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Nacional

15 de Diciembre de 2016

A diez años de su muerte: Viaje al feudo de Pinochet

Este 10 de diciembre, viajamos hasta el fundo Los Boldos, lugar en el que los pinochetistas conmemoran el aniversario de la muerte del dictador. A la misa fueron cerca de 300 personas, en su mayoría fanaticada de la tercera edad, que entonó cantos y vítores añejos, principalmente para la prensa que fue al lugar. Un evento que por primer año no cuenta con Lucía Hiriart entre los asistentes y donde estuvo solo uno de los cinco hijos de Pinochet y un nieto. La cercanía de la Virgen con Pinochet, el neocomunismo y lo mal que está Chile fueron algunos de los temas que se escucharon ese día en Los Boldos. “Lamentablemente en estos diez años el país ha dejado de marchar como él lo dejó. Perdimos el buen rumbo, y se ha olvidado todo lo bueno del gobierno militar”, afirmó Hernán Guiloff, presidente de la Fundación Presidente Pinochet.

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La muerte de Augusto Pinochet, el 10 de diciembre del 2006, estuvo marcada por distintas coincidencias. No sólo murió el día del cumpleaños de su esposa, Lucía Hiriart, sino que también murió el Día Internacional de los Derechos Humanos. A lo que el sacerdote Jaime Herrera agregó algunas coincidencias más durante la misa que ofició este sábado: “¿Será casualidad que el presidente Pinochet haya muerto el mismo día de la Virgen de Loreto; o que haya muerto luego de celebrarse un mes entero a la Virgen María, y que su funeral haya coincidido con el día en que distintos pueblos latinoamericanos conmemoran a Nuestra Señora de Guadalupe?”, afirmó, sin dejar de mencionar a la “milagrosa” aparición de la Virgen del Carmen en un cristal del auto presidencial tras el frustrado magnicidio de 1986. “La vida de Pinochet estuvo siempre protegida por la mano de la Virgen”, dice el cura.

Estas fueron sólo algunas de las palabras pronunciadas por el párroco, quien ha oficiado misas honrando al golpe militar desde 1973, en la ceremonia que encabezó en el fundo de la familia Pinochet en Los Boldos.

Ubicado en la comuna de Santo Domingo, Los Boldos fue la casa favorita del general por su apartada ubicación. Tras sortear varios kilómetros de carretera y campos baldíos, lo primero que uno divisa de la propiedad, es una bandera chilena en un asta de veinte metros. En cuanto atravesamos el portón gris que da acceso a la propiedad, custodiado por militares, divisamos la base de la bandera. Ésta tiene grabada la leyenda: “Homenaje al presidente Augusto Pinochet Ugarte en el centenario de su natalicio”. De ahí en adelante, las alusiones al difunto patrón no paran.

No muy lejos del portón se encuentra la capilla. Frente al altar, una lápida inscrita en el piso marca el lugar en el que se encuentran las cenizas del militar. A medida que va llegando gente, los visitantes comienzan a depositar rosas sobre esta y a prenderle velas. Algunos acarician la tumba como si se tratara de un ser vivo, y varios se toman selfies con ella. En la capilla se mezclan distintos símbolos religiosos y militares. La Virgen del Carmen, por ejemplo, guarnecida dentro de su caja de cristal, se encuentra ataviada con distintas medallas e insignias del Ejército de Chile. No obstante, su destartalado rostro y los ojos descoloridos, que le confieren un aire un tanto sombrío, vienen a ser indicio del semiabandono en que la familia Pinochet tiene la propiedad desde la muerte del patriarca hace diez años. “Antes estaba impecable todo. La cosa cambió cuando el jefe se fue”, afirma don Juan Carlos, el encargado de cuidar el fundo, mientras barre el piso de la capilla.

Pasadas las doce llegan dos buses de la Fundación Presidente Pinochet con treinta personas cada uno, seguidos por un furgón con otras veinte. En este último vienen sólo mujeres de la tercera edad. Quienes en cuanto ponen un pie fuera del vehículo corean “¡Chi-chi-chi-le-le-le, viva Chile Pinochet!”. Muchos asistentes usan chapitas con el rostro de Pinochet o pins alusivos a alguna de las fuerzas armadas. Las más entusiastas portan cuadros y carteles con la imagen del militar, y corean cánticos: “A ver, a ver, quien lleva la batuta…Mi general o el hijo de puta”. De los tiempos dorados en que los políticos daban vueltas por el lugar no queda nada. Bueno, casi, el senador UDI Iván Moreira sigue al pie del cañón.

También hay gente que llega en su propio auto, e incluso “a dedo”, según reconoce la señora Juanita, una mujer setentona y de pocos dientes que ayuda a extender un lienzo largo y amarillo con el lema “¡Viva Pinochet!”. “Pongamos los carteles antes de que se vayan los muchachos”, dice, con relación a los periodistas que observan atentos desde el portón a los autos que llegan. No son los únicos que quieren saber lo que pasa adentro. En el patio de la capilla, el zumbido de un dron volando a poca distancia del piso interrumpe a los asistentes mientras toman bebida y agua mineral para capear el calor.

Los únicos familiares del general que asistieron fueron su hijo Marco Antonio Pinochet y su nieto Augusto Pinochet Molina. No está Lucía Hiriart, quien no pudo asistir dado su “delicado estado de salud”, según su nieto Augusto Tercero. Pero su presencia se hace sentir, pues los esporádicos vítores de “¡Viva Chile Pinochet!”, son seguidos por alguien que grita “¡y la señora Lucía!”, a lo que la masa responde a coro “¡también!”.

O ERES MI AMIGO O ERES MI ENEMIGO

La capilla tiene capacidad para setenta personas, pero más de cien repletan su reducido espacio. Afuera se encuentran docenas de otros asistentes, quienes siguen la ceremonia sentados en sillas plegables en el patio. Al centro del mismo, se yergue un letrero con las palabras “11 de septiembre 1973”. Entre los asientos circulan trípticos con los cantos de la misa y la imagen del difunto tirano, además de un pequeño libro que la Fundación regala a la mayoría de sus adherentes: Política, politiquería y demagogia, escrito por Pinochet.

La misa comienza puntualmente a las 12:30. Tras las oraciones y ritos de apertura, el padre Herrera comienza su sermón comparando al Chile de 1973 con la Cuba de 1958. Ambos países “al borde del abismo”. Con la diferencia de que “los cubanos saltaron”. Dicho esto, el cura aprovecha de mencionar un tema largamente tratado por los intelectuales: las supuestas semejanzas entre el marxismo y el cristianismo. “No es mi intención extenderme en materias teológicas y filosóficas que no me competen en este minuto, pero he concluido que sí existe una semejanza. Mientras que como Iglesia Católica hemos tenido cinco Papas en cincuenta años, algo similar pasa en Cuba: sólo han producido cinco papas en cincuenta años”, afirma, sacando unas leves risas entre el público.

Herrera enfatiza que “o se es amigo de Cristo o se es su enemigo”, poniendo al marxismo en esta última vereda, puesto que se trataría de “una ideología esclava del tiempo y la materia, y que honra a dioses paganos y placeres pecaminosos”. Y advierte también que su amenaza persiste en la actualidad. “El neocomunismo no es bueno ni es solución para nada. Es un problema que debemos extirpar de raíz. Al igual que el concepto de Iglesia popular, que no es la de Cristo”.

Dicho esto, cinco jóvenes becados por la Fundación Pinochet leen unas palabras conmemorando la obra del dictador. Son quince los universitarios que han asistido al evento, la mayoría parientes de uniformados. Luego viene el turno de Hernán Guiloff, presidente de la Fundación. “Lamentablemente en estos diez años el país ha dejado de marchar como él lo dejó. Perdimos el buen rumbo, y se ha olvidado todo lo bueno del gobierno militar. Pinochet fue el mejor presidente en la historia de Chile. Por eso les pido que cuando regresen a sus casas, y vean a sus familias, les cuenten qué es lo que pasó esta mañana aquí en Los Boldos, en que más de 300 personas se han juntado, para recordar a quien fuera este hombre excepcional”, exclamó a modo de cierre.

Luego de la comunión a los presentes, toca al padre Herrera tomar la hostia y beber el vino, ritual que cumple con la canción Sueño imposible, del musical El Hombre de la Mancha de fondo. Finalmente, el himno nacional, con la tercera estrofa incluida. El verso de los “valientes soldados”, fue acompañado por aplausos. Acto seguido, el público cantó a capela un viejo clásico de la dictadura: Libre, del español Nino Bravo.

Terminada la misa, la gente dejó la capilla, y algunos aprovecharon de sacarse más fotos con la lápida. En el patio un grupo de ancianas cantó la canción Lili Marleen, con la letra cambiada por “gracias, gracias, Pinochet”, mientras que otras optaron por el vítor más escueto, pero no menos pegajoso “¡mientras Chile exista, habrá pinochetistas!”.

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