Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

18 de Febrero de 2015

Diario de un puto: Carne limeña

* Veníamos de una disco del centro de Lima y me llevaron al Parque de los Museos. “Ahí hay sexo todas las noches”. No es un parque repleto de árboles, más bien es una plaza en el centro de la ciudad. Me hablaron de un sótano que tenía y de las orgías que se armaban, […]

José Carlos Henríquez
José Carlos Henríquez
Por

mancora

*

Veníamos de una disco del centro de Lima y me llevaron al Parque de los Museos. “Ahí hay sexo todas las noches”. No es un parque repleto de árboles, más bien es una plaza en el centro de la ciudad. Me hablaron de un sótano que tenía y de las orgías que se armaban, pero al igual que los cuartos oscuros en discos peruanas, ese sótano dejó de existir. En Santiago apenas conocí el cuarto oscuro de Fausto. Durante un tiempo en discos chilenas incluso fue frecuente el show de sexo en vivo, pero yo llegué muy tarde a esa fiesta. Quizás para atraer a un público más “decente” y heterosexual, la tónica del negocio ha sido higienizarse. Por eso, a medida que el sexo se sectoriza en cuartos privados y saunas gay, los parques se han convertido en el paraíso de quienes no tenemos el cuarto oscuro junto a la pista de baile. El sexo en la vía pública ha existido siempre, pero como ya no nos prohíben tocarnos, sino tocarnos en público, follar al aire libre también significa un porno-atentado. Una delicia de lo ilícito que a plena luz del día puede llegar a ser terrorista.

Esa madrugada, al llegar con mis amigos al Parque de los Museos, vimos a seis limeños disfrutando en una banca. Uno sentado en las piernas de otro, ambos sin pantalón, se lo estaba metiendo con la dedicación que no se acostumbra a ver a las 7 de la mañana en el centro de la ciudad. Pasó gente por la plaza, pero este grupo sólo seguía celebrando su falta de moral.

En Santiago me dediqué durante un tiempo a meterme en grupos que se armaban en un parque junto al río Mapocho, cerca del metro Manuel Montt. Después de la disco iba con un amigo-colega. El cerro Santa Lucia es histórico en estas artes ilegales y los estacionamientos del Bellas Artes me han ahorrado moteles con ciertos clientes. Una vez tuve cuatro pichulas sobre mi cara. Mi amigo-colega y yo arrodillados nos repartimos un grupo de ocho. Pero tal como en ese parque de Providencia, y también en el Forestal o el San Borja, acá en Lima la meta no es eyacular. He probado fluidos entre árboles y vehículos, pero el sexo público tiene otro placer mucho más intenso que una típica acabada en la boca. Y con la prostitución pasa lo mismo: como vender sexo se hizo mucho más fácil y cómodo gracias a Internet, lo que pueda suceder en una esquina por José Miguel de la Barra calienta mucho más que hacerlo en un cómodo departamento. Acá en Lima la prostitución masculina de calle es mucho más visible que en Santiago. Es parte del paisaje en la Plaza San Martín, con el Club Nacional a un costado, desde muy temprano. Los colegas se ofrecen amablemente. “Para servirle cuando quiera”. También está el Parque Kennedy en el centro de Miraflores, uno de los barrios acomodados de Lima. A pesar de ser un parque enrejado, los grupos de morenitos ofreciéndose siguen siendo parte del patrimonio cultural.

Así que me uní al grupo. No pude aguantar las ganas de formar parte de ese milagro pornoterrorista. Les dije que era mi primera vez en Perú y que tenía muchas ganas de carne limeña. “Quítate el condón, sólo quiero chupártela”. Mis amigos se unieron como espectadores y yo me arrodillé. Mientras por los alrededores del parque circulaba gente muy deprisa a sus trabajos, mis amígdalas quedaban adormecidas de tanto choque. Ahora debo pensar cómo despedirme de esta ciudad. Espero que Santiago siga tan entretenido al aire libre. El pornoterrorismo urbano está siendo mi nuevo vicio.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

Notas relacionadas