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Poder

19 de Octubre de 2012

Los muertos de la Garra Blanca

La Garra Blanca hoy está que explota por la guerra declarada entre La Coordinación y Los Spectro, dos grupos que se disputan su control. Ya van dos muertos: uno que claramente fue asesinado por esta pelea y otro, cuya investigación está tan enredada que el gobierno quiere usarla para reformar el sistema penal. Esta es la historia del primer fracaso de Estadio Seguro, el plan que convirtió el Estadio Monumental en un campo de batalla.

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Para el miércoles de la semana pasada, los bombos de la Garra Blanca llevaban 193 días sin sonar. El plan Estadio Seguro -impulsado desde el ministerio del Interior- los anuló por decreto. Pero en el funeral de Claudio Lincaqueo, en el Jardín Sacramental, no había quién los prohibiera. Lincaqueo, de 28 años y miembro de La Coordinación -el grupo que hoy controla la barra brava-, fue acribillado en una emboscada en Macul tras el partido entre Colo Colo y la Universidad Católica.

En la despedida de Lincaqueo -que fue tranquila, sin incidentes- cerca del bombo se encontraba Paulo Rigo, El Fido, el nuevo líder de la hinchada. Rigo viajaba en el mismo auto que Lincaqueo la noche del atentado. Él tuvo más suerte: sólo le llegó un tiro en el hombro derecho.

En el funeral no se pidió venganza; sólo justicia. Algo que tardará, porque aunque la fiscalía dice tener identificado al culpable del homicidio, el caso está lejos de resolverse. Al comienzo, todas las pistas apuntaban a un ajuste de cuentas entre grupos rivales de la Garra Blanca, en venganza por la muerte del hincha Francisco Figueroa Muñoz, el Mero Mero, un garrero de 27 años asesinado en Rancagua el 15 de julio. La investigación señala que los asesinos del Mero Mero son tres miembros de La Coordinación de la barra. Figueroa Muñoz pertenecía al grupo contrario: los Spectros.

Sin embargo, toda la hipótesis que explicaba el homicidio de Lincaqueo pareció derrumbarse cuando el imputado en la muerte, Pablo Ávila Méndez, se declaró hincha de la Universidad de Chile y atribuyó todo a rencillas anteriores. Su versión no es clara, como tampoco lo era su situación procesal hasta el martes: dos juezas de garantía lo dejaron libre por encontrar que la investigación del Ministerio Público había sido poco prolija, con actuaciones ilegales. Y el fiscal a cargo, Felipe Sepúlveda, también tiene dudas. Como sea, Ávila el martes quedó preso por orden de la Corte de Apelaciones.

El único que parece estar claro es el nuevo líder de la Garra Blanca. Rigo, El Fido, no vacila en culpar a Los Spectros, la facción a la que pertenecía el hincha muerto en Rancagua:
-El inculpado está encubriendo a los verdaderos asesinos –dice.

Los dos asesinatos -ambos cometidos en un período de tres meses- han colocado a la Garra Blanca en el centro de la mira del plan Estadio Seguro. Interior ha tomado a los colocolinos como caballito de batalla en la lucha por erradicar la violencia de los estadios. Cristián Barra, el controvertido jefe del plan, ha dicho que quiere “dar un ejemplo a los otros clubes”. Sin embargo, en el mundo del fútbol varios aseguran que las medidas sólo han significado el comienzo de una guerra civil en la Garra. Rigo es uno de los que lo sostiene. El comportamiento de los hinchas dentro y fuera del estadio, dice él, no es más seguro que antes. Las dos muertes en algo le dan la razón.
Ahora que la sangre llego al río por segunda vez, la historia de esta pelea por el liderazgo en la Garra Blanca empieza recién a conocerse.

LOS SPECTROS
16 de marzo de 2011. Colo Colo disputa frente a Santos de Brasil un partido por la Copa Libertadores. Un gol del equipo carioca en los primeros minutos pone tensa la situación en la cancha. En las graderías, la cosa no es muy distinta: estalla una pelea entre dos grupos de hinchas de la Garra Blanca y se desata el caos. Los barristas de San Gregorio se enfrentan a los del paradero 38 de La Florida. Los encargados del orden -todos miembros de la Coordinación de la barra- tratan de calmar las amenazas. Pero nada sirve. En eso están cuando otro “piño” entra en la pelea: Los Spectros, de Peñalolén. Su líder, El Rucio, saca una cortapluma con dos puntas y empieza a tirar cortes al aire, defendiendo a los del paradero 38 y amenazando a los mandamases de La Coordinación. La pelea acaba sin heridos, pero con un quiebre en la barra.

Los Spectros y La 38 no volvieron más al Sector Norte del Monumental, donde tradicionalmente se ubica la Garra Blanca. Partieron a la gradería Galvarino y desde allí conformaron una disidencia al liderazgo de Francisco Muñoz, el Pancho Malo. La pelea, sin embargo, fue sólo la causa mediata de esta disputa. El problema de fondo eran las posiciones enfrentadas sobre cómo dirigir a la barra. Según Paulo Rigo, los conflictos con Los Spectros tenían que ver con la forma en que ellos se comportaban en el estadio.

-Había cogoteos con cuchilla, se aspiraba neoprén, era horrible. Mucho hueón curado, mucha distorsión… para algunos, allí empezaba el carrete. Ellos quisieron traer la calle al estadio, pero nosotros somos barristas y allí imperan los códigos de la barra. En el estadio te tení que comportar, no podí ocupar el espacio de otro. Adentro hay que respetar la antigüedad. Acá no tení que ser ni choro ni flayte para estar, te tiene que gustar cantar no más. Por eso los corrimos y ahí ellos se quisieron tomar el poder.

A Los Spectros no les fue difícil encontrar aliados. Jonathan Arenaldi, un ex garrero preso por tráfico de drogas, se les unió. Según cuentan los nuevos líderes, Arenaldi se enemistó con la barra luego que la Coordinación se negara a mandarle a la cárcel un sueldo con las entradas que ellos vendían partido a partido. Otro que encajó en este grupo disidente fue Rubén Olea, el hincha que aparece junto a Pancho Malo en la foto con el dictador Augusto Pinochet. La enemistad entre ellos habría surgido por problemas personales.

El 22 de mayo, dos meses después de la pelea en el estadio, Los Spectros y La Coordinación se volvieron a enfrentar. Esta vez fue en el control policial de la carretera 5 Sur, a la entrada de Chillán. Ambos bandos llegaron hasta allí de madrugada para comprar las entradas, y apenas se vieron comenzaron las agresiones.

-El Rucio con el Mero Mero fueron los dos primeros que venían y nos empezaron a gritar: “¿Dónde están? Los vamos a matar”. Llegaron a dos metros de nosotros y dos amigos se tiraron sobre ellos. Ambos salieron corriendo por una parcela y dejaron a su grupo tirado. Se armó una batalla campal. Las fuerzas especiales se subieron al bus y los otros carabineros de la comisaría se guardaron. Esa pelea la perdieron Los Spectros y fue suficiente para dar por superado el tema –recuerda Rigo.

En la pelea, varias camionetas en las que se desplazaba La Coordinación de la barra quedaron destruidas. Los líderes necesitaron dinero para repararlas. Los mail que hace un par de semanas se conocieron entre Pancho Malo y Osvaldo Jara, ex jefe de seguridad de Colo Colo (y que depende de Blanco y Negro) dan cuenta de eso: “Quería solicitar a usted si es posible tener ‘la encuesta’ de junio este miércoles, ya que en la gresca de Chillán dos camionetas nuestras sufrieron daños y debemos responder”, escribió el ex líder de la Garra Blanca.

Después del enfrentamiento, algunos miembros de Los Spectros siguieron en Galvarino; otros, simplemente no volvieron al estadio. Los actuales líderes de la Coordinación dicen que la barra se limpió y volvió la familia. Un año después, la crisis deportiva del club y la aplicación del plan Estadio Seguro, sin embargo, reactivaron a la disidencia.

La inconformidad de los hinchas con los malos resultados desencadenó una serie de manifestaciones contra la dirigencia de Blanco y Negro, concesionaria de Colo Colo, y los jugadores del plantel. El clímax de las protestas fue luego de la derrota por 5 a 0 en el clásico con Universidad de Chile, cuando varios barristas invadieron una práctica del equipo.

-La gente se coordinó por las redes sociales para ir a funarlos. Cuando vimos que iba a ser masivo, decidimos con el Pancho (Malo) ir a leer una declaración pública. Pero un grupo se pasó a la cancha y se desbordó. Álvaro Romero, el gerente general de Colo Colo, le pidió al Pancho que los controlara, pero después nos enteramos que nos denunciaron por allanamiento de morada. Ahí nos prohibieron la entrada al estadio -cuenta Rigo.
Con los líderes fuera de la barra, la disidencia vio una oportunidad para tomar el control. Días antes de esta prohibición, La Coordinación le había advertido a Gonzalo Díaz del Río, el también cuestionado coordinador de seguridad de la intendencia metropolitana, que si ellos no ponían atajo a las amenazas de Arenaldi, Olea y Los Spectros la cosa no iba a terminar bien para ningún bando: “Si no es hoy va a ser mañana, pero usted un muerto va a tener”, le dijo Rigo a Díaz del Río durante el clásico. A la semana siguiente, el 15 de julio, tres miembros de la actual dirigencia mataron a Francisco Figueroa Muñoz, el Mero Mero, uno de los líderes del bando opositor.

EL MERO MERO

La policía encontró al Mero Mero sobre un charco de sangre. Tenía 12 puñaladas en distintas partes del cuerpo: tres en el tórax, una en el abdomen, dos en la pierna izquierda y seis en la derecha. Su autopsia dice que falleció por anemia aguda en el antejardín de una casa, a pocas cuadras del estadio El Teniente, donde Colo Colo disputaba un partido con O’Higgins de Rancagua.

La investigación por su muerte hoy tiene a tres barristas imputados por homicidio, todos de la Coordinación de la Garra Blanca: Jorge Silva Delgado (el Bruja), Alejandro Ñanco Carrasco (el Ardilla), y Luis Vega Barrientos (el Pelao).

La carpeta de la fiscalía contiene al menos seis declaraciones de testigos protegidos que arman una historia pormenorizada sobre las motivaciones del asesinato. Según este relato, ese día el Mero Mero partió a Rancagua con tres amigos más. Como ninguno tenía entradas, se quedaron dando vueltas por el perímetro del estadio. En una de esas caminatas vieron a los dirigentes de la Garra Blanca, que estaban sobre una gradería que tiene vista a la calle.

Desde allí, ambos grupos comenzaron a insultarse. Las declaraciones dicen que el Mero Mero habría iniciado la pelea: “¡Son unos perkines del Pancho Malo, perros bastardos, hijos de perra! ¡No estamos ni ahí con los líderes de la Garra Blanca, se les fue el papi, ya les queda poco tiempo, porque les vamos a quitar la barra!”, les dijo. Del otro lado, respondieron con otras amenazas: “¡Mero, te vamos a matarte, longi culiao!”. La pelea no debía pasar de insultos, pero en el entretiempo del partido los tres imputados por el homicidio salieron del estadio y se encontraron frente a frente con el grupo del Mero, a quien persiguieron y apuñalaron hasta matarlo.

El homicidio movilizó a la Garra Blanca y desató un asedio policial. Dos de los testigos protegidos involucraron al Pancho Malo como uno de los homicidas. Hasta ahora, sin embargo, las versiones encontradas en las declaraciones no han podido acreditar fehacientemente su participación. El fiscal Pablo Muñoz, que lleva la causa, sólo ha dicho que esa arista aún es materia de la investigación, pero que Pancho Malo no es un imputado en la causa.

Los líderes de la barra aseguran que el Pancho Malo no tuvo nada que ver en la pelea y que sólo se enteró que ésta había ocurrido cuando salió del estadio a entregarle unas llaves de una camioneta a uno de los choferes. Allí, la policía le informó de la muerte del hincha y se lo llevo a un cuartel para declarar.

-Es lamentable que esto terminara con un muerto, pero cuando estás en esto y hay conflictos, uno sabe que se está expuesto a algo así. Si te vienen a quitar algo o a agredir uno se defiende. Uno tiene que aceptarse como es. Yo soy barrista. Soy más radical, más pasional, me gusta cantar. Al Mero Mero le tocó perder, pero podría haber perdido otro -cuenta un miembro de La Coordinación, que prefiere no dar su nombre para evitar discriminación en su trabajo.

A la semana del asesinato, la barra se reestructuró y Pancho Malo dio un paso al costado. Pese a eso, durante el funeral del Mero Mero las amenazas en su contra continuaron: “¡Pancho Malo y la conchetumare, te vamos a matar!”, decía un amigo del fallecido garrero e integrante del grupo de Los Spectros, mientras iban camino al cementerio. Por eso, cuando hace dos semanas se supo del fallecimiento de Claudio Lincaqueo y del baleo a Paulo Rigo, los nuevos mandamases de la hinchada, todas las miradas apuntaron a este grupo. El caso, sin embargo, hoy es una bolsa de gatos.

ACRIBILLADO EN LA AUTOPISTA

Para la Coordinación de la Garra Blanca no hay dudas que este fue un ajuste de cuentas de parte de Los Spectros. La sucesión de hechos que hace Paulo Rigo, el líder de la barra, es la prueba más certera que manejan. Según su relato, ese día, él junto a Claudio Lincaqueo terminaron tomando cervezas en el bar Teppys Shop, luego del triunfo de Colo Colo sobre Universidad Católica. Cerca de las seis de la tarde, partieron a dejar a un conocido que vivía en las calles Grecia con Ictinos, en Peñalolén. La zona es territorio del grupo opositor a la Coordinación de la Garra Blanca y queda a tan solo cinco cuadras de la casa donde vivía el Mero Mero.

Allí estuvieron hasta las 22:30, cuando tomaron Américo Vespucio en dirección a La Florida. Al llegar a la salida de Las Torres los balearon.
-Sentimos un piedrazo en el pickup de la camioneta. Vi el vidrio quebrado y sentí caliente el hombro. Luego sentimos nuevamente los piedrazos. Al tomar la curva, el Claudio se desvaneció y chocamos con una casa. Ahí recién caché que nos habían disparando. Esto se reactivó con la muerte del Mero, hay que ser hueón para no darse cuenta que esto viene desde Los Spectros –acusa Rigo.

Al día siguiente de la emboscada, la PDI estableció que Pablo Ávila Méndez era el culpable del crimen. Los videos de la autopista lo delataron. La historia que él cuenta, sin embargo, echa por tierra la hipótesis del ajuste de cuentas de bandos enfrentados de la Garra Blanca, porque Ávila es hincha de la Universidad de Chile.

Según la versión de Ávila –aunque es una confesión objetada judicialmente-, ese día regresó de la casa de sus padres en Peñalolén a Santiago Centro, donde vive. Cerca de las diez de la noche recibió un llamado de Rodrigo Córdova, un amigo que le comentó que tres líderes de la Garra Blanca estaban bebiendo frente a su casa. Luego de la conversación, Ávila dice haber tomado una pistola y regresado en auto a Peñalolén a recoger a Córdova. Acechó a los barristas hasta que éstos se movilizaron y luego los siguió para dispararles. Sobre las motivaciones, su explicación raya en lo absurdo. Ávila Méndez habría atravesado tres comunas alentado sólo por la idea de asustar a sus víctimas, porque hace un año tuvo un problema con un miembro de la

Coordinación que hoy no es capaz de identificar. La versión que da Córdova cruza esa raya: asegura que sólo querían robarles un gorro y un polerón.
Para el fiscal Felipe Sepúlveda, este caso aún está lejos de resolverse. Dice que aún no se ha descartado que esto sea un ajuste de cuentas entre Los Spectros y la Garra Blanca, y que eso se deberá probar con los peritajes telefónicos que aún no encargan. A más de dos semanas, la causa sigue sin movimientos.

Mientras tanto, los líderes de la barra colocolina buscan responsables de fondo. Para ellos, el gran culpable es Estadio Seguro. Se quejan que ninguna autoridad les consultó cómo funcionaba la barra antes de intervenirla. De haberlo hecho, dicen, se habrían dado cuenta que el enemigo no es la
Coordinación, sino que los delincuentes que quieren traer los códigos de la calle al estadio.

-Todos queremos un estadio seguro, nadie quiere el caos. Nosotros no vamos al estadio a pelearnos con nadie. Vamos a cantar y después pa’ la casa. Pero la autoridad no supo eliminar la violencia sin pasar a llevar el espectáculo. El gobierno quiere que el Sector Norte sea un lugar más del estadio, pero eso no sucederá, porque allí está la barra. Si el día de mañana perdemos esta lucha, alguien más la va a tomar, porque la Garra Blanca no morirá nunca –dice Rigo.

La pelea en la Garra Blanca no sólo es interna. También con la autoridad. En esta lucha del gobierno contra las barras, ya se han registrado varias batallas y provocaciones. Hace algunas semanas, la intendenta Cecilia Pérez -quien denunció haber sido amenazada de muerte por los barristas- le sugirió a Blanco y Negro modificar el sector donde se ubica la barra, para seguir recibiendo los partidos de la selección nacional. También, que había que borrar un mural que hay dentro del estadio que dice: “La famosa, la gloriosa Garra Blanca”. A tal punto ha llegado la intervención, que el domingo pasado –ya sin bombos ni pirotecnia- la barra fue dividida por una reja que pasa por el medio de la gradería. Pero la pelea se viene dura. Los barristas ya anunciaron nuevas protestas y manifestaciones. Hace poco sacaron un comunicado. En él advierten: “La paciencia no es eterna… con la Garra no se juega”.

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