Genie, la niña torturada por su padre desde los 22 meses de edad

La historia es así. Clark Wiley se crió en hogares y familias adoptivas desde la niñez. Ingresó al ejército de los EEUU y forjó un carácter hosco, violento y de inusitado odio hacia los niños. Se casó con Irene Oglesby y se afincó en California.

Fruto de esa unión, se concibieron cuatro hijos, dos de los cuales murieron a temprana edad. El tercero sobrevivió, fue bautizado John, y la cuarta fue una niña en la que Wiley descargó toda su psicopatía.

Conocida como Genie, la niña que llegó al mundo en 1957 tuvo una complicación en la cadera que requería prótesis, fisioterapia y cuidados constantes.

Se relata en el texto que publica Cultura Colectiva que Wiley optó no desembolsar ni un dólar en el cuidado de su hija y con sólo 22 meses de vida le puso una camisa de fuerza, la amarró a una silla, con un orinal debajo, y en esas condiciones la encerró en una habitación.

El mismo Clark Wiley la alimentaba y la pequeña dormía en una jaula de alambre. El contacto con el mundo era una pequeña ventana y si Genie lloraba era golpeada por su padre.

Ni la mujer de Wiley ni su hijo John podían acercarse a Genie. El custodiaba a la menor armado y amenazaba con meter bala a quien se acercase.

“Los únicos objetos que la niña tenía a su alcance eran los platos y cubiertos que usaba para tomar sus alimentos. Los únicos ruidos que escuchaba eran las voces apagadas de sus familiares y vecinos, pero poco más. Privada de todo, el confinamiento la convertía poco a poco en un ser muerto en vida”.

Siendo una adolescente desprovista de todo estímulo intelectual y sensorial, Gene fue sacada por su madre, junto con la cual, por casualidad o causalidad, llegó hasta un centro de asistencia social. En el lugar, los encargados se percataron del deterioro. Se cita así:

“Malnutrición, baja estatura, escasa visión y una total incapacidad para hablar y caminar correctamente eran algunos de los síntomas después de su largo encierro. Era incapaz de subir escaleras de manera erguida, sus movimientos se limitaban a algo similar a un defectuoso gateo”.

Genie fue acogida por el Estado y los padres perdieron la tuición. Fueron llevados ante la justicia. A Irene la absolvieron, nunca más se supo de ella, y Wiley se suicidó. Por medio de una nota anunció que el mundo nunca lo entendería.

 

El caso de Genie sirvió para que la medicina analizara los patrones instintivos que llevan a una persona a adquirir conocimientos de manera innata o aprendida. Asimismo, investigaron en ella los procesos que llevan a alguien a adquirir los conocimientos necesarios de lenguaje.

“Me gustaría que cuando pensemos en ella, recordemos a los genios que están encerrados, esperando a salir de sus lámparas mágicas”, diría la lingüista Susan Curtiss.

A través de la ayuda terapéutica, Genie aprendió a pronunciar algunas palabras, pero jamás logró escribir correctamente.

El caso dejó en evidencia que hay etapas en que tanto mamíferos como humanos adquieren herramientas fundamentales para el desarrollo y la sobrevivencia.

“Creo que todos los que estuvieron en contacto con Genie se sentían atraídos por ella de alguna forma. Tenía la cualidad de saber conectar con la gente, algo que se desarrolló más y más, estaba presente, en realidad, lo estuvo desde el principio. Tenía una manera de tender la mano sin decir nada, o la simple manera con que miraba con sus ojos que hacía que la gente quisiera ayudarla”, cuenta David Rigler, psicólogo que formó parte del equipo que investigó el caso.

Genie tiene hoy 60 años, vive en un centro para adultos y se le mantiene alejada de todo el proceso de lo que fue un infierno en vida.