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Opinión

26 de Agosto de 2010

Editorial: Choros

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

Foto: Alejandro Olivares
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El martes en la mañana, los 19 miembros de la COREMA, reunidos en La Serena, decidieron autorizar la construcción de tres centrales termoeléctricas en Punta de Choros, uno de los lugares más extraordinarios de la cuarta región. En ese mar, los pescadores se han encargado de cultivar el loco con cordura y de convivir amigablemente con la fauna marina que les da de comer. Cerca de la Isla Dama, en frente de la caleta, pueden verse delfines y ocasionalmente ballenas que, haciendo un alto en el camino, deciden descansar ahí. Habita en esa zona el 80% de los pingüinos de Humbolt que hay en el planeta. Es la primera reserva marítima de Chile. Yo acampé en esa isla cuando aún no estaba prohibido, cuando eran muy pocos los que llegaban hasta allá y no se corría el riesgo de que la arrasaran las multitudes. Es una lástima, pero es cierto: los paraísos naturales no siempre son amigos de la democracia. De hecho, suelen ser solitarios, esquivos del gentío. Por algo será. Ahora esa isla está a cargo de CONAF, y si bien se la puede visitar, entiendo que ya no es posible dormir ahí, donde en las noches desaparecen las huellas y el hombre se transforma en un erizo más. No está desarrollada en todos la facultad de impresionarse con la naturaleza. Algunos, de hecho, se burlan de ella. Unos por hallarla frívola y otros, demasiado sentimental. Para mí que se trata básicamente de ignorancia o de cierto tipo de enfermedad sicológica que podríamos denominar “Ambición Obsesiva”. Los narcisos en extremo seguramente también se la pierden; su mito habla de un hombre que no ve el agua en el agua. La incapacidad para valorar un hecho único alrededor, una existencia verdaderamente impresionante y compleja, tanto más grande que la humanidad, y tanto más pequeña, sólo puede justificarla un alto grado de ceguera. Hubo un tiempo en que el hombre y su cultura no tenían suficiente fuerza para doblegar a la naturaleza, pero eso ha cambiado. Explotarla, hoy día, sin contemplaciones, implica un acto de barbarie, si es que no lo es de desesperación. No se le puede exigir a un hambriento que respete siquiera a un colibrí, pero al resto sí. Esto, claro, sin considerar todavía que para un país como el nuestro matar su mayor riqueza es una estupidez sin nombre. Nuestro patrimonio es principalmente natural. Alonso de Ovalle le llamaba “paisaje”. Nuestras catedrales, pirámides y panteones no los ha construido esta población: son los árboles, las montañas y los fondos marinos. También hay cobre y mineros encerrados, pero eso es otro asunto. O quizás no. Tal vez el centro del problema sea el mismo: una pasión desmedida por la explotación y la riqueza rápida, desatenta de la “escala humana” y las fragilidades del entorno. Ajena al concepto de comunidad y al reconocimiento del otro como un igual, más allá de su fortuna. Los pobladores de Punta de Choros llevan mucho tiempo peleando en contra de esta invasión desarrollista. La central de Barrancones, demostradamente contaminante, vendría no sólo a pasarle por encima al ecosistema de la región, sino también a ellos mismos. Las chimeneas y desagües de aguas calientes en el océano amenazan con terminar sus fuentes de trabajo y sus formas de vida. Ventana es un peladero gris, y Tocopilla, y en eso se ha ido convirtiendo también Huasco. ¿A qué tipo de país aspiramos? Lejísimo de tratarse de una discusión de hippies revenidos, como salió diciendo un ignorante de la COREMA tras el fallo aberrante que las autoriza, es uno de los puntos que concita mayor atención en los foros del mundo. Este tipo de centrales a carbón, los dueños de la multinacional franco-belga Suez Energy, no podrían construirlas en sus países. La misma minería que tiene a 33 hombres enterrados es la que puja por estos motores inclementes en una región donde cunden el sol y el viento, pero falta el ánimo y la audacia para utilizarlos. Todo por juntar unos dólares de más en los bolsillos de los menos. Huele a momento de inflexión.
Son las diez de la noche del martes 24 y vengo regresando de la marcha organizada vía twitter y campañas de internet para protestar contra las centrales de Barrancones. La convocatoria comenzó a producirse a eso de las once de la mañana, tras el fallo de la COREMA, espontáneamente, y se esparció como un virus por los teléfonos y computadores de la ciudad. Se reunieron miles de personas (hablan de 3000, 4000, 5000…) en el Paseo Ahumada, sin una cabeza central que las condujera y portando afiches caseros. Se habían invitado unos a otros, y eran todos por igual los dueños de la fiesta. Nadie pateó siquiera un basurero. No hubo peñascazos ni enfrentamientos con la fuerza pública, y no obstante, carabineros arrojaron bombas lacrimógenas, escupió el guanaco, y el zorrillo atravesó a la muchedumbre soplando gases. En la Plaza de la Constitución, un hombre en silla de ruedas se plantó delante de un carro blindado para evitar que las embistiera contra el tumulto que gritaba “Piñera, entiende, no somos delincuentes”, “Piñera, entiende, Chile no se vende”. El presidente de la república se comprometió en su campaña a no aprobar más centrales termoeléctricas y a generar sólo energías limpias. La ciudadanía autogestionada salió a la calle para exigirle que cumpliera su palabra. Antes hubiera sido impensable, pero ahora son muchos los que saben que hay algo que nos pertenece a todos y que ningún afán arrasador nos quitará tan fácilmente, algo que se parece a la defensa del buen vivir, y que tiene por principal enemigo al abuso y a la desigualdad. La protesta de este martes fue una demostración de dignidad ciudadana, y de algo tanto o más entusiasmante aún, la manifestación de su nuevo poder.
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Editorial de la edición actual de The Clinic, en quioscos desde esta mañana.

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