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LA CALLE

30 de Junio de 2010

Anticristo

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POR C. GALLARDO HENRÍQUEZ / Siquiatra

Y claro, a veces me baja un odio grande contra la antipsiquiatría. Y es raro porque durante años yo milité en la Idea, o fui de la Idea, si es que así se puede llamar. Además es un odio injustificado porque en nuestra ciudad aquella corriente contestataria ya no pasa de ser una moda, exigua y posiblemente prescindible. A la hora de los quiubos nadie quiere hacerse cargo de los locos. Ya es difícil hacerse cargo de un depresivo o de un alcohólico. Qué queda para el orate clásico. Tanto los intelectuales como los ciudadanos que no se precian de tal condición, se hacen los desentendidos cuando tal o cual individuo poseído por la psicosis es llevado al saludable encierro del manicomio. El marginal, el paciente que ocasiona toda suerte de problemas sobre todo cuando empieza a consumir droga y trago, ese vago anónimo tan pleno de desorganización y vulgaridad, no le importa a nadie. Es otro el loco que despierta las viejas ortodoxias antipsiquiátricas, el que hace que no pocos vuelvan a premunirse de la obra de Foucault (“Los anormales” y la “Historia de la locura en la época clásica” incluidos), Szasz y otros más. Y sin duda de este trance salen fortalecidos. Oscuros y autocomplacientes argumentos para revitalizar la discusión sobre la trilogía fascista de médicos-fármacos-electroconvulsivoterapia. Y hospitales-cárceles donde el omnímodo poder de esta ciencia blanca se ejerce sin restricción. Para tal avalancha de palabrería, decíamos, no sirve cualquier ejemplo. No es fácil encontrar un mártir de buenas a primeras. El loco que sirve para esta entelequia estremecedora debe ser lo más parecido al clochard que, al parecer, conversó alguna vez con Oliveira en el París de Cortázar. Hombre culto venido a menos, estrafalario, escritor enigmático, cubierto de dignos andrajos, de rostro antisistémico. He ahí aquel que merece ser defendido. Supongo que es el Divino Anticristo, y no otro, el que transita mejor –con sus carros de supermercado- entre tanto deseo de construir un personaje. Craso, el de los dibujos, es muy perseverante y como que aburre. Pero el Divino escribe largos y paranoides manifiestos y además es imprevisible. Se ha enfrentado a quien le ha venido en ganas. Incluso al Clinic. Y no pocos han intentado completar la lectura de su obra mesiánica. O sea que está bien. Cómo se le va a medicar. A quién puede ocurrírsele la prostituta idea de tratarlo y ofrecerle un hogar protegido donde duerma y pueda comer comida caliente. Algo así atentaría contra su libertad y eso es lo suyo, el errático autismo de quien ya no puede estar más solo. Evidentemente, y bajo esta ideología, la enfermedad mental no pasa de ser una suerte de opción, una respuesta desesperada ante la familia doble-vinculante y el modelo capitalista que no para de enajenar a quienes lo padecen. Como que uno, entre las variadas opciones de rebeldía, elige ser esquizofrénico. Y luego perder familia, trabajo, inteligencia, ropa, sexo, dignidad y no sé qué más. Qué problema hay con que duerma en la calle y que un día muera ahí de frío (posibilidad para nada lejana) si puede recordarnos tan bien la estética de la locura. El ícono nunca deja de andar bien. Su remedio, sea cual sea, no es otra cosa que una dictadura. Me pregunto si el loco rasca debería contar con las mismas consideraciones. O sea que se le permitiera gozar también de la posibilidad de un viaje metanoico (así hablaron algunos) donde la evolución de la psicosis le pudiera liberar hasta más no poder. Difícilmente alguien toleraría aquello. Orates por doquier pidiendo dinero, como en una estación de tren en Roma. El intelectual chileno medio no se atrevería a tanto. Con el loco lindo basta y sobra.

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