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20 de Julio de 2014

Carlos Peña asegura que la Iglesia está gagá con su enseñanzas sobre la “moral sexual”

El columnista de El Mercurio, Carlos Peña, le dio con todo a la iglesia. Lo hizo precisamente donde más le duele: la enseñanza sobre la moral sexual; esa que durante años prohibió y condenó los métodos anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, a los homosexuales y en fin… En su espacio en el diario de Edwards, Peña […]

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El columnista de El Mercurio, Carlos Peña, le dio con todo a la iglesia. Lo hizo precisamente donde más le duele: la enseñanza sobre la moral sexual; esa que durante años prohibió y condenó los métodos anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, a los homosexuales y en fin…

En su espacio en el diario de Edwards, Peña se pregunta: “¿Debe la Iglesia Católica morigerar sus enseñanzas en materia de moral sexual luego de constatar que ellas, como se acaba de informar, no interpretan a la mayoría de quienes se dicen católicos?”

La pregunta que formuló Peña tiene una enorme relevancia, ya que la sustentó en una respuesta que entregó la encuesta que iglesias de distintos países realizaron para saber si existían aún católicos que creían en estas enseñanzas ultramontanas.

“El Papa Francisco encargó averiguar qué relación había entre la enseñanza doctrinal de la Iglesia y las convicciones de quienes se dicen católicos. El resultado fue sorprendente. La Conferencia Alemana informó que “las afirmaciones de la Iglesia sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, y el control de la natalidad, son temas que encuentran poquísimos consensos o son rechazados abiertamente”. La Iglesia Suiza, por su parte, hizo saber que “la prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos”. Otros informes, de Francia o Japón, algunos de los que se han hecho públicos, son similares. La situación tampoco es muy distinta en Chile. La Encuesta Nacional de Iglesia (realizada por la Universidad Católica en 2001) mostró que apenas un 20% de los católicos se oponía al uso de anticonceptivos (la práctica que condenó Humanae Vitae )”, escribió Peña.

Atendido los guarismos Peña toma la experiencia de Bertrand Russell cuando leyó por primera vez la biblia y leyó: “No seguirás a una multitud para hacer el mal” (Éxodo, 23:2)”. De allí, asegura Peña, Russell, “nunca creyó las cosas que las religiones enseñaban; pero siempre pensó que esa frase ocultaba una profunda verdad: las cosas son buenas o malas, correctas o incorrectas al margen del número de personas que crea en ellas”.

E insistió: “Luego, si la Iglesia Católica -como ha enseñado ya por siglos- piensa que el matrimonio es indisoluble porque Dios se hizo presente en él; que el comportamiento homosexual es un error grave; que el uso de métodos artificiales para el control de la natalidad, un crimen; y si piensa todo eso de veras, a pie juntillas, tal como lo ha proclamado una y otra vez, entonces debe seguirlo proclamando aunque eso equivalga -como acaban de informar las Conferencias Episcopales de Alemania, Francia o Japón- a ser “una voz que clama en el desierto” (Juan 1:23)”.

Pues bien, Peña asevera que la figura de la “buena nueva”, aquella tarea de proclamara la derrota de la muerte, los pecados perdonados, etc., se ve menoscabada por la actitud actual de la iglesia, al menos, al retrógrada.

“¿De qué valdría predicar esa buena nueva a costa de sacrificar las enseñanzas que la acompañan? ¿Qué buena noticia puede haber a costa de sacrificar la naturaleza, la verdad de la condición humana? Es verdad que la evangelización de América requirió una cierta flexibilidad hacia el sincretismo cuyo resultado es la religiosidad popular, pero esa concesión a las costumbres se hizo para esparcir la verdad no para sacrificarla”, explicó.

El académico estimó que la verdad que profesa la iglesia, es tan pétrea que resulta difícil luchar contra sus convicciones: “Por supuesto alguien argüirá que la verdad se descubre poco a poco conforme avanzan la historia y las costumbres; pero ese argumento es falaz. Si se le sostiene, la Iglesia sería relativista. Y entonces, ¿quién sería el responsable de haber condenado a los homosexuales, excomulgado a los divorciados, anunciado las penas del infierno a los que emplearon métodos anticonceptivos? ¿Acaso las brumas de la historia y las costumbres, las telarañas del tiempo? Y si eso es así, ¿por qué los creyentes habrían de confiar en lo que se les dirá mañana, si pasado mañana podría revelarse como un error? No, no hay caso”.

Y concluye: “Es inevitable que la Iglesia Católica siga el consejo de Shakespeare: morir con las botas puestas. Hacerse irrelevante, pero con la doctrina en los labios. Así no desilusionaría a los no creyentes que combaten su dogmatismo creyéndola un adversario y podrá decir como Macbeth: “Moriremos, al menos, vestidos de armadura”.

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