes que tampoco están en condiciones. También hubo médicos que adujeron casos de adolescentes que resultaron embarazadas producto de una agresión sexual.
En el sistema público dicen que las guaguas no son abandonadas, porque existen profesionales cuyo deber es hacerse cargo de ellas. Es verdad que hay un sistema ad hoc, pero también es cierto que ese sistema está colapsado.
La solución que defienden los expertos son las familias de acogida temporal, donde estos menores pueden vivir lo más parecido al cariño materno, pero en Chile aún son pocas frente a la demanda que existe. Quienes conocen el sistema por dentro saben que además las residencias para lactantes están colapsadas, y que el personal médico de los hospitales tampoco tiene las herramientas para contener y hacerse cargo de los recién nacidos. Porque hacerse cargo no se trata solo de entregarles cuidados médicos. En los primeros días de vida es crucial el cariño, la atención y el apego.
Para entender lo que han vivido las guaguas que protagonizan este reportaje, primero hay que entender cómo se construye el ser humano. Más específicamente, cómo se construye nuestra mente.
—Nosotros nacemos con nuestros órganos enteros. Tenemos riñón, hígado, corazón, tenemos todas las vísceras. Algunas más inmaduras que otras, pero está todo presente. Pero todavía no tenemos un aparato psíquico. Nuestro yo, todavía está recién gestándose.
Quien habla es el médico psiquiatra y psicoanalista Eduardo Jaar (67). Un doctor que ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar lo que pasa con las guaguas que han sido abandonadas, o que por algún motivo no cuentan con el apego de un ser querido.
—El bebé humano nace incompleto, inmaduro, extremadamente vulnerable y extremadamente dependiente. Entonces requiere en su condición de nacimiento un cuidado muy particular. Un cachorro de otro mamífero, un caballo, una jirafa, un perro, al segundo o tercer día ya se para y camina. El cachorro humano tiene además otra condición que es muy particular, que no la tiene ninguna otra especie, que es su formación cerebral: el crecimiento de su cerebro se da en parte a nivel intrauterino, pero hay una segunda parte muy significativa que se da en su vida extrauterina. Su cráneo no está cerrado, porque tiene que seguir creciendo y su masa cerebral se va a multiplicar, al igual que las conexiones cerebrales de la sinapsis y eso se hace cuando el bebé está en relación con sus padres, en contacto con un otro.
¿Qué pasa entonces con una guagua que nace y queda sola en un hospital? Sin ese otro, a quien la guagua pueda identificar como madre o como figura de apego, ese crecimiento se atrofia. La guagua necesita una madre o un ser querido que le dedique su completa atención. Pero si en lugar de eso hay una enfermera o una cuidadora que debe vigilar a otros cinco bebés, se genera una carencia de afecto que impacta de manera profunda en el desarrollo y futuro de esa guagua. Y mientras más tiempo pase en esas condiciones, más grave será el impacto. Bebés que no pueden mirar a los ojos, que no reaccionan a su entorno y que con el paso del tiempo desarrollan una depresión, sin siquiera poder entender lo que eso significa.
A través de la Ley de Transparencia, The Clinic consultó a 68 hospitales públicos que cuentan con área de Maternidad, cuántas guaguas han sido abandonadas o “cedidas” después de nacer en sus dependencias. Las respuestas muestran que entre 2018 y 2024, al menos 407 recién nacidos han quedado sin familia en los recintos médicos consultados. Pero esa cifra solo alcanza a ser una muestra. Muchos hospitales entregaron respuestas incompletas o negaron haber tenido casos, a pesar de que este medio pudo comprobar que sí existieron.
Varios recintos afirmaron no contar con registros disponibles en ciertos años, mientras otros como el Hospital San José (RM) y el Hospital San Pablo de Coquimbo sí tienen información ordenada. De hecho, en la respuesta por transparencia esos hospitales incluyeron cifras de 2010 en adelante.

Guaguas en el hospital
No todos los recién nacidos contabilizados en este reportaje fueron abandonados sin aviso previo. Aunque en muchos casos las madres simplemente se fueron sin una explicación de por medio, la mayoría de los hospitales consultados incluyeron en su estadística a las guaguas que fueron formalmente “cedidas” para adopción y los casos en que la justicia dictaminó que los bebés se quedaran en el hospital o en un hogar.
Cuando la justicia, a través de una medida de protección, ordena que un recién nacido se quede en el hospital o vaya a un hogar, es porque las madres no están en condiciones de asumir sus cuidados, por vivir con algún factor de riesgo para el menor: indigencia, drogadicción o incluso porque la madre fue deportada, como ocurrió en el caso de una mujer peruana en 2015. También cuando el padre no está presente y cuando la familia extendida no puede hacerse cargo del bebé.
En todos estos casos, los que tienen la palabra final respecto al destino de las guaguas son los Juzgados de Familia. Allí llegan los recursos de protección interpuestos por los funcionarios del programa Chile Crece Contigo, presentes en toda la red de salud pública, quienes cumplen el trabajo de identificar y documentar este tipo de casos. Una vez interpuesto el recurso, el juzgado define una medida de protección: que el bebé quede hospitalizado, que sea recibido por una familia de acogida temporal o que sea ingresado a una residencia de lactantes. Eso, mientras se encuentra el destino definitivo.
Para los tribunales de justicia, la prioridad es que esas guaguas vuelvan con la madre biológica o con algún integrante de la familia de origen. “En Chile, si la mamá dice ‘yo quiero tener al niño’ pero tiene problemas, el juez le va a dar mil oportunidades para que se recupere y se quede con el niño. Mil oportunidades. Aunque eso implique que el niño se quede institucionalizado cuatro, cinco, seis, siete, ocho años”, explica el psiquiatra Eduardo Jaar. “Hay casos dramáticos de niños que nunca han podido entrar al proceso de adopción, porque la familia dice que no quiere entregarlo, pero a la vez no logra estar en condiciones de cuidarlo”, afirma.
Según el especialista, hoy ya es consenso en la medicina que ingresar a una guagua a una residencia de menores en edad muy temprana, genera un daño mayúsculo: “Hay muchos países que lo prohíben por ley en el tramo de los 0 a 3 años. Uruguay por ejemplo funciona así”. Según el doctor Jaar la realidad de nuestro país la haría inaplicable:
—Hay una resolución judicial que lo plantea de esa manera. Por eso el programa de Mejor Niñez, a partir de ahí, planteó la necesidad de eliminar los hogares de acogida de lactantes, para dar lugar a fortalecer los equipos de familias de acogida temporal (…) Pero nos encontramos con la limitación de que en Chile todavía no tenemos muchas familias de acogida temporal. No las tenemos. Y por lo tanto tuvieron que echar pie atrás y la orden que había de cerrar, no pudieron implementarla. Incluso metieron más bebés y ahora los hogares están repletos.
El problema central en las residencias para lactantes es que las cuidadoras no tienen la capacidad de transformarse en la figura de apego para cada una de las guaguas. “La mamá está 24 horas con su hijo, no se separa de él. Pero estos bebés no tienen esa posibilidad. El bebé humano es un bebé que busca activamente la interacción con los otros, que tiene un afán, una búsqueda del otro que es innata. Y eso se establece mucho a través de la imitación (…) Mueve las manos, mueve las piernas, mira por todos lados, balbucea y busca contacto con los otros. Y su universo va a estar puesto en su madre”, ilustra el doctor Eduardo Jaar.
En los hospitales, los funcionarios —enfermeras, técnicos, doctores— tampoco están en condiciones de asumir ese rol, pues para enfrentar la labor cotidiana necesitan disociarse. No encariñarse, ni apegarse emocionalmente a las guaguas. “Esa disociación es absolutamente necesaria, porque el que no se disocia, se enferma. Se retira y se va, no puede seguir. Esa disociación está al servicio de la labor técnica”, expone el doctor Jaar.
¿Qué pasa entonces con las guaguas que no tienen ese contexto de vida familiar? Son niños que se demoran en fijar la mirada. Se demoran mucho en tener la sonrisa social. Se quedan quietos, duermen muchas veces, no son demandantes. No reclaman. “Son bebés que hacen un cuadro depresivo. En vez de estar construyendo un lazo de extrema dependencia con su mamá, son niños retraídos, metidos para adentro, ensimismados”, describe el psiquiatra. Una carencia afectiva que, según el experto, impactará en su desarrollo, en el control de sus impulsos, su afectividad, su capacidad empática, simbólica y cognitiva. Todas esas cosas que se construyen en base a la presencia del otro.

Madres migrantes
En 2013 el Ministerio de Salud (Minsal) definió que los nacimientos se concentrarían en los hospitales de mayor y mediana complejidad, para contar con toda la infraestructura necesaria en caso de una emergencia. Se cerraron las áreas de maternidad en los recintos más pequeños y hoy todos los partos son derivados a los hospitales más grandes. En Tarapacá, por ejemplo, esto implica que todos los nacimientos ocurren en el Hospital Regional de Iquique, no en el Hospital de Alto Hospicio ni en el resto de los establecimientos de menor complejidad.
Tras la explosiva llegada de población migrante, la ciudad de Iquique y su hospital regional se han visto sobrepasados. El flujo migratorio se ha concentrado en Tarapacá, donde su frontera de 700 kilómetros con Bolivia es permanentemente permeada por el tráfico de personas y las familias que buscan un mejor porvenir. En ese trayecto muchas mujeres son violadas, por lo que llegan cargando embarazos no deseados. Varias de ellas han arribado al hospital regional y otras han dado a luz en el camino. Y a pesar de que en el hospital ya tenían la experiencia de acoger bebés abandonados, la explosión de casos obligó a armar un protocolo para enfrentar la crisis.
Según ese documento, durante 2022 en la Región de Tarapacá hubo al menos nueve casos en que la madre manifestó su intención de dar en adopción, antes o después de parir, lo que coloquialmente se conoce como una “cesión”. Sin embargo, la ley exige que la madre reafirme esa decisión ante un juez, para que el Tribunal de Familia decrete que el bebé es susceptible de ser adoptado. Y eso en la práctica ha implicado una serie de problemas, pues la madre muchas veces desaparece.
Son mujeres sin domicilio, sin documentación, sin un RUT para poder rastrearlas ni una red familiar que pueda aportar información. Ahí el proceso se entrampa, “ya que una vez que el niño o niña ha sido entregado a la línea de cuidado alternativo del Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia respectivo, sin conocer domicilio, no se logra notificar a la gestante para que ratifique su voluntad ante el tribunal competente”, reza el protocolo.
Cuando la madre no aparece, la norma obliga a que el siguiente paso sea ubicar a algún miembro de la familia, pero muchas veces el personal de salud ni siquiera sabe cuál era el país de origen de esa madre. Así, las guaguas quedan condenadas a seguir la última opción: crecer en un hogar del servicio de protección (ex Sename).
Según el último informe publicado por el Poder Judicial, en Iquique el 100% de las residencias está sobrepoblada, mientras que esa cifra llega al 67% en Arica.
En 2015, en el Hospital San Pablo de Coquimbo fueron testigos de un caso extremo. Una mujer peruana dio a luz a una guagua que debió quedar hospitalizada. Así lo recuerda el cirujano pediatra Jaime Bastidas, hoy subdirector del hospital:
—La señora no tenía antecedentes, no tenía controles del embarazo, llegó a tener la guagua casi por la urgencia (…) Cuando las mamás no tienen controles, es un signo de alarma para nosotros. Rápidamente se le avisa al equipo de trabajadores sociales y se prenden las alarmas. Además, esos niños se dejan hospitalizados, porque hay que hacerles todos los exámenes que se hacen durante el embarazo, el de la sífilis, del VIH, por eso el niño queda hospitalizado más días de lo habitual.
En medio de ese proceso, la madre fue dada de alta, pero una vez que se fue, cuenta el doctor, no apareció más. El teléfono que dejó en los registros no dio resultados y el personal del hospital no tuvo más remedio que ir a buscarla a la dirección que había dejado. Fue allí donde les informaron que la madre había sido detenida y deportada, por ser migrante irregular. No supieron más de ella y el bebé debió ser enviado a un hogar de menores. Hoy ese niño de 10 años vive en Chile, sin un rastro que le permita reconstruir sus orígenes.
Otros casos que marcaron al Hospital de Coquimbo ocurrieron con la comunidad de migrantes haitianos. En más de una ocasión, recuerda el doctor Bastidas, tras ser informados de que la guagua había nacido con alguna patología grave, los padres desaparecieron: “Me tocó un par de niños. Nos decían, doctor, los papás hace ya como dos o tres meses que no aparecen. Cuando los llamaban, al principio contestaban que estaban trabajando, que no podían ir, después ya simplemente cambiaban el teléfono y los dejaban. Y eran niños con enfermedades, no eran niños sanos. Entonces era más dolorosa la situación”. En esas condiciones, los hogares de la red de protección tampoco los recibían y terminaban transformándose en casos crónicos, viviendo por meses en el hospital, hasta que su salud mejoraba y podían ser derivados a una residencia de menores.
Existen casos donde hay bebés que pueden estar un largo tiempo viviendo dentro de los recintos médicos. En el Hospital Regional de Iquique, por ejemplo, llegó una guagua de 6 meses que fue abandonado por sus padres. Por tener necesidades especiales de salud, el Juzgado de Familia determinó que debía quedarse en el hospital. Desde entonces, vive en la Unidad de Pediatría, donde lo cuidan y le celebran los cumpleaños. Hoy tiene 7 años.
En el Hospital de Coquimbo también han existido casos crónicos, aunque ya no es la normalidad. “Años atrás sí hubo niños que vivieron aquí tres años, pero este último tiempo no. Ahora los periodos son menores, de tres a seis meses”, aclara el doctor Jaime Bastidas. Según el subdirector, esto se debe a que no hay cupos en los hogares y como no pueden dejarlos en la calle, los bebés se quedan en el hospital hasta que surja alguna plaza.
Pasta base y cocaína
La crisis migratoria ha golpeado con más fuerza en el norte del país. Pero hay otra crisis en curso que The Clinic pudo rastrear en distintas latitudes de Chile: el aumento de madres adictas a las drogas. En las respuestas recibidas por Transparencia, dos hospitales detallaron la cantidad de casos en que una madre gestante con algún tipo de adicción abandonaba o no podía asumir el cuidado del recién nacido. Uno de ellos es el Hospital de Curicó, donde ocho de los 33 recién nacidos abandonados tuvieron una madre con policonsumo de drogas que además estaba en situación de calle.
Elizabeth Leyton, jefa de Maternidad del Hospital de Curicó, explica que estos casos suelen identificarse rápidamente, ya que los equipos del programa Chile Crece Contigo están presentes en toda la red pública de salud, desde los Centros de Salud Familiar (Cesfam) hasta los hospitales de mayor complejidad. “Entonces los equipos se comunican entre sí (…) nosotros en el fondo estamos esperando a esa gestante”, afirma Leyton. En otras ocasiones, las mujeres llegan directamente a parir al hospital, sin registrar controles previos. En este último grupo están las mujeres embarazadas que viven en la calle.
Otra situación que han identificado en Curicó es lo que ocurre con las menores de edad que quedan embarazadas tras una agresión sexual. En esos casos, afirma Elizabeth Leyton, hay menores que han dado en adopción a la guagua. “Tiene que ver más con la esfera sexual y con la edad de la paciente también. Son pocos casos como para poder tener un patrón, pero eso es lo que uno ha visto a través de los años”, explica.
Una vez identificado el caso, en el Cesfam o en el hospital, el equipo de Chile Crece Contigo se encarga de recabar información y notificar al Juzgado de Familia pertinente para que ordene una medida de protección. En esa búsqueda generalmente surgen otras pistas que sugieren que el bebé está en riesgo: padres con antecedentes delictuales o con hijos previos que no están a su cargo. Ese esquema es el que funciona en toda la red pública a nivel nacional.
Tras el parto en el hospital, algunas de esas mujeres abandonan al recién nacido. Otras se quedan, pero son los tribunales de Familia los que decretan que el menor debe quedar hospitalizado. “Ya no es solo el consumo de marihuana, eso ya es más habitual para nosotros. Pero que se incorpore otro tipo de drogas ha sido bastante frecuente, principalmente cocaína y pasta base es lo que nos encontramos acá”, apunta Elizabeth Leyton desde Curicó.
El Hospital San Pablo de Coquimbo fue el otro recinto que aportó detalles sobre estos casos. Allí las cifras son alarmantes. Un 78% de las madres tenía “problemáticas con droga”, según detallaron en la respuesta por transparencia. De acuerdo al cirujano pediatra Jaime Bastidas, el aumento de casos de madres consumidoras de drogas ha sido notorio y, al igual que en Curicó, se dan principalmente por pasta base y cocaína. Esos bebés, explica el doctor, nacen con síndrome de abstinencia y deben quedar hospitalizados en la UCI Pediátrica. “Empiezan con temblores y pareciera que están convulsionando. Y cuando les hacen exámenes se encuentran que en el fondo no son convulsiones, sino que es parte de un síndrome de abstinencia”, explica Bastidas.
Los recién nacidos con pasta base o cocaína en su organismo son medicados y luego paulatinamente les van quitando los remedios, para desensibilizarlos. Pero no hay cura para este síndrome, explican los médicos, y sus pequeños cuerpos deben transitar por la abstinencia como lo haría un adulto en rehabilitación. “De repente es largo ese proceso, demora semanas”, acota el doctor Jaime Bastidas. “Y hay que tener mucho ojo, porque el síndrome de abstinencia en los niños puede dar convulsiones y ahí es cuando pueden tener daño neurológico. Por eso rápidamente hay que empezar con medicamentos, con relajantes musculares, y quedan en la UCI pediátrica para controlar”.
Mientras los recién nacidos están hospitalizados, el equipo de Chile Crece Contigo tramita el recurso de protección en el Juzgado de Familia. Pero las medidas impuestas por la justicia no siempre llegan a tiempo. En 2018, el Hospital San Pablo de Coquimbo debió dar de alta a un bebé con su madre, a pesar de que la mujer tenía un consumo problemático de drogas, porque la medida de protección no alcanzó a llegar.
El doctor Bastidas explica la situación con un dejo de frustración: “Como el niño era sano y estaba su madre, se fue con ella (…) En algunos casos uno inventa. Si la cosa se ve mala, en el sentido de que la mamá efectivamente es consumidora, no está en condiciones y no aparece nadie, nosotros inventamos que el niño tiene que quedar hospitalizado por un par de exámenes, hasta que tengamos el recurso, pero no es lo habitual. Si la mamá pide el alta, nosotros no tenemos ninguna facultad para retener a ese niño”.
Una familia temporal
Las familias de acogida son una de las tres alternativas que los Juzgados de Familia toman para derivar a los recién nacidos que quedan sin cobijo en los hospitales. Son familias que no poseen un lazo sanguíneo con la guagua abandonada, pero se ofrecen para recibirlo temporalmente mientras se resuelve su futuro. El tiempo que permanecerá el bebé con esta familia dependerá de cuánto demore el tribunal en resolver su adopción o su regreso a la familia biológica. Una abuela, una tía u otro familiar en condiciones de cuidarlo.
The Clinic conversó con Carmen (su nombre original fue cambiado para resguardar su identidad) quien cumple el rol de familia de acogida. Lleva un año y tres meses a cargo de una pequeña que llegó con 45 días de vida a su hogar. Sin embargo, esta no es su primera experiencia. Anteriormente tuvo a otra menor durante dos años y medio. Tuvieron que pasar seis meses para que tomara la decisión de volver a recibir una guagua, debido al impacto emocional que sufrió tras entregar a su primera hija acogida.
El doctor Eduardo Jaar asegura que la familia de acogida debe tener un apoyo psicológico mientras vive esa experiencia y también después de entregar al menor a su nueva familia: “Mientras estén acogiendo un bebé deben estar yendo al mismo tiempo a un especialista calificado con experiencia que los ayude a enfrentar esa situación. ¿Por qué? Porque no es difícil recibir un bebé y quererlo, eso se da naturalmente. Lo difícil es la separación”.
“Ese apoyo psicoterapéutico no existe en Chile y no existe en ningún país del mundo. Los países más desarrollados a veces tienen apoyo psicológico para las familias adoptivas, para que la integración del niño resulte. Pero todavía no encontramos apoyo psicológico para la familia de acogida temporal, que es lo más difícil”, sentencia.
En relación al vínculo que se genera con la guagua y lo difícil que será dejarla ir con su nueva familia, Carmen comenta que intenta no pensar en eso, pero al mismo tiempo su intención es que se vaya lo antes posible: “No por mí, sino que por ella, porque mientras más grande, más difícil después cortar el vínculo. Porque ella empieza a tener mucha más noción de su situación, de con quién está y le va a costar entender. Cuando se vaya le va a dar pena. Y por mí que no sufriera ni un día. Por mí que se fuera con los papás para siempre y que cuando llegue ese día fuera pura felicidad y no me extrañara”.
Cuando amigas o conocidos le preguntan si le gustaría adoptar a su hija de acogida con quien vive actualmente, ella siempre responde lo mismo: “Por mí yo la cuidaría toda la vida. Pero tengo súper claro que esta es una etapa de transición”.
“Yo después de hacer esto, no me imagino sin hacerlo. Me alegran la vida. Soy mucho más feliz desde que lo hago. Desde que tengo la posibilidad de entregar ese amor. Y el amor que te dan ellas es una incondicionalidad. Que se te acurruquen es impagable. Mientras me dé la fuerza, espero seguir haciéndolo”, reflexiona Carmen.
Cuando llegue el momento de la separación, Carmen sabe que sufrirá, pero también tiene la certeza de que podrá recomponerse, tal como lo hizo la primera vez: “Voy a tener las herramientas suficientes para salir. Y si me muero de pena, me moriré de pena y me armaré de nuevo. Y si no la puedo ver después, viviré con ese dolor el tiempo que dure. Pero ellos no tienen las herramientas aún. Yo iré al psiquiatra, me darán fármacos, no tengo idea, pero tengo las herramientas o las voy a tener o las voy a buscar. Y voy a salir de ahí. Tengo la convicción de que voy a salir de ahí. Pero ellos no. A ellos les puede marcar la vida para siempre”.
Desde el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia (ex Sename) les entregan en promedio $134 mil a las familias de acogida para que puedan sustentar gastos básicos mientras están a cargo del menor. En el caso de Carmen, le entregan tarjetas —gift cards— por un valor de $200 mil mensuales para pañales, comida, aseo personal y limpieza. Además, le envían la leche especial que necesita su hija acogida, ya que nació prematura. De forma trimestral también le facilitan dinero para ropa y calzado.
Residencias repletas
El colapso en los hogares y residencias de menores no solo es una situación que afecta al norte del país. Los centros cuentan con un límite de vacantes que en ocasiones se sobrepasa por el elevado número de menores que deben ser trasladados desde los hospitales por determinación de los tribunales de Familia.
El médico psiquiatra y psicoanalista, Eduardo Jaar, ha sido testigo de este problema: “Yo sé que los hogares —y estoy cerca de algunos de ellos— tienen mucha demanda. Fueron construidos para 15 niños, y les ponen 16, les ponen 17, los obligan, y les ponen 18. Y los programas de familia de acogida temporal no dan abasto. No pueden cubrir todos los casos que se necesitan y por tanto el niño llega a la institución”.
La Fundación Abrázame organiza a voluntarias que van a las residencias a entregar apoyo a los bebés que están ahí por orden de un tribunal. Su directora ejecutiva, Cecilia Rodríguez, comenta que dentro de las residencias normalmente hay 15 guaguas y cada cuidadora se encarga de cinco, pero esto se está intentando cambiar, porque “hay una nueva resolución, que no tengo claridad todavía cuándo va a partir, que va a exigir una (cuidadora) por tres (guaguas). Y aún así no va a ser suficiente”.
La gestión de camas es otro de los problemas que existen en los hospitales. Debido a la alta demanda de estas, en algunos recintos deben derivar a los menores a hospitales de menor complejidad para que esperen la resolución del tribunal de Familia y así poder zanjar su futuro. The Clinic identificó que, en los últimos siete años, al menos cinco hospitales han derivado recién nacidos a otros recintos de salud.
El Hospital Dr. Gustavo Fricke de Viña del Mar derivó a ocho recién nacidos, seis al hospital de Quilpué y dos al de Quillota. Desde el recinto indicaron que el hospital “es el establecimiento de mayor complejidad de la red asistencial del Servicio de Salud Viña del Mar – Quillota – Petorca, por tanto, los pacientes pueden ser derivados a otro recinto en relación a su estado y evolución clínica, recibiendo los cuidados progresivos acorde a su condición”.
Los hospitales San Camilo de San Felipe y el San Juan de Dios de Curicó derivaron cada uno por su parte a un menor a los hospitales San Juan de Dios de Los Andes y al de Molina, respectivamente. En el Hospital Regional de Temuco, el año pasado derivaron a dos recién nacidos al Hospital de Nueva Imperial, ubicado en Cautín, Región de la Araucanía. The Clinic consultó a este último recinto sobre el destino de ese menor, sin recibir respuesta.
En el caso del Hospital de Coquimbo, en 2022 una guagua abandonada en sus dependencias fue trasladada al Hospital Regional de Antofagasta, ya que su bisabuela paterna residía en esa ciudad y ella fue la elegida por tribunales para cuidarla. Al cierre de este reportaje, el Hospital de Antofagasta no había contestado las consultas de The Clinic en relación a qué sucedió finalmente con el bebé.
A raíz de estos problemas, el apoyo de las fundaciones con voluntarias que asisten periódicamente a residencias para visitar a los lactantes es trascendental, pensando en la formación de estos y el apego que requieren desde que son pequeños.
“Siempre faltan manos”
En 2014, un reportaje de la Revista Paula visibilizó el drama que vivían las guaguas abandonadas en hospitales públicos. A raíz de ese artículo, un grupo de voluntarios comenzó a organizarse para ir en ayuda de los menores alojados en residencias. Así nació la Fundación Abrázame en 2015. Ese programa de voluntarios se transformó legalmente en una fundación dos años después, luego de una pausa obligada: en 2016 el Sename prohibió el ingreso de todas las personas externas a las residencias, tras el escándalo que estalló por la muerte de Lisette Villa —una menor de 11 años que murió asfixiada por sus cuidadoras en medio de una crisis emocional.
De los 300 voluntarios que participan hoy en la fundación, solo dos son hombres. En esta crisis, la mujer es la protagonista. Son en su mayoría mujeres solas las que abandonan a sus hijos en los hospitales. Son mujeres también las que asumen los cuidados cuando la madre no existe: abuelas, tías, hermanas, cuidadoras.
Cecilia Rodríguez, directora ejecutiva de la Fundación Abrázame, explica que el motivo de que las voluntarias sean prácticamente solo mujeres, se debe a que hasta hace poco eran las residencias las que prohibían el ingreso de hombres: “Antes en los hogares dejaban solo entrar mujeres. En los hogares de todo rango etario, desde los 0 a los 18 años, siempre fueron mujeres. Hace más o menos dos años que algunos hogares —y no todos, los de guaguas siguen siendo solo mujeres— dejan entrar hombres, sobre todo los de adolescentes. Porque es súper importante la figura masculina para un adolescente”.
“También pasa mucho que los hombres no se ven tocados por esta realidad. Cuando hemos hecho las últimas convocatorias, han postulado más de 2.000 personas para 80 cupos y de todos los postulantes 10 son hombres, con suerte”, sentencia la directora de la fundación.
Actualmente las voluntarias de la Fundación Abrázame están presentes en 22 residencias a lo largo de Santiago, la Región de Valparaíso y la de O’Higgins. Las postulaciones para participar se abren una vez al año y el proceso para analizar si la postulante es apta es estricto, porque la tarea es delicada. Deben comprometerse a asistir a la residencia que les sea designada, durante un año, como mínimo cuatro horas al mes.
Durante esas visitas, las voluntarias se dedican a tomar a los lactantes en brazos, estimularlos a través del juego, acompañarlos con la alimentación, hacerlos dormir y asistirlos durante el tiempo que estén en la residencia. “Siempre faltan manos”, afirma la directora.
The Clinic conversó con tres voluntarias de la Fundación Abrázame, que asisten a dos centros ubicados en Ñuñoa que reciben guaguas derivadas desde hospitales.
Gabriela Concha (44), madre de dos hijos y voluntaria de la fundación desde enero de este año, cuenta que parte de la rutina es levantar a las guaguas de sus cunas para ejercitar sus cuellos y también los acuestan boca abajo, para que puedan ejercitar su espalda y tener mayor movilidad. “Tú no puedes hacer nada para cambiar su pasado. Su futuro también es incierto, ojalá que sea el mejor, pero lo que está en nuestras manos hoy en día es que ese rato que estamos con ellos sea lo mejor posible”, afirma Gabriela.
Bárbara Dintrans, dentista de profesión y parte de la fundación hace casi tres años, relata que en una semana puede llegar a ir cerca de 12 horas a la residencia a visitar a los menores. “Las voluntarias cumplimos un rol fundamental en que los bebés se sientan importantes y únicos”, reflexiona.
El compromiso en ellas es rotundo. Francisca Cáceres (24), psicóloga clínica y profesora de yoga que se integró a la fundación a principios de este año, cuenta que comenzó a trabajar con un horario flexible que le permite poder asistir a la residencia más veces del mínimo que exigen desde la fundación: “Yo creo que después con un trabajo más estable, más formal, va a ser difícil estar más tiempo con ellos, entonces ahora que estoy empezando quise dejarme el tiempo para eso”.
A pesar de que las tres voluntarias reconocen que la mayoría del tiempo son felices haciendo esta labor, también les ha tocado vivir momentos difíciles. En el caso de Francisca, ese momento vino cuando vio que una de las cunas donde duermen las guaguas estaba vacía. “Pensé que la estaban bañando o mudando”, recuerda. Pero cuando le preguntó a una de las educadoras, le contestaron que la menor había vuelto con su familia esa mañana.
“Me dio tanta pena ver la cuna vacía. No estaban sus cositas, sus peluches. Yo creo que no hay día que no me acuerde de ella y me pregunte si estará bien con su familia, si la familia habrá aprendido, si habrá servido la intervención’”, sostiene con tristeza.
En este sentido, la voluntaria Bárbara Dintrans también asegura que lo más difícil es el duelo que sigue después de que el menor deja la residencia. Los sentimientos se mezclan: “Es una felicidad muy grande (que adopten al menor), pero que a uno le duele, es extraño hasta explicarlo. Como que uno se siente hasta culpable. ¿Por qué tengo pena si estoy viviendo una situación muy feliz? Y digo ‘ojalá que esté bien, lo echo de menos, me gustaría saber cómo está’. A veces uno sabe y otras, nunca más”.
A pesar de las cosas negativas que tiene el encariñarse con las guaguas, Francisca asegura que es importante poner por delante el bienestar de ellos: “Cuando empecé a trabajar con niños me daba un poco de susto, porque uno se va encariñando, pero lo empecé a ver por otro lado, desde el lado no egoísta. No por sentir dolor o tristeza, voy a privarlos a ellos de una buena experiencia”.
La directora ejecutiva de Fundación Abrázame, Cecilia Rodríguez, afirma que constantemente están recibiendo peticiones para que la organización llegue a las residencias lejos de la capital. En otras latitudes del país aún no existen organizaciones tan masivas, pero sí voluntarios que buscan sanar las carencias de estos bebés.
En el Hospital San Pablo de Coquimbo existen las llamadas “damas de colores”, un grupo de voluntarias compuesto por adultas mayores que hacen colectas con el fin de ayudar a los pacientes de distintas unidades del recinto. El nombre del grupo se debe a los vestidos de un solo color que utilizan dependiendo del área del hospital al que ayudan. Jaime Bastidas, cirujano pediatra del hospital comenta que este grupo “se preocupa de traer pañales, que es lo que más se necesita. Habitualmente empiezan a pedir ropita de algún niñito, de algún hermano, de algún hijo, que ya no esté ocupando y empiezan a llegar las cajitas con ropa de regalo para las guagüitas”.
En Curicó está ad portas de iniciarse un programa especial e innovador, en el que planean abrir las puertas de la Unidad de Neonatología para que voluntarias previamente capacitadas puedan interactuar con las guaguas recién nacidas dentro del hospital. El programa apunta principalmente a las guaguas que no tienen a ningún familiar y necesitan que los tomen en brazos, les den sus mamaderas y reciban algo del cariño que les fue negado.