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El viejo verde, la señora histérica, la jefa mamona, o ese jefe que no te pone confort en los baños porque no tiene plata cuando se acaba de comprar un Ferrari. ¿Cómo es tu jefe? Acá cinco desshogos necesarios.
POR VERÓNICA TORRES
LA JEFA MAMONA
“Mi antigua jefa era una mamona que se vestía con unas chaquetas de cuero falsas muy feas onda verde limón. Era estilo Costa Varúa, con botas de taco con puntas, bien ajustada. Tenía un rollo con la comida. Era súper flaca y no almorzaba. Hacía el aseo del baño, y eso que una señora lo hacía 2 días a la semana. Pero el resto de los días lo hacía ella: le echaba lisoform y lo dejaba pasado para que quedara bien desinfectado. Yo creo que era medio obsesiva compulsiva. Me miraba feo cuando me iba a las siete de la tarde, que era mi hora de salida. Un día le pregunté qué le molestaba y me dijo “me molesta que te vayas a las 7 en punto, prefiero que te vayas un poco antes o un poco después”. Como que creía que me andaba arrancando. Y cuando iba a entrevistar me llamaba a cada rato para controlarme porque pensaba que no había ido a entrevistar a nadie. Además cuando íbamos a entrevistar juntas, ella se abrazaba a su cartera para que nadie le fuera a robar. Era cuática. Si, incluso, me llamaba los domingos en la noche para planificar lo que íbamos a hacer el lunes. Y esa hueá me empelotaba, porque a esa hora no podías llamar a nadie. Era como para urgirme, o porque ella no tenía nada que hacer. Porque esa mina no tenía vida. Vivía sola con su mamá y tenía 32 años. No tenía pinche, nunca la vi tomarse un happy hour con amigas y más encima llegaba comentando el lunes “Gigantes con Viví”. Al final, renuncié y le dije que era por mi relación con ella. Pero sólo puso cara de perro” (Javiera, periodista, trabajaba en una productora)
ESA HORRIBLE VOZ GANGOSA
“Yo para vender soy re mala y cuando llegué a esa pega fue como un engaño porque no me dijeron que tenía que buscar los clientes. Y yo no soporto esa cuestión de llamar y molestar a la gente. Entonces, tenía que hacer algo que odiaba todo el día y más encima sentada detrás de mi módulo, estaba la gerente comercial, que era mi jefa. Veía todo lo que hacía. Era como una cárcel. O sea, tú entrabas ahí a las 8 y no podías salir hasta las 6 y media. Y ella llegaba a preguntarme con su voz gangosa a cada rato: a cuántas personas había llamado, qué me habían dicho. ¡Era enfermante! Me trataba como una cabra chica y yo sabía la pega que tenía que hacer. Pero ella andaba todo el día detrás mío. Por ejemplo, cuando me ponía a ver mi mail me decía “por que estás viendo tu e-mail si estamos ¡TRABAJANDO!” Ni siquiera podía ir a buscar un vaso de agua porque ponía la media cara. Contaba las veces que iba al baño. Era angustiante, yo iba con angustia a trabajar. Con esa angustia que te daba en el colegio cuando te molestaban. (Claudia, 32 años, trabajaba en ventas)
MANIÁTICO Y MINIMALISTA
“Mi primer jefe tenia casi 20 años más que yo y me tiraba los cortes cuando podía. Pero quién se iba a meter con un loco casado 5 veces, con hijos “all around Chile” y que cada media hora se desquitaba con alguien en la pega. Yo tenía título profesional, inglés hablado y escrito, estaba en un súper buen puesto, pero ganaba menos que el obrero más obrero de la empresa. Y cuando fui a pedir aumento, me despidieron. Mi segundo jefe no cachaba muy bien lo que hacía. Si el costo de un producto eran 1000 pesos, él lo vendía a 900. Nadie le tenía mucho respeto. Por lo mismo era muy buena persona, pero no cachaba ni una. Un día lunes me dijieron que me iban a subir el sueldo y el viernes de esa misma semana me despidieron por “razones de la empresa”, que según el Código del Trabajo pueden ser muchas. En mi tercer trabajo duré 2 años. Aprendí demasiado, pero sufrí más que en cualquier trabajo. Empezando con mi jefe que era un maniático del orden: oficina blanca, muebles blancos, cero cuadro o adorno y todos los implementos del escritorio metálicos. Era todo blanco, negro o metálico. Y hasta nosotros teniamos que vestirnos de negro. Le faltaba revisarnos si andábamos con ropa interior negra. Se las daba de buena onda, pero de verdad eso no se veía en mi sueldo. Estuvo anunciando dos meses que me lo iba a subir y yo me imaginaba sus 150 lucas mínimo. Viejo coñete, me subió 50 cagonas lucas que al final terminaban siendo lo que me gastaba pal almuerzo, porque jamás supe lo que era un vale Sodexo. Al final me ofrecieron otra pega y renuncié. Una bruja me había dicho que no iba a pasar un mes e iba a encontrar otra pega mejor. Encontré la pega, pero mejor no era. Sigo buscando a esa bruja pa tirarle un par de chuchadas”. (Angélica, diseñadora, 28 años)
SIN CONFORT EN EL BAÑO
“En mi pega actual no hay confort en los baños, no hay jabón y eso lo explican con la siguiente frase “no hay lucas”. Pero tú los veís a ellos, no sé pos, Ferrari, Jaguar y pasan por la puerta así como “chao, hasta el lunes” y nosotros “ya, buena onda”, porque andamos trayendo el pañuelito desechable, que nos andamos prestando entre todos, porque onda con sólo mirarnos con cara de “por favor” ya entendís que el otro necesita un pañuelito. Como será que el otro día hicimos una vaca entre todos: compramos jabón, confort, un cloro… ¡Porque cómo no vai a gastar 15 lucas comprando todas esas huevás! Pero cuando hay confort en el baño fijo que aparece un viejo verde. Porque en mi antigua pega habían varios viejos verdes solapados. Este hueón siempre anda transpirado, así como de copete, es feo, de unos 38-50 años y tiene como abierta la camisa en el segundo o tercer botón, y el pantalón se le cae un poco. Te mira de reojo en una reunión, y ya cuando se echa para atrás con el lapicito en la boca, tú cachai que el hueón está fantaseando. Peor aún porque cuando ese jefe te abraza, te aprieta demás y tú sólo pensai “onda por qué me apretai, hueón, porque me pegai las pechugas”. (Victoria, licenciada en artes)
ME DECÍA “¡CÁLLATE, CABRA DE MIERDA!”
“Con mi jefa nos llevamos bien. Era una mujer mayor, muy divertida, muy progre, de izquierda, para nada homofóbica, bien abierta de mente. Pero tenía un sólo problema: que en las instancias de presión se descontrolaba y se ponía histérica. Como yo ya la cachaba, como que la evitaba. Pero un día de esos, yo iba pasando por un pasillo y me preguntó algo y yo le respondí que me esperara dos minutos. ¡Dos minutos y se descontroló absolutamente! Me empezó a perseguir por la oficina de arquitectos donde yo trabajaba gritándome y lo único que yo decía en voz baja era “señora, no me hablé en ese tono; señora, yo no le estoy gritando, usted no me puede gritar”. Y cuando le decía eso más se descontrolaba y decía “¡cállate, cabra de mierda, yo soy tu jefa!”. Ese día mis colegas me atajaron para evitar que renunciara. No lloré esa vez, lloré después de la rabia. Al día siguiente volví. Total ella fue la que quedó como la histérica, la loca”. (Juana, arquitecta, 35 años)