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Opinión

11 de Julio de 2009

Contra el engendro de la derecha chilena: Otra derecha

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Que Piñera está estancado, de eso, supongo, no hay ninguna duda. Otra cosa es el por qué del asunto. ¿Porque no convence que la suya sea una derecha moderna, liberal y progresista? No pequemos de ilusos.

Hay docenas de razones que explican mejor por qué Piñera está chantado y su candidatura no crece en expectativas ciudadanas: Porque, siendo la derecha pinochetista, Piñera se ha terminado por identificar con ese sector duro en esta vuelta, sin más techo que el 44% insuficiente que éste le puede otorgar. Porque por mucho que se haya aliado al pinochetismo, él viene del mundo democratacristiano, y por tanto no genera confianzas en la UDI, partido con el cual tiene una larga trayectoria de desencuentros. Porque el empresariado nunca lo ha considerado uno de ellos; no le gustan sus formas inescrupulosas de operar. Porque no tiene don de gente y el electorado percibe y retribuye de igual manera esa falta de sensibilidad. Porque piensa como un tecnócrata, pero la Concertación cuenta con equipos enteros de tecnócratas, a estas alturas probados, no por probar. Porque Piñera no tiene asesores, tiene empleados. Porque el país es sensato y no está dispuesto a entregarle a un hombre riquísimo más información privilegiada y poder del que ya tiene. Porque nadie cree seriamente en su vocación pública; es un hombre de negocios, un especulador, no un político. Porque es tan individualista y egocéntrico que difícilmente puede encarnar un proyecto colectivo, menos una propuesta nacional. Porque infunde menos respeto y confiabilidad que Frei y es mucho menos joven y audaz que Marco Enríquez. Porque se nota que es maquetado, la antítesis de alguien auténtico. Porque lleva demasiados años figurando y por tanto no es señal de novedad ni de cambio alternativo. Porque sus tics y “bracitos cortos” (como agudamente ha hecho ver Pamela Jiles) llaman más la atención que su supuesta inteligencia, ésta última más viveza que lucidez o genialidad. Porque no es carismático, gasta demasiado esfuerzo en serlo y no le resulta. Porque es y no es Berlusconi versión local. Y, así, docenas más de motivos que podríamos enumerar.

Está bien, el tipo genera más anticuerpos que adhesiones convencidas. No es el mejor candidato para desalojar a la Concertación de La Moneda. En un país tan de centro-izquierda, además, ¿cómo no se le ocurrió a su sector una alternativa mejor que pudiera competirle a ese mundo, a esa mayoría, a ese Chile, a la Concertación? ¿Por qué la derecha tiene una vocación de perdedora? Lleva más de 50 años no pudiendo llegar a la presidencia de la república con todas las de la ley. Puede administrar al país desde el Ejecutivo, lo hizo, pero asistiendo a militares en dictadura. Puede producir un giro gigante, una conversión histórica trascendental, en cómo nos pensamos y estructuramos económicamente, pero no sin autoritarismo, prepotencia, ni atropellos sociales mayúsculos. Puede sentar las bases de la institucionalidad y trazar el rayado de la cancha (Constitución de 1980 y el neoliberalismo) a la vez que neutralizar consensualmente a sus oponentes en el gobierno estos últimos 20 años, pero no desbancarlos ni aprovechar más la ventaja de la paternidad del sistema. ¿Es que la derecha se contenta simplemente con empatar, nunca ganar? ¿Cree que lo que ha estado ocurriendo estas dos décadas es el mejor escenario al que puede ambicionar? De ser el caso, lo más probable es que Piñera siga chantado. A pesar de sus ganas y empuje, terminará siendo igual que Büchi, Alessandri Besa, Lavín, y sí mismo la vez pasada, otra vez más.

El problema con la derecha es que está entrampada en su propia historia reciente. Se sabe poderosa, consolidada, con partidos fuertes, relativamente bien disciplinados (se los quisieran otros países latinoamericanos, Argentina no tiene una derecha organizada), pero es incapaz de dar el pequeño salto electoral que le falta para hacerse de ese eje y botín que es el Estado. Ganas puede que le sobren. Figúrense lo que podrían llegar a hacer desde La Moneda: privatizar empresas públicas, acogotar más a la educación pública tanto escolar como universitaria a la par que favorecer iniciativas privadas en ese rubro, desregular el mercado, bajar impuestos y así incentivar la inversión, usar fondos públicos para propósitos electorales (no hay gobierno que no haya intentado ser el “gran elector”), frenar propuestas radicales respecto a las mujeres, grupos étnicos y minorías… Ganas obviamente no le faltan. Pero ¿qué tan novedoso sería un gobierno de ese tipo comparado con lo que ya logró la dictadura militar? ¿Es que un gobierno de derecha presidido por Piñera pretende ser igual al de Pinochet pero con gente de derecha que en 1988 votó que “NO” o que, en estos últimos años, se han estado volviendo “aliancistas-bacheletistas”?

Cuesta imaginar, además, a una derecha triunfante, presidiendo el país desde La Moneda, a su vez menos conservadora, pechoña, nacionalista, militarista y autoritaria. Si no se ha posicionado en esas otras posibles coordenadas todos estos años fuera del Estado, ¿por qué habría de reubicarse conforme a dichos patrones una vez dentro y en control del Estado?; un ente de por sí, por definición, represivo, coercitivo, controlador, intrusivo y militarista. ¿Alguien, en su sano juicio, cree sinceramente que nuestra derecha, la entrampada en su propia historia reciente, empatada consigo misma, de repente, desde ese Estado, va a fomentar la sociedad civil y sus más caros propósitos: la liberalización de las costumbres, la tolerancia, el pluralismo, y la defensa de minorías? La experiencia histórica reciente de la Concertación demuestra que las fuerzas políticas de gobierno más bien se derechizan en nuestro espectro político. Nada hace pensar que Piñera desde La Moneda haga revertir esa tendencia.

Entendámonos bien, el problema con la derecha chilena no es que sea de derechas (valga la tautología) sino que sea ésta y no otra la derecha que tenemos. Se puede ser de derecha, no hay nada intrínsecamente malo en ello. Es inevitable y perfectamente legítimo que existan personas de derecha, pero, otra cosa, que éste sea el engendro que se nos ofrece. ¿Por qué no disponemos de una derecha más moderada, menos reaccionaria? Igual de progresista, pero en un sentido más lato, no sólo económico. Secular y anticlerical, no pechoña. Abierta a ideas y con más mundo, no timorata. A tono con los tiempos actuales, menos pasada de moda. Cercana a líneas editoriales de The Economist o incluso del ABC de Madrid y no de El Mercurio o del Osservatore Romano. En definitiva, ¿por qué no una o varias derechas como las que hemos tenido varias veces en el pasado histórico de este país? Derechas en que se “fusionan” liberales con conservadores ultramontanos anti autoritarios, o bien, en que liberales hacen “alianza” con conservadores anticlericales como a fines del siglo XIX y principios del XX. Derechas en que liberales y radicales forman coaliciones de gobierno como ocurrió a mediados del siglo XX. Derechas que se oponen a dictaduras y a militares. Derechas progresistas y republicanas, críticas del presidencialismo omnímodo, autoritario e interventor. Derechas, por sobre todo, parlamentaristas.

Lo significativo no es que Piñera no represente esa otra posibilidad –esa derecha alternativa— sino que a nadie se le haya ocurrido convocar y hacer de esa corriente potencial algo más que una posibilidad teórica. Presumo que varias razones lo impiden. El presidencialismo autoritario binominalista es todavía capaz de frenar lógicas y estrategias coalicionistas o fusionistas que normalmente estimulan el surgimiento de agrupaciones o fuerzas alternativas más modestas y plurales, por lo mismo que no mayoritarias. La derecha, desde 1973 a la fecha, es triunfalista; cree que con su programa histórico autoritario y económico, le basta y sobra, aún cuando su trayectoria política lo desmiente; no le ha permitido ganar La Moneda. Por último, lo que hemos estado argumentando: la derecha no es una alternativa porque prefiere cifrar su exitismo en lo que ha logrado, empatando estos últimos veinte años, y no en lo que, con cierta audacia, le permitiría empinarse y verdaderamente triunfar. En suma, Piñera es un pésimo candidato, por suerte. Si gana será nefasto para el país. Si pierde, en cambio, habrá más posibilidades de que surja una nueva derecha.

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