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Opinión

4 de Diciembre de 2009

Una pausa comercial

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Por Patricio Fernández

A esta elección le falta nervio. Parece más un final de fiesta que una invitación al baile. La energía transformadora que movió a la Concertación hasta el triunfo de Michelle Bachelet está extraviada. Frei es algo así como una laguna al final de un río, una apuesta por la quietud tras veinte años de avance. Piñera ni siquiera defiende un proyecto alternativo. Por momentos da la impresión que quisiera postularse como el más continuador de todos, que pidiera perdón cada vez que le plantean la sospecha de un cambio en la ruta y que no tuviera un camino propio ni respuestas nuevas a preguntas nuevas. Marco no supo generar un movimiento de cómplices, no se rodeó de caras tanto o más frescas que la suya, no invitó a un proyecto colectivo en el que todas esas ideas marginadas por el cálculo y la comodidad tuvieran cupo. En cambio, personalizó más de la cuenta su campaña y se limitó a despotricar contra la dirigencia de partidos políticos que le interesan a un par de extraterrestres. Sus enemigos han sido Escalona y Latorre, en vez de la falta de ingenio y osadía. En el fondo, terminó siendo un joven discutiendo temas de viejo, y en lugar de buscar aliados innovadores, acabó llenando su comando de resentidos con litigios personales y deudas por cobrar. Su candidatura se fue volviendo más un no que un sí, una rabieta con otros antes que una apuesta de futuro. Sus votantes, en el fondo, ven en él lo que quieren ver. Arrate a ratos encanta y a ratos aburre. Como la alta cultura, como las bibliotecas, como la ópera. Le falta chuchoca y le sobra clase. Parece tener oídos sordos a la vulgaridad, sus pobres son admirables, y si bien encarna muchos de los temas y valores de siempre, ignora y desprecia las ansias pasajeras.

Es cierto que se cierra un ciclo. La Concertación ha cumplido en gran medida lo que se propuso al llegar al gobierno el año 90. Entonces salíamos de una dictadura gris y retrógrada, isleña, de convicciones pechoñas y aberrantes, como las de la mismísima Lucía Hiriart o el cura Medina, para quienes matar podía encontrar la comprensión que se le negaba a dos hombres enamorados. Pero todo eso pasó y hasta el más enconado fascistón de entonces ha terminado por aceptar, aunque le duela, que Chile no es su fundo y que en este gran potrero ningún habitante es maleza. Lo que esta elección, sin embargo, no está resolviendo, es cómo haremos para cultivarlo. Con qué energía se moverán las máquinas, qué árboles plantaremos, de qué modo los abonaremos, cómo serán repartidos sus frutos. Los candidatos a capataces en lugar de responderlo nos hablan de su cariño por el campo, de lo mucho que sus antepasados han amado la tierra, de lo aburrido que es el invierno y de cómo durante sus mandatos se encargarán de alargar las primaveras. Para mí que todos ellos, como los caballos de carrera, solo piensan en ganar mientras dan vueltas por el hipódromo.

Esta elección está en manos de los publicistas. Ellos los visten, los maquillan, les dicen cómo moverse y mirar a las cámaras, les inventan gestos con las manos y soplan frases conmovedoras sacadas de sus manuales de marketing. A ratos intuyo que sería absurdo pedirle a estos candidatos otra cosa, porque hay momentos en que cualquier respuesta clara suena a pretensión desmedida. Quizás nos falta entender mejor lo construido y esperar que las conversaciones por venir, en medio de estas aguas bobas (como las olas de una batea), acaben hallando su cauce. Ya comenzará la siguiente película; mientras tanto, vamos a unos comerciales y ya volvemos.

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