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Opinión

21 de Noviembre de 2014

Editorial: Aguas Bobas

¿Cuál es el tema de la semana?, le pregunté a distintas personas, buscando un asunto para esta editorial, y en todas ellas la falta de claridad en la respuesta derivó a un estado de ánimo, un fraseo que no llega a puerto, pero da cuenta de las aguas. Es un momento de “aguas bobas”, como […]

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¿Cuál es el tema de la semana?, le pregunté a distintas personas, buscando un asunto para esta editorial, y en todas ellas la falta de claridad en la respuesta derivó a un estado de ánimo, un fraseo que no llega a puerto, pero da cuenta de las aguas. Es un momento de “aguas bobas”, como llaman los marinos a ese oleaje que no avanza, pero agita. “Como cuando se revuelve la caca con un palo”, diría Nicanor. Se instaló la premisa de que éste es un gobierno inexperto, poco capacitado, y por eso la falla del Metro le pega tan íntimamente, porque no es el plan lo que cuestiona, sino la gestión. No es una línea nueva la que no anduvo, sino una vieja la que se detuvo. Un amigo economista me dijo que veía venir la venganza de los tecnócratas, la vuelta de los saberes concretos, ahora arrinconados por los grandes discursos. Primero, saber manejar el auto; solo a continuación, el auto soñado. El desperfecto, como si no bastara, aconteció justamente en la estación Moneda. Así las explicaciones vengan de atrás, apoya la idea de descuido en el funcionamiento. Ese día la gente caminó por las calles, hizo dedo, anduvo en bicicleta, se apretujó más todavía en los buses. La resignación primó por sobre la furia. La mayor agitación se vivió temprano en la mañana, cuando empleados ejemplares (¿o aterrados?) comenzaron a correr para no llegar tarde a sus puestos de trabajo. El resto, se dejó llevar por las circunstancias, conscientes de que acontecía un problema, pero no un desastre. De prolongarse la situación, de repetirse cercanamente, otro gallo cantaría. Durante toda esa jornada, abundó la queja, pero no la alarma. Muchos no sabían qué hacer. Desconocían otro modo de llegar a sus destinos y no había quién los orientara. Un amigo poeta –Bruno Vidal– insistía en que Bachelet debía salir a la calle y meterse entre la gente para alentarla y decirles que esto se arreglaría con prontitud, para ejercitar su cercanía. Olvidaba que el reto de Bachelet superaba por mucho “la cercanía”. Que ya no bastaban los abrazos, ni siquiera los empujones, porque ya era tiempo de reconocimientos. Cuentan que en gran parte de los centros de trabajo, liberaron más temprano al personal. Como era viernes, comenzó a tomarse a primeras horas de la tarde. Entre copa y copa, los contertulios desplegaron sus diagnósticos, y, como todos saben, el despliegue de diagnósticos sólo divierte cuando es malo. Los izquierdistas se sienten traicionados, los derechistas escandalizados, y los de centro inquietos. Una a la que le pregunté, me dijo: “no sé cuál sea el tema de la semana, pero el país está fome”. “Falta fiesta”, agregó. Según ella, se discutía a qué hora cerrar los bares, dónde más prohibir fumar, qué alimentos no se podían consumir, que el azúcar, que la sal, y los castigos para quienes incumplan una reforma educacional, que de pronto fue pareciendo más diseñada por inspectores de patio que por maestros admirables. Le dije que festejar no era lo importante cuando había necesidades que apremiaban, pero me contestó que yo no sabía nada de pobreza, porque ahí hasta se inventaban esperanzas para hacer una fiesta. “Aquí, en cambio, lo bueno es poco, lo malo es mucho. Y si pides permiso, te aplauden, pero si pides perdón, te pifian”, aseguró. Y cuando creí que había terminado su perorata, la mujer más seductora del mundo agregó: “En Chile son todos hijitos de su mamá. ¡Mamones de mierda!”. Y no supe qué contestar.

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