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13 de Febrero de 2009

Pajaritas y salsa picante

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Si bien me gusta pasar el verano en Santiago mientras el resto de la gallada se va apretujar a las playas del litoral central, el calor de estos últimos días me tenía un poco tostado. Por lo mismo, acepté gustoso la invitación que me hizo el Pancho, un amigo rancagüino (patachero como pocos) avecindado en Santiago, que me propuso ir a dar un paseo gastronómico por sus tierras. La verdad de las cosas, no le tenía mucha fe al paseo, porque según mis conocimientos en Rancagua y sus alrededores nunca ha pasado mucho; y menos en lo que respecta a pataches y demases.

Salimos de Santiago una calurosa mañana de sábado en dirección al sur. Grande fue mi sorpresa cuando mi amigo Pancho (tomándose la primera pílsener del día, tipo once y media) me dijo que nuestro primer destino sería Machalí, porque ahí almorzaríamos. “Qué cresta puede haber en Machalí”, pensé, pero me quedé callado, mejor. A eso de la una y media llegamos a la plaza de Machalí y Pancho me contó que en las noches sabatinas allí se puede encontrar literalmente “de todo y para todos los gustos”. Pero a la hora que andábamos nosotros solo reinaba la paz para mala cueva nuestra. Después de dar unas vueltas para estirar las piernas, mi amigo me instó a que fuéramos al Fénix, una especie de fuente de soda que está justo al frente de la plaza. Tras un par de corridas de pílseners, dejé que el Pancho pidiera la especialidad de la casa porque mal que mal, él era el que las estaba oficiando de guía turístico. Este muñeco ordenó, aparte de varias pílseners más,“una pajarita”. Bien colgado quedé con el pedido, pero me hice el gil y esperé a que llegara el plato. Y hablo así en singular, porque a la mesa llegó uno solo, aunque más que contundente. ¿De qué se trata entonces la pajarita?, se preguntará usted. Le paso a explicar. La mentada pajarita es un plato para compartir, que le lleva carne a la cacerola bien jugosa, con papas fritas por arriba, más aceitunas negras, trozos de palta y tomates, más unas lonjas de queso que rápidamente comienzan a derretirse con el calor de la carne y las papas. Se suele acompañar con bastante pílsener, más unas respectivas marraquetas que a uno le colocan allá en el Fénix para sopear. El plato es maceteado, alcanza tranquilamente para tres personas. Pancho y yo le dimos el bajo a uno, pero claro, nosotros somos unos profesionales. Lo que sí, nos tomamos su tiempo –y varias corridas de pílseners-para terminar la pajarita. Además, el local se presta para eso: el ambiente es más que relajado y hay unos televisores grandes para terciarse con algún partido de fútbol mientras baja la comida. Y así se nos fue pasando la tarde, hasta que mi socio dijo que debíamos emplumárnoslas hacia Rancagua.

No recuerdo si me habré quedado dormido en el camino entre Machalí y Rancagua, o si el trayecto es muy largo, pero el asunto es que llegamos a la “ciudad histórica”, como le dicen, cuando ya era de noche. Mi compadre me llevó por unas calles poco iluminadas hasta que encontramos La Julia, en pleno corazón del Barrio Rubio, algo así como el barrio rojo de Rancagua. “Aquí nos vamos a comer unos sánguches telúricos”, me dijo el Pancho. Y así nomás fue. Eso sí, como aún andábamos algo satisfechos, ordenamos algo simplecito, solo un par de churrascos–palta–tomate. Los sánguches estaban bien buenos, pero lo que más quedó en mi recuerdo fue la salsa picante que nos pasaron. Es difícil definir esta salsa. Tiene gusto a pebre, pero una textura cremosa más cercana a la mayonesa. Tratamos de averiguar la composición exacta de este potaje, pero ni la propia Julia, ni su señora madre, ni el mocito que también ayuda ahí, quisieron hablar. Al parecer, opera en este local un pacto de silencio respecto a la –a estas alturas- famosa salsa picante. Así que no le dimos más vueltas al asunto y seguimos con una nueva ronda de sánguches más unos combinados, porque las pílsener a esas horas –ya cerca de la medianoche- nos tenían algo enguatados.

Para hacer el cuento corto, puedo decir que nos quedamos con mi socio hasta las tantas donde La Julia. Es que después de la última corrida de churrascos descubrimos una puerta misteriosa en el fondo del local, que le llevaba hasta baile con unas simpáticas señoritas. Pero bueno, eso es material de otra columna.

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#don tinto#rancagua

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