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Mundo

30 de Septiembre de 2013

Historia secreta de la obsolescencia programada o cómo las empresas hacen productos desechables para hacerte gastar más

Artículo de Marcianos MX A menudo, un teléfono celular va a terminar en el bote de la basura con menos de ocho meses de uso, o una impresora nueva sólo durará un año. En 2005, más de 100 millones de teléfonos celulares fueron desechados solamente en los Estados Unidos. Un CPU de computadora, que en […]

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Artículo de Marcianos MX

A menudo, un teléfono celular va a terminar en el bote de la basura con menos de ocho meses de uso, o una impresora nueva sólo durará un año. En 2005, más de 100 millones de teléfonos celulares fueron desechados solamente en los Estados Unidos. Un CPU de computadora, que en 1990 duraba cuando menos siete años, ahora tiene una duración media de solamente dos años. Los teléfonos celulares, computadoras, televisores, cámaras fotográficas caen en desuso y se descartan con una velocidad aterradora. ¡Bienvenido al mundo de la obsolescencia programada!

En el artículo “Obsolescencia programada: trampa silenciosa en la sociedad de consumo”, veremos porqué el crecimiento por el crecimiento es algo sumamente irracional. Precisamos de descolonizar nuestros pensamientos construidos en base a esta irracionalidad para abrir nuestra mente y salir del letargo que nos impide actuar.

En la sociedad de consumo, las estrategias de publicidad y la obsolescencia programada mantienen los consumidores atrapados en una especie de trampa silenciosa, un modelo de crecimiento económico basado en la aceleración del ciclo de acumulación de capital (producción-consumo-más producción). Mészáros (1989, p.88) dice que vivimos en una sociedad desechable que se basa en la “tasa de uso decreciente de los bienes y servicios producidos”, es decir, el capitalismo no procura la producción de bienes durables y reutilizables. La publicidad es el instrumento central en la sociedad de consumo y una gran motivación para nuestras elecciones, ya que generalmente es a través de ella que se presentan los productos por los que pasamos a sentir necesidad. La función de la publicidad es persuadir convenciendo de un consumo dirigido. Para aumentar las ventas, trabajan duro para convencer a los consumidores de la necesidad de productos superfluos. Es lo que Bauman (2008) llama “la economía del engaño“. Para Latouche (2009, p.18), “la publicidad nos hace desear lo que tenemos y despreciar aquello que ya disfrutamos. Ella crea y recrea la insatisfacción y la tensión del deseo frustrado”.

Obsolescencia programada

Para mover esta sociedad de consumo precisamos de consumir todo el tiempo y desechar nuevos productos para sustituir a los que ya tenemos – ya sea por falla, o porque creemos que surgió otro ejemplar más desarrollado tecnológicamente o simplemente porque pasaron de moda. Serge Latouche, en el documental Comprar, tirar, comprar, dice que nuestra necesidad de consumir es alimentada en todo momento por un trío infalible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia.

Planificar cuando un producto va a fallar o se volverá viejo, programando su fin incluso antes de la acción de la naturaleza y del tiempo, es la obsolescencia programada. Se trata de una estrategia para para establecer una fecha de la muerte de un producto, ya sea por mal funcionamiento o deterioro antes que las últimas tecnologías. Esta estrategia fue discutida como una solución a la crisis de 1929. El concepto comenzó a idearse alrededor del 1920, cuando los fabricantes comenzaron a reducir a propósito la vida de sus productos para aumentar las ventas y las ganancias. La primera víctima fue la bombilla eléctrica, con la creación del primer cartel global (Phoebus, formado esencialmente por Osram, Philips y General Electric) para controlar la producción. Sus miembros se dieron cuenta que las bombillas que duraban mucho no eran muy ventajosas. La primera bombilla inventada tenía una durabilidad de 1,500 horas. En 1924, las bombillas duraban 2,500 horas. Para 1940, el cartel logró su objetivo: la vida estándar de las bombillas era de 1,000 horas. Para que ese objetivo fuera alcanzado, precisaron de crear una bombilla más débil.

En 1928, el lema era: “Aquello que no se desgasta no es bueno para los negocios“. Como solución a la crisis, Bernard London propone, en un panfleto en 1932, que fuera obligatoria la obsolescencia programada, apareciendo así por primera vez el término por escrito. London predicaba que los productos debian tener una fecha de caducidad, creyendo que, con la obsolescencia programada, las fábricas continuarían produciendo, las personas consumiendo y, por lo tanto, habría trabajo para todos, que trabajando podrían consumir y de esa manera lograr que el ciclo de acumulación de capital se mantuviera. En la década de 1930, la durabilidad comenzó a ser propagada como anticuada y no correspondiente a las necesidades de la época. En la década de 1950, la obsolescencia programada resurgió con el objetivo de crear un consumidor insatisfecho, haciendo así que siempre deseara algo nuevo. No sería hasta después de la guerra que se sentarían las bases de la sociedad de consumo actual, a través de estilo de vida americano (American way of life), basado en la libertad, la felicidad y en la idea de abundancia en sustitución de la idea de suficiencia.

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Ver Documental: Comprar, tirar, comprar

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