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Opinión

27 de Junio de 2013

Mis Pasos Perdidos…

O los recorridos de un cronista presunto en el contexto de acciones prerrevolucionarias que determinarían un cambio cualitativo de la situación política, por decir algo sonoro. El asunto comienza de la siguiente manera: llamo al Japy, un alumno de pedagogía en inglés que es colaborador nuestro en el Taller Buceo Táctico, y además sanantonino, para […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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O los recorridos de un cronista presunto en el contexto de acciones prerrevolucionarias que determinarían un cambio cualitativo de la situación política, por decir algo sonoro. El asunto comienza de la siguiente manera: llamo al Japy, un alumno de pedagogía en inglés que es colaborador nuestro en el Taller Buceo Táctico, y además sanantonino, para que me haga algunas clases de inglés instrumental. En realidad se llama Javier, pero le dicen Japy (o Happy) por su personalidad expansiva y abierta, y por su fino humor levemente seductor.

El Japy me invita a una olla común en pedagogía de la UPLA. Están en proceso de toma, me comenta. Decido ir a almorzar con esa incertidumbre. Al llegar allá nuestros icónicos encapuchados han comenzado a operar; compruebo que a nivel vestimentario, para no decir de moda, están más formateados, que la capucha no es cualquier pañuelo improvisado y que el armamento, fundamentalmente armas arrojadizas, resorteras y hondas clásicas, son más verosímiles. Me ubico en la puerta de la universidad y le pincho al Japy para que me venga a buscar. En la puerta se juntan algunas alumnas temerosas de los acontecimientos, un chico con capucha nos pide que despejemos el área de la entrada para que ellos puedan movilizarse con más facilidad.

Mi amigo, cuya presencia es todo un rompe filas, llega a buscarme y me conduce hacia una sala que ya estaba siendo adaptada como espacio habitacional. El Japy y yo nos pusimos a pelar papas y a compartir con algunas compañeras, mientras tanto algunos ubicaban las colchonetas para pernoctar y una pareja jugaba ajedrez. Una comadre (compañera, mejor dicho) que parecía dirigenta me comenta que hay contradicciones entre los estudiantes, diferencias que tenían que ver con las orientaciones y procedimientos de lucha del movimiento. Concluimos que se trata de una diversidad necesaria para la dinámica del movimiento.

Otra chica que estaba con nosotros nos dice que no había gas para cocinar y que también faltaba una olla. Fuimos a la búsqueda de aquellos elementos, yo suponía que podíamos usar incluso el fuego de las barricadas y cocinar en el patio de la universidad. Al intentar bajar por una de las escaleras nos percatamos que estaba tapiada por sillas para evitar el ingreso de los pacos, por lo que tuvimos que devolvernos y buscar otra alternativa para bajar al primer piso. Paralelamente se empezaban escuchar las sirenas y el estallido de las lacrimógenas. Como mi aspecto ya no es el de un estudiante preferí decirle al Japy que nos veíamos en otra ocasión, que por un tema de diseño escénico optaba por irme del lugar. Por algo así como respeto por la especificidad. Afuera comenzaban a estallar las lacrimógenas, esas que alientan mi asma y la alergia (el otro asmático es el Che, pero uno no puede compararse con el asma heroica), tampoco tengo pasta de histéricos de las grande épicas, aunque las apoye, me refiero a las escenas patéticas de los apoyadores de causas y que mercadean con eso. Hubiera querido hablarles del taller que haré el próximo semestre, pero no se daban las condiciones para eso.

Crucé un área humeante hasta otro edificio, en donde me encontré con una amiga que había sido desalojada del edificio anterior. Con ella formamos parte de un equipo de trabajo que debe organizar en el encuentro de Pueblos Abandonados. Luego de comentar lo comentable, me llevó en su auto al centro de la ciudad que acá llaman plan. Esto fue el martes. El miércoles fui a otra universidad, que queda a una cuadra de la otra, la de Valparaíso, a ver a un miembro activo del Taller Buceo Táctico que estudia gestión cultural y turismo, y que además es cocinero. Ellos también están en proceso de toma. Aquí el proyecto es darle a la misma un sentido de productividad académica o al menos formativa, por eso me proponen un taller de crónica y movimiento social. También me conecto con unos cabros que están haciendo un huerto orgánico y me comprometo a conseguirles semilla de quinua con mis amigos antropologastrónomos. Por otro lado, con un grupo de trabajo audiovisual, decidimos hacer una película de docuficción en formato precario, anti Corfo.

Y el jueves, el día de la marcha, antes de ir al Parque Italia, en donde iba a ser la parte central de la manifestación, me fui a tomar desayuno a una fuente de soda, de esas antiguas, en Bellavista. Mientras desayunaba terminaba un artículo odioso para una revista de bajo perfil; el ambiente estaba enrarecido. Y justo por esa calle un piquete de estudiantes, buscando la ruta histórica de las marchas, se mete por esa calle y se enfrenta directamente con los pacos frente al local. El encargado y los garzones cerraron las cortinas y en un segundo se llenó de gas lacrimógeno el local. Tuve que meterme al baño a mojarme la cara. Con el encargado subimos a un segundo piso a presenciar los acontecimientos, teníamos a nuestra disposición varios focos de atención: unos eran los enfrentamientos directos entre manifestantes y pacos, por otro lado los comerciantes ambulantes tratando de salvar la mercadería, los ataques de histeria de alguna locataria, los infaltables perros obsesionados con el chorro de agua del guanaco y la sensación intacta de lo porvenir.

De pronto, sorpresivamente, el encargado del local me advierte de una especie de encapuchado que sale de un zorrillo, medio protegido por los pacos, y se mete en medio de la marcha a generar actos de provocación. Al poco rato tuve que salir de ahí porque el ambiente era irrespirable. Me impresionó ver a algunas viejitas que seguían tomando desayuno como si nada pasara, como exhibiendo una conducta comedida en situaciones de catástrofe, quizás como un código de comportamiento que me pareció aprendido de la época en que a nuestras mujeres se les enseñaba a ser señoritas (muy a distancia de la histeria endémica). Paralelamente, una mamá le mostraba a su hija de diez años, aprox., los enfrentamientos como un registro enseñante de que le iba a tocar. No pude precisar si se lo decía prohibitivamente o no, parece que era algo neutro.

Como muchos, creo que no hay que parar, el tema o el desafío es cómo seguir, cómo rediseñar permanentemente la acción política directa y callejera, o en los lugares de trabajo (o estudio) para contrarrestar el canon político electorero de los hijos de la gran perra política. Tenemos que ser capaces de hacerles frente y si hay que negociar, que sea en nuestro terreno, no en los sillones acabronados del Congreso o en un salón ministerial felpudo. El odio razonado nos hará grandes.

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#Calle#San Antonio#zorrillo

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