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10 de Octubre de 2009

Diálogo social: Esperando a Godot

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POR OSVALDO ANDRADE LARA / Abogado ex Ministro del Trabajo y Previsión Social

La discusión sobre la postergación del envío del proyecto de negociación colectiva ofrece la oportunidad para romper con un cierto sentido común, de origen neoliberal, que ve como contradictorio el desarrollo de los derechos laborales con la creación de empleo. Esto está muy alejado de la experiencia de muchos países desarrollados.

En este debate hay posiciones políticas de fondo que, paradójicamente, empujan a que el debate no se produzca, so pretexto que éste se politizará. Así, se argumenta siempre que el momento no es el adecuado para discutir el marco normativo laboral. Siempre hay una objeción de contexto que escamotea la resistencia política a avanzar en este tema clave. Así lo hemos vivido en los momentos de bonanza económica, bajo la idea que las cosas están marchando tan bien, que no es adecuado entorpecer el dinamismo que muestra la economía. Ahora el argumento es la crisis y la necesidad de cuidar a los que dan empleo.

Bajo este último argumento hay varios errores conceptuales y también políticos. La necesidad de cuidar a los que dan empleo es una versión actualizada de la famosa frase “hay que cuidar a los ricos”, de triste memoria en nuestro país. La pregunta pertinente aquí es: ¿acaso a los trabajadores, que contribuyen a la generación de la riqueza, no hay que cuidarlos? Hoy existen 6 millones de trabajadores en Chile que no pueden negociar colectivamente. ¿No debe esto ser motivo de preocupación?

Pero hay otra equivocación, muy de fondo: las crisis, en vez de ser momentos de inmovilismo, son invitaciones para cambiar las cosas en un sentido positivo. Lo hemos visto a raíz de la crisis financiera internacional, que ha llevado a una seria reflexión y a acciones en pro de una mayor regulación de los mercados financieros y a un fortalecimiento del rol de los Estados.

Junto con lo anterior, hay que considerar que muchas de las situaciones que generó la crisis podrían haberse enfrentado de mejor manera con un marco más adecuado para la negociación de acuerdos, la que tiene, naturalmente, dos expresiones: el diálogo social a nivel nacional o sectorial y, por cierto, la negociación colectiva en la empresa. Respecto de lo primero, es clásico el ejemplo de Holanda, que hace algunos años enfrentaba una seria crisis en materia de empleo, que fue superada sobre la base de grandes acuerdos nacionales, forjados a partir de un diálogo social tripartito.

Asimismo, debe considerarse que contar con ese marco es un activo país no sólo para enfrentar las crisis, sino también es un incentivo a la productividad –tema que tanto preocupa al empresariado– porque no hay mejor impulso a la productividad que un buen clima laboral, la existencia de confianzas y la existencia de mecanismos claros y equitativos para que las dos partes de la relación laboral, debidamente organizadas, acuerden medidas de mutuo beneficio en distintas materias: horarios, turnos, capacitación, etc. y, desde luego, acuerden los beneficios de la participación común en la creación de riqueza.

Por otro lado, debe desecharse la idea que no se debe politizar este debate. ¡Este debate es político! Aquí se toman grandes definiciones sobre crecimiento con o sin protección para los más débiles; aquí quedan al descubierto grandes definiciones sobre cómo ser competitivos: si creciendo con equidad social y laboral, o apostando todo al crecimiento; aquí se define quiénes le asignan importancia a la tutela de la parte más débil de la relación laboral o tienen en su ADN la desregulación. ¡Por supuesto que todas ellas involucran diferencias políticas de fondo!

Finalmente, quiero subrayar que discutir estas cosas es necesario, que le hace bien al país, y para que estos debates se puedan desarrollar en su ámbito natural que es el Congreso, alguien tiene que iniciarlos. Nadie pretende que un proyecto de esta entidad se apruebe en cuatro o cinco meses. Estos esfuerzos suelen extenderse incluso más allá de uno o dos gobiernos, pero tienen que darse de cara a la ciudadanía y a los trabajadores y trabajadoras.

Así como hacia fines de los ‘80 los pobres no podían seguir esperando, lo que llevó a la Concertación a avanzar con decisión en ese campo, los trabajadores tampoco pueden seguir esperando a Godot: un contexto adecuado para la discusión, que desde luego no llega nunca.

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