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Opinión

9 de Marzo de 2014

Repudio al trasnochado machismo chileno

Vía Noesnalaferia Por Arolas Uribe Nací mujer y pareciera que es una condena. Nací mujer y cuando me crecieron las tetas, de inmediato me convertí en un apetitoso pedazo de carne para los hombres. Nací mujer y entonces todo se hizo más difícil, porque el mundo está hecho para que los hombres lo pasen la […]

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Vía Noesnalaferia
Por Arolas Uribe

Nací mujer y pareciera que es una condena. Nací mujer y cuando me crecieron las tetas, de inmediato me convertí en un apetitoso pedazo de carne para los hombres. Nací mujer y entonces todo se hizo más difícil, porque el mundo está hecho para que los hombres lo pasen la raja y una reciba esa felicidad por chorreo, nunca a jarro lleno.

Nací mujer y si me acuesto con dos hombres en paralelo soy una puta. Si uso minifalda en la noche soy una puta. Si me gusta usar escote soy una puta. Si me separo de mi marido soy una puta. Si me separo de mi marido, dejo el hogar y él se queda con los hijos soy una reverenda puta. Si me embarazo, si aborto. Nací mujer y pareciera que mujer y puta son sinónimos la mayoría del tiempo en este país y en este mundo.

Nací mujer y en otros países es peor la cuestioncita. Soy puta por mostrar una nariz debajo del velo. Y aunque no es igual, en el fondo es lo mismo, es que todo lo que hacemos que escape a la norma tradicional es igual a ejercer la prostitución, a ser paria, a resquebrajar el status quo patriarcal.

Nací mujer y porque tengo útero me tienen que colgar las crías. Nací mujer y por eso el Estado me carga con un postnatal de seis meses y jura que es un logro, en vez de distribuir equitativamente los roles entre padres y madres. Nací mujer y el mundo ve como un avance mi irrupción en el espacio público, pero como un sacrilegio mi desprendimiento del espacio privado hogareño.

Porque si nací mujer y no cocino, ni plancho, ni disfruto bailando con la escoba, soy una mala mujer, que se rebela ante los mandatos del universo, ante el orden natural de ese Dios hombre que estoy segura que nos quiere ver para siempre preparando huevos fritos en la cocina y pasando la aspiradora en el cielo. Laboriosas todo el día, sin tiempo para reflexionar en una revuelta popular de mujeres.

Nací mujer y cada logro reivindicativo es un cacho, porque no cambia el rol de la mujer clásica, sino que me echo a la mochila un rol más, una nueva mujer: debo funcionar perfecto en el espacio público, en mi trabajo, y seguir como reloj en el espacio privado, como mamá y dueña de casa. Nací mujer y soy una arpía dictadora si le pido a mi marido que lave una taza o que limpie el water.

Nací mujer y me quejo de lo que no me parece, pero no odio a los hombres ni nada por el estilo, tampoco sueño despierta con una dictadura feminista, ni creo que todo se reduzca al conflicto entre quien lava la loza en la casa.

Nací mujer y siento que por eso piensan que soy débil, menos capaz, sentimentalona y vulnerable. No quiero que me tengan pena, no quiero que me den la mano para bajar de la micro ni que me ayuden cuando se me echa a perder el auto. No quiero que me condenen si ando con un short que me muestra los cachetes ni que me tiren churros cada vez que me subo a la bicicleta. No quiero tu discriminación positiva y mucho menos la negativa.

Nací mujer y quiero que la diferencia sea eso nomás, algo chiquitito, técnico casi, como que unos mean de pie y otros sentados, como que me toca cargar la guagua nueve meses y al otro inseminarla, pero no por eso mi opinión es necia o mi capacidad nula. Quiero que me vean como persona equivalente, como un pelagato más, que no hagamos distinciones. Como cuando uno mira a los perros y tiene que mirar entre las patas para buscar la diferencia, porque ésa es la única, el resto, es todo igual.

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